Authors: Henning Mankell
—Probablemente se los haya comido —dijo Leme sin tratar de ocultar su indignación—. Tenía dinero y nos pagó. Cuando se es pobre, poco dinero es mucho.
—No —contestó Tindo—, En este país nadie se come a los niños.
Cuando Tindo hablaba parecía que cantara. Aunque hablara del dolor que había sufrido mi hermano. Tindo sabía que había hombres sin conciencia, hombres que sólo querían satisfacer su avaricia, que enviaban a mujeres igual de avariciosas a las aldeas más pobres y atrasadas donde ofrecían dinero y engañaban a niños con la promesa de que sus padres se librarían de la miseria. Pero en las ciudades no había escuelas esperándoles. Había oscuros contenedores en los que el aire quemaba como el fuego, lúgubres y apestosas bodegas en oxidadas embarcaciones que abandonaban los puertos con las luces apagadas, y largas caminatas en las que los niños que intentaban huir eran golpeados.
—Sé que lo que te cuento, Leme, va a atormentarte —dijo finalmente Tindo—, Te agobiará sobre todo cuando se lo cuentes a los padres que no van a volver a ver a sus hijos. Pero ocultar la verdad no mejora las cosas. A esos niños se los llevaron en caravanas de esclavos. Filas serpenteantes de niños asustados que fueron conducidos a las regiones de países que hay al otro lado de las montañas, donde crecen arbustos delicados y costosos. Allí se les encerraba en chozas que estaban vigiladas continuamente. Trabajaban por las noches y sólo recibían una comida al día. Cuando ya no tenían fuerzas para trabajar, se los ponía a mendigar por las calles de las ciudades. Nunca se ha sabido que alguno de esos niños haya regresado.
Tea-Bag se quedó en silencio a la vez que Tindo. Salió de la cocina. Al no volver, Jesper Humlin la siguió. Estaba de pie mirando la calle por la ventana. Tenía lágrimas en los ojos.
—¿Qué tipo de arbustos eran?
—Chocolate. Granos de cacao.
Ella fue a la cocina a buscar el añórale y dejó el apartamento sin decir una sola palabra. Él la vio alejarse por la calle. De repente se sobresaltó y frunció el ceño. Llevaba algo en la espalda, algo que se entreveía a través del grueso añórale. ¿Era una mochila? Pero ella no llevaba ninguna mochila cuando llegó. Trató de fijar la mirada. Pero casi se negaba a creer lo que veía.
Llevaba un mono a la espalda. Un mono pequeño de piel parda.
Dos días después viajaron por segunda vez a Gotemburgo en el mismo tren. Jesper Humlin no tenía la menor idea de dónde había estado Tea-Bag en el lapso de tiempo transcurrido entre los dos viajes. Ella lo había llamado por una línea de teléfono que se oía fatal para preguntarle la hora de salida y, del mismo modo que la primera vez, apareció de repente en la estación. Durante el viaje él intentó que continuara su narración. Pero Tea-Bag no quiso y se acurrucó en el añórale que se negaba a quitarse con obstinación. Él intentó descubrir discretamente alguna marca de garra en su espalda cuando subieron al tren. El añórale tenía arañazos. Pero no podía determinar si los había hecho un mono pequeño y marrón. Tea-Bag estaba durmiendo cuando pasaron Hallsberg. Tuvo que zarandearla al parar el tren en Gotemburgo. Al tocarle el hombro, ella levantó uno de los brazos y le dio un golpe en la cara. El revisor, que pasaba por allí en ese momento, se paró en seco.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Sólo trataba de despertarla.
El revisor lo miró receloso antes de continuar por el vagón.
—No quiero que me toque nadie —dijo Tea-Bag.
—Sólo iba a despertarte.
—Estaba despierta pero fingía que dormía. Así sueño mejor.
Fueron en taxi a Stensgården. El entrenamiento de boxeo no había terminado todavía. Cuando entraron, Tea-Bag se quedó inmóvil mirando a los hombres jóvenes que estaban en el ring. Al lado de las cuerdas se hallaba de pie Pelle Törnblom. Les indicó con la mano que fueran a su oficina. Pero Tea-Bag no quería. Seguía mirando el intercambio de golpes. Pelle Törnblom tocó un silbato y los muchachos abandonaron el ring.
—Tea-Bag —dijo Pelle Törnblom—, Un buen nombre. ¿De dónde eres? No lo tengo muy claro.
Jesper Humlin esperaba la respuesta con impaciencia.
—De Nigeria.
Jesper Humlin tomó nota de su respuesta para usos posteriores.
—Hace unos años tuve un par de boxeadores de Nigeria —dijo Pelle Törnblom—. Uno de ellos desapareció un día. Se decía que tenía poderes sobrenaturales, que su padre era una especie de hechicero. Pero no estoy seguro. De todos modos, no encontró ningún remedio para evitar ser noqueado. El otro conoció a una finlandesa y vive en Helsinki.
Tea-Bag señaló un par de guantes de boxeo que había en el suelo.
—¿Puedo probármelos?
