«Nuevo»
—Oh mi señor don Guzmán, excelente es la duda cuando se trata de certificar lo que ya poseemos, mas puede ser nefasta si nos impide ir en pos de lo que carecemos; —¿Serás tan cascafrenos de tragarte esa sarta de embustes?; —No, sino que tendré la prudencia, sin ilusiones, de someter cuanto he escuchado a duras pruebas: las mismas que usted exige; mas ved las cosas a mi modo, don Guzmán; si el nuevo mundo no existe, nada habremos perdido; mas si, por casualidad, existiera, todo lo ganaremos; ah, mi querido amigo; yo no volveré a dormir tranquilo pensando que las riquezas enumeradas por ese joven viajero puedan existir, y esperar durante siglos, desperdiciadas, sin que mi mano las tome y encauce a su verdadero propósito, que no es el adorno de ídolos, sino el comercio, las artes, la prosperidad, el cambio… ¿Se apercibió usted de la sencillez con que se despojan esos naturales de sus alhajas a cambio de un espejo o unas tijeras? Mi señor don Guzmán: estos viejos ojos y estas débiles orejas no han visto ni entendido mejor negocio…
«Más allá»
—Azucena, Lolilia, si les digo que cuanto cuelga, sabe y huele viene de otra parte, hasta el rosario de las devociones, que viene de Siria, oh, yo lo desgranaré, yo lo tendré todo, guiada por mi hombrecico, fuera de aquí, lejos de este maldito claustro de la muerte, yo renazco, yo vivo, yo que sólo he anhelado un jardín de jazmines y mosquetes, yo que sólo he pedido que vengan los pastores con sus flautas y rebaños debajo de mis ventanas, yo que llegué de la brumosa Anglia en busca de la tierra del sol y sus naranjos, y en vez me encontré con un llano de jaramagos, mi carne punzada por las ortigas y los cardos, ahora tendré el más vasto jardín del mundo a mis pies, la tierra libre, la tierra nueva, sin las cargas y crímenes y prohibiciones de esta maldita meseta a donde me mandaron mis tíos ingleses, oh, Don Juan, el placer será de todos o de nadie, en la tierra libre la mujer, para serlo, no deberá vender su alma al diablo, oh, le ganaré al mismo demonio, le venderé mi alma por segunda vez, al cabo él lleva mal las cuentas, tal es su afán de adueñarse de las almas, que las compra una. y dos y mil veces, engañaré al mismísimo coletudo, pues si al cabo, fregonas, estoy condenada, ¿qué pierdo?, y si engañándole, gano, gano nada menos que una segunda oportunidad: una segunda vida, en la segunda tierra, oh mis fregoncitas del alma mías, qué felicidad me habéis dado; —Ama, ama, recuerda que el diablo se niega a venir, a pesar de vuestras pociones y encantamientos y palabrejas, ya lo hemos probado todo, no pasa nada, dónde está el diablo, que no ha de ser este retacillo de hombre, esta raíz babeante, que a nadie inspira pavor, sino asco, y que mejor destino no tendría que hacer pareja con la zumbona Barbarica; —Ya lo sé, Azucena, Lolilla, va lo sé, ahora sí que lo sé, ya sé dónde anda el diablo…
«Del océano»
fuera, fuera, lejos de mi capilla, mi escondrijo de oruga, quédense con todo, el palacio, el servicio, la tierra, todo menos este lugar, mis muertos, mis escaleras, mi cuadro, mi alcoba, mi nido, mi angustia, exterminar la idolatría, sí, lo prometí, se lo dicté a Guzmán, y lo que está escrito, permanece y es, pero cómo iba a saber que había más paganos en el mundo, el mundo estaba ceñido, sus fronteras circunscritas, acorralados, vencidos, conocidos los herejes e idólatras, sí, mueran los idólatras por mi mano y me será perdonado el perdón que otorgué a los herejes, el verdadero perdón, no el de mis actos evanescentes en campos de Flandes, sino el de mis palabras eternas en este' claustro final: ¿quién recordará un solo acto que no haya quedado escrito?, ¿será la necesidad de exterminar idólatras en el mundo nuevo el precio para perdonar herejes en el mundo viejo?, pero ese agustino, ese hombre con cabeza de calavera, acaba de decirme lo contrario, la misma ley para todos, exterminio para todos, judíos, árabes, idólatras, herejes, y si no es así, ¿deberá