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Authors: Laura Gallego García

Tríada (104 page)

BOOK: Tríada
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—Yo en tu lugar no volvería a hacer eso —dijo con calma.

Kimara cometió el error de mirarlo a los ojos, y un terror irracional la paralizó de pronto. Aquella mirada de hielo evocaba cosas oscuras, cosas que de ningún modo quería conocer. Deseó con todas sus fuerzas que él dejara de observarla de esa manera, pero no fue capaz de moverse siquiera.

Entonces, Christian se apartó de ella. Kimara gimió, y se dejó caer de rodillas sobre el suelo, temblando.

—Lo que suceda entre Jack y yo es cosa nuestra, Kimara —dijo Christian suavemente—. Te aconsejo que no te involucres, porque podrías salir malparada. —Hizo una pausa y continuó—: He visto que la luz de Victoria brilla en tu interior. Te ha entregado el don de la magia. Agradéceselo, porque ésta es la razón por la que te he perdonado la vida hoy.

Kimara no respondió; se quedó quieta, temblando, y, cuando Christian se hubo marchado, alzó la cabeza y sus ojos rojos brillaron de cólera.

—No me importa que sientas algo por Victoria, serpiente —siseó—. Mataste a Jack, y no te lo voy a perdonar. Juro que llegará el día en que acabaré contigo... con mis propias manos.

A partir de aquel día, Jack se atrevió a dejar sola a Victoria más a menudo. No porque no estuviera preocupado por ella, sino porque, simplemente, había entendido que Christian no se acercaría mientras él estuviera junto a la muchacha. Y después de todo lo que había sucedido, Jack sentía que el shek también tenía derecho a pasar algunos momentos con Victoria. Tanto si ella se recuperaba como si no... era importante que los tuviera a ambos a su lado.

De modo que de vez en cuando echaba a volar y se alejaba de la torre, y aprovechaba aquellos momentos para despejarse un poco y pensar. Intentaba darle vueltas al problema de la guerra entre los dioses, de lo que sucedería cuando las seis divinidades regresaran definitivamente a Idhún, pero, a pesar de las advertencias de los Oráculos, sentía que aquello era algo lejano y muy irreal. Al menos, mientras Victoria siguiera en aquel estado, mientras hubiera tantas posibilidades de perderla para siempre.

A veces se posaba cerca de alguna ciudad, en algún lugar alejado de la mirada de la gente, se transformaba de nuevo en humano y deambulaba por las calles, las plazas y los mercados. Nadie sabía quién era, nadie lo reconocía bajo su aspecto de muchacho. Así, Jack podía distraerse un poco y estirar las piernas, pero, sobre todo, enterarse de lo que pasaba en Nandelt.

En cierta ocasión, recorriendo el mercado de Kes, se quedó parado ante un puesto en el que relucían diversas joyas y abalorios.

—¿Pensando en algo especial para tu chica, joven amigo? —preguntó el comerciante, sonriendo.

Jack volvió a la realidad y trató de negar con la cabeza. Pero lo cierto era que se había quedado mirando un colgante con forma de lágrima de cristal. El vendedor detectó su interés.

—Una Lágrima de Unicornio —sonrió—. A los magos les encantan estos cristales. —Lo sé —asintió Jack—. Mi... —dudó antes de proseguir— mi novia tenía uno como éste. Pero creo que lo ha perdido.

No era capaz de recordar cómo, dónde ni cuándo había perdido Victoria la Lágrima de Unicornio que le había regalado Shail tanto tiempo atrás. Pero sí sabía que ya no la llevaba puesta. Se había (lado cuenta días atrás, cuando la contemplaba, tratando de grabar en su memoria cada pequeño rasgo de su rostro, para no olvidarlo nunca, por si llegara el momento en que tuviera que despedirse de ella para siempre.

El vendedor sonrió y desenganchó la cadena del soporte del que colgaba, para tendérsela a su posible cliente, con gesto hábil y experto; no en vano procedía de Nanetten, el reino de los comerciantes.

Jack retrocedió un paso.

—No... no tengo dinero para pagarla —dijo.

—Nadie tiene en estos días —respondió el vendedor, dirigiéndole una mirada suspicaz—. Hemos pasado una etapa de guerra, las cosas ya no son como eran antes. No es una novedad. Pero tal vez tengas algo que quieras dar a cambio de esto. Un trueque, ¿Eh? ¿Tienes algo para ofrecerme?

—Me temo que no —murmuró Jack, y se dio cuenta entonces de lo precaria de su situación; su única posesión era Domivat, y, desde luego, no pensaba dársela.

También tenía el colgante hexagonal que pendía de su cuello. No sabía si era o no valioso, pero tampoco quería deshacerse de él. Había sido un regalo de Victoria.

—Es muy barato —insistió el vendedor—. Antes estos colgantes se vendían mucho, pero los magos escasean cada vez más, y a nadie le interesan las Lágrimas de unicornio. En Nolir están dejando de fabricarlas, por lo que puede que esta que ves sea una de las últimas.

Jack miró de nuevo el colgante. El cristal era muy hermoso, centelleaba bajo la triple luz de los soles, que arrancaban una mágica irisación de sus múltiples facetas. Era mucho más bonito que el que había tenido Victoria.

«Tengo que regalárselo», pensó. Y se le ocurrió una idea.

Pidió al vendedor que se lo guardara durante un rato, asegurándole que no tardaría en volver; y cuando lo hizo, traía algo entre las manos.

—¿Qué es eso? —quiso saber el comerciante, receloso.

Jack se lo tendió. Era una especie de lámina dura, de color dorado. Antes de que el vendedor pudiera adivinar qué era, Jack dijo, con suavidad:

—Es una escama de dragón.

El vendedor lanzó una exclamación ahogada y se la arrebató de las manos.

—¿Es de oro?

—No lo creo —respondió el chico—. Es dorada, simplemente. Pero es auténtica.

Se habían acercado algunos curiosos para tratar de averiguar qué estaba pasando.

Ya no quedan dragones, muchacho. Estás tratando de engañarme.

—Eso no es del todo exacto. Queda un dragón, uno sólo, y es un dragón dorado. Todos saben que es el dragón de la profecía, que derrotó a Ashran y que ahora vive en la Torre de Kazlunn.

Habló con orgullo, y enseguida se arrepintió de no haberse mordido la lengua. Sin embargo, todos los presentes estaban demasiado maravillados con la escama como para escucharlo. Pronto se armó un pequeño revuelo en aquel sector del mercado. Todos querían ver la escama de dragón, tocarla si era posible. Jack no esperó a averiguar si el comerciante aceptaba el trueque. Se perdió entre la multitud, llevándose consigo la Lágrima de Unicornio, sabiendo que, aunque la escama no valiese nada en sí misma, como símbolo no tenía precio. Si era listo, el comerciante podía sacar grandes beneficios de ella.

Regresó deprisa a la Torre de Kazlunn, y llegó cuando ya se ponía el segundo sol. Tuvo que esperar un poco para ver a Victoria, puesto que en aquellos momentos estaba siendo sometida a un ritual que tenía por objeto devolverle parte de la energía perdida. Contempló desde la puerta, inquieto, cómo los celestes que realizaban el ritual hacían levitar el cuerpo inerte de Victoria varios metros por encima del suelo. Pero, finalmente, la depositaron de nuevo sobre la cama, con suavidad, y salieron en silencio de la habitación.

Jack se sentó junto a la muchacha exánime. La contempló un momento, intensamente, y después le retiró el pelo a un lado para poder colgarle la cadena en torno al cuello.

—De momento es sólo una lágrima —le dijo con ternura—, pero espero que algún día pueda traerte un cuerno. O algo que pueda sustituirlo.

Se dio cuenta entonces de que el Báculo de Ayshel reposaba en un rincón de la habitación, y frunció el ceño. Lo recogió para colocarlo sobre la cama, junto a Victoria, y rodeó la vara con el brazo de ella.

Todavía no sabían si eso surtiría efecto. Pero Jack había recordado, días atrás, que Shail les había contado una vez que el Báculo de Ayshel actuaba como el cuerno de un unicornio; de modo que procuraba dejarlo siempre junto a Victoria, por si podía hacerle algún bien, o devolverle la vida que se le estaba escapando poco a poco. Sin embargo, el que el báculo estuviera ahí dificultaba la tarea de los curanderos y de los magos y sacerdotes que sometían a la joven a sus rituales vivificadores, por lo que, cuando Jack no estaba cerca, siempre pedían a un semimago que lo retirara. El semimago era siempre el mismo, un anciano celeste que siempre se olvidaba de colocarlo de nuevo en su sitio.

Jack suspiró y se recostó en la cama junto a ella. Todavía faltaba un rato para la hora de la cena...

Se despertó horas más tarde, cuando ya era noche cerrada. Se dio cuenta entonces de que se había quedado dormido.

Pero también percibió una presencia en la habitación. Una sombra fría y sutil. Su instinto se disparó, como tantas otras veces. Trató de controlarlo.

—¿Christian? —murmuró con esfuerzo.

—Creo que estoy perdiendo facultades —respondió él desde algún rincón en sombras.

—Soy un dragón, ya lo sabes. Me entran tendencias asesinas cada vez que estás cerca —añadió, burlón.

—A eso me refiero —dijo de pronto la voz del shek, muy cerca de él, sobresaltándolo—. Deberías haberme detectado mucho antes.

Jack se apartó molesto, y se volvió hacia él. La tenue luz del Báculo de Ayshel iluminó su rostro, serio y sombrío; un rostro en el que se apreciaban huellas de un hondo sufrimiento. —Has venido a estar con ella, ¿no? —murmuró el muchacho Más vale que os deje solos, pues.

Pero Christian negó con la cabeza.

—No, dragón; he venido a verte a ti.

Jack se incorporó, alerta, preparado para entrar en acción si el shek traía intenciones poco claras. Pero Christian se limitó a dirigirle una mirada sombría.

—Voy a marcharme —dijo solamente.

Jack respiró hondo. Se puso en pie para quedar a su altura.

—Has entrado en razón, ¿eh? ¿O es que alguien te ha amenazado abiertamente?

Christian ladeó la cabeza.

—Más de uno, en realidad. Pero eso no me preocupa. Es otro el motivo por el que tengo que irme.

Dirigió una intensa mirada a Victoria. Jack comprendió que se resistía a dejarla; que, aunque no estuviese día y noche junto a ella, tampoco quería marcharse muy lejos.

—Debe de ser grave —comentó, y entonces lo entendió—. Te está pasando de nuevo, ¿verdad? Te estás volviendo humano otra vez.

Christian respiró hondo.

—Me temo que sí. Demasiadas emociones, demasiada gente... siento que me ahogo aquí. He de alejarme un tiempo para tratar de recuperarme. —Lo miró con cierta curiosidad—. ¿Por qué a ti no te pasa? ¿Por qué no tienes problemas en ser más o menos humano?

Jack se encogió de hombros.

—Sí tengo problemas, pero de otro tipo. Si trato de reprimir el odio porque estás por aquí, me cuesta más transformarme en dragón. Como al principio, cuando llegamos a Idhún. De todas formas creo que mi alma humana y mi espíritu de dragón están muy unidos. Más que en tu caso, supongo.

—Tu cuerpo humano nació ya siendo también dragón —dijo Christian, pensativo—. Tal vez sea ésa la diferencia entre tú y yo.

—En cualquier caso, si has de marcharte sólo me queda decirte que vuelvas cuando puedas —dijo Jack—. Ella te echará de menos, tanto si despierta como si no lo hace.

Christian asintió. Hubo un incómodo silencio.

—Si vuelves siendo más shek de lo que eres ahora —dijo entonces Jack—, el odio nos cegará otra vez, volverán las peleas, los problemas. ¿Cómo vamos a estar los dos con Victoria?

Era una pregunta que llevaba tiempo rondándole por la cabeza. Christian le respondió con su habitual media sonrisa.

—Yo no voy a estar con ella. No puedo estar con ella, aunque lo desee.

Necesito... necesito estar solo cada cierto tiempo. ¿Lo entiendes?

Jack frunció el ceño.

—Creo que sí.

—Pero eso no implica que vaya a renunciar a Victoria. No voy a dejar de verla. No voy a dejar de amarla. Y no voy a dejar de visitarla de vez en cuando, no mientras ella siga sintiendo algo por mí. Y lo que ocurra entre ella y yo sólo nos atañe a nosotros dos. ¿Me he explicado bien?

Se había puesto a la defensiva, con un tono áspero que no era habitual en él. Jack entornó los ojos.

—No hace falta ser tan agresivo. Lo he entendido, ¿vale? Si Victoria está de acuerdo, por mí... por mí, bien. No me entrometeré en vuestros asuntos.

Le costó pronunciar aquellas palabras, pero cuando lo hizo, de pronto se dio cuenta de algo.

—Pero tú... pasarías con ella muchísimo menos tiempo que yo. Entonces salgo ganando yo, ¿no?

—Creo que todos saldríamos ganando. Aunque ahora te cueste trabajo verlo así. Al fin y al cabo, ella pudo elegir, recuérdalo. Uno de nosotros podría haber sido el elegido. Y el otro podría estar muerto. Pero estamos vivos los dos, porque ella se sacrifico' para que viviéramos... los dos. No lo olvides nunca, Jack. Nunca.

Jack quiso replicar, pero un súbito sonido en el pasillo lo alertó, y se volvió hacia la puerta. Segundos después llegó Shail, con una luz.

—Ah, Jack, eres tú. Me pareció oír voces, y pensé... ¿Quién estaba contigo? —añadió, asomándose a la habitación.

Jack se volvió hacia la ventana... pero Christian había vuelto a desaparecer.

«Buen viaje, shek», pensó.

Christian no regresó aquella noche a despedirse de Victoria, y de hecho nadie volvió a verlo en la torre en todo el día siguiente. Jack estaba convencido de que ya se había ido...

Pero el shek reapareció al filo del tercer crepúsculo.

En aquellos momentos, Victoria estaba siendo sometida a un nuevo ritual, esta vez llevado a cabo por un grupo de varu. La habían bajado a las termas y la habían introducido en el agua tibia. El cuerpo de la joven flotaba misteriosamente en el agua, boca arriba, y los seis varu, de pie en torno a ella, con el agua hasta el pecho, entonaban una enigmática melodía sin palabras.

Había dos varu más en la puerta de los baños; estaban allí para evitar que entrara nadie que pudiera interrumpir el ritual, pero Christian no les prestó atención. Por supuesto, no pudieron detenerle.

Entró con paso seguro y se detuvo al borde de la piscina.

Los demás varu lo miraron, desconcertados.

«Salid de aquí —les ordenó él telepáticamente—. Quiero estar a solas con ella.»

Alguno trató de oponerse, pero la mente de Christian era demasiado poderosa. Se apresuraron a salir del agua, temerosos del shek, y pronto dejaron a Victoria sola, flotando sobre las aguas.

Christian descendió por las escaleras, se introdujo en el agua y caminó hasta ella. El cuerpo de la chica seguía flotando, envuelto en una túnica blanca que, no obstante, no la arrastraba hasta el fondo de la piscina, sino que ondeaba a su alrededor, mansa y dulcemente. El shek la contempló un momento, con expresión indescifrable. Entonces la cogió por la cintura, con delicadeza, y se dirigió de nuevo hacia las escaleras, caminando de espaldas y tirando de ella poco a poco.

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