Pelle Törnblom accedió. La ayudó con los guantes. Después, ella empezó a golpear un saco de arena con violento frenesí. El añórale continuaba cerrado hasta la garganta. El sudor corría por su rostro.
—Es rápida —susurró Pelle Törnblom—, Pero me pregunto a quién representa ese saco de arena en realidad.
—¿Qué quieres decir?
—Está golpeando a alguien. A pesar de todo, con el tiempo he adquirido algunos conocimientos acerca de cómo funcionan las personas. Muchos de los muchachos que vienen aquí a boxear se imaginan que azotan a sus padres, a sus tíos o a cualquiera que los haya cabreado. Vienen aquí tres veces a la semana y le dan una paliza a alguien. Aunque en realidad den golpes a sacos de arena.
Tea-Bag terminó bruscamente. Pelle Törnblom le quitó los guantes y se volvió hacia Jesper Humlin.
—Dentro de cinco minutos habrá un equipo de televisión esperándote ahí abajo.
Jesper Humlin consideró por un instante si llevarse a Tea-Bag o no. Sería lo más natural. Pero decidió hacer la entrevista solo. Una entrevista de televisión sería una buena inyección para él y su confianza en sí mismo, actualmente por los suelos.
—Espera aquí —le dijo a Tea-Bag—. Vuelvo enseguida.
Pelle Törnblom frunció el ceño.
—¿No te la vas a llevar?
—Creo que lo mejor es que hable con los periodistas a solas.
—¿No es algo relacionado con las chicas? ¿Por qué vas a ser tú el protagonista?
—No se trata de ningún protagonismo. Se trata de que tengo un plan sobre cómo organizar esto.
Tea-Bag se había sentado en un taburete. Jesper Humlin se dio la vuelta y bajó la escalera sin darle la posibilidad a Pelle Törnblom de continuar la conversación.
El equipo de televisión había llegado ya. Estaba compuesto por tres personas: fotógrafo, encargado de sonido y periodista. Las tres eran mujeres. Además muy jóvenes.
—¿Supongo que me estáis esperando a mí?
—En realidad no. ¿Dónde están las chicas?
Jesper Humlin se quedó cortado. La muchacha que había contestado hablaba sueco con perceptible acento y no ocultaba su descontento al ver que había venido solo.
—Me llamo Azar Patterson —dijo—. Soy la que va a hacer la entrevista. Pero, naturalmente, habíamos pensado que las chicas nos acompañarían.
—Por el momento trato de mantener esto del modo más discreto posible. De otro modo, corremos el riesgo de que lo que hacemos aquí llame tanto la atención que no podamos trabajar con tranquilidad.
Azar lo miró con gesto de desaprobación.
—¿Qué te voy a preguntar?
Jesper Humlin empezó a ponerse nervioso.
—Eso tienes que decidirlo tú.
Azar se encogió de hombros y se volvió hacia su colaboradora.
—Vamos a hacer una entrevista corta —dijo a la muchacha robusta que sostenía la cámara—. Luego volveremos para hablar con las chicas.
Jesper Humlin estaba muy nervioso. Anteriormente nunca le había ocurrido que un periodista mostrara tanta aversión al entrevistarlo.
—¿Dónde tengo que ponerme?
—Ahí estás bien.
La cámara se puso en marcha, el micrófono colgaba sobre su cabeza.
—Nos encontramos en Stensgården. Uno de los suburbios de Gotemburgo que ostenta la inmerecida reputación de ser un sitio del que, debido a su alto índice de población inmigrante, se afirma que se ha convertido en un barrio casi marginal. Estamos en el club de boxeo de Törnblom, donde el escritor Jesper Hultin participa en un curso de escritura para muchachas inmigrantes. ¿Por qué haces esto en realidad?
—Creo que es importante.
Azar se volvió hacia la chica que llevaba la cámara.
—Cortamos aquí.
—¿Eso era todo?
—Puede ser una introducción a la conversación con las muchachas.
—Me llamo Humlin. No Hultin.
—En tal caso lo cortaré.
Azar le dio su tarjeta de visita.
—Llámame unos días antes de que nos veamos la próxima vez. Encárgate de que las chicas vengan también.
—Van a llegar enseguida.
—No podemos esperar.
El equipo de televisión desapareció. Jesper Humlin estaba ofendido. Pero no tuvo tiempo para desarrollar su indignación. Haiman entró por la puerta. La sensación de ofensa de Jesper Humlin se transformó en miedo. Haiman fue directamente hacia él. Llevaba una bolsa de plástico en la mano.
—No tenía la menor intención de hacerte daño. Te pido disculpas.
—No importa.
—Si hubiera estado enfadado de verdad, podría haberte matado.
—Estoy seguro de ello.
Haiman sacó de la bolsa una pelota de rugby manchada y gastada y se la dio a Jesper Humlin.
—Espero que podamos ser amigos.
—Está olvidado.
Haiman arrugó la frente.
—No está olvidado en absoluto. Nunca olvido lo que hago.
—Quiero decir que recordamos lo que ocurrió. Pero no pensaremos más en ello.
Haiman lo miró durante unos instantes frunciendo el ceño todavía más.
