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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

Temerario II - El Trono de Jade (32 page)

BOOK: Temerario II - El Trono de Jade
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—Voy a volar.

Dio un salto y se elevó por los aires sin arnés ni acompañante, dejándolos a todos boquiabiertos. Laurence hizo un gesto involuntario de ir tras él, inútil y absurdo, y después dejó caer los brazos, arrepentido de haberse traicionado. Temerario estaba estirando las alas después de aquel largo confinamiento, nada más; al menos, eso se dijo a sí mismo. Estaba conmocionado y alarmado, pero eran sensaciones embotadas, pues el cansancio era como un gran peso que amortiguaba todas las demás emociones.

—Lleva usted tres días en cubierta —le dijo Granby, y le condujo con sumo cuidado hacia abajo. Laurence tenía los dedos torpes e hinchados, y no quería agarrarse a los pasamanos de la escalera. Granby le asió del brazo una vez en que estuvo a punto de resbalar, y Laurence no pudo reprimir un grito: había una línea dolorida y palpitante donde el primer golpe de la palanca le había alcanzado el antebrazo.

Granby quiso llevarle al cirujano enseguida, pero Laurence se negó:

—Sólo es una magulladura, John, y preferiría llamar la atención lo menos posible —pero entonces no tuvo más remedio que explicar el porqué, y cuando Granby le presionó toda la historia salió a la luz, aunque de forma deslavazada.

—¡Laurence, esto es un ultraje! Ese tipo trató de matarle. Tenemos que hacer algo —dijo Granby.

—Sí —respondió Laurence sin pensar, mientras se subía a la hamaca. Los ojos ya se le estaban cerrando. Fue vagamente consciente de que alguien le ponía una manta encima y de que la luz se apagaba. Después, nada.

Se despertó con la cabeza más despejada y el cuerpo casi igual de dolorido, y saltó de la cama enseguida: la línea de flotación de la
Allegiance
estaba lo bastante baja como para al menos deducir que Temerario había vuelto. Ahora que la fatiga que le embotaba había desaparecido, Laurence estaba plenamente consciente, lo bastante para sentir inquietud. Al salir del camarote con esta preocupación, casi se tropezó con Willoughby, uno de los encargados del arnés, que estaba durmiendo tumbado delante de su puerta.

—¿Qué está haciendo? —le preguntó Laurence.

—El señor Granby nos ha organizado para montar guardia, señor —contestó el joven mientras bostezaba y se frotaba la cara—. ¿Va a subir a la cubierta ahora?

Laurence protestó en vano. Willoughby, con el celo de un perro pastor, le siguió todo el camino hasta la cubierta de dragones. Temerario se puso alerta en cuanto los vio, se incorporó en el sitio y empujó a Laurence hasta el refugio que formaba su cuerpo, mientras que el resto de los aviadores cerraba filas detrás de él: era evidente que Granby no había guardado el secreto.

—¿Estás malherido? —Temerario lo olfateó entero, asomando la lengua para asegurarse.

—Me encuentro perfectamente, de verdad, no es nada más que un moratón en el brazo —dijo Laurence, intentando apartar al dragón. Aunque en su interior no pudo evitar alegrarse al ver que el arrebato de Temerario había remitido, al menos por el momento.

Granby se coló dentro de la curva que formaba el cuerpo de Temerario y, sin dar ninguna muestra de arrepentimiento, ignoró la mirada gélida de Laurence.

—No —Laurence vaciló unos segundos y después admitió a regañadientes—: Éste no ha sido el primer intento. En su momento no le di ninguna importancia, pero ahora estoy casi seguro de que intentó tirarme a propósito por la escotilla de proa el día de la cena de Año Nuevo.

Temerario soltó un gruñido, y a duras penas se contuvo para no clavar las garras en la cubierta, que ya tenía profundas muescas por sus arañazos durante la tormenta.

—Me alegro de que cayera por la borda —dijo con voz venenosa—. Espero que se lo hayan comido los tiburones.

—Pues yo no me alegro —repuso Granby—. Eso hará que sea mucho más difícil conocer su móvil.

—No pudo ser nada de índole personal —replicó Laurence—. No llegué a cruzar ni diez palabras con él, y aunque lo hubiese hecho no me habría entendido. Me imagino que a lo mejor se volvió loco —añadió sin convicción.

—Dos veces, y una en mitad de un tifón —le refutó Granby en tono desdeñoso, desechando la sugerencia—. No, eso no me convence. Por mi parte, estoy seguro de que debió recibir órdenes, lo que significa que lo más probable es que su príncipe esté detrás de todo esto, o en todo caso algún otro de esos chinos. Lo mejor será que lo averigüemos de inmediato, antes de que lo intenten otra vez.

Temerario apoyó esta moción con gran energía, y Laurence respiró hondo y suspiró.

—Mejor será que le diga a Hammond que venga a mi camarote y le cuente esto en privado —contemporizó—. Quizás a él se le ocurra qué motivos pueden tener, y en cualquier caso necesitaremos su ayuda para interrogarlos.

Cuando se reunió con él bajo cubierta, Hammond escuchó las noticias con visible y creciente alarma, pero sus ideas eran bien distintas.

