Ulises (72 page)

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Authors: James Joyce

Tags: #Narrativa, #Clásico

BOOK: Ulises
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Cucú.
Cucú.
Cucú.

El reloj sobre la chimenea en casa del cura cantó mientras el canónigo O’Hanlon y el Padre Conroy y el reverendo John Hughes S. J. tomaban té con galletas con mantequilla y chuletas de cordero fritas con salsa de tomate y hablaban de

Cucú.
Cucú.
Cucú.

Porque era un pequeño canario lo que salía de su casita a decir la hora Gerty MacDowell se dio cuenta la vez que estuvo allí porque era rápida como nada en cosas así, sí que lo era Gerty MacDowell, y se dio cuenta en seguida de que ese caballero extranjero que estaba sentado en las rocas estaba

Cucú.
Cucú.
Cucú.
[14]

Deshil Holles Eamus. Deshil Holles Eamus. Deshil Holles Eamus.

Envíanos, tú luminoso, tú claro, Horhorn, fecundación y fruto del vientre. Envíanos, tú luminoso, tú claro, Horhorn, fecundación y fruto del vientre. Envíanos, tú luminoso, tú claro, Horhorn, fecundación y fruto del vientre.

¡Aúpa, es niñoniño, aúpa! ¡Aúpa, es niñoniño, aúpa! Aúpa, es niñoniño, aúpa.

Universalmente se estima el acumen de aquella persona muy poco perceptivo referente a cualquier asunto considerado como más provechoso de estudiar por mortales dotados de sapiencia si ignora eso que es lo más alto en doctrina erudita y ciertamente por razón de ese elevado ornamento de la mente en ellos merecedor de veneración constantemente cuando por consentimiento general afirman que en igualdad de las demás circunstancias por ningún esplendor exterior se asevera más eficazmente la prosperidad de una nación que por la medida de hasta qué punto haya progresado el tributo de su solicitud hacia esa proliferante continuación que de los males es el original si está ausente y si afortunadamente presente constituye el signo seguro de la incorrupta benefacción de la omnipolente naturaleza. Pues ¿quién hay habiendo adquirido alguna noción de cualquier importancia que no sea consciente de que tal esplendor exterior puede ser la superficie de una realidad lutulenta con tendencia a bajar o recíprocamente quién puede haber tan poco iluminado como para no percibir que puesto que ningún beneficio de la naturaleza puede rivalizar contra el beneficio de la multiplicación por tanto conviene a todo ciudadano justo convertirse en exhortador y amonestador de sus semejantes y temblar de miedo de que lo que en el pasado fue iniciado excelentemente por la nación pueda ser cumplido en el futuro sin análoga excelencia si hábitos inverecundos pervierten gradualmente las honorables costumbres legadas por los antepasados a tal nivel de bajeza que fuera excesivamente audaz quien tuviera el atrevimiento de levantarse a afirmar que no puede haber para nadie delito más odioso que consignar al descuido olvidadizo aquel evangélico mandato y a la vez promesa que a todos los mortales con profecía de abundancia o amenaza de mengua ha señalado irrevocablemente y para siempre esa sublime función reiteradamente propagativa?

Por consiguiente no es por eso por lo que nos hemos de asombrar si, como relatan los mejores historiadores, entre los celtas, a quienes no admiraba nada que no fuera admirable por naturaleza, el arte de la medicina fue altamente honrado. Para no hablar de hospitales, leproserías, cámaras de sudores, tumbas de epidemia, sus mayores médicos, los O’Shiel, los O’Hickey, los O’Lee, establecieron cuidadosamente los diversos métodos por los cuales los enfermos y los recaídos volvían a hallar salud, lo mismo si su enfermedad había sido el baile de San Vito, o la consunción o el flujo amarillo. Ciertamente en toda obra pública que contenga en sí alguna gravedad debe haber preparación de importancia adecuada y por consiguiente se adoptó por ellos un plan (si por consideración previa o como maduración de experiencias, es difícil de decir ya que las opiniones discrepantes de subsiguientes investigadores no han llegado hasta el presente a ponerse de acuerdo como para hacerlo manifiesto) por el cual la maternidad quedó situada tan al margen de toda posibilidad accidental que cualquier cuidado que requiriera principalmente la paciente en esa la más difícil hora femenil y no solamente para las abundantemente pudientes sino también para quien no siendo suficientemente adinerada apenas y a menudo ni apenas pudiera subsistir se proporcionara válidamente y por un emolumento insignificante.

Para ella, nada ya entonces y en lo sucesivo era capaz en ningún modo de ser molesto pues esto era sentido primordialmente por todos los ciudadanos que excepto por prolíferas madres no podía haber prosperidad en absoluto y como habían recibido dioses la eternidad mortales la generación apropiada para ellos considerando, cuando llegaba el caso, a la parturienta en vehículo llevando allá un deseo inmenso entre todas una a la otra urgiéndola a ella a ser recibida en ese domicilio. Ah hecho de nación prudente no meramente en ser visto sino también al ser relatado digno de ser alabado que ellos por previsión a ella la iban viendo madre, en cuanto que ella repentinamente se sentía estar a punto de comenzar a ser mimada por ellos.

Aún no nacido niño nadaba en ventura. En vientre obtuvo veneración. Cuanto en ese caso impar se hace convenientemente se hizo. Una yacija atendida por comadronas con saludable alimento restaurador limpísimos pañales como si el parto fuera ya cumplido y por sabia previsión puestos: pero con esto no menos drogas según necesidad e instrumentos de cirugía que a su caso convienen sin omitir la visión de toda clase de espectáculos distrayentes en diversas latitudes ofrecidos por el orbe de la tierra junto con imágenes, divinas y humanas, cuya cogitación por fémina hospitalizada es conductiva a tumescencia o bien facilita la salida en el elevado soleado bien construido y hermoso hogar de las madres cuando, ostensiblemente adelantada y reproductiva, le es conveniente a ella allí yacer, llegada su hora.

Algún hombre que de camino iba se paró junto al umbral al caer la noche. Del pueblo de Israel era aquel hombre que errando por la tierra tanto había caminado. Pura bondad humana su sola misión le había llevado a él hasta esa casa.

De esa casa A. Horne es señor. Setenta camas tiene él allí donde las madres fecundas suelen acudir a yacer para sufrir y dar a luz retoños recios así el ángel de Dios anunció a María. Custodias son las que allí andan, blancas hermanas en insomne hospital. Escozores apaciguan suavizando enfermedad: en doce lunas tres veces ciento. Fidelísimas servidoras de lecho son todas a una, para Horne velando las velas con gran vigilancia.

En desvelada vela la vigilante oyendo venir a ese hombre de tierno corazón al punto erguida con monacal manto su puerta de par en par abrió. ¡Y he aquí que repentino relámpago relució en el rosicler del anochecer de Irlanda! Del todo temió ella que el Dios Justiciero a perder fuera a toda la humanidad con agua por sus malos pecados. La señal de Cristo se hizo sobre el seno y le atrajo para que presto entrara bajo sus techos. Aquel hombre su voluntad conociendo como digna entró en la mansión de Horne.

Temeroso de entrar en las posadas de Horne quedose parado el buscador sosteniendo su sombrero. En casa de ella él antaño había vivido con esposa amada y linda hija aquel que después por tierra y sobre la mar por nueve años había errado. Una vez a ella encontrándola en el puerto de la villa a su saludo no se había destocado. Su perdón deseaba ahora él con buenas razones por ella concedido porque la faz de ella un momento vista por él tan joven le había parecido. Viva luz alumbró sus ojos, florecer de rubores por virtud de las palabras de él.

Como los ojos de ella entonces echaran de ver sus oscuras vestimentas temió tristeza por ende. Alegre estuvo luego tanto cuanto temerosa había estado antes. A ella le preguntó él si el Doctor O’Hare enviara nuevas desde la lejana costa y ella con doliente suspirar respondió que el Doctor O’Hare estaba en el cielo. Triste estuvo el hombre de oír esa palabra que tanto le pesaba en las entrañas. Todo le contó ella allí, llorando la muerte para tan joven amigo, maguer que por muy doliente nada dispuesta a discutir el buen juicio del Señor. Díjole ella que él había tenido una dulce y hermosa muerte por gracia de Dios con clérigo de misa que le confesara, la santa hostia y el óleo de los enfermos en sus miembros. El hombre entonces con gran empeño preguntó a la monja de qué muerte muriera el hombre muerto y la monja le respondió y dijo que había muerto en la isla de Mona de un cáncer de vientre tres años haría para las Navidades y ella rogaba a Dios Todopoderoso que tuviera su alma querida allá donde no hay muerte. Él oyó sus tristes palabras, mirando fijo con tristeza al sobredicho sombrero. Así quedaron allí los dos un tiempo en desconsuelo, afligiéndose el uno con el otro.

Así pues, hombre, quienquiera que seas, mira ese último fin que es tu muerte y el polvo que se adueña de todo hombre que haya nacido de mujer pues así como salió desnudo del vientre de su madre también desnudo volverá a marcharse como vino.

Entonces el hombre que había venido a la casa habló a la cuidadora y le preguntó qué acontecía con la mujer que allí yacía en lecho de parto. La cuidadora respondiole y dijo que esa mujer llevaba ya con dolores tres días enteros y que sería un duro nacimiento peligroso de sufrir pero que dentro de poco ya llegaría a cabo. Ella dijo asimismo que había visto muchos partos de mujer pero nunca uno tan duro como el parto de aquella mujer. Luego contó todo por espacio a aquel que un tiempo había vivido cerca de esa mansión. El hombre estuvo atento a sus palabras pues entendía con maravilla el dolor de las mujeres en su hora de sufrir que tienen al ser madres y se maravilló de mirarle al rostro que era un rostro de mocedad para cualquier hombre pero con todo había quedado sin casar después de largos años. Nueve veces doce flujos de sangre reprendiéndola por estar falta de hijos.

Y en tanto que hablaban abriose la puerta del castillo y al punto llegó hasta ellos un recio ruido como de muchos que allí estuvieran sentados en yantar. Y allí se entró al sitio que estaban un joven caballero de estudios por nombre Dixon. Y el caminante Leopold le era amigo desde que había acontecido que tuvieron que ver uno con otro en la casa de misericordia donde ese caballero de estudios estaba por razón de que el caminante Leopold llegó allí a ser curado pues estaba dolientemente llagado en el pecho por un dardo con que un horrible y temeroso dragón le había herido por lo cual Dixon aguisó un ungüento de sal volátil y crisma tanto como fuera suficiente. Y díjole ahora que le estaría bien entrar a ese castillo a hacer fiesta con aquellos que allí estaban. Y el caminante Leopold dijo que él había de ir a otra parte pues era hombre de cautela y bien sutil. También la dama fue de su parecer y reprobó al caballero de estudios maguer echara de ver muy bien que el caminante había dicho cosa que era falsa por su sutileza. Pero el caballero de estudios no quiso oír decir que no ni cumplir lo que ella mandaba ni recibir nada contrario a su antojo y dijo cómo era un maravilloso castillo. Y el caminante Leopold entró en el castillo para tomar reposo durante una pieza estando fatigado de miembros tras de muchas marchas errando por diversas comarcas otrosí que a veces por el arte de Venus.

Y en el castillo estaba puesta una mesa que era del abedul de Finlandia y sosteníanla cuatro enanos de aquel país salvo que no osaban moverse más por encantamiento. Y sobre esa mesa había temibles espadas y cuchillos que están hechos en una gran caverna por fatigados demonios entre blancas llamas que engastan en cuernos de búfalos y ciervos que allí abundan que es maravilla. Y había vasijas que por encantamiento de Mahoma están hechas de arena del mar y de aire por un nigromante con su aliento que les sopla dentro como burbujas. Y muy hermosos y ricos manjares había en la mesa que nadie la podía haber imaginado más llena ni rica. Y había un tonel de plata que por artificio se movía para abrirse en que había extraños pescados sin cabeza maguer hombres incrédulos nieguen que esto sea cosa posible si no lo ven y con todo ello así es. Y esos pescados están en un agua aceitosa llevada allí de Portugal a causa de la sustancia grasa que hay en ella como los jugos de la prensa de olivas. Y también era maravilla ver en ese castillo cómo hacen por magia una mixtura de fecundos granos del trigo de Caldea que con la ayuda de ciertos violentos espíritus que meten en ellos se hincha prodigiosamente como una vasta montaña. Y enseñan a las sierpes de allá a entrelazarse ellas mismas en largos palos que suben de la tierra y de las escamas de esas serpientes sacan un brebaje semejante al hidromiel.

Y el caballero de estudios escanció a Don Leopold un trago y se lo sirvió en tanto todos los que estaban allí bebían cada cual. Y Don Leopold levantó su celada para complacerles y gustó abiertamente de ello por amistad pues él nunca bebía manera alguna de hidromiel que dejó a un lado y pronto muy a escondidas vació la mayor parte en el vaso de su vecino y su vecino no se apercibió de su maña. Y él se sentó con ellos en ese castillo para descansarse por un tiempo. Alabado sea Dios Todopoderoso.

En tanto esa buena hermana se acercó a la puerta y les rogó por reverencia a Jesús nuestro Señor Soberano que abandonaran su bullicio pues allá arriba había una gentil dama en dolores de parto cuyo momento se acercaba deprisa. Sir Leopold oyó altos gritos en el piso de arriba y se maravilló de qué grito era ése si de niño o mujer y me sorprende, dijo, que no haya llegado ya. A mi entender dura sobremanera. Y alzó los ojos y vio a un gentilhombre llamado Lenehan al otro lado de la mesa que era de más años que ningún otro y como eran ambas virtuosos caballeros en la misma empresa y asimismo porque él era el más viejo le habló con toda gentileza. Pero, dijo, no será dentro de mucho que ella parirá por la generosidad de Dios y tendrá gozo de tener hijo pues ha aguardado por un tiempo maravillosamente largo. Y el gentilhombre que había bebido dijo: Esperando que cualquier momento fuera el próximo. También tomó la copa que estaba ante él pues jamás le era menester que nadie se lo pidiera ni lo deseara de él para beber y así dijo: Ea bebamos, con todo deleite, y apuró toda lo que pudo a la salud de los dos pues era hombre cumplido en todas sus deseos. Y Sir Leopold que era el más digno compañero que jamás se sentó en los palacios de los estudiosos y que era el hombre más mesurado y más manso que jamás metió mano de labrador bajo gallina y que era el más leal caballero del mundo que jamás haya servido a dama gentil, le respondió cortésmente levantando la copa. Dolores de dama con demora meditando.

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