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Authors: Adele Ashworth

Tags: #Histórico, #Romántico

Un hombre que promete (18 page)

BOOK: Un hombre que promete
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Madeleine se apretó contra él a fin de presionar el pubis, aún cubierto por el tejido de sus prendas, contra la mejilla masculina; lo oyó aspirar con fuerza antes de gemir y murmurar algo que no pudo entender. Frenético y tembloroso, Thomas puso la otra mano entre sus piernas y Madeleine notó que su impaciencia aumentaba. Examinó a tientas el delicado tejido de las enaguas hasta que dio con la abertura y separó ambas partes. Por fin sintió que los dedos masculinos la tocaban allí donde más lo deseaba, al principio con timidez, pero después más profundamente, cuando comenzó a acariciar la piel cálida y húmeda.

Tras susurrar su nombre una vez más, Madeleine alzó las caderas lo justo para hacer frente a sus tiernas indagaciones, pero él no se levantó, ni giró el rostro hacia ella ni la besó de nuevo, tal y como ella esperaba. No hizo el menor movimiento para hundirse en ella; se limitó a seguir acariciándole los pechos con una mano y su parte más íntima con la otra mientras permanecía arrodillado en el suelo.

Con los dedos enterrados en su cabello, Madeleine cerró los ojos con fuerza y le sujetó la cabeza al darse cuenta de que él quería que llegara al clímax de esa forma. Y estaba a punto de alcanzarlo. Todo había ocurrido muy rápido y la imagen de ese hombre con la cabeza enterrada en los rizos de su entrepierna le parecía de lo más erótica. No dejó de olerla y de besarla mientras sus dedos la exploraban con suavidad… hasta que por fin hundió uno de ellos en su interior.

Madeleine tomó una áspera bocanada de aire y dio un respingo involuntario cuando el pulgar masculino rozó la delicada protuberancia central, pero Thomas había encontrado el lugar perfecto. Y no se detuvo. Metió la mano izquierda bajo el corpiño del vestido para acariciarle y masajearle el pecho mientras seguía atormentándola más abajo, con un dedo introducido en su interior y ese pulgar que la acariciaba cada vez más rápido y con más fuerza para llevarla al borde del abismo.

Ella gimió una y otra vez y se aferró a él con ambas manos al sentir que se encontraba cada vez más cerca de ese maravilloso punto sin retorno.

Y él se dio cuenta.

—Córrete para mí, Maddie…

Madeleine obedeció sus órdenes.

Su vientre se tensó y sus piernas se quedaron rígidas antes de que el orgasmo estallara en su interior, arrancándole un grito de los labios. Enterró las manos en su cabello y alzó las caderas hacia la mejilla y la mano masculinas mientras los espasmos internos de placer se cerraban en torno a su dedo.

—Dios mío… —dijo él con un gruñido gutural.

De pronto, notó que Thomas le apretaba el pecho con fuerza y que su cuerpo se ponía rígido mientras ella se arqueaba hacia él. Madeleine percibió su respiración rápida contra la parte interior de los muslos y el estremecimiento que sacudió el enorme cuerpo masculino cuando ella llegó al orgasmo, pero se mantuvo aferrada a él hasta que el placer remitió un poco.

Comenzó a relajarse cuando Thomas aminoró el ritmo de sus caricias. Ninguno de ellos habló ni se movió durante un par de minutos, mientras sus respiraciones se normalizaban y su cuerpo se relajaba. A la postre, él retiró el dedo de su interior y giró el rostro para apoyar la frente sobre su cadera. Ella le acarició el pelo y le recorrió el cuello con la palma de la mano.

—Te quiero dentro de mí, Thomas —dijo en voz muy baja.

Él respiró hondo y la acarició de forma íntima una última vez. Después se apartó, alejó las manos de su cuerpo y se puso en pie con cierta dificultad.

Sin mediar palabra, sin mirarla a la cara siquiera, se alejó caminando. Su cojera se hizo más pronunciada con cada uno de los escalones de madera que subía para dirigirse hacia su dormitorio.

Capítulo 10

C
uando se despertó y descubrió que la casa estaba vacía, Madeleine supo que lo encontraría junto al lago. Thomas prefería ese silencioso lugar para pensar las cosas con tranquilidad, y a decir verdad también se estaba convirtiendo en su lugar favorito. Hablaría con él allí.

Cuando salió al porche esa despejada mañana, tomó una profunda bocanada de aire gélido y se tomó un momento para cerrar los ojos y alzar el rostro hacia el sol naciente, que apenas despuntaba tras la fina capa de nubes del horizonte. Después, se puso los guantes, se subió el cuello de la capa y se encaminó hacia el sendero que conducía a la parte posterior de la casa.

La noche había pasado muy despacio y casi no había dormido. El viento había cesado sin dejar una gota de lluvia. Lo que la había mantenido despierta era el recuerdo de las manos de Thomas sobre su cuerpo, la expresión cargada de pasión que tenían sus ojos al mirarla y la dolorosa imagen de su marcha… sin tomar lo que ella deseaba darle y sin decirle una sola palabra.

