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Authors: Lincoln Child

Tags: #Aventuras, Intriga

Tormenta (8 page)

BOOK: Tormenta
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Se apartó con la doctora Bishop para preguntarle:

—¿Que le parece?

—Tenía la esperanza de que me lo dijera usted, que es el experto —contestó ella.

—No soy ningún experto. Solo soy un médico que pide la colaboración de otro médico.

La única respuesta de Bishop fue mirarlo. Crane sintió que su ira brotaba con más fuerza que antes. Le indignaba aquel inexplicable secretismo, la intromisión del comandante Korolis y, sobre todo, la actitud desapegada y resentida de la doctora Bishop. Pero ya le bajaría los humos. Iba a enseñarle lo que sabía.

Cerró la tablilla con un golpe seco.

—Doctora, ¿han realizado test de anticuerpos a la paciente?

Bishop asintió con la cabeza.

—Hepatitis viral A y B, sulfatido, IgM… Todo negativo.

—Estudios de conducción motora?

—Normal en ambos hemisferios.

—¿Factor reumatoide?

—Positivo. Ochenta y ocho unidades por milímetro.

Crane se quedó callado. Eran las mismas pruebas que habría hecho el.

—Tampoco había historial de artralgia, anorexia o fenómeno de Raynaud —añadió ella voluntariamente.

Crane la miró con cara de sorpresa. No era posible que se le hubiese ocurrido la misma y peregrina conclusión. ¿O si?

Decidió ponerla en evidencia.

—El deterioro incipiente de los músculos de la mano podría indicar siringomielia. La pérdida de sensibilidad en la parte superior del tronco también.

—Pero no hay rigidez en las piernas —contestó ella enseguida—, y la disfunción medular es insignificante. No es siringomielia.

Crane cada vez estaba más sorprendido por la profundidad de la técnica de diagnóstico de su colega, pero en algún momento fallaría.

≪Ha llegado el momento de poner las cartas encima de la mesa≫, pensó.

—¿Y los defectos sensoriales? ¿Y la neuropatía? ¿Se ha fijado en las amígdalas?

Bishop seguía mirándolo, impasible.

—Si, me he fijado en las amígdalas. Están hinchadas y amarillentas.

Hubo un momento de silencio.

En las facciones de Bishop se insinuó una sonrisa.

—Pero doctor —dijo—, ¿no estará diagnosticándole la enfermedad de Tangier?

Crane se quedó de piedra. Después, muy lentamente, empezó a relajarse. A el también se le escapaba la sonrisa.

—Pues la verdad es que si —dijo, un poco avergonzado.

—La enfermedad de Tangier… !Vaya, ahora resultara que en Deep Storm hay un centenar de enfermedades genéticas raras!

Por una vez, el comentario estaba exento de malicia y de reproche, al menos que notara Crane. Hasta la sonrisa le pareció sincera.

Justo entonces se dispararon varias alarmas rápidas y penetrantes que se sobrepusieron a la pieza clásica del hilo musical; en el pasillo se encendió una luz naranja.

La sonrisa de Bishop desapareció.

—Código naranja —dijo.

—¿Que?

—Emergencia médico-psiquiátrica. Vamos.

Ya corría hacia la puerta.

10

Bishop pasó por recepción el tiempo justo para coger una radio.

—Avisa a Corbett! —le dijo a la enfermera de detrás del mostrador.

Salió del centro médico y corrió por el pasillo hacia Times Square, con Crane pisándole los talones.

Mientras corría introdujo un código en la radio y buscó por las frecuencias.

—Aquí la doctora Bishop. Solicito localización del código naranja.

La respuesta tardó un poco en llegar, a través del intercomunicador.

—Localización del código naranja: planta cinco, hangar de reparación de vehículos.

Al lado del bar había un ascensor abierto. Entraron. Bishop pulsó el botón inferior del panel, el siete.

Volvió a acercarse la radio a los labios.

—Solicitando características de la emergencia.

Otro graznido.

—Incidente código cinco dos dos.

—¿Que significa? —preguntó Crane.

Bishop lo miró fugazmente.

—Psicosis florida.

Se abrieron las puertas. Crane siguió a la doctora hasta una confluencia de pasillos muy iluminada. Eran tres, cada uno procedente de una dirección distinta. Bishop se metió por el que tenían delante.

—¿Y el equipo médico? —preguntó Crane.

—En la cuarta planta hay una enfermería provisional. Si hace falta pasaremos a buscar material.

Crane observo que la séptima planta era más opresiva que las que había visto, con pasillos más estrechos y menos espacio en los compartimientos. La gente que se cruzaba con ellos llevaba bata o mono. Se acordó de que era la planta donde estaban la sección científica y el centro informático. A pesar del silbido del aire acondicionado, olía mucho a desinfectante, ozono y aparatos electrónicos calientes.