—No sé a qué te refieres.
Jesper Humlin empezó a sudar.
—Me refiero a lo mismo que tú. A que ninguno de los dos vamos a olvidar lo que ocurrió. Pero ahora me das una pelota de rugby y ya somos amigos.
Haiman sonrió.
—Eso es exactamente lo que quiero decir. ¿Te gusta el rugby?
—Es mi deporte favorito.
Pelle Törnblom apareció por la puerta diciendo que era hora de empezar. Cuando Jesper Humlin entró en el local, vio que la gran familia de Leyla había acudido también en esta ocasión. Leyla, Tanja y Tea-Bag estaban esperando. Se abrió paso y se sentó en la silla que había libre. El murmullo de la habitación se amortiguó. Jesper Humlin esperó hasta que se hizo totalmente el silencio.
—Creo que podemos empezar este curso en serio. Esta tarde había pensado que podríais escribir, en veinte minutos, lo más importante que os ha ocurrido hoy. Lo podéis escribir como queráis, en verso, como sea. Pero sólo tenéis veinte minutos. Luego leeremos juntos lo que habéis escrito. No podéis hablar entre vosotras. Cada una va a estar sentada trabajando sola. Y la habitación tiene que estar en silencio.
—¿Qué pasa con lo que escribimos la última vez? ¿No vamos a hablar de eso? —Era Leyla la que hacía la pregunta. Su tono de voz disgustó a Jesper Humlin. Pero no lo demostró.
—Claro que vamos a hablar de ello. Pero no en este momento.
Leyla se levantó y se fue a un rincón de la habitación donde pidió a uno de sus parientes que le hiciera un sitio. Tea-Bag se quedó sentada en su silla con la cabeza hundida en su anorak. Tanja se escondió en una esquina tan lejos de las otras como pudo. En la sala reinaba el silencio. Jesper Humlin miró a Tea-Bag y su cabeza hundida en el anorak. Parecía no tener ningún interés en lo que pasaba a su alrededor. Él se levantó.
—Volveré cuando haya transcurrido el tiempo.
Pelle Törnblom había preparado café en su estrecha oficina. Jesper Humlin observaba los carteles rotos y pensaba que era una decisión totalmente correcta, a pesar de que en realidad nunca se decidió nada al respecto, llevar a cabo las prácticas de escritura en un sitio relacionado con la lucha, aunque no se guardaran demasiado las formas.
—Todo va bien —dijo Pelle Törnblom dejándose caer en una silla detrás de la abarrotada mesa.
—¿Cómo puedes decir que va bien? Apenas hemos empezado.
—La vida no es como tú piensas.
Jesper Humlin se puso inmediatamente a la defensiva.
—¿Y qué es lo que pienso yo?
—Que este país en el fondo es tranquilo y pacífico.
—No creo eso en absoluto.
—Tus poemas no inducen a pensar que conozcas más la realidad.
Jesper Humlin se puso en pie enfadado.
—Siéntate —dijo Pelle Törnblom—. Reaccionas siempre de un modo demasiado visceral. Las cosas no han sido fáciles para ninguna de estas chicas. Aún no lo son.
Jesper Humlin comprendió reacio que Pelle Törnblom tenía razón.
Volvió a sentarse. Sintió de nuevo que lo mejor que podía hacer era retirarse de todo lo antes posible y, aún mejor, ceder y escribir la novela policiaca que los directores petroleros y Olof Lundin esperaban.
De repente se asustó. Haiman estaba en la puerta.
—Sólo quiero avisaros de que la chica que se llama Tea-Bag no escribe nada. Si quieres, le puedo decir que haga lo que se le ha indicado.
A Jesper Humlin no le costó imaginarse cómo iba a reaccionar Tea-Bag.
—Sin duda, es mejor dejarle que haga lo que quiera.
—Entonces creo que hay que echarla.
—No se puede obligar a alguien a que escriba si no quiere.
—Va a ejercer una mala influencia en las otras chicas. Ellas escriben. He ido alrededor de ellas y las he controlado.
Jesper Humlin se sentía seguro en compañía de Pelle Törnblom.
—No necesito que nadie haga de vigilante.
—Quiero que se comporten.
—Si las dejas en paz, seguramente irá bien.
Haiman salió de la habitación. Pero dependió menos de las palabras de Jesper Humlin que de la decidida señal que Pelle Törnblom le hizo con la cabeza.
—No quiero verlo por aquí —dijo Jesper Humlin en voz baja cuando Haiman se marchó—. No necesito a nadie que dé vueltas controlando.
—Haiman es bueno. Quiere que se comporten.
—¿Es también pariente de Leyla?
—No. Pero es una persona que asume responsabilidades.
Cuando habían transcurrido exactamente veinte minutos, Jesper Humlin volvió a la habitación donde esperaban las muchachas. Tea-Bag seguía sentada sin moverse, igual que cuando él se fue, con la barbilla metida en el fondo del anorak. Tanja y Leyla se levantaron de sus rincones y se acercaron a la mesa.
—Ahora vamos a leer —dijo Jesper Humlin—. ¿Quién quiere empezar?