ser de la manera exactamente opuesta?, ¿perdón para todos, los de allá y los de acá?, oh, nononono, nada salvaré así, si el mundo nuevo existe, debe ser destruido, porque jamás he escuchado razón que tan ferozmente se burle de la mía: un mundo, dijo ese muchacho, un mundo en el que el orden natural debe ser recreado cada día, pues su vida depende del sol y la noche y el sacrificio; un mundo que perece con cada crepúsculo y debe ser reconstruido cada aurora; nononono; el fin de mi mundo, fijado para siempre, para siempre ordenado por el poder el crimen la herencia mi mundo igual a mi palacio el nuevo mundo lo más disimilar: lo otro, lo incomprensible, lo proliferante, flor de un día, muerte cada noche, resurrección cada mañana, lo mismo que vi en el espejo al ascender las escaleras, todo cambia, nada muere totalmente, nada se desperdicia, todo resucita transformado, todo se alimenta de todo, la extinción es imposible, todo se repite, oh mis teoremas, oh mis filosofías, quedaría desnudo, vencido, en verdad vencido, pues cuanto yo ofrezco al mundo para que el mundo diga no puedo pagarte, has ganado, tu extinción es mi derrota, yo seguiré viviendo, tú has logrado extinguirte, me has matado pues al morir tú yo muero para ti, pues al morir tú nada puedo convocar que tu lugar ocupe, nada es si ahora un vil mozo me ofrece un mundo entero, un nuevo mundo, Dios mío, ¿con qué pagaría yo semejante ofrenda, con que retribuiría don semejante?, ¿con qué llenaría el espacio del mundo nuevo?, ¿cuántos crímenes, amores, afanes, batallas, persecuciones, sueños y pesadillas no debería vivir de vuelta antes de poder llegar, otra vez, a esta concentración de temblorosa aguja que es mi existir entero? Oh Señor mío que me escuchas, dime por fin la verdad: ¿si conquisto al mundo nuevo, no lo conquistaré, seré conquistado?
«Del otro lado»
—Puesto que el hombre ha observado el orden de los cielos, Tori— bio, cuándo se mueven, hacia dónde se dirigen y con qué medidas, y lo que producen, ¿podrías negar que el hombre posee, por así decirlo, un genio comparable al del autor de los cielos?; —No, Julián, me limitaría a decir que de alguna manera, el hombre podría fabricar los cielos, si sólo pudiese obtener los instrumentos y los materiales divinos; —Yo me contentaría con fabricar un mundo nuevo con materiales humanos; —No lo dudes, fratre, pues todo es posible, nada debe ser desechado, la naturaleza y en particular la naturaleza humana contiene todos y cada uno de los niveles de lo existente, desde lo divino hasta lo diabólico, desde lo bestial hasta lo místico; nada es increíble; las posibilidades que negamos son sólo las posibilidades que desconocemos …
«Del mar»
—¿Negocio para quién, vejete? Yo te lo diré: para el Señor, para su caudal, que no para el nuestro, y así este mundo nuevo, una vez más, aplazará nuestro seguro ascenso, y a potestad señorial, con más vigor que antes, seguirá ciñiéndonos; —Ay don Guzmán, ¿tanto des-confías de mis argucias?; mira alrededor tuyo; mira a los príncipes, los monjes, el palacio, mira a la religión misma; ¿cuál es su sello común?; la improductividad; pues así como los monjes no producen hijos, el Señor no produce riqueza; no puede, es contrario a la razón más profunda de su existir; si cuanto de él sé por mi cuenta y cuanto de él tú me has contado, cierto es, entonces cierto es también que su rango, su poder, su culto, no dependen de la adquisición sino de la pérdida; la dinastía del Señor confunde honor con pérdida, gloria con pérdida, rango con pérdida, poder con pérdida, como la urraca que, sin provecho para nadie, roba y esconde en estéril nido cuanto brilla ante su mirada; mirad de cerca, don Guzmán, reflexionad seriamente sobre cuanto hemos oído y lo que ahora os digo, y encontraréis una espantable semejanza entre las razones que animan al Señor y las que rigen la vida del mundo nuevo: el poder es un desafío fundado en la ofrenda de algo para lo cual no existe contrapartida posible; desafío, digo, pues mayor es el poder de quien acaba por tener algo que nada es; al cabo, la pérdida; al cabo, la muerte; al cabo, el sacrificio: sacrificio, muerte y pérdida de los demás, mientras ello es posible: y si resulta imposible, entonces sacrificio, muerte y pérdida de uno mismo. Mi solución es muy sencilla; a estas prácticas negativas opongo la muy positiva tarea de cambiar para adquirir; a la pérdida, opongo la adquisición. ¿Quiere el Señor terminar su palacio de la muerte?; habéis visto que debió acudir a mí para un préstamo; ¿quiere enviar una expedición a cerciorarse de la existencia o inexistencia de un mundo nuevo?; deberá acudir a nosotros, los armadores, los comerciantes de víveres, los fabricantes de armas; ¿quiere colonizar tierras nuevas?; deberá acudir a hombres como usted, don Guzmán, y a toda la ralea de este palacio, y a los picaros de las ciudades, y a los nobles empobrecidos; el mundo nuevo será nuestro, de nuestros brazos y de nuestras cabezas, y seremos pagados por nuestros esfuerzos con el oro y las perlas que pasarán de manos de los naturales a las nuestras, que bien nos cuidaremos de reservarle un quinto real al Señor, y de cobrarle anticipadamente sus deudas, y de contentarle, y de engañarle; sí; —Bah, tú también sueñas, vejestorio; en malahora te abrí las puertas de este palacio; sueñas; exista o no ese mundo nuevo, el Señor ha decretado su inexistencia; tú lo oíste: —Un papel no detendrá a la historia; —Él así lo cree; sólo existe lo que queda escrito; —Con papel le venceremos, pues; encuéntreme usted pluma, tinta y pergaminos, y esta misma noche saldrán mis cartas a asentistas y navegantes de Genova y Oporto, Amberes y Danzigo; el rumor se esparcirá…
«Existe»
—El diablo, sí, Azucena, Lolilla, el diablo existe, lo sé, mas no en un solo cuerpo, el de un sabio y royente y pelraso mur, ni en dos, el del ratón que se le metió en las carnes a Don Juan y así lo animó, no, mirad, mis dueñas, mirad ese cuerpo de retazos reales que con alcoraque y goma arábiga he formado sobre mi lecho, miradlo, los ojos de uno, la canilla de otra, las orejas de éste, las manos de aquélla, igual es el diablo, ya lo conozco, es un alma, vive aquí, con nosotras, componedlo como yo compuse este cuerpo monstruoso: componed el alma del diablo con parcelas del alma del Señor, su Madre, la enana, Guzmán, Julián, el fraile estrellero, el Cronista, los obreros, Don Juan, el bobo, este peregrino del cual me habláis, la hembra de los labios tatuados, el ciego flautista de Aragón, vos mismas, yo misma: juntad vuestras almas, revolvedlas en olla alumbrada, y sin necesidad de añadir benjuí o acíbar, conoceréis el alma del diablo; —Su pasión, su sueño; —¡Ay mi ama! ¿Quién habló?: —Su terror, su cólera, su mortalidad, su inocencia; —; Ay que me zurro del miedo!: —Su gula, su rebelión, su anhelo, su miseria, su necedad, su sabiduría; —¡Ay la voz de ultratumba, Lolilla!; —¡Ay que las arenas hablan, Azucena!; —Su insatisfacción, su servidumbre, su grandeza; —Óiganlo, mis fregoncitas, habla, óiganlo, él sabe; —Su afán de dejar huella de su paso por el mundo; pobrecito, todo esto es el diablo; — -Habla, fregonas, el rábano convirtióse en boca, habla mi hombrecillo; —Y por ser todo esto nosotros mismos, intenta seducirnos, pactar con nosotros, completarse con nosotros; —¡Ay que me viene la pasacólica!; — -Jugar, amar, llorar, reír, combatir, soñar, herir, matar, morir y renacer con nosotros; —¡Ay guayosa de mí, que sabe hablar el nabito!; —Y nada de esto es Dios, sino perfección eterna, cualidad sin contradicción, unidad sin oposición; —¡Ay que habla el dominguillo!; —Y por esto, amándonos, nos odia; —¡Ay que me da la carcoma!; —Y por esto, convocándonos, nos desdeña; —¡Ay puta injuina de mí, ver para creer!; —Dios nos pide ir hacia él, el diablo viene a nosotros: es nosotros, nuestro más ferviente, secreto y compasivo aliado; —¡Ay Azucena!; —¡Ay Lolilla!; —¡Ay Santo Tomás!; —¡Ver para creer!
«Un mundo»
mi marido, mi rey, sal ya, no te escondas, mira que ya se fueron todos, ya no queda nadie más que yo, tu Barbarica, tu reinecita, tu retacito de hembra, no me sigas negando tu dinguilindón sabroso, sal de tu escondite, no me estropees mi noche de bodas, ¿dónde te me fuiste?, ven, regresa a mí, mira que mucho sé para compensar mis defectos, mira que hondo y caliente es mi cufro, mira que mucho amor te tengo.— . . y si no vienes a mí, maldito, que se te inflen las rodillas, se te enrojezcan los párpados, se te enverdezca la tez, se te pudra la sangre, se te caiga el tencón, y si te aventuras lejos sin mí, que todos te griten: «¡Maricón!»…
«Nuevo»
dímelo tú, azor, sañudo azor, mi bello halcón, ¿qué debo hacer? tú que eres mi único fiel, mi verdadero confesor y no ese fraile Julián que de tal hace las veces aquí, tú, azor, dímelo; cual topo he roído los cimientos del poder del Señor, con paciencia he preparado la intriga, de lejos me viene el rencor, no estoy con nadie, pero sé que del mucho desorden saldrá un nuevo orden, a mí favorable, sea cual sea el resultado, pues si triunfa el Señor, recordará en mí a un consejero prudente que a tiempo le hizo notar los peligros que le rodeaban, y si triunfan sus plurales enemigos —las ciudades, los mercaderes, los obreros— en mí reconocerán a un parcial que, desde adentro, preparó el camino para la rebelión, y a ella le abrió las puertas; no contaba con esta nueva: una tierra allende el gran océano, una segunda oportunidad para el Señor y su casa, Aún no, Aún no, ahora sí, ahora, si el señor extiende sus dominios, sobrevivirá, se adueñará de las fabulosas riquezas vistas por ese mozo, de nadie será deudor, y yo, nuevamente, ahora quizás para siempre, volveré a serlo de su ruin dinastía: Don Nadie; pero si ese mundo nuevo existe, azor, si el usurero tiene razón, entonces, ¿podría yo quedar fuera de la empresa de descubrirlo, conquistarlo y colonizarlo?, ¿me quedaría para siempre, ya sin oportunidades, al servicio del Señor, su fámulo, el aburrido escucha de sus necedades místicas, para siempre?, ¿otros ganarán la fama y la fortuna por las cuales tanto me he esforzado?, el nuevo mundo, el mundo nuevo, ¿quién lo ganará, si existe?, ¿este Señor sin arrestos, pusilánime, enfermo, cuyas plantas, lo juro, exista o no la tierra nueva, nunca la pisarán, nunca se expondrá su débil cuerpo a las fatigas y terrores del escorbuto, los sargazos, los leviatanes, las niguas, las fiebres, el combate cuerpo a cuerpo? El mundo nuevo, azor, gallardo azor, ¿sabrían ganarlo mis brazos, junto con todos los tesoros que encierra? ¿Guzmán, Don Nadie, el hombre nuevo, decidido, activo, aligerado de taras mórbidas y morbosas angustias, yo, una empresa a la altura de mi energía individual, yo, yo, yo? El mundo nuevo; si existiese, azor, ¿podría yo quedar fuera de él?; oh, azor, empiezo a creer que no sólo existe, sino que debe existir para mí, para la gente como yo, para demostrar allí, en esas selvas, esos mares, esos ríos, esas llanuras, esas montañas, esos templos, que el universo pertenecerá a la acción, y no a la contemplación, al esfuerzo, y no a la herencia, al azar, y no a la fatalidad, al progreso, y no a la fijeza; a mí, y no al Señor; oh mi falconcete, amigo mío, hermoso azor, ¿sueño yo también?, ¿derrotaré a Felipillo aquí y allá?; sí, obraré en su nombre, de palabra, y en el mío, de hecho; le escribiré largas cartas de relación, creerá que él es el soberano de las tierras que jamás conocerá, creerá en lo que queda escrito, oh azor, empiezo a arder en deseos de cruzar el gran mar, plantar mi espada en la ardiente ribera del nuevo mundo, quemar los templos, derrumbar los ídolos, sojuzgar a los idólatras: grandes hazañas nos esperan, azorcillo, pues tú viajarás conmigo., mi brazo será tu percha, y como tú vuelas, cual saeta, a trabar tu presa, así caeré yo, cual maldición, sobre los tesoros de las tierras nuevas; y entonces, azor, y entonces… ¿qué dijo ese peregrino?, una playa, una playa de perlas, con qué conquistar los favores de la dama más inalcanzable y fría, noble y desdeñosa, bañarla de perlas, de oro, de esmeraldas, hacerla mía, mis hazañas, la Señora, el mundo nuevo, conquistada la tierra, conquistada la mujer, azor…