Un millón de muertos (10 page)

Read Un millón de muertos Online

Authors: José María Gironella

Tags: #Histórico, #Relato

BOOK: Un millón de muertos
13.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

—La situación es la siguiente —informó el H… Muñoz—: Las fuerzas que combaten a nuestro lado carecen de unidad. Son guerrilleros que acuden aquí y allá sin plan estratégico, al buen tuntún, lo mismo en el Sur que en Madrid, que los que se disponen a salir para Aragón. Su indisciplina e ignorancia son totales, por carencia de mandos. Los únicos oficiales de que se dispone son los oficiales llamados «de dedo», o sean, nombrados por el simple requisito de señalarlos con el índice: «tú, teniente», «tú, capitán».

»En Somosierra, las decisiones militares se toman por mayoría de votos. Casi siempre impone su criterio el que tiene mejor voz. Cualquier mequetrefe se atreve a planear victorias delante de un Mapa, y al parecer incluso en el Ministerio de la Guerra hay quien defiende la tesis de que un limpiabotas puede revelarse de pronto como un estratega genial. El carácter voluntario de los milanos les permite negarse a obedecer, contestar «no me da la gana» o simplemente tirar en cualquier momento el arma y largarse a la retaguardia.

»Tocante a las matanzas de oficiales de Tierra, Mar y Aire que han tenido lugar, pueden considerarse suicidas. El balance es siguiente: están en nuestro poder la mayor parte de las unidades navales y la totalidad de los puertos del Mediterráneo y del Cantábrico, pero carecemos de un solo hombre que sepa lo que es un timón. En la base de Cartagena el sacrificio de oficiales malos fue masivo, faltando datos certeros sobre otros lugares. La Escuadra es la fuerza decisiva, dada la longitud del litoral! En cuanto al arma aérea y a la artillería, huelgan comentarios. En el frente de Córdoba se han dado casos de artilleros que han disparado contra nuestras propias líneas y otros que, en vista de que el cañón disparaba demasiado lejos, han recurrido al inteligente ardid de recular el cañón.»

El H… Muñoz sacó una cuartilla y la leyó para sí antes de proseguir. Se daba cuenta de que su exposición interesaba, por que el tono de su voz se iba solemnizando cada vez más.

—El H… Díaz Sandino, de la Logia Nordeste Ibérica, de Barcelona, teniente coronel de Aviación, informa que un aviador «leal» llamado Rexach, el día primero de agosto despegó por su cuenta del aeródromo del Prat y se fue a bombardear Ceuta. El H… Carlos Ayestarán, nuestro querido H… Ayestarán, de la misma Logia Nordeste Ibérica, jefe de los servicios de Sanidad de Barcelona, informa que los milicianos se llevan al frente a sus mujeres y que en Asturias los mineros llevan a cabo las emboscadas nocturnas por el inconcebible sistema de avanzar hacia los puestos enemigos cantando a pleno pulmón La Internacional.

»Los ejemplos podrían multiplicarse, pero no hace falta. Se enviará a cada H… de la Logia Ovidio un memorándum completo. De momento sólo añadiré, porque ello afecta a Gerona, que los nombres adoptados por los batallones o centurias que se están organizando en nuestra ciudad, y que han empezado a acampar en la Dehesa, son más elocuentes que mis cuartillas. Centuria «Germen», capitaneada por Porvenir. Centuria «Los Chacales del Progreso», capitaneada por Gorki. Centuria «Las hienas antifascistas», cuyo mando se disputan Murillo y el Cojo, etcétera.

El H… Muñoz dejó las cuartillas, se quitó las gafas y mirando al auditorio concluyó:

—Personalmente, nada de lo especificado me parece cómico, sino lo contrario, y me atrevo a desear que el H… Julio García comparta mi criterio y reserve sus expresiones irónicas para otras circunstancias menos graves.

Se hizo un gran silencio. El coronel Muñoz bajó del estrado y se dirigió a ocupar su silla muy cerca de la columna Jakim. Acto seguido, se levantó el H… Julián Cervera, que presidía el Trabajo, el cual pasó a enunciar algunas sugerencias aconsejadas por los hechos que el H… Muñoz acababa de revelar y de los que él había sido previamente informado.

Primera sugerencia: Enviar a Madrid, al Gobierno de la República, y a Barcelona, al Gobierno de la Generalidad, un nuevo mensaje de adhesión de la Logia Ovidio.

Segunda sugerencia: Enviar a las principales logias de Francia, Inglaterra y los Estados Unidos un detallado informe sobre la situación en la zona, recargando un poco los signos adversos.

Tercera sugerencia: Informar a dichas logias de la ayuda que Portugal presta a los militares sublevados, así como del incalificable apoyo que, en las primeras noches de la revolución, prestaron los faros del Peñón de Gibraltar a los convoyes fascistas procedentes de Marruecos, que cruzaron el Estrecho con tropas regulares y material abundante.