Llegaron a otra bifurcación. Bishop corrió hacia la derecha. >Cuando Crane miró al frente, vio algo inesperado: que el pasillo se ensanchaba de golpe y terminaba en una pared negra. Aparte de una compuerta estanca en el centro, la pared era lisa. La compuerta estaba vigilada por cuatro policías militares con fusiles. El quinto policía estaba sentado en una garita muy bien equipada. Sobre la compuerta había un gran piloto rojo, que en aquel momento estaba encendido.

—¿Que es? —preguntó, obedeciendo al impulso de correr más despacio.

—La Barrera —contestó Bishop.

—¿Como?

—El acceso a los niveles restringidos.

Al ver que se acercaban, dos de los policías militares se pusieron justo delante de la compuerta con los fusiles a la altura del pecho.

—Su autorización, señora —dijo uno.

Bishop se acercó a la garita. El quinto policía salió y le pasó un escáner muy grande por el antebrazo. Se oyó un pitido estridente.

El policía miró la pantallita LED de encima del escáner.

—No esta autorizada.

—Soy Michelle Bishop, directora del centro médico del Complejo. Estoy autorizada para acceder a las plantas cuatro, cinco y seis en caso de emergencia. Pruebe otra vez.

El policía entro en la garita, consultó un monitor y salió después de un rato.

—De acuerdo. Pase. Al otro lado hay alguien de seguridad que la acompañara.

Bishop camino hacia la compuerta. Crane la siguió, pero los vigilantes le cerraron el paso. El policía del escáner se acercó y se lo deslizo por el antebrazo.

—Este hombre tampoco esta autorizado —dijo.

Bishop volvió la cabeza.

—Es médico, asignado temporalmente al Complejo.

El policía se volvió hacia Crane.

—No puede seguir.

—Voy con la doctora Bishop —dijo Crane.

—Lo siento —dijo el policía con más dureza—. No puede seguir.

—Oiga —dijo Crane—, hay una urgencia medica y…

—Apártese de la Barrera, por favor.

El policía de la garita intercambio rápidas miradas con los demás.

—No puedo. Soy médico y colaborare en la urgencia tanto si le gusta como si no.

Crane volvió a avanzar.

Los hombres que vigilaban la Barrera levantaron inmediatamente los fusiles, mientras el policía del escáner se llevaba la mano al cinturón y sacaba la pistola reglamentaria.

— Abajo el arma, Ferrara! —dijo una voz grave desde la oscuridad de la garita—. Wegman, Price y los demás, descansad.

Los policías se apartaron, bajando sus armas con la misma rapidez con que las habían levantado. Al mirar hacia la garita, Crane vio que en realidad era la puerta que daba acceso a una sala mucho mayor, probablemente el control de la Barrera. Tenía una docena de pantallas empotradas en la pared, e infinidad de lucecitas que parpadeaban en la penumbra. Dentro, algo se acercó a la luz hasta exponerse a ella. Era un hombre ancho de hombros, con uniforme blanco de almirante. Tenía el pelo canoso y los ojos marrones. Miró a Crane, después a Bishop y nuevamente a Crane.

—Soy el almirante Spartan —dijo.

—Almirante Spartan —dijo Crane—, yo soy…

—Ya se quien es: la baza de Asher.

Crane asintió con la cabeza, por que no sabia que contestar.

Spartan volvió a mirar a Bishop.

—La urgencia es en el cinco, ¿verdad?

—Si, en el hangar de reparación de vehículos.

—Muy bien. —Spartan se volvió hacia el policía que se llamaba Ferrara—: Autorízale, pero solo para esta incidencia. Asegúrate de que vayan acompañados en todo momento por un hombre armado y que sigan un camino seguro hasta el lugar del incidente. Ocúpate personalmente, Ferrara.

El policía se cuadró e hizo un saludo militar.

—Señor, si, señor.

La mirada de Spartan se poso un momento en Crane. Después hizo una señal con la cabeza a Ferrara y volvió a desaparecer en la sala de control.

Ferrara entro en la garita y tecleo una serie de órdenes en una consola. Se oyó un zumbido. Después parpadearon varias lucecitas en el perímetro de la compuerta. El LED de encima de la Barrera se puso verde. Tras el ruido metálico de una cerradura de seguridad, y un silbido de descompresión, la compuerta se abrió. Ferrara dijo algo por un micrófono incorporado a la consola. Después indico a Bishop y a Crane que pasaran, y los siguió.

Al otro lado de la compuerta había una sala de unos cuatro metros de lado, con dos policías militares que se cuadraron. No había nada en las paredes, de color beis, ni ningún aparato aparte de un pequeño panel al lado de uno de los vigilantes. Crane vio que consistía en un simple lector de la palma de la mano, y en un mango revestido de goma.

Cerraron la compuerta. El policía militar puso una mano en el lector y la otra en el mango. Durante la lectura de su palma se encendió una luz roja. Después el policía giro el mango en el sentido de las agujas del reloj, y el estomago de Crane dio un vuelco cuando empezaron a bajar. En realidad no era una sala, sino un ascensor.

