Read Tríada Online

Authors: Laura Gallego García

Tríada (11 page)

BOOK: Tríada
2.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

»Pero las tres torres han caído, y Ashran ha resucitado la cuarta torre, aquella que jamás debería haber sido edificada. Hasta hace poco, los tres Archimagos dirigían lo que quedaba de la Orden Mágica desde la Torre de Kazlunn. Sabes que hace menos de una semana que Ashran la conquistó. Alexander me ha contado que los otros dos Archimagos murieron en el ataque, y que sólo Qaydar sobrevivió.

—Entiendo —susurró Victoria, inquieta.

—La Orden Mágica está a punto de desaparecer, Victoria. Sus símbolos de poder han sido destruidos o conquistados por el enemigo. La responsabilidad de salvar la Orden ha caído sobre los hombros de Qaydar, el último Archimago... y me temo que se la va a tomar muy en serio. Parece ser que se le ha ocurrido la genial idea de organizar un ataque para recuperar la Torre de Kazlunn.

Victoria se quedó de piedra.

—¡Qué! —pudo decir.

—Está seguro de que, si vosotros lideráis esa batalla, nada puede salir mal —gruñó Shail—. Se han vuelto todos locos, Victoria. Os ven como los salvadores que liberarán Idhún pero, como nadie tiene ni la menor idea de cómo ni cuándo sucederá eso, todos están convencidos de que, hagáis lo que hagáis, os va a salir bien, porque sois aquellos de los que hablaba la profecía.

—Pero eso es... absurdo —musitó ella—. Además, ¿por qué todo el mundo planea nuestro futuro sin consultárnoslo? ¿No tenemos bastante con ser parte de un destino que ninguno de nosotros ha elegido?

El semblante de Shail se endureció de pronto.

—No importa que haya o no un destino —dijo—. Todos los días tomamos decisiones sobre cosas que nos parecen banales.... y que pueden cambiar nuestra vida para siempre. Por ejemplo, a mí hace unos años mis maestros me concedieron unos días de asueto. Pensé en ir al bosque de Alis Lithban a renovar mi magia. Pensé también en visitar a mis padres en Nanetten. Al final... fui a Alis Lithban.

Victoria entendió. La conjunción astral que había aniquilado a dragones y unicornios había sorprendido a Shail en Alis Lithban... donde había descubierto a una pequeña unicornio que, milagrosamente, todavía sobrevivía a la destrucción. Y había optado por rescatarla. Y sus vidas habían quedado ligadas desde entonces, tal vez para siempre.

—Muchas veces —prosiguió Shail, como si estuviera pensando lo mismo que ella—, las decisiones que tomas, por muy correctas que te parezcan, te conducen directamente al desastre.

Hubo un breve y pesado silencio. Victoria cerró los ojos un momento, algo desconcertada por el brusco cambio de humor de su amigo, pero sintiéndose herida y muy, muy culpable.

—Lo siento mucho, Shail —susurró; el mago volvió hoscamente la cabeza—. Nunca te he dado las gracias por todo lo que has hecho por mí. Por haberme salvado el día de la conjunción astral, por haberme enseñado tanto... por haberte jugado la vida por mí tantas veces. Si pudiera...

—Pero eso ya pasó —cortó Shail—. Es obvio que no lo he hecho tan bien como se esperaba, así que probablemente lo mejor sea que te vayas con ellos, con la Madre, con el Archimago, con quien sea. Tienes donde elegir.

—¿Qué...?

—Tal vez tengan razón —prosiguió Shail, implacable—. Y deba dejar la Resistencia en manos de otras personas. Al fin y al cabo, me parece que ya he hecho bastante.

Victoria guardó silencio un momento, mordiéndose el labio inferior.

—Entiendo —dijo en voz baja—. Muchas gracias por todo, Shail. No volveré a causarte problemas.

No lo dijo con resentimiento, ni con reproche. La misma Victoria se sentía incómoda con tanta gente dándolo todo por protegerla, y las palabras de Shail no hacían sino confirmar sus propios sentimientos al respecto. El mago tenía razón. Ya había perdido demasiado por su culpa.

