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Authors: Leon Uris

Tags: #Histótico

Trinidad (20 page)

BOOK: Trinidad
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Cuando la conquista isabelina subyugó al poderoso clan de los O'Neill, a nuestros muchachos los colgaban a manadas. Y en mayor número los ahorcaba todavía Isaiah Walby, antepasado del señor actual, durante las guerras de Cromwell. Los ahorcaban también en la guerra jacobita contra Guillermo de Orange. Y los colgaban en tiempos de las leyes penales por practicar la religión católica Romana, y durante las guerras campesinas, y los colgaban después aquellos alabarderos salvajes durante el levantamiento de los Irlandeses Unidos de Wolfe Tone. Anoto de paso que los alabarderos introdujeron flagelaciones, decapitaciones, aceite hirviendo y alanceamientos, todo en aquel mismo lugar. Muy recientemente les tocó el turno a los fenianos. Además, entre ambas épocas, a nuestros muchachos los ahorcaban por variados actos de infidelidad tales como negarse a obedecer al
constabulary
que había venido a lanzarles, o hurtar nuestras propias cosechas para no morirse de hambre.

Todos los años se debatía extensamente si debíamos o no cortar el árbol de los ahorcados. No nos poníamos demasiado sentimentales por su historia pasada; pero era el único árbol digno de tal nombre que quedaba por aquellos alrededores. Daddo Friel hablaba de tiempos en los que había grandes bosques de robles por todo Inishowen y la capa de tierra vegetal era, por todas partes, de más de sesenta centímetros de profundidad. Los bosques fueron arrancados y los robles se los llevaron para construir la flota inglesa contra la Armada española. La erosión del suelo empezó poco después. En realidad, decía Daddo, lo único que los británicos no nos quitaron fueron las piedras, y seguro que se las habrían llevado también, si hubiesen válido algún dinero.

Los Larkin, cuya voz solía prevalecer en asuntos de esta índole, decían que el árbol de los ahorcados tenia que seguir en pie para recordarnos constantemente quiénes éramos (¡como si no lo supiéramos!), de modo que, para bien o para mal, siguió dando sombra a nuestras dos instituciones más poderosas: el templo de San Columbano y la taberna de Dooley McCluskey.

El hacendado llegó sobre el caballo árabe más hermoso que haya visto en mi vida; ofrecía una imagen espectacular, con su chaqueta matutina encarnada, su sombrero de copa y unas botas limpias como un espejo. Venía solo, como para darnos a entender que era valiente y decidido. Buena idea. Varios centenares de nosotros, labradores irlandeses, unos andrajosos en comparación, nos arremolinábamos a su alrededor, casi tocándole, mientras el padre Lynch parloteaba con él, tan emocionado como en presencia del mismísimo Padre Santo.

Tomas y mi padre acompañaron al hacendado en una ronda de presentaciones, apretones de manos y otras mundanidades; pero lo cierto es que nosotros le inspeccionábamos con la mirada y él nos observaba a nosotros como si fuésemos criaturas de un planeta diferente. Gracias a las palabras que nos dirigió Tomas antes de la reunión, todos comprendimos que había de ser una ceremonia ordenada y tranquila. Nadie se daba prisa; como después de una misa dominical, unos cuantos hombres bebían en la taberna, otros visitaban tumbas de familiares o, simplemente, se habían sentado junto a la pared, arrojando piedras o jugando a cara y cruz con unas monedas. Unas cuantas mujeres observaban desde lejos, cuidando bien de no acercarse demasiado; porque la política era cosa de hombres.

Conor y yo nos reservamos sitio junto al tablado levantado para la ocasión. Cuando empezó el discurso, la gente se fue acercando poco a poco al orador. La turba se apiñaba más y más porque se hacía difícil entender las palabras del amo. Uno habría creído que un hombre educado en el Trinity College debía saber hablar su propio idioma más llanamente. Se hizo un silencio tan absoluto que se habría oído volar una mosca.

—Estamos entrando en una era nueva y magnífica —empezó el hacendado— que dio comienzo a principios de este siglo cuando se añadió la cruz de san Patricio a las de san Andrés y san Jorge para que entre las tres formaran la Union Jack que tan entusiastamente vitoreamos. El Reino Unido nos señaló como a un solo pueblo y un solo rey.

YO TENIA APENAS DOCE AÑOS CUANDO HAMILTON WALBY PRONUNCIABA ESTAS PALABRAS. SIN ÁNIMO DE IRREVERENCIA, ERA, SIN EMBARGO, BASTANTE MAYOR PARA COMPRENDER DESDE LA PRIMERA AFIRMACIÓN QUE IBA A SER UN DÍA DURO PARA AMBOS BANDOS. NO ESTÁBAMOS UNIDOS, SINO SEPARADOS POR PLANETAS Y ESTRELLAS, Y VÍAS LÁCTEAS Y UNIVERSOS.

—La Ley de Unión que nos convirtió en un Reino Unido trajo a Irlanda esa magnífica herencia británica que tenéis…

EA, LO QUE NOSOTROS HEMOS DICHO DURANTE MIS DOCE AÑOS ANTERIORES ES QUE NUNCA HEMOS TENIDO A GRAN HONOR EL HECHO DE SER CONSIDERADOS BRITÁNICOS.

—Una época en que la mayor serie de reformas y de leyes democráticas jamás iniciada por Parlamento alguno…

¡VAYA! ¿NO SABE USTED QUE LOS IRLANDESES ERAN UNA SOCIEDAD DEMOCRÁTICA YA ANTES DEL AÑO 1171, BAJO EL SISTEMA CELTA, CUANDO USTEDES HONRARON NUESTRO SUELO CON SU PRESENCIA? ¿Y NO SABE USTED QUE UNA ARISTOCRACIA BRITÁNICA RETROGRADA HA TENIDO EN JAQUE TODA IDEA DE LIBERTAD INCLUSO DESPUÉS DE QUE LAS IDEAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA SE EXTENDIERAN POR EUROPA Y LA LIBERTASEN?

—… ahora este sistema de justicia sin igual se ha extendido plenamente para que cubra a todos los vasallos de Su Majestad…

SÍ, COMO AQUELLO DE «CHICA, CIERRA LA PUERTA», CUANDO LOS IRLANDESES INTENTABAN HUIR A INGLATERRA DURANTE EL HAMBRE. ¡AH, LOS FRUTOS DE LA JUSTICIA BRITÁNICA, LAS LEYES PENALES, LAS EVICCIONES DE NUESTRO SUELO, EL TRIBUTO A LA IGLESIA ANGLICANA, PARA RECORDAR UNOS CUANTOS!

—… por medio de una serie de oportunidades de protección social que nunca hasta ahora se había concedido al ciudadano corriente…

ASILOS, TRABAJO INFANTIL, CÁRCELES PARA DEUDORES, EMIGRACIÓN EN BARCOS-ATAÚD.

—… hasta obras públicas en gran escala…

CONSTRUYENDO MURALLAS DEL HAMBRE, CAMINOS HACIA NINGUNA PARTE…

—… bajo la Ley de Unión se restauró la plena libertad religiosa…

DESPUÉS DE HABERNOS SIDO ARREBATADA DURANTE SIGLOS, SE NOS DEVOLVIÓ EN UNA VERSIÓN ANGLICANIZADA Y DESPOJADA DE TODA SU MAJESTAD Y SU MARAVILLA GAÉLICAS.

—… escuelas…

FUERA DE LOS MEDIOS DE CUALQUIER CULTIVADOR DE TIERRAS EN ESTE PUEBLO DONDE NO ENSEÑAN EL IDIOMA IRLANDÉS, NI LA HISTORIA IRLANDESA, NI HABLAN DE LOS MÁRTIRES IRLANDESES, NI DEL FOLKLORE IRLANDÉS.

—… expresión política total…

CONQUISTADA POR LA SANGRE DE DANIEL O'CONNELL TREINTA AÑOS DESPUÉS DE QUE LAS LEYES BRITÁNICAS LA PROMETIERAN. LO QUE REALMENTE CONSEGUIMOS FUE UNA GRANUJIENTA MODIFICACIÓN DE LIMITES Y UNOS DERECHOS POLÍTICOS PARA LAS CLASES PRIVILEGIADAS.

—Por supuesto, lo dicho sólo es un apresurado esbozo del pasado. Lo que nos interesa, a vosotros y a mí, es que continúe la reforma del país. Permitidme que os diga desde el principio que soy decidido partidario de una legislación que conceda a todos y cada uno de vosotros el derecho a comprar tierras en cantidad ilimitada.

JURO QUE ME PARECIÓ OÍR A KILTY Y A RONAN LARKIN GIMIENDO EN SUS SEPULCROS. ERA TODA UNA SORPRESA, NO CABÍA DUDA, VER A AQUEL HOMBRE ALLÁ ARRIBA, EN EL TABLADO, Y QUE NOS ESTUVIERA DICIENDO ESTAS COSAS SIN OCURRÍRSELE NI POR UN INSTANTE QUE NO ERA GRAN PRIVILEGIO ESE DE PODER COMPRAR UNAS TIERRAS QUE TE HABÍAN ROBADO PREVIAMENTE… NO PODÍA CABERLE EN LA CABEZA SINO A UN CUATRERO.

—El meollo del asunto, caballeros, es éste: Hay que conservar a toda costa la unión con la Gran Bretaña. Sin los mercados británicos, ¿dónde venderíamos? No contaríamos con la tarifa de privilegio ni las leyes comerciales que nos amparan como súbditos británicos. No podría ocurrimos desastre mayor.

CIERTAMENTE, SEÑOR HACENDADO, ¿QUÉ DESASTRE MAYOR LES PODRÍA SOBREVENIR A LOS IRLANDESES QUE EL DE SER LIBRES EN SU PROPIO PAÍS? ¿QUÉ CALAMIDAD MÁS GRANDE?

—¿Dónde venderíamos nuestro ganado y nuestros lienzos? ¿Dónde, ciertamente, sin barcos británicos que transportasen nuestros productos y una Marina de guerra británica que protegiese nuestros intereses? Bien, pues, no solamente recibimos los beneficios de la cultura más avanzada del mundo, sino que estamos en situación de gozar de recompensas mayores todavía en un futuro inmediato. Vuestra propia Iglesia está completamente de acuerdo en esto. Vuestros pastores, vuestros guías espirituales se han expresado de manera perfectamente clara, PERFECTAMENTE CLARA, EN VERDAD.

»El derecho del voto constituye una responsabilidad enorme. El problema que se nos plantea es: ¿Seguimos prosperando de manera ordenada con un solo pueblo, un pueblo unido, o cortejaremos la tragedia y el caos mediante el Gobierno autónomo? Todos los beneficios, todas las conquistas de la ciudadanía británica, toda la gloria del Imperio, todos los gloriosos mañanas…, ¿hay que trocarlos por nada? Yo digo que ha llegado el momento de que nosotros, ciudadanos británicos, cerremos filas y permanezcamos unidos. Yo os pido que hagáis una cosa, para que podáis depositar el voto con la conciencia tranquila, y es que consultéis al sacerdote…

El mayor Hamilton Walby farfulló unas cuantas cosas más y puso fin al discurso. Tenía ante sí una masa de rostros contraídos por el disgusto. No se le correspondió con groserías, ni cólera, ni aprobación. Tomas preguntó si alguien quería preguntar algo. No hubo preguntas. En un instante la gente se dispersó. Parecían un poquitín más cansados al herir el suelo con su pesado andar cuesta arriba, hacia sus campos.

Al cabo de un momento sólo quedábamos bajo el árbol de los ahorcados Conor, yo y el padre Lynch, además del hacendado. Apretando los dientes de rabia, éste se fue hasta aquel hermoso caballo y lo montó. Sus ojos miraban enfurecidos camino arriba, a los hombres que seguían marchando hacia los brezales. Estoy seguro de que tenía la misma expresión que en otros tiempos cuando cabalgaba en cabeza de una compañía de Ulster Rifles a punto de cargar contra unos indígenas desagradecidos de cualquier otra parte del Imperio.

El mayor murmuró una frase ininteligible, picó espuelas y partió al galope.

El tambor
Lambeg
era un instrumento escocés que producía un estruendo horrible, desgarrador. Había sido ideado para quebrantar el coraje del enemigo en cuanto lo oyese. Era un artefacto monstruoso, de metro y medio de diámetro y sesenta centímetros de grosor, y golpeaban el parche con gruesas cañas de bambú atadas con correas de cuero a las muñecas del que lo aporreaba.

Lo adornaban con pinturas de alguna victoria protestante sobre los labradores irlandeses, una glorificación del rey Guillermo o un retrato de un hermano que se fue. Ninguna Logia de Orange carecía de unos
Lambeg
. La Logia de Templanza Total de Ballyutogue no era una excepción.

En nuestro sector se producía un fenómeno que tenía lugar todas las tardes alrededor de la hora del
Angelus
. Algunos decían que era cosa de los duendes, porque no se encontraba otra explicación lógica. Descendía de pronto una calma extraña, seguida de un viento contrario que soplaba desde el pueblo, trayendo hasta los sonidos más insignificantes. A aquélla hora de la tarde, el
Lambeg
era capaz de partir rocas hasta casi tres kilómetros de distancia.

¡RAT A TAT TAT A TAT! ¡RAT A TAT TAT A TAT!

Conor y yo íbamos al cruce de caminos a recibir a nuestros padres, que bajaban de los campos. Los tambores
Lambeg
parecían redoblar continuamente.

Nosotros cuatro clavábamos la mirada abajo, al pueblo.

—¡Cuanto más fuerte tocan los tambores, más asustados están! —decía Tomas.

—Sí, muy cierto —añadía mi padre.

—Ya veis, muchachos, tienen que tocar el tambor para demostrarse a sí mismos y demostrar a sus vecinos que no tienen miedo y que nosotros deberíamos tenerlo.

—No te entiendo nada, en absoluto, Tomas Larkin —decía yo.

—En efecto, papá, ¿por qué habrían de tener miedo? Quiero decir que los
constabularys
están de su parte.

—Pues, chicos, le tienen miedo a Kevin O'Garvey. Sobre todo, les asusta la igualdad.

Habían corrido rumores de que el mayor no se servía mucho de la Orden de Orange, pero esto debió ser antes del discurso en nuestro pueblo. Apenas se alejó del árbol de los ahorcados empezó a pasar todas las horas del día en las Orange Halls del distrito. Imagino que también debían estar asustados, porque en verdad que se echaban continuamente unos en brazos de otros.

¡RAT A TAT TAT A TAT! ¡RAT A TAT TAT A TAT!

Y las voces, furiosas, nos cubrían, nos inundaban, traídas por los céfiros del atardecer.

Es vieja pero hermosa;

Tiene bonitos colores.

Estuvo en Derry y en Aughrim,

Enniskillen y el Boyne.

Mi padre la llevó de joven,

En aquellos días de entonces.

En el Doce luzco yo

La faja que me dio padre.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!, sonaba el
Angelus.
¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!

Mi padre y yo nos arrodillábamos reverentemente, mientras Tomas se dirigía hacia la taberna de Dooley McCluskey y Conor se limitaba a volver la mirada hacia la plaza de Ballyutogue.

«El ángel del Señor anunció a María. Y concibió por obra del Espíritu Santo. Dios te salve…»

¡RAT A TAT TAT A TAT!

Los muchachos protestantes son fíeles y constantes,

Fuerte el corazón, la mano tajante,

En la guerra luchan, firmes hasta el fin,

Pacíficos, devotos cuando el peligro pasó…

«Derrama, Señor, te lo suplicamos, la gracia en nuestros corazones, para que nosotros, a quienes la encarnación de Cristo tu Hijo…»

¡RAT A TAT TAT TAT A TAT A TAT!

Entonces los de Orange recuerdan al rey Guillermo

Y a vuestros padres que le defendieron

Y lucharon por nuestra gloriosa emancipación

En las verdes y lozanas laderas del Boyne.

«… por el mensaje de un ángel, podamos por su pasión y su cruz ser llevados a la gloria de su resurrección por el mismo Cristo Nuestro Señor.»

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