Tea-Bag (30 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Tea-Bag
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—No quiero participar si Haiman no nos acompaña.

Era el padre de Leyla el que opinaba. Jesper Humlin miró a las personas que estaban a su alrededor. Las personas realmente importantes, Leyla, Tea-Bag y Tanja permanecían sentadas en sus sillas observando lo que pasaba con rostro sombrío.

—Puede resultar difícil —dijo Jesper Humlin con cuidado—. Los programas de televisión con entrevistas son generalmente cortos. Si todos los que están aquí tienen que manifestarse, va a llevar varias horas.

—Entonces nos marchamos —dijo el padre de Leyla con decisión—. Y Leyla no participará en esto. Por suerte no la dejamos sola. Después de unas pocas veces empieza a mentir. Nunca lo había hecho.

Leyla respiró profundamente y se puso delante de su padre.

—No he estado en el hospital. No sé por qué lo he dicho. Estuve en la biblioteca, en la ciudad. Estuve allí leyendo y me olvidé de la hora. Voy a la biblioteca para que mis resultados en la escuela mejoren. Fui a la biblioteca para leer libros de escritores buenos para poder aprender a escribir.

El padre de Leyla la miraba en silencio.

—¿Qué leíste?

—Encontré un libro de rugby.

—¿Hay libros de rugby? No sé qué pensar. ¿Estará mintiendo de nuevo?

Haiman se puso derecho. Jesper Humlin se dio cuenta de que Leyla era bastante más astuta de lo que imaginaba.

—Hay libros de rugby excelentes —dijo Haiman—. Claro que está diciendo la verdad. Un padre debe alentar su iniciativa de ir a la biblioteca.

Entonces se oyó un murmullo aprobador procedente de las personas del local que formaban parte de la gran familia de Leyla y que hasta ese momento no habían dicho nada. Su padre se dirigió al resto de la familia. Formuló una pregunta, se inició un encendido debate y luego rápidamente se apagó.

—Nos hemos decidido —dijo—. Me quedo y os acompaño en la televisión. Aceptamos que Leyla continúe aquí incluso en lo sucesivo.

Mientras la gran familia de Leyla desaparecía por la puerta, Jesper Humlin pensó que había ganado su primer asalto en el club de boxeo de Pelle Törnblom. La alegría de Leyla era enorme. Se dejó caer en la silla. Tanja la tomó de la mano. Con gran sorpresa para Jesper Humlin, Pelle Törnblom había empezado a agitar una toalla delante de su cara, como si ella fuera un boxeador que descansaba entre dos asaltos.

Como es natural no apareció ningún equipo de televisión. Después de una hora de espera Pelle Törnblom fingió que llamaba por teléfono y luego comunicó que habían entendido mal el día y la hora y que se fijaría una nueva fecha. El padre de Leyla se ensombreció ante la información, pero fue tranquilizado por Jesper Humlin, que señaló que ese tiempo extra le daba la posibilidad de preparar su intervención.

—Escribid vuestros relatos —dijo Jesper Humlin como despedida—. Escribid lo que habéis vivido hoy. Contadlo todo. Una historia sin final es una historia mala.

Vio que Leyla había comprendido.

Cuando salieron a la noche oscura nevaba. Leyla desapareció, rodeada de su gran familia. Tanja corrió tras ellos mascullando algo que Jesper Humlin no entendió. Pelle Törnblom cerró con llave, Tea-Bag corrió alrededor haciendo marcas con sus pies en la nieve mojada. Tanja se bajó el gorro que llevaba en la cabeza.

—¿Vives todavía en el apartamento de los Yüksel?

—Han vuelto a casa.

—¿Dónde vives?

Tanja se encogió de hombros.

—Tal vez en un piso vacío al otro lado de la plaza. Tal vez en alguna otra parte. Todavía no me he decidido.