Pensó en el almirante Spartan. En el ejército había conocido a diversos altos oficiales, y a todos se les veía cómodos mandando, acostumbrados a que se les obedeciera de inmediato y sin cuestionamientos; aun así, a pesar de que solo le hubiera visto unos segundos, percibía algo ligeramente distinto en Spartan. Su aplomo era inusual, incluso para un almirante. Recordó su última mirada. Había algo inescrutable en sus ojos oscuros, como si nunca se pudiera adivinar del todo su siguiente movimiento.

El ascensor se paro con suavidad. Después de otro zumbido, y de otro ruido metálico de mecanismos de cierre, la compuerta fue abierta desde el exterior por otro grupo de policías militares armados.

—¿La doctora Bishop? —preguntó uno de ellos—. ¿El doctor Crane?

—Somos nosotros.

—Les acompañaremos al hangar de reparación. Síganme, por favor.

Se pusieron rápidamente en camino, entre dos parejas de vigilantes. El último del grupo era Ferrara, el hombre de Spartan. En circunstancias normales, a Crane le habría irritado tanta compañía, pero esta vez casi la agradeció. ≪Psicosis florida≫, había dicho Bishop. Significaba que era una persona gravemente trastornada, con delirios, y tal vez violenta. En casos así había que esforzarse por no perder la calma, inspirar confianza y tender puentes, aunque si se trataba de un paciente realmente fuera de control lo prioritario era reducirlo entre varias personas.

Pasaron ante una sucesión borrosa de laboratorios. La parte ≪restringida≫ del Complejo, como la llamaban, no parecía diferenciarse mucho de las plantas de arriba, al menos desde fuera. Se cruzaron con varias personas que corrían en sentido opuesto. A partir de cierto momento Crane oyó algo que le helo la sangre: los gritos de un hombre.

Se agacharon para cruzar una compuerta. De pronto estaban en una sala enorme. Crane, que en el poco tiempo que llevaba en el Complejo ya había perdido la costumbre de ver tanta amplitud, parpadeo. Parecía un taller de maquinaria y de reparación de robots sumergibles, los vehículos mencionados por Bishop.

Dentro se oían con más fuerza los gritos, auténticos y desgarradores aullidos. Cerca de la entrada había pequeños grupos de trabajadores retenidos por la policía militar, y más al fondo un cordón de soldados y policías militares que impedía el paso. Varios agentes hablaban por radio, mientras otros miraban fijamente un compartimiento de la pared del fondo. Era de donde salían los gritos.

Bishop avanzo, seguida de cerca por Crane y los de la policía militar. Al ver que se acercaban, uno de los integrantes del cordón salió a su encuentro.

—Doctora Bishop —dijo, haciéndose oír por encima de los gritos—, soy el teniente Travers. Estoy al mando de esta operación.

—Denos los detalles —dijo Crane.

Travers lo miró. Después miró a Bishop, que asintió ligeramente.

—Se llama Randall Waite y es operario de primera clase.

—¿Que ha ocurrido? —preguntó Crane.

—Nadie lo sabe muy bien. Parece que llevaba un par de días raro, muy callado, como si fuera otra persona. Justo antes del final del turno ha empezado a exteriorizarlo.

—A exteriorizarlo —repitió Bishop.

—Si, ha empezado a dar gritos y a ponerse como loco.

Crane miró hacia el origen de los gritos.

—¿Esta furioso? ¿Delira?

—Delirar si. Furioso no. Es más como si estuviera… no se, desesperado. Dice que quiere morir.

—Siga —dijo Crane.

—Algunos hombres han ido a ver si lo calmaban, y a preguntarle que pasaba. En ese momento, Waite ha pillado a uno de ellos.

Las cejas de Crane se arquearon de golpe. ≪Mierda. Esto se pone feo≫.

El noventa y nueve por ciento de las tentativas de suicidio eran un modo de llamar la atención y pedir ayuda; solían hacerse cortes en las muñecas, más que nada para impresionar. En cambio, con rehenes la cosa cambiaba radicalmente.

—Pero hay algo más —murmuro Travers—. Tiene una pastilla de C4 y un detonador.

—¿Que?

Asintió, cariacontecido.

La radio se encendió.

—Travers —dijo, poniéndola delante de la boca. Escucho un momento—. Vale. Esperad a que os de la señal.

—¿Que pasa? —preguntó Bishop.

Travers señaló una pared con la cabeza. Había una ventana de cristal ahumado que daba a una sala de control con vistas al hangar.

—Tenemos un tirador intentando conseguir un blanco claro.

—No! —dijo Crane. Respiro—. No. Primero quiero hablar con el.

Travers frunció el entrecejo.

—Pero no nos ha llamado para rebajar la tensión? —preguntó Crane.

—Desde entonces se ha puesto más nervioso. Además, cuando dimos la alerta no sabíamos lo del C4.

BOOK: Tormenta
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