No comprendía sus acciones. Ningún hombre la había dejado así con anterioridad y, aunque su experiencia con el sexo fuerte era más bien amplia, estaba claro que no comprendía en absoluto la sexualidad masculina. Todos los hombres que le habían hecho el amor habían obtenido su propia satisfacción, aunque bien era cierto que Thomas no se parecía a ninguno de los hombres que había conocido. Con todo, seguía siendo un hombre, y un hombre que la deseaba… De hecho, la deseaba con tanta desesperación que resultaba encantadoramente cómico.

Mientras yacía en la cama contemplando el techo a esas horas de la madrugada, creyó en un principio que se trataba de simple cuestión de inseguridad. Si las lesiones de sus piernas eran más graves de lo que ella había imaginado, era posible que Thomas fuera reacio a permitir que lo descubriera. Aun así, eso no explicaba por completo su silenciosa partida. Podría haberla poseído sin quitarse la ropa y aunque sus piernas sufrieran cierto grado de discapacidad, ya la conocía lo bastante bien para saber que Madeleine jamás lo rechazaría por algo así.

Después pensó en el tema de la impotencia. Lo había tocado un instante por encima de la ropa y esa parte de él parecía estar perfectamente formada: bien proporcionada y dura como una piedra. Estaba claro que tenía una erección, pero ¿habría sido capaz de mantenerla? Eso era algo que no había podido comprobar después de tumbarse en el sofá, y con cierto bochorno se dio cuenta de que ni siquiera había pensado en tocarlo una vez que él se propuso llevarla hasta el orgasmo. Aunque eso era normal. Con todo, no había dicho que fuera impotente y era de suponer que el hombre conocía bien su propio cuerpo.

La única conclusión a la que pudo llegar fue que no había conclusiones posibles. Thomas no quería completar el acto íntimo con ella por razones que solo él conocía, algo que, como tuvo que recordarse a sí misma, había admitido con toda claridad tres noches atrás. Esa idea era la que más la preocupaba y, a su vez, la que más gracia le hacía. Estaba llegando a un punto de la relación en la que Thomas comenzaba a importarle como persona, y quería que él la deseara. Quería que la necesitara. Quería que le hiciera el amor, y no en busca de un simple alivio sexual, sino con la única intención de intimar con ella. Apartó la larga rama de un árbol de su camino y se adentró en el claro que había junto al lago. Tal y como sospechaba, Thomas estaba sentado en el banco, contemplando las aguas en calma con las piernas separadas, los codos apoyados en las rodillas y las manos entrelazadas. Llevaba puestos el grueso abrigo, la bufanda y los guantes, lo que la condujo a pensar que llevaba en el bosque un buen rato.

Avanzó hacia él muy despacio, con los brazos cruzados a la altura del vientre. Sus zapatos de cuero hacían crujir las hojas y las ramas bajo sus pies, así que estaba claro que él la había oído acercarse, pero no se movió ni miró en su dirección.

—Hace una mañana muy hermosa —le dijo con tono alegre.

Él soltó el aire por la nariz y asintió.

—Es mi momento favorito del día.

—También el mío.

Madeleine se detuvo a un lado por detrás de él y bajó la vista para contemplar su perfil. Unas líneas diminutas se extendían desde las comisuras de sus ojos y tenía los labios apretados en una expresión adusta. Esa mañana parecía tener más de treinta y nueve años, aunque seguía siendo elegante e inquietantemente apuesto. Deseó poder borrar a besos la tensión de su rostro, pero no se consideraba tan atrevida. Era obvio que él necesitaba su espacio.

—Tengo dos preguntas que hacerte, Thomas —señaló tras un momento de silencio.

La mandíbula masculina se contrajo de forma evidente, pero él no dijo nada. Al parecer sería ella quien tendría que encargarse de todo.

—¿Qué crees que hace el barón de Rothebury con los libros?

Él levantó la cabeza de golpe para mirarla con unos ojos como platos y la boca abierta. El hecho de verlo tan sorprendido por una pregunta tan inocente hizo que Madeleine tuviera que morderse los carrillos para contener la risa.

—¿Con los libros? —repitió, confundido.

Ella enarcó una ceja y arrastró la punta del pie sobre el suelo del bosque.

—Con los libros de lady Claire. ¿Para qué los compra?

Thomas se sentó más erguido y recuperó la compostura al darse cuenta de hacia dónde se encaminaban los pensamientos de ella, aunque no apartó la mirada de su rostro.

—Yo también me lo he preguntado. Después de conocerlo, no puedo creer que sea un coleccionista ni un comerciante. No encaja con su personalidad, o al menos con lo que yo sé sobre él. Es un hombre extrovertido, con la educación que han recibido la mayoría de los nobles, pero no es un intelectual.

Madeleine se acercó un paso y observó por un instante el hogar del barón al otro lado del lago.

—Según parece, tampoco atraviesa necesidades económicas, o eso se comentó en la reunión de té de la señora Rodney. De cualquier forma, comprar libros para venderlos después tampoco es un negocio especialmente lucrativo. Y eso significa —razonó con seriedad— que miente a propósito a lady Claire.

—Sí, eso creo.

La voz de Thomas le pareció ronca. Masculina. Notó que el deseo crecía en su interior cuando volvió a contemplar esos adorables ojos castaños.

—¿Por qué?

Él meneó la cabeza con el ceño fruncido.

—No lo sé. Ella pertenece a su misma clase social, pero no entiendo por qué otra razón podría visitarla. La invita a sus fiestas, ya que eso es lo que se espera de él, pero no tengo nada claro por qué querría mantener una relación con ella, o con su extensa biblioteca.

—Tal vez sea porque ella te desea, Thomas —comentó ella con suavidad al tiempo que paseaba los dedos de una mano a lo largo del respaldo del banco—. Desde luego la dama no lo oculta, y a él no le caes bien por razones que desconocemos. ¿Crees que podría deberse a que te considera un posible contrincante en lo que al sexo opuesto se refiere?

Thomas entrecerró los ojos muy despacio sin dejar de mirarla y a Madeleine se le ocurrió de pronto cómo podría interpretarse lo que había dicho. Como el comentario típico de una mujer celosa. Algo que no era propio de ella en absoluto. Se habría dado de patadas por decir algo semejante sin pensar y sin provocación alguna.

—¿Quieres decir que estaría comprándole los libros para desquitarse o para llamar su atención? Eso no tiene ningún sentido. Estoy seguro de que él no la encuentra más atractiva que yo —Hizo una pausa antes de añadir con tono calculador—. Tus razonamientos suelen ser bastante mejores, Madeleine. ¿Qué tratas de decirme en realidad?

Ella intentó no tomarse eso como un insulto. Tenía razón, por supuesto. Notó que se le sonrojaban las mejillas y, cómo no, él también. Sin embargo, no se dio la vuelta. Tenía que ir al grano. Y él esperaba una respuesta.

Se enderezó y dejó caer los brazos a los lados antes de alzar la barbilla en un gesto orgulloso.

—Quiero saber por qué me dejaste anoche.

Thomas estuvo a punto de sonreír.

—Lo que me imaginaba. Siento haberlo hecho.

—No te he preguntado si lo sientes, te he preguntado por qué —replicó ella con tono frío.

Él vaciló y se frotó las manos con nerviosismo.

—Es complicado.

Eso la molestó. Siempre se mostraba evasivo ante una pregunta personal, y ya estaba harta de eso. Intentó pasar por alto ese sentimiento y permanecer imperturbable.

—Ésa es una excusa que utilizas bastante a menudo, Thomas, pero esta vez me gustaría que me dieras una verdadera explicación. Creo que me la merezco.

Tras moverse con incomodidad en el banco, Thomas contempló el lago una vez más.

—No se trata de ti.

—Espero que no —comentó ella con tono seco—. Es evidente que te aseguraste de que yo disfrutara. Y creo que también fue evidente que lo hice.

Las mejillas masculinas se tensaron, pero a Madeleine no le quedó claro si el comentario le había hecho gracia o le había molestado. No le veía los ojos. No obstante, parecía más desconcertado a cada momento.

—¿Temes mantener una relación íntima conmigo a causa de las heridas de tus piernas?

Las palabras se elevaron suavemente con el viento matutino, pero la pregunta alcanzó su objetivo. Todas las cartas estaban sobre la mesa. Y él tendría que hablar sobre ello.

Thomas apoyó las manos en los muslos y se puso en pie con rigidez. Se pasó los dedos por el cabello y caminó algunos pasos antes de detenerse frente a la orilla.

Madeleine aguardó sin moverse.

—No me preocupa en lo más mínimo estar contigo, y ése no era el problema anoche —dijo con un ronco susurro.

Ella se negó a dejarse intimidar por la frialdad innecesaria de su tono.

—En ese caso, ¿por qué te marchaste?

—Soy un hombre, Madeleine —replicó de forma abrupta.

¿Debía desconcertarse al escuchar eso?

—Sí, lo sé. Noté ciertas evidencias que lo demuestran.

—No lo entiendes —Se metió las manos en los bolsillos del abrigo y clavó la mirada en el agua—. Tú estabas allí, y yo estaba más que preparado. Estabas… tan caliente; tan húmeda por dentro… Y era yo quien te había puesto así.

Madeleine frunció el ceño y comenzó a caminar hacia él. La conversación había pasado de ser evasiva a ser íntima. Imaginó que aquel era el lugar perfecto para hablar del tema, ya que estaban prácticamente aislados, pero aun así respondió con un susurro.

—Es una reacción física normal, Thomas. Te deseo. Te he deseado desde el día en que nos conocimos.

—¿Por qué? —murmuró él sin mirarla.

No se había esperado eso, de modo que hizo una pausa para decidir si aquello era un intento por cambiar el tono de la charla.

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