—¿En serio me propone que interroguemos al hermano del emperador y a su séquito como si fueran una banda de vulgares criminales, que les acusemos de conspiración para asesinar, que les pidamos coartadas y pruebas…? Es mejor que le prenda fuego a la santabárbara y barrene el barco. Nuestra misión tendrá las mismas probabilidades de éxito así que de la otra manera. No, rectifico, más probabilidades. Al menos, si estamos todos muertos y en el fondo del mar, no habrá motivo para un conflicto.

—Bueno, ¿y qué propone usted? ¿Que nos quedemos aquí sentados y les sonriamos hasta que consigan asesinar a Laurence? —le preguntó Granby, cada vez más furioso—. Supongo que a usted le vendría de perlas: una persona menos para ponerle pegas cuando les entregue a Temerario, y la Fuerza Aérea que se vaya al diablo, porque a usted le da igual, ¿no?

Hammond se volvió para encararse con Granby.

—Mi primera preocupación es mi país, antes que ningún hombre o ningún dragón, y también debería ser la suya si tuviera un mínimo sentido del deber…

—Ya basta, caballeros —les cortó Laurence—. Nuestro primer deber es establecer una paz firme con China, y nuestra primera esperanza debe ser conseguirla sin perder el poder de Temerario. Esos dos puntos no admiten discusión.

—Pues esa forma de actuar no beneficiará a ninguno de dichos puntos —le espetó Hammond—. Si consigue encontrar alguna prueba, ¿qué podríamos hacer después? ¿Cree que podemos encadenar y encerrar al príncipe Yongxing? —Hammond hizo una pausa para poner en orden sus ideas—. No veo motivo ni prueba alguna para sugerir que Feng Li no estuviera actuando solo. Dice usted que el primer ataque se produjo después de Año Nuevo: tal vez le ofendió en la fiesta sin saberlo. A lo mejor era un fanático al que le indignaba ver que Temerario estaba en su poder, o simplemente un chiflado. O quizá se equivoca usted de medio a medio. De hecho, me parece lo más verosímil. Ambos incidentes se produjeron en circunstancias de gran confusión: el primero, bajo la influencia de la bebida, y el segundo en plena tormenta…

—¡Por los clavos de Cristo! —le interrumpió Granby en tono grosero, lo que provocó que Hammond le mirara de hito en hito—. ¡Y Feng Li empujó a Laurence por la escotilla y trató de abrirle la cabeza porque tenía motivos para hacerlo, claro!

El propio Laurence se había quedado momentáneamente sin habla ante la ofensiva insinuación de Hammond.

—Si alguna de sus suposiciones es cierta, señor, la investigación lo demostrará así. Si Feng Li era un demente o un fanático, seguro que no pudo ocultárselo a sus compatriotas, aunque nosotros no lo supiéramos. Y si le ofendí en algo, sin duda le habría hablado a alguien de ello.

—Y para que la investigación determine todo eso, lo único que hace falta es insultar gravísimamente al hermano del emperador, el mismo que puede decidir nuestro éxito o nuestro fracaso en Pekín —dijo Hammond—. No sólo no le voy a apoyar, caballero, sino que lo prohíbo tajantemente. Y si intenta seguir adelante con esa idea tan insensata y desacertada, haré todo lo que pueda para convencer al capitán de este barco de que su deber para con el rey es encerrarle a usted.

Esto, como es natural, puso punto final a la discusión, al menos por lo que se refería a Hammond, pero Granby volvió después de cerrar la puerta a su espalda con más fuerza de la que era estrictamente necesaria.

—Creo que en la vida había tenido tantas tentaciones de aplastarle la nariz a alguien. Laurence, si le llevamos a esos chinos, Temerario puede traducirnos lo que digan.

Laurence meneó la cabeza y se acercó a por el decantador. Estaba alterado y lo sabía. No confiaba en su propio juicio, al menos de momento. Le sirvió una copa a Granby, cogió la suya de la taquilla y se sentó mientras bebía y contemplaba el océano. Había una marejada constante y oscura de poco más de metro y medio que rompía contra el costado de babor.

Por fin, dejó la copa.

—No. Me temo que tendremos que pensarlo mejor, John. Aunque no me gusta nada la forma de expresarlo de Hammond, no puedo decir que esté equivocado. Piense en ello: si ofendemos a Yongxing y al emperador con una investigación de ese tipo, y sin embargo no encontramos pruebas o, peor aún, ninguna explicación racional…

—… ya podemos decir adiós a cualquier posibilidad de conservar a Temerario —completó Granby con resignación—. Supongo que lleva razón. Tendremos que aguantarnos por ahora, ¡pero no me gusta nada!

El dragón se tomó aún peor aquella decisión.

—No me importa si no tenemos pruebas —replicó enfadado—. No voy a quedarme sentado y esperar a que te mate. La próxima vez que suba a cubierta, seré yo quien le mate
a él,
y todo resuelto.

—¡No, Temerario, no puedes hacer eso! —dijo Laurence, horrorizado.

—Estoy seguro de que sí puedo —discrepó el dragón—. Supongo que a lo mejor no vuelve a salir al puente —añadió, pensativo—. En ese caso, puedo abrir un agujero en las ventanas de popa y llegar hasta él. O podemos tirarle una bomba.

—No
debes
hacer eso —se corrigió Laurence—. Aunque tuviéramos pruebas, no podemos actuar contra él. Si lo hacemos, nos declararán la guerra inmediatamente.

—Si es tan terrible matarle a él, ¿por qué no es tan terrible que él te mate
a ti?
—quiso saber Temerario—. ¿Por qué a él no le da miedo que le declaremos la guerra?

—Sin pruebas contundentes, estoy seguro de que el gobierno no tomaría esa medida —contestó Laurence. En realidad, tenía la certeza de que el gobierno no declararía la guerra ni siquiera con pruebas, pero presentía que aquél no era un buen argumento en aquel preciso instante.

—Pero no nos permiten conseguir pruebas —dijo Temerario—. Y tampoco se me permite matarle, y además se supone que tenemos que ser educados con él, y todo en nombre del gobierno. ¡Estoy harto de ese gobierno al que nunca he visto, que siempre insiste en que haga cosas desagradables y que no le hace ningún bien a nadie!

—Dejando la política aparte, no podemos estar seguros de que el príncipe Yongxing tuviera algo que ver con este asunto —terció Laurence—. Hay un sinfín de preguntas sin respuesta: por qué me querría ver muerto, por qué envió a un criado a hacerlo en vez de a uno de sus guardias. Al fin y al cabo, Feng Li podía tener algún motivo del que no sabemos nada. No podemos matar gente sin pruebas, basándonos sólo en sospechas; eso nos convertiría en asesinos. Después no te sentirías bien, te lo aseguro.

—Pues yo creo que sí —murmuró Temerario, y después agachó la cabeza con el ceño fruncido.

Para alivio de Laurence, Yongxing no volvió a salir al puente hasta pasados varios días del incidente, lo que sirvió para atemperar un poco la ira de Temerario. Cuando por fin reapareció, lo hizo sin alterar en nada su conducta habitual: saludó a Laurence con la misma cortesía fría y distante y le ofreció a Temerario otro recital de poesía. Tras un rato, y a pesar del propio dragón, captó su interés y consiguió que se olvidara de acribillarle con miradas hostiles. Al fin y al cabo, Temerario no era de natural rencoroso. En cualquier caso, si Yongxing tenía algún sentimiento de culpa, lo disimulaba muy bien, y Laurence empezó a cuestionarse sus propias opiniones.

—Es posible que esté equivocado —les confesó a Granby y a Temerario sin la menor alegría, cuando Yongxing bajó de la cubierta—. No consigo recordar bien los detalles, y la verdad es que estaba aturdido por culpa del cansancio. A lo mejor ese pobre tipo sólo intentaba ayudarme y yo estoy haciendo una montaña de un grano de arena. A cada rato que pasa me parece más descabellado que el hermano del emperador de China intentase asesinarme, como si yo supusiera una amenaza para él. Es absurdo. Tendré que acabar dándole la razón a Hammond cuando me llamó loco y borracho.

—Pues yo no pienso llamarle ninguna de las dos cosas —insistió Granby—. Yo tampoco le encuentro lógica, pero la idea de que Feng Li quiso abrirle la cabeza porque le dio una ventolera tampoco me sirve. Tendremos que seguir montando guardia para protegerle y esperar que ese príncipe no demuestre que Hammond está equivocado.

Capítulo 10

Pasaron casi tres semanas más, que transcurrieron sin ningún incidente, antes de avistar la isla de Nueva Ámsterdam. Temerario se puso muy contento al ver las manadas de focas relucientes; la mayoría holgazaneaba en las playas, tomando el sol, y las más activas se acercaban al barco para retozar siguiendo su estela. No tenían miedo a los marineros, ni siquiera a los infantes de marina que tenían tendencia a usarlas como blancos para practicar puntería, pero cuando Temerario se tiró al mar, desaparecieron al instante, e incluso las que estaban en la playa se alejaron del agua.

Contrariado por aquella deserción, Temerario nadó en círculos alrededor de la nave y después volvió a trepar a bordo. Con la práctica, la maniobra cada vez se le daba mejor, y ahora la
Allegiance
apenas se balanceaba. Las focas regresaron poco a poco; no parecía molestarlas que el dragón agachara el cuello para mirarlas de cerca, aunque se sumergían en las profundidades si metía la cabeza demasiado en el agua.

La tormenta los había desviado hacia el sur casi hasta los 40º de latitud, y habían perdido también casi todo su avance hacia el este, lo cual suponía una pérdida de más de una semana de navegación.

—La única ventaja es que creo que el monzón ha empezado por fin —dijo Riley, consultando a Laurence sobre los mapas—. Desde aquí, podemos ir directamente a las Indias Orientales holandesas. Estaremos al menos un mes y medio sin tocar tierra, pero ya he enviado los botes a la isla, y con unos cuantos días de cazar focas para ampliar nuestras provisiones nos debería bastar.

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