Cuarta sugerencia: Poner el veto a la admisión de mujeres en los frentes de lucha, en primera línea, y destinarlas a servicios auxiliares.

Quinta sugerencia: Aceptar el ofrecimiento de dos ambulancias y de un tren de medicamentos ofrecidos por las Logias de París y delegar al H… Julio García para dar cuenta de ello, en Barcelona, al H… Carlos Ayestarán, jefe de los Servicios de Sanidad.

Sexta sugerencia: Suplicar al comandante Campos, prestigioso artillero, y al doctor Rosselló, cirujano ilustre, que se incorporen a las milicias gerundenses prontas a salir para el frente de Aragón, integradas en la columna Durruti.

Terminada la lectura, el H… Julián Cervera se sentó, sin hacer comentarios, y acto seguido abrió el debate y la rueda de preguntas.

Julio García fue el primero en intervenir. Dirigiéndose al coronel Muñoz, le pidió disculpas por sus expresiones anteriores, fruto de la incorregible manía de buscar el aspecto satírico de las cosas. «Perdóneme usted», repitió Julio, inclinando la cabeza. El H… Muñoz la inclinó a su vez y el incidente se dio por terminado.

A continuación intervino el comandante Campos. Apenas se puso en pie, todos los asistentes advirtieron que la sugerencia de que se alistara para ir al frente le había producido, tal vez a causa de su avanzada edad, un
shock
nervioso. Manifestó que estaba dispuesto. «A la orden», dijo. Su voz fue enérgica, pese a que en el momento en que el H… Julián Cervera lo nombró tuvo la corazonada de que moriría en la aventura. No sabía por qué, pero en seguida se imaginó en el fondo de un barranco rojizo de Aragón, cerca del puesto de mando de Durruti, desangrándose junto a la batería que le había sido asignada.

A continuación habló el H… Rosselló. El H… Rosselló aceptó también la sugerencia que le fue formulada. No era valiente, jamás lo fue. Sin embargo, su vida personal se encontraba en un período tan caótico, que pensó en la posibilidad de que aquella decisión volvería a darle un sentido. La fuga de su hijo Miguel con camisa falangista y la indiferencia con que le trataban sus dos hijas desde el estallido de la revolución, le tenían anonadado. Al escuchar la sugerencia del H… Julián Cervera se dijo que tal vez pudiera hallar la recuperación entregándose a lo suyo, a la cirugía. En el frente, un cirujano podía no sólo hacer bien, sino ejercitarse profesionalmente como en ningún otro sitio. ¡Se encariñó con la idea! Desde su puesto miró al comandante Campos y enlazando las manos le envió un fraternal saludo.

Los restantes asuntos fueron de trámite. Los arquitectos Massana y Ribas pidieron que se hiciera pública la protesta de la Logia Ovidio contra los asesinatos cometidos por los Comités de Gerona y provincia. Se les contestó que ello era de lamentar, pero que no procedía darle forma oficial y colectiva. Antonio Casal preguntó si la consigna referente a su labor en el seno del Comité seguía siendo la misma: «La misma —le contestaron—. Procure usted conciliar los criterios, conseguir la unidad».

Se dio por finalizado el Trabajo. Los H… de la Logia Ovidio fueron saliendo por parejas. Julio invitó a Antonio Casal a tomar un café en el bar de los futbolistas, en el que Ignacio en tiempos iba a jugar al billar.

—Menos mal —le dijo el policía al jefe local de la UGT— que no soy ni artillero ni cirujano. ¡En buen lío me hubieran metido!

Antonio Casal sonrió.

—¿No le gustan a usted las balas, Julio?

—¡A mí, sí! —exclamó el policía—. ¡Me pirro por ellas! Es por mi mujer, ¿comprende?

Antonio Casal volvió a sonreír y Julio García, mirándolo, levantó la taza de café y dijo: «A su salud, mi querido socialista».

* * *

Al margen de la opinión de los militares, era palpable que la inesperada, fulminante noticia de que en Gerona y provincia quedaba abierto el reclutamiento de voluntarios para el frente de Aragón —y la no menos fulminante y favorable respuesta— había sacudido como un reguero de pólvora a la «masa neutra» de que David y Olga hablaban y a todas las fuerzas revolucionarias. La ciudad entera comprendió que «aquello» confería a los hechos un nuevo significado. Cada voluntario se respetó más a sí mismo. Cada patrulla o ronda entendió que lo que se había hecho y seguía haciéndose en nombre del pueblo —el «hartazgo» previsto no llegaba— estaba justificado. Muchos remisos exclamaron: «¡Claro, claro! ¡Hay que ir hasta el final!» Canela le dijