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Authors: Adele Ashworth

Tags: #Histórico, #Romántico

Un hombre que promete (39 page)

BOOK: Un hombre que promete
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El hombre abrió los ojos de par en par, como si esa idea nunca se le hubiera pasado por la cabeza.

—No, desde luego que no —insistió—. Nuestra conversación se ha centrado en lo insólito del clima y en la salud de los demás, como era de esperar. En ese tipo de cosas. Me ha alegrado mucho descubrir que ambos han logrado escapar ilesos de esa detestable gripe que apareció hace poco. Pero, no, estábamos esperando a que llegara para empezar a hablar de temas serios, Madeleine.

Madeleine contuvo una carcajada de puro deleite. Ese hombre era tan adorable y encantador que le recordaba a uno de esos muñecos de trapo a los que los niños solían llevar de un lado a otro agarrados por el cuello y contra los que se acurrucaban por las noches.

No, no era un muñeco de trapo, sino un enorme oso de peluche.

—¿Le apetece un té? —le preguntó con voz dulce, extrañada de que Thomas no se lo hubiera ofrecido.

—No, no, muchas gracias —rechazó con un gesto de la mano—. Me reservo el apetito para el estofado y la cerveza que tomaré muy pronto en la posada. No me quedaré aquí mucho tiempo, y estoy seguro de que usted… —Echó un rápido vistazo a Thomas—. Usted y el señor Blackwood tendrán muchas cosas que discutir.

Ese comentario la dejó desconcertada, aunque no tenía muy claro por qué.

¿Qué es lo que sabe este hombre?, se preguntó.

—Desde luego, sir Riley —Era la respuesta que cabía esperar, y se negó en redondo a revelar su turbación mientras lo acompañaba hasta el sofá—. Tome asiento, por favor.

Thomas aún no había dicho una palabra desde que ella llegara. Madeleine intentó impedir que eso la molestara mientras rodeaba la mesita de té, pero, aunque trató de evitarlo, las faldas del vestido rozaron las botas masculinas antes de que tomara asiento en el otro extremo del sofá, lo más alejada posible de la silla que él ocuparía.

Él ni siquiera pareció darse cuenta, ya que permaneció con la mirada fija en la alfombra, las manos enlazadas a la espalda y un leve ceño fruncido en su complejo rostro.

Sir Riley se sentó a su lado con las piernas cruzadas y mantuvo una expresión relajada cuando se aclaró la garganta antes de hablar.

—Bien —comenzó en un intento por romper el hielo—, centrémonos en los asuntos que nos conciernen. Yo… bueno… creo que tengo un plan en mente que serviría para atrapar al barón y dejar al descubierto sus actividades ilegales mientras lleva a cabo un nuevo robo.

Madeleine abrió los ojos de par en par a causa de la sorpresa, y del orgullo. El orgullo inglés. Qué inteligente era aquel hombre…

—Piensa tenderle una trampa para pillarlo con las manos en la masa —susurró, pensando en voz alta—. Una idea maravillosa. Estoy impaciente por ver la cara de asombro que pone cuando lo arresten. Es un hombre de lo más arrogante.

Thomas la miró por primera vez, pero sin revelar nada.

—Es la única forma de asegurarnos de que acaba en prisión —señaló con calma. Una pequeña sonrisa tironeó de la comisura izquierda de su boca y ocultó durante un instante la cicatriz, aunque Madeleine no estaba segura de si había sido una sonrisa auténtica o una mueca sarcástica—. Desdémona, aunque sería un magnífico testigo presencial, puede retractarse en el último minuto y decidir que no quiere testificar —Convirtió su voz en un murmullo elocuente—. Necesitamos pruebas y ella, después de todo, no es más que una joven caprichosa.

El significado oculto del comentario no pasó desapercibido para Madeleine, que se revolvió incómoda en el sofá y concentró su atención en sir Riley.

—En ese caso, me gustaría participar. El barón desea introducirme en su casa a través de los túneles y estoy segura de que si le envío una nota, me resultará muy fácil acceder. Quizá pueda descubrir algo «accidentalmente», atraparlo en una mentira. Tal vez baste con ponerlo un poco nervioso —Se encogió de hombros—. Además, es posible que pueda descubrir el opio y presenciar el resto de su operación.

Sir Riley pareció incómodo de inmediato, y paseó la mirada entre Thomas y ella. Cruzó las piernas en la posición contraria a la que las tenía y se frotó las palmas contra los muslos. Eso fue suficiente para que Madeleine se diera cuenta de que las cosas no eran lo que parecían.

—¿Hay algo que no me hayan contado? —preguntó en un tono cordial, aunque con el pulso desbocado bajo su apariencia serena y profesional.

Sir Riley volvió a cambiar de postura y examinó la mesita de té. Thomas, tal y como había ocurrido desde su llegada, parecía de lo más tranquilo, al mando de la situación.

—Creo, Madeleine —admitió por fin sir Riley—, que hemos elaborado un plan con el que podremos capturar al barón de Rothebury sin necesidad de emplear la fuerza.

¿«Hemos»? ¿A quiénes se refería?

—¿Eso cree? —repitió con el respeto exigido por la situación.

Sir Riley comenzó a tamborilear con los dedos sobre su regazo.

—Hace tres noches, nuestros operarios permitieron el robo de dos cajas de opio de un barco atracado en Portsmouth. La semana anterior a dicho robo teníamos a varios hombres trabajando en el muelle para extender el rumor de que había un cargamento de opio a punto de llegar —Esbozó una enorme sonrisa y bajó la voz—. Esta noche, o mañana por la noche, si su estrategia no ha cambiado, el barón recogerá las cajas y las introducirá en su casa a través del túnel. Nuestro plan es colocar a varios hombres dentro del túnel y esperar a que llegue.

Ella parpadeó con incredulidad.

—¿Dentro del túnel?

—Sí —contestó sir Riley—. Tanto dentro como fuera, y varios hombres más escondidos entre los árboles, para que no tenga forma de escapar. Si lo atrapamos con las manos en la masa, y contando con el testimonio de la señora Winsett, conseguiremos una condena en firme.

Madeleine hizo un gesto negativo con la cabeza, perpleja.

—No lo entiendo. ¿Cómo podrá posicionar a sus hombres si no sabe dónde se encuentra el túnel con exactitud? Ni Thomas ni yo hemos sido capaces de encontrar la entrada en el bosque.

—Hablé con Desdémona —admitió Thomas sin rastro de ostentación.

Eso la desconcertó, y se volvió de inmediato para clavar la mirada en él.

—¿Cuándo?

—Esta tarde. Mantuvimos una charla bastante larga, y me proporcionó información muy específica acerca de su localización, parte de la cual ya le he transmitido a sir Riley. Es una dama de lo más expresiva y porfiada cuando participa de forma activa en la conversación —finalizó con una sonrisa irónica y una mirada desafiante.

Madeleine se negó a morder el anzuelo de semejante insinuación y se obligó a pasarla por alto antes de mirar de nuevo a sir Riley.

—¿Por qué utilizar recursos adicionales cuando yo podría entrar en el túnel sin problemas? El propio barón me ha dado permiso para hacerlo.

—Porque no quiero que entres en ese túnel, Madeleine —declaró Thomas con rotundidad.

La confusión que sentía se convirtió en ofensa, y después en ira, aunque lo disimuló muy bien.

—No creo que eso debas decidirlo tú —señaló del mismo modo.

Sir Riley se aclaró la garganta de nuevo.

—Creo, Madeleine, que lo que el señor Blackwood quiere decir es que no es necesario que entre sola en el túnel y ponga su vida en peligro.

—Porque soy una mujer —alegó sin inflexiones en el tono.

—Precisamente —confesó sir Riley con una sonrisa satisfecha—. Contamos con otros hombres que pueden entrar sin problemas ahora que sabemos dónde está, y creemos que hemos elaborado un plan excelente que no pondrá a nadie en peligro, y mucho menos a usted.

Ése fue uno de los momentos más decepcionantes de su vida, cuando Madeleine se dio cuenta de que sir Riley, el hombre al que más admiraba en el mundo, le estaba mintiendo. A ella, su agente más disciplinada y fidedigna en el continente. Y lo supo porque el hecho de ser mujer jamás había sido un inconveniente en sus misiones anteriores. Jamás. Tanto ella como todas las demás personas involucradas conocían los riesgos de ese tipo de trabajo y los aceptaban sin condiciones si querían continuar en ese campo. Ya le habían asignado antes misiones que ponían su vida en peligro, y las había aceptado sin rechistar. De hecho, hasta donde sabía era la única mujer que trabajaba en ese puesto, y durante los últimos seis años se había comportado tal y como lo haría un hombre, con aplomo y valentía, ya que todas sus actividades habían sido sometidas a un meticuloso escrutinio, a la espera de que fracasara por el simple hecho de ser mujer. No lo había hecho, y por eso la admiraban tanto. Nadie había dudado de ella con anterioridad, y mucho menos sir Riley.

No, los argumentos que había expuesto a favor de su entrada en el túnel eran acertados y había mucho menos riesgo de que el barón descubriera sus intenciones. Tanto Thomas como sir Riley lo sabían, lo que significaba que allí ocurría algo muy, muy raro.

Se puso en pie con rigidez y con toda la elegancia que pudo reunir, aunque no se movió de su posición.

—Está bien —dijo mientras se alisaba la falda—. Veo que ya no precisan ni mis servicios ni mi talento. Supongo que no hay razón para que no pueda regresar a Francia de inmediato.

Thomas no dijo nada, pero fue evidente que a sir Riley lo inquietaron sus palabras, ya que se puso en pie a la vez que ella y miró al otro hombre como si le suplicara ayuda en un momento tan embarazoso.

Thomas permaneció donde estaba, con el rostro tenso y una postura rígida. Madeleine presintió que estaba a punto de suceder algo trascendental.

—Creo que ha llegado el momento de que hable con Madeleine a solas, sir Riley.

Su jefe dejó escapar un largo suspiro, a todas luces aliviado, y se despidió de ella con un gesto de la cabeza sin discutir.

—Por supuesto. Además, estoy hambriento e impaciente por tomarme un par de cervezas. Siempre es un placer volver a verla, Madeleine, y estoy seguro de que pronto estaremos en contacto —Después se dirigió a Thomas—. Buenas noches, señor.

La casa se quedó en silencio cuando él se dirigió al recibidor, cogió el abrigo del gancho que había junto a la puerta, se lo puso y salió a toda prisa.

Madeleine no sabía muy bien qué hacer o qué decir. Se limitó a quedarse de pie, a la espera de que ocurriera algo que acabara con el incómodo silencio. Miró a Thomas, que aún no se había movido de la posición que ocupaba cuando ella llegó minutos antes, aunque en ese instante parecía nervioso, como si no supiera cómo comenzar esa larga e importante conversación.

—¿Por qué te ha llamado «señor» y no «señor Blackwood»? —le preguntó de pronto para empezarla por él.

—No estaba muy cómodo aquí —replicó sin mirarla siquiera al tiempo que alzaba una mano para rascarse la barbilla con los dedos.

Madeleine cruzó los brazos a la altura del pecho, sin dejarse desanimar.

—Sí, lo sé. Eso también me resulta bastante extraño —Al ver que él no decía nada, insistió—. Creo que ha llegado el momento de que me expliques las cosas, Thomas. ¿Qué está ocurriendo aquí?

El ambiente casi se podía cortar. Madeleine percibió la intranquilidad de Thomas como si de un puñetazo en el estómago se tratara, a lo que había que sumar sus propios e inconfundibles aguijonazos de miedo.

Él se dio la vuelta para quedar frente a la chimenea y examinó las llamas durante un momento. Con el corazón atronándole los oídos y un reguero de transpiración entre los pechos, Madeleine esperó, ya que aunque no sabía muy bien qué hacer, sí tenía claro que no quería dar el primer paso.

—¿Tú me amas, Maddie?

Esa pregunta, formulada con voz suave y tierna, era lo último que esperaba oír de sus labios, y consiguió que le temblaran las rodillas y le flaquearan las piernas. Abatida, se sentó de nuevo y se aferró al brazo del sofá que tenía a su izquierda para darse fuerzas.

—Yo… no sé qué importancia puede tener eso en esta conversación.

—¿De veras?

Se dio cuenta de que no conseguiría evitar el tema. Él no pensaba permitírselo.

—Creo que nos hemos acercado mucho el uno al otro durante estas últimas semanas, sí.

Él negó con la cabeza.

—No es eso lo que te he preguntado.

Madeleine cambió la posición de los pies bajo la mesita de té y se secó las palmas de las manos sobre la seda del vestido que cubría sus muslos.

—No tengo muy claro qué es lo que esperas oír —replicó con serenidad—. Regresaré a Marsella mañana o pasado, y…

Thomas la interrumpió con una violenta carcajada. Fue una risotada amarga cargada de resentimiento, rabia y una obvia exasperación. Después, apoyó las manos en la repisa de la chimenea y se apartó de allí en un arranque de energía antes de darse la vuelta para mirarla. Acortó la distancia que los separaba con un par de zancadas, la agarró por los brazos y la puso en pie a su lado.

Antes de que pudiera pronunciar cualquier tipo de protesta, Madeleine leyó en su mirada lo que pretendía hacer. Sus ojos parecían tan oscuros como una noche sin luna, duros como el acero, y desesperados.

—Thomas…

Se apoderó de su boca sin miramientos, de una manera brutal, dolorosa, suplicante. Madeleine inhaló su esencia, lo saboreó, absorbió todo lo que él le daba. Al principio luchó contra él, aunque solo por un segundo, o tal vez fueran horas… no lo sabía. Luego, cuando el beso se hizo más intenso y más tierno, se aferró a él mientras Thomas le acariciaba la espalda y la estrechaba contra su duro cuerpo. Dios, cuánto deseaba estar con él, cuánto lo necesitaba…

Un suave sonido escapó de su garganta y él se apartó de inmediato al escucharlo. Madeleine se quedó desfallecida, presa de los temblores, con los labios hinchados y anhelando más. Thomas volvió a mirarla a los ojos con una expresión de suprema y total satisfacción.

Eso la puso furiosa y sintió ganas de darle una bofetada en la boca por aprovecharse de la debilidad que sentía por él. Pero no conseguiría nada abofeteándolo, ya que eso no era más que un acto de desesperación. Jamás perdería el control para golpearlo, y Thomas lo sabía muy bien. En vez de eso, Madeleine relajó su expresión y aguardó a que la soltara, con la esperanza de que no notara el martilleo de su corazón contra el pecho.

Él no se movió ni dejó de mirarla a los ojos.

De pronto, le cubrió las mejillas con las manos y le levantó un poco la cara.

—Dime que no me amas.

Madeleine compuso la expresión más indiferente que pudo conseguir y le dio un empujón en el pecho, aunque no consiguió nada, ya que la fuerza masculina superaba la suya con creces. Un grito creció en su interior, pero lo contuvo y lo sofocó junto con las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos; se negaba a llorar delante de él.

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