Jesper Humlin pensó en hablar con ella sobre la foto de la niña. Pero era como si ella supiera lo que se proponía. Antes de que dijera nada se había dado la vuelta, había rodeado a Tea-Bag con su brazo y se había marchado. Las miró preguntándose qué era realmente lo que tenía ante sí.

Pelle Törnblom lo llevó a la estación.

—Va bien —dijo—. Muy bien.

—No —dijo Jesper Humlin—. No va bien. Todo el tiempo tengo la sensación de estar al borde de una catástrofe inminente.

—Exageras.

Jesper Humlin no se molestó en contestar.

Pelle Törnblom desapareció en su coche. Jesper Humlin entró en la sala de espera. De repente se detuvo. La idea de volver a Estocolmo esa misma noche le parecía algo imposible. Se sentó en un banco. La cara de Tea-Bag pasó como un destello, luego la de Tanja y finalmente la de Leyla. Se preguntó si alguna vez la vería empezar a moverse de nuevo en esa parte del paso subterráneo donde ella y su relato se habían detenido repentinamente.

Dejó el edificio de la estación y entró en el hotel que se hallaba más cerca. Antes de apagar la luz para dormirse estuvo un buen rato con el auricular del teléfono en la mano y Andrea en la cabeza. Pero no hizo ninguna llamada telefónica.

Eran las once y cuarto cuando dejó el hotel al día siguiente. Se sintió descansado por primera vez en mucho tiempo. Mientras esperaba que entrara el tren en el andén llamó a alguno de los muchos teléfonos de Burén, su agente de Bolsa, sin obtener respuesta. Antes de apagar el teléfono escuchó por pura curiosidad los mensajes que había y que no eran para él. Comprendió que el hombre que había perdido su teléfono era inspector de policía, se llamaba Sture y se pasaba mucho tiempo jugando a los caballos. Una persona que pronunciaba guturalmente la erre llamaba sin cesar comunicando que «Lokus Harem es un clavo seguro para Romme». Iba a apagar el teléfono cuando vio que había un mensaje de texto. Lo leyó. Luego se dio cuenta de que el mensaje era para él, no para el policía desconocido que se llamaba Sture.

El mensaje era simple y se componía de cuatro palabras. «Socorro. Tanja. Llama a Leyla.»

En ese instante entraba el tren en el andén. Pero Jesper Humlin no subió.

Capítulo 16

Llamó al club de boxeo. Contestó un muchacho joven que hablaba un sueco apenas inteligible. Después de unos minutos Pelle Törnblom se puso al teléfono.

—Soy Jesper. ¿Cuál es el número de teléfono de Leyla?

—¿Cómo voy a saberlo? ¿Dónde estás?

Jesper Humlin decidió mentir, sin saber por qué.

—En Estocolmo. ¿No boxea su hermano en tu club?

—Nunca anoto los teléfonos. No sirve de nada. La gente los cambia todo el tiempo.

—¿Supongo que sabrás su apellido?

—No lo recuerdo. Pero puedo preguntar por si hay alguien que lo sepa.

Pasaron casi diez minutos antes de que Pelle volviera.

—Allaf.

—¿Cómo se escribe?

—¿Cómo voy a saberlo? ¿Por qué suenas tan acelerado?

—Estoy acelerado. Ahora tengo que colgar.

Llamó a información telefónica. Realmente había un abonado de apellido Allaf. Contestó una mujer de voz susurrante, como si tuviera miedo al teléfono.

—Busco a Leyla.

No recibió respuesta. Un hombre que hablaba en el mismo tono susurrante se puso al teléfono.

—Estoy buscando a Leyla.

No recibió respuesta. Otro hombre se puso al teléfono.

—Estoy buscando a Leyla.

—¿Con quién hablo?

—Soy Jesper Humlin. Tengo que preguntarle a Leyla si tiene el número de teléfono de Tanja.

—¿De quién?

—De su amiga Tanja.

—¿Te refieres a Irina?

—Me refiero a una de las amigas de Leyla que no es africana y que participa en el curso de escritura.

—Es Irina.

—¿Podría preguntárselo yo a Leyla quizá? —propuso con cautela.

—No está en casa.

—¿Pero quizás ha dejado algún número de Tanja? ¿O de Irina?

—Voy a ver si lo ha anotado en algún sitio.

El teléfono de Jesper Humlin empezó a pitar y a vibrar. La batería estaba acabándose. El hombre volvió y le dio un número.

Jesper Humlin buscaba algo con lo que escribir.

—¿Qué es ese pitido?

—La batería se va a acabar pronto. Si se corta la conversación no es porque yo sea descortés.

—Nos alegra mucho que hayas vuelto.

Jesper Humlin encontró un bolígrafo.

—¿Puedes repetir el número?

Antes de que el hombre tuviera tiempo de pasar de las tres primeras cifras se interrumpió la comunicación. Jesper Humlin se escribió en la mano los números que creía que eran correctos. Buscó un teléfono público, marcó el número y fue a parar a un taller mecánico en Skövde. Cambió las últimas cifras y volvió a llamar. Una niña que apenas había aprendido a hablar hacía gárgaras en el auricular. Jesper Humlin llamó por tercera vez. Ahora reconoció la voz. Era Tanja.

—¿Qué ha pasado?

—Han estado a punto de pillar a Tea-Bag.

—¿Cómo dices?

—Casi la ha pillado la policía. Además encontraron algunos teléfonos en un bolso que llevaba. Creo que a los policías no les gustó ver sus propios teléfonos en ese bolso.

Jesper Humlin intentó pensar.

—¿Me puedes decir con tranquilidad lo que ha ocurrido?

—Necesitamos ayuda. Debes venir aquí. ¿Dónde estás?

—En Gotemburgo. ¿Qué puedo hacer?

—Eres un escritor conocido, ¿no? Puedes ayudarnos. No puedo hablar más.

—¿Adonde te refieres con «aquí»?

—Ve al club de boxeo.

La conversación se interrumpió.

Hizo lo que ella le había dicho. Cuando llegó y pagó el taxi, se encontró con un club de boxeo casi desértico. En el cuadrilátero había dos muchachos jóvenes apoyados. Uno de ellos sangraba por la nariz. Se estaban columpiando y balanceando como si se hallaran en un barco en peligro de naufragio. La oficina estaba vacía. En un calendario, Jesper Humlin pudo leer que en ese preciso momento Pelle Törnblom estaba en el dentista.

Volvió al local de entrenamiento. Los chicos habían dejado de mecerse en el cuadrilátero. La sangre de la nariz se había secado. Jesper Humlin reconoció al muchacho de la nariz ensangrentada. Era uno de los parientes de Leyla. El chico sonrió. Jesper Humlin percibió entonces que uno de sus ojos se estaba inflamando.

Los muchachos fueron al vestuario. Jesper Humlin se puso un par de guantes de boxeo y empezó a dar golpes a un saco de arena. Dolía. Deseó que el saco fuera Olof Lundin. Cuando empezó a sudar lo dejó. El muchacho al que le sangraba la nariz volvió. Llevaba pantalones holgados y un suéter largo que representaban la bandera norteamericana.

—Viene alguien.

—¿Quién?

—No lo sé. Alguna de ellas. Pero es mejor que esperes fuera.

El chico desapareció, inmediatamente después el otro también. Jesper Humlin salió. Estaba lloviendo. Se acordó de cuando Tanja emergió de entre las sombras y él creyó que iban a pegarle y a robarle. Tanja estaba detrás de él. Había llegado sin hacer ruido.

—¿Dónde está Tea-Bag?

Ella no contestó. Empezaron a andar.

—¿Adónde vamos?

—A la ciudad.

—Creía que Tea-Bag estaba aquí.

Tanja no respondió. Cogieron el tranvía. Un borracho intentó iniciar una conversación con Tanja. Ella le contestó dando un bufido. Jesper Humlin la vio transformarse en un animal amenazante. El hombre la dejó inmediatamente en paz.

Se bajaron cerca de Götaplatsen. Había dejado de llover. Tanja guiaba. Entraron en una de las pequeñas pero suntuosas calles de la parte alta de Götaplatsen, donde había casas bajas de piedra ocultas entre grandes jardines. Tanja se detuvo fuera de la cerca de una de las casas menos ostentosas.

—¿Está Tea-Bag aquí?

Tanja asintió con la cabeza.

—¿Quién vive en esta casa?

—El jefe de policía de Gotemburgo.

Jesper Humlin retrocedió.

—No pasa nada. Se ha ido de viaje para dar una conferencia. La familia tampoco se encuentra en casa. Además no tiene alarma.

Tanja abrió la cerca. La puerta exterior estaba entreabierta. En el salón de la planta baja las cortinas estaban corridas. Tea-Bag se había tumbado en el suelo boca abajo y miraba la televisión. Era una película sueca de los años 50. Hasse Ekman sonreía a una actriz cuyo nombre no recordaba Jesper Humlin. Había quitado el sonido. «Está tumbada mirando una película sobre una especie extinta», pensó. «Una Suecia cuyos habitantes ya no existen.»

Se oía ruido procedente de la cocina. Tanja había empezado a preparar comida. Tea-Bag se levantó rápidamente y se metió en la cocina. Jesper Humlin las oyó reír. Luego se sobresaltó. Alguien abría la puerta exterior. Pero no era el jefe de policía. Era Leyla. Tenía la cara roja y ardiente y sudaba copiosamente.

—Lo amo —dijo.

Luego se metió también en la cocina. Jesper Humlin se preguntó si alguna vez podría oír la continuación de la historia que se interrumpió en un paso subterráneo. Se unió a las chicas y se sentó al lado de Tanja, que estaba cortando cebolla. Le caían lágrimas de los ojos.

—¿Cómo pudiste saber que esta casa estaba vacía?

—Alguien lo dijo. No recuerdo quién. Después de todo lo que Tea-Bag y yo hemos pasado creo que tenemos derecho a tomar esto prestado por un tiempo.

—¿Qué puedo hacer yo?

Nadie contestó.

La mesa se llenó ante los ojos de Jesper Humlin con todo lo que había en los dos grandes frigoríficos. Fue la comida más singular que había comido en su vida, comparada incluso con las más arriesgadas cenas de su madre. Todo se mezclaba, champaña y zumo, arenques en escabeche y mermelada. «En realidad esto no está ocurriendo», pensó Jesper Humlin. «Si escribiera sobre esta tarde, sobre la comida en la casa del jefe de policía que está de viaje, nadie me creería.»

Todo el tiempo escuchaba ruidos, controlaba que las cortinas estuvieran cerradas y esperaba que estallaran las puertas. Pero no ocurrió nada. No participó en la conversación que saltaba de un tema a otro entre las tres. «Las adolescentes que se ríen entre sí tienen un idioma común», pensó. «Suena igual en todo el mundo.»

Entre las chicas circulaba una tira de fotos. Finalmente fue a parar a manos de Jesper Humlin. Habían hecho lo mismo que él en su juventud. Se habían puesto juntas en un fotomatón, habían corrido la cortina y se habían fotografiado. Tea-Bag buscó unas tijeras en un cajón de la cocina y cortó la tira en cuatro fotos. Fueron al cuarto de estar. Sobre una cómoda había varias fotografías familiares. Eligieron una que representaba una gran familia reunida a la sombra de un árbol alto y frondoso.

—Llevan una ropa muy rara —dijo Tea-Bag—. ¿Esto de cuándo es?

—De finales del siglo pasado —contestó él.

—Ahí está nuestro sitio —continuó diciendo Tea-Bag, a la vez que rompía la parte de atrás y metía con el dedo una de las fotos de la tira.

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