Tea-Bag (33 page)

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Authors: Henning Mankell

BOOK: Tea-Bag
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Sé que Fatti conoció a alguien durante esos días, alguien que le dio la tuerca brillante. Cada noche, antes de dormirme, espero —tal vez rezo una oración, no estoy segura— que Fatti sueñe con el que le dio la tuerca cuando era totalmente libre y estaba asustadísima. Tal vez sea por eso por lo que quiero aprender a escribir. Quisiera escribir sobre esos cuatro días durante los cuales mi hermana se sintió libre y aterrorizada a la vez, quisiera escribir acerca de lo que ocurrió entonces, lo que no percibieron las personas que pasaban a su lado en la calle.

Si yo no me preocupo de Fatti, é quién va a hacerlo i Mi madre la quiere y mi padre seguro que también lo hace a su modo. Sólo sé que tengo que defender el cariño, cuando está y cuando no está, y sé que está también para mí, ya que él se detuvo en aquel paso subterráneo, y lo hizo porque sabía que yo pasaría por ahí para ir al tranvía.

Golpearon la puerta. Jesper Humlin se sobresaltó. Tea-Bag se subió la cremallera como si llevara una pistola. Tanja se quedó inmóvil. Pero Leyla se levantó despacio, retiró el pelo de su frente sudorosa y fue hacia el recibidor. Al volver iba acompañada de un hombre joven que, inquieto, miraba a su alrededor.

—Es Torsten —dijo Leyla—. El del paso subterráneo. El de mi relato.

El cuidador ocasional de Nasrin, Trosten Emmanuel Rudin, era un hombre que tartamudeaba mucho. Tea-Bag se echó a reír cuando se dio cuenta, Leyla se puso furiosa y Tanja tuvo que mediar e impedir que se pelearan.

—¿Eres tú el que escribe p-p-p-p-p—...?

—No —contestó Jesper Humlin cortante—. No escribo novelas policiacas.

—Quería decir poemas cortos —dijo Torsten.

Leyla se había puesto al lado de ellos.

—Es mi maestro —dijo ella orgullosa—. Va a enseñarme a ser una gran escritora. Conoce todas las palabras que existen.

Luego se sentó en las rodillas de Torsten. La silla crujía. «El amor puede tener muchas apariencias distintas», pensó Jesper Humlin. «Sin embargo, esta imagen es la más bonita que he visto.»

—Me he ido de casa —dijo Leyla.

Torsten se sobresaltó. Su respuesta desapareció en un tartamudeo interminable.

—Tengo miedo —dijo Leyla—. Pero he hecho lo que tenía que hacer. Ahora mi familia va a perseguirme mientras viva.

Miró a Jesper Humlin.

—Van a creer que se debe a ti.

Jesper Humlin se asustó.

—¿Por qué iban a creerlo?

—Han visto que das palmaditas a las chicas en la mejilla. Creen que nos mandamos mensajes secretos.

—Me ha indignado mucho lo que has contado. Pero estoy convencido de que tienes que hablar con tus padres.

—¿Para qué?

—Para decirles que hay alguien que se llama Torsten.

—Entonces me matarán y me encerrarán.

—No creo que puedan matarte y luego encerrarte. Por lo que he entendido de lo que has contado, ninguno de tu familia llevó a cabo ese horrible ataque contra tu hermana Fatti.

—Ella no está.

Jesper Humlin se sobresaltó.

—¿Qué quieres decir?

—Claro que está. Pero a veces es como si no estuviera. Como si hubiera cerrado todas las puertas a su alrededor, como si hubiera dejado caer el pañuelo de seda sobre la cara y hubiera dejado de existir. Aunque esté viva.

—Se puede estar muerto aunque se viva, y vivo aunque se esté muerto.

El que hablaba era Torsten. Sin tartamudear. Sonrió. Leyla también. Todos sonrieron. Fue un triunfo común.

La conversación se apagó.

Tea-Bag y Tanja fregaron los platos, Leyla y Torsten desaparecieron en alguna parte de la espaciosa casa. Jesper Humlin bajó a la bodega en el sótano. Había una marioneta colgada en la pared que tenía la forma de un policía de papel. Se sintió incómodo. Eran las once. Dudó. Luego marcó el número de Andrea. Ella contestó al instante.

—Espero no haberte despertado.

—Acababa de dormirme. ¿Dónde estás?

—Sigo en Gotemburgo.

—¿Por qué llamas?

—Quería hablar contigo. Creía que éramos una pareja.

—«Creía que éramos una pareja.» Suenas como un personaje de una vieja película sueca. Quiero acabar con lo nuestro.

—No puedo arreglármelas sin ti.

—Puedes hacerlo perfectamente. Si no lo haces es tu problema. ¿Cuándo vuelves?

—No lo sé. ¿Quieres saber qué ha pasado?

—¿Ha muerto alguien?

—No.

—¿Ha tenido alguien un accidente grave?

—No.

—Entonces no quiero saberlo. Llama cuando vuelvas. Buenas noches.

Andrea colgó el teléfono. Jesper Humlin se quedó mirando la marioneta. «No es un policía», pensó. «Soy yo.»

Jesper Humlin volvió a subir la escalera. No había nadie ni en la cocina ni en el cuarto de estar. Continuó subiendo la escalera hasta el piso de arriba. A través de una puerta que estaba entreabierta vio a Tea-Bag y a Tanja que estaban tendidas en una gran cama doble. Dándose la mano. Tea-Bag se había quitado el anorak. Tanja movía la boca, pero él no pudo oír lo que decía. Cuando se acercó a escuchar oyó la voz de Torsten tartamudeando. Volvió a la planta baja.

«Ahora sería el momento adecuado para desaparecer», pensó. «El curso ya ha terminado, el curso que nunca fue un curso. Pero no puedo rendirme, ya que aún no he oído el final del relato de Tanja. Y no sé si el mono que a veces creo ver es real o no.»

Jesper Humlin se quedó dormido finalmente en un sillón. Enseguida empezó a soñar. Olof Lundin iba remando a una velocidad frenética por una ventosa bahía. Él estaba sentado pescando en un bote de remos junto a Tea-Bag. De pronto el agua se llenó de perros policía que venían nadando desde distintas partes. Se sobresaltó y se despertó porque uno de los perros le había mordido en el hombro. Era Tanja, que le tocaba el brazo. Jesper Humlin miró el reloj confuso. Las dos menos cuarto. No había dormido más de veinte minutos. Detrás de Tanja pudo ver a Tea-Bag.

—Ella existe —dijo Tanja.

—¿Quién existe?

—Fatti. La hermana de Leyla. Sé dónde vive. ¿Quieres conocerla?

—Leyla ha dicho que Fatti está sentada en su habitación con las cortinas echadas y con un pañuelo de seda sobre la cara, que se niega a recibir visitas. ¿Por qué iba a querer conocerme a mí?

—Leyla va a verla todos los días. Por eso nunca está en la escuela. Cuida a su hermana.

—¿Y por qué no lo dice?

—¿Tú no tienes secretos?

—No se trata de eso.

Era Tanja la que acababa de hablar. Entonces intervino Tea-Bag.

—¿Nos vamos?

—¿Adónde?

—¿Quieres conocer a Fatti o no?

Tanja pidió un taxi. Fueron sentados en silencio durante el viaje. La hermana de Leyla vivía en una casa que estaba enclavada entre una escarpada pared de montaña y las ruinas de una vieja fábrica de ladrillos. Salieron del taxi. Jesper Humlin sintió frío.

—¿Cómo nos iremos de aquí?

Tanja sacó un par de teléfonos móviles que no estaban en el bolso que se había llevado la policía.

—Preguntas cómo nos iremos de aquí. Acabamos de llegar.

Jesper Humlin levantó la vista y miró la oscura fachada de la casa. De pronto se sintió incómodo.

—No quiero conocerla. No quiero ver a una mujer joven con la cara corroída por el ácido. No comprendo por qué hago esto.

—Lleva un pañuelo de seda sobre el rostro. La habitación está a oscuras. Quieres conocerla. Sientes curiosidad.

—Es plena noche. Estará durmiendo.

—Duerme de día. Por las noches está despierta.

—No va a abrir.

—Fatti creerá que es Leyla.

La puerta de la calle estaba abierta. En el ascensor alguien había derramado un tarro de mermelada. Fatti vivía en el piso más alto. Tanja sacó su manojo de llaves y ganzúas. Tea-Bag siguió atentamente sus movimientos.

—¿No vamos a llamar? ¿Ni siquiera a tocar el timbre de la puerta?

—¿A medianoche?

Tanja empezó a manipular la cerradura. Jesper Humlin se preguntó si Leyla solía abrir la puerta con ganzúa cuando venía a visitarla.

La cerradura cedió. Tanja empujó la puerta y metió sus llaves y ganzúas en la mochila sin hacer ruido. Tea-Bag lo empujó para que entrara en el recibidor. Olía a cerrado, como a bayas amargas. Y a la vez olía a algo dulce. A Jesper Humlin le recordó a las especias raras que su madre solía mezclar en sus cenas.

—¿Quién es?

La luz venía de la habitación que había al final del recibidor. A través de las aberturas de las gruesas cortinas se filtraba la luz tenue de los faroles de la calle.

—Está esperando —gritó Tanja.

Jesper Humlin se resistió.

—No sé quién es. No quiero verla. No comprendo siquiera por qué he venido.

—Lleva un pañuelo por la cara. Es contigo con quien quiere hablar.

—No quiere hablar conmigo en absoluto. No sabe ni siquiera quién soy.

—Sabe quién eres. Estaremos esperando abajo.

Antes de que a Jesper Humlin le diera tiempo de reaccionar, Tea-Bag y Tanja habían desaparecido del apartamento. Iba a ir tras ellas cuando vio una sombra a lo lejos, por la rendija de la puerta.

—¿Quién es?

Tenía la voz quebrada, pero recordaba a la de Leyla.

—Me llamo Jesper Humlin. Le pido disculpas.

—¿Por qué?

—Son más de las tres de la madrugada.

—Duermo durante el día. Esperaba tener noticias de ti.

Fatti encendió una lámpara de pie que había en un rincón. La pantalla de la lámpara estaba cubierta con un trapo blanco. La habitación apenas se iluminó. Le indicó con un gesto que entrara.

¿Había oído mal? ¿Lo había estado esperando? En el suelo de la habitación había una alfombra gruesa. Las paredes estaban desnudas, las sillas eran sencillas, una mesa sin mantel, una estantería sin adornos, sólo algunos periódicos y revistas. Fatti se sentó frente a él. Llevaba un largo vestido negro. Se cubría la cabeza con un pañuelo de seda azul claro. Jesper Humlin se imaginó los contornos de su cabeza y su barbilla. Pero la idea de la deformidad de su cara hacía que se sintiera mal.

—No te voy a mostrar lo que ellos me hicieron. No tengas miedo.

—No tengo miedo. ¿Por qué has dicho que esperabas tener noticias mías?

—Sabía que Leyla te hablaría de mí antes o después. Supongo que a un escritor le gusta ver lo que no cree. O lo que nunca ha visto.

Jesper Humlin estaba cada vez más conmovido. Intentó pensar en otra cosa que no fuera el rostro que se escondía tras el pañuelo.

—¿No tengo razón? ¿No es eso lo que vas a enseñarle a Leyla? Que tenga curiosidad si quiere ser escritora. ¿Crees que vale para ello?

—Eso no sabría decirlo.

—¿Por qué no?

—Es demasiado pronto.

De repente, Fatti se echó hacia delante. Jesper Humlin se estremeció.

—¿Quién va a hablar de mí? ¿Quién va a contar mi historia?

«Espero que no me lo pida a mí», pensó. «No podría hacerlo.»

—¿Y no podrías hacerlo tú, quizá? —dijo él con cautela.

—Yo no soy escritor. Tú sí.

Era como si ella pudiera ver nítidamente a través de la tela.

—¿Tienes miedo de que te pregunte?

Esperó. Pero ella no le hizo ninguna pregunta. Se echó hacia atrás en la silla, totalmente en silencio. Jesper Humlin tuvo la sensación de que estaba llorando detrás del pañuelo. Él contuvo la respiración y pensó que en ese preciso instante estaba presenciando algo que nunca volvería a contemplar.

De repente, ella estiró uno de sus brazos y apretó la tecla de una grabadora que se hallaba sobre una mesa al lado de la silla. Por un momento Jesper Humlin vislumbró la mano a la luz de la lámpara de pie. Luego se dio cuenta de que era una grabación del sonido del mar. Olas que corrían hacia una playa, un estruendo a lo lejos.

—Es lo único que me serena —dijo Fatti—. El vaivén del mar.

—Yo escribí una vez un poema sobre unas redes de deriva —aseguró vacilante Jesper Humlin.

—¿Y eso qué es?

—Un arte de pesca, una red para pescar. Escribí que la veía en las profundidades de unas aguas limpias. Una red que se había desgarrado y que iba a la deriva. Y a ella iban enganchados un pato muerto y varios peces.

—¿De qué trataba el poema?

—Creo que para mí era una imagen de la libertad.

—¿Querías decir que la libertad siempre anda huyendo?

—Es posible. No lo sé.

Ambos guardaron silencio. Se oía el estruendo del mar.

—Tienes miedo de que te pregunte —dijo luego—. Tienes miedo de que te pida que escribas mi historia. Tienes miedo porque no puedes escribirla sin ver mi cara.

—No tengo miedo.

—No voy a preguntar.

Ella guardó silencio. Él esperó. Pero no dijo nada más. Al final, cuando habían transcurrido más de treinta silenciosos minutos, él dijo con precaución:

—Tal vez sea mejor que me marche.

Fatti no contestó. Jesper Humlin se levantó y abandonó el apartamento. Cuando cerró la puerta, pensó que ese aroma del que estaba impregnado el apartamento debía de ser canela.

Abajo en la calle esperaban Tea-Bag y Tanja. Lo miraron atentamente. Tea-Bag se acercó a él con curiosidad.

—¿Le has visto la cara?

—No.

—Yo la he visto. Es como si alguien hubiera grabado mapas en ella. Como si hubiera restregado en ella islas y rocas y rutas marítimas.

—No quiero oír más. Llama a un taxi. Lo que tenemos que hacer ahora es decidir qué va a pasar contigo. Dónde puedes esconderte.

—Yo también tengo que esconderme —dijo Tanja—. Y Leyla también. Todas tenemos que escondernos.

Volvieron a la casa en la que estaban esperando Torsten y Leyla.

—¿Cuánto tiempo vamos a quedarnos aquí? —preguntó Jesper Humlin.

—Puede que mañana temprano venga alguien. Entonces no podemos estar aquí.

—Sólo faltan un par de horas para que amanezca. ¿Quién va a venir?

—Tal vez la mujer de la limpieza.

—¿Cuándo viene?

—No antes de las nueve.

—Entonces nos iremos a las ocho.

—¿Adónde vamos a ir?

—No lo sé.

Jesper Humlin volvió al sillón donde había dormido hacía unas horas. Tea-Bag y Tanja desaparecieron. «Tengo que solucionar esto», pensó. «No sé dónde me he metido, no sé qué responsabilidad tengo realmente. Pero me he quedado atrapado en esto como cuando se queda atrapado un pie en la vía férrea y tratamos de soltarlo mientras el tren se acerca de forma implacable.»

Intentó dormir. Constantemente le parecía ver a la mujer del pañuelo de seda azul claro sobre la cara. Además, Tea-Bag y Tanja remaban sobre un mar que tenía el mismo color que el pañuelo.

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