—Buenas noches —susurró Victoria, y salió de la cabaña.

Shail no contestó. Respiró hondo y cerró los ojos, arrepintiéndose enseguida de lo que le había dicho, pero demasiado cansado como para, rectificar. Se sentía tan impotente y tan furioso consigo mismo que le costaba pensar con claridad, y ya hacía bastante rato que le dolía la cabeza. Había quedado inválido, pero todos se empeñaban en tratarlo como si nada hubiera sucedido. Sin embargo, por más que se esforzaran, Shail seguía leyendo la conmiseración en sus ojos, y eso lo ponía furioso. Y Zaisei...

Hundió el rostro en las sábanas. Había sido duro volver a verla, y más en aquellas circunstancias. Jamás olvidaría el pánico que había sentido al retirar la manta y descubrir que le faltaba una pierna, pero, sin duda, lo peor de todo había sido ver la lástima y la compasión en el rostro de la sacerdotisa.

Victoria encontró a Christian en el mismo lugar de su última conversación. El joven se había sentado en la enorme roca sobre el río, y examinaba su espada bajo la luz de las tres lunas. La chica se detuvo a unos metros de él y lo contempló en silencio, consciente de que, aunque no se hubiera vuelto para mirarla, Christian sabía muy bien que ella estaba allí. Respiró hondo y avanzó para sentarse junto a él. Después de la dolorosa conversación que había mantenido con Shail, se sentía más dispuesta que nunca a hacer las paces con Christian.

El chico no dijo nada, y tampoco la miró. Siguió con la vista fija en Haiass.

Victoria tragó saliva. No sabía por dónde empezar. No sabía si debía disculparse o era él quien tenía que hacerlo, pero sí tenía claro que debían arreglar las cosas, cuanto antes. Lo miró un momento y sintió que el corazón se le aceleraba. Intentó controlar sus emociones. Sabía que lo quería, más que nunca. Pero no estaba segura de qué debía hacer, o decir, para recuperar su cariño, si es que lo había perdido.

—Has recobrado tu espada —dijo por fin, con suavidad.

Christian asintió en silencio. Victoria reprimió el impulso de preguntarle acerca del precio que había tenido que pagar por ella. Desvió la mirada hacia Haiass y fue entonces cuando se dio cuenta de que el suave brillo glacial de su filo se había extinguido.

—¿Qué le pasa? —preguntó—. ¿Por qué se ha apagado?

—Está muerta —respondió él en voz baja.

—No sabía que las espadas pudieran morir.

—Las espadas mágicas están vivas de alguna manera, y por esa razón sí pueden morir. Los sheks le han arrebatado a Haiass todo su poder. La han convertido en un metal corriente, sin vida.

—¿Por qué? —susurró Victoria.

—Es un mensaje. Una manera de decirme que ya no soy uno de ellos.

Victoria se estremeció.

—Es cruel —dijo.

Christian no respondió. Victoria se quedó mirándolo, y lo vio con la cabeza gacha, los hombros hundidos. Era como si hubiera envejecido varios años de golpe. Y no se debía sólo a la espada, comprendió ella enseguida.

—Christian, ¿qué te pasa? Hace un tiempo que estás diferente. Estás... cambiando. ¿Te encuentras bien?

Por fin, el muchacho alzó la cabeza para mirarla a la cara. Y, a la luz de las tres lunas, Victoria vio que los ojos azules de él estaban húmedos, cargados de emoción y de sufrimiento. Sintió como si el corazón se le rompiera en mil pedazos.

—¿Qué te está pasando, Christian? No me gusta verte así. Si puedo hacer algo por ti...

Se interrumpió de pronto, recordando que poco antes habían discutido, que le había dicho cosas de las que luego se había arrepentido.

Y perdonó de nuevo. Perdonó el dolor que había sentido al verlo con Gerde, al recordar la horrible experiencia de la Torre de Drackwen, al evocar, sin quererlo, la helada impasibilidad de él mientras Asuran la torturaba. Lo abrazó, con todas sus fuerzas, y el joven correspondió a su abrazo, de buena gana, lo cual tampoco era propio de él. Victoria acarició su suave cabello castaño.

—Lo siento, Christian —le susurró al oído—. Lo siento muchísimo. No te comprendo, no puedo entenderte... pero quiero hacerlo, de verdad. No quiero perderte.

Él no dijo nada, y Victoria supuso que estaba enfadado con ella.

—No es verdad lo que te he dicho antes —prosiguió—. Confío en ti. Sé que me quieres. Quiero... quiero estar contigo.

—Lo sé —respondió Christian, con suavidad.

Victoria se separó de él para mirarlo a los ojos. La conmovió el inmenso amor que veía en su mirada, pero también la inquietó, recordando que él no solía manifestar sus sentimientos de forma tan abierta.

—No pareces tú mismo. Es como si...

—... Como si me estuviera volviendo más humano —completó Christian, y Victoria contuvo el aliento, comprendiendo que eso era exactamente lo que le estaba pasando.

Christian se apartó un poco de ella y desvió la mirada.

—El shek que hay en mí está muriendo —explicó—. Repudiado por los de su especie, rodeado de personas, reprimiendo su instinto una y otra vez, superado por las emociones humanas que hay dentro de mí... agoniza cada vez más deprisa. Esto no es más que un aviso de lo que me va a suceder —añadió, señalando a Haiass.

Victoria calló un momento, asimilando sus palabras.

—Debería alegrarme —dijo por fin— de que tus sentimientos estén matando a la serpiente que hay en ti. Pero no puedo hacerlo. Detesto verte sufrir así.

—Me estoy volviendo más humano —sonrió Christian—. Pero tú no te enamoraste de un humano.

Victoria quiso decir algo, pero calló, porque comprendió que tenía razón.

—Estoy sintiendo cosas que no había sentido nunca —prosiguió él—. No sólo amor, sino también... dudas, angustia, miedo... dolor. Soledad. Me siento... cada vez más perdido, más confuso. Es como si estuviese enfermo. Estoy perdiendo poder, Victoria. Lo sospechaba, pero ha sido esta noche cuando me he dado cuenta de hasta qué punto soy vulnerable.

—Gerde —adivinó Victoria.

Christian asintió.

—Me ha pedido un beso a cambio de mi espada. Un beso es sólo un beso, ¿entiendes? Sólo tiene la importancia que tú quieras darle. Puede no significar nada... o puede cambiarlo todo.

La miró intensamente, y Victoria sintió que enrojecía, recordando el primer beso que ellos dos habían intercambiado.

Y lo mucho que había significado para ambos. Y cómo lo había cambiado todo.

—Era una manera de probarme —prosiguió Christian—. Ella sabe lo que me está pasando. Y yo sabía que, en mi estado, existía una posibilidad de que su magia pudiera afectarme.

—Y, sin embargo, la has besado —dijo Victoria en voz baja; pero no era un reproche.

Christian asintió.

—Si me hubiera negado, habría confirmado sus sospechas. Le habría demostrado que es verdad, que tiene poder sobre mí. No me ha dejado otra salida.

»Su hechizo nunca me ha afectado. Cuando he estado con ella, en todo momento he hecho exactamente lo que quería hacer, he controlado siempre la situación. Hoy he perdido el control, y eso significa que soy más humano de lo que pensaba. Si no hubieses llegado tú, Gerde me habría hechizado por completo. Y no sé lo que habría pasado después. No sé si habría tenido poder para matarme, o para llevarme de vuelta a la Torre de Drackwen, para que hubiese sido Ashran quien hubiese acabado con mi vida.

Victoria respiró hondo, comprendiendo muchas cosas. Se acercó más a él, apoyó la cabeza en su hombro, le cogió la mano.

—¿Por qué has dejado que se fuera, entonces? Puede volver a hacerte daño.

Christian tardó un poco en contestar.

—Supongo que... porque me traía noticias de mi padre —respondió por fin en voz baja.

Victoria calló, asimilando aquella sorprendente declaración.

—Christian, ya sé... que es tu padre y todo eso... pero... después de todo el daño que te hizo... ¿todavía le echas de menos?

—¿Tanto te extraña? Tú estás aquí, conmigo... después de todo el daño que te he hecho.

Victoria no supo qué responder.

—Es mucho más que eso —trató de explicarle Christian—. Verás, estoy aquí, a tu lado, porque así lo he querido. Pero éste no es mi ambiente, y tu gente nunca me aceptará tal y como soy. En cambio, antes... —Calló un momento, perdido en sus pensamientos, y prosiguió—: Antes lo tenía todo claro, antes me sentía parte de algo. Antes... de que empezara a manifestarse mi humanidad.

—Lo echas de menos —entendió Victoria—. Te gustaría volver a ser un shek.

Christian le dirigió una mirada penetrante.

—¿Dejarías tú morir a Lunnaris en tu interior?

—¡Claro que no! —respondió ella de inmediato, horrorizada—. Lunnaris es parte de mí, ella... —calló de pronto, comprendiendo lo que Christian quería decir.

—Si dejara morir al shek que hay en mí —prosiguió el joven—, sería para mí como si me arrancaran medio corazón. ¿Lo entiendes?

Victoria sintió un escalofrío. Comprendió de pronto lo que Christian le estaba diciendo: que, si se volvía del todo humano, acabaría por morir sin remedio. Que obligarlo a dejar de ser lo que había sido, un ser frío y despiadado, equivalía a condenarlo a muerte. Cerró los ojos. Era demasiado cruel.

—Lo he entendido —musitó—. ¿Qué vas a hacer, entonces?

—Me parece que sé por qué me han devuelto la espada. Si consigo resucitarla, devolverle su magia... revivirá también mi parte shek. Recuperaré mi poder...

—Pero puede que regreses con ellos entonces, ¿no?

—O, como mínimo, que me aleje de la Resistencia.

—Y puede incluso... que volvieras a ser... como entonces —susurró ella.

No especificó más, pero ambos sabían a qué se refería la muchacha. Los dos recordaron una trampa, un engaño, una traición. En el corazón de Victoria todavía ardía dolorosamente la fría mirada de Kirtash, de la cual había desaparecido todo rastro de emoción.

—Es un riesgo, sí —admitió Christian—. Pero no tengo otra opción.

Victoria se estremeció sólo de pensarlo. Christian se miró las palmas de las manos, abatido.

—Me siento tan... frágil, tan vulnerable. Las emociones son cada vez más intensas, y no me dejan pensar con objetividad.

Victoria colocó una mano sobre el brazo del muchacho, intentando reconfortarlo.

—Te recuerdo como eras antes —le dijo con cariño—, con tu espada de hielo. Implacable, poderoso, invencible. Me dabas miedo. Llevabas la muerte en la mirada. Nada podía escapar de ti. Y no te arrepentías de segar vidas, estabas por encima de todo eso, del odio, del miedo, de la culpa o del perdón. Me dabas miedo —repitió—, y te odiaba, y pensaba que eras un monstruo. Y, sin embargo...

Desvió la mirada, confusa. No podía olvidar que había sido Kirtash, en su versión más fría e inhumana, quien la había entregado a Ashran. Con todo lo que ello había implicado. Cerró los ojos y maldijo a Gerde en silencio. Desde la llegada del hada al bosque de Awa estaban sucediendo demasiadas cosas que le recordaban aquella experiencia que estaba tratando desesperadamente de olvidar.

BOOK: Tríada
2.07Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Dishonored Dead by Robert Swartwood
The Expediter by David Hagberg
No More Mr. Nice Guy by Carl Weber
Fangs Out by David Freed
The Collector of Names by Mazzini, Miha
Tears of the Desert by Halima Bashir
The Destroyer by Michael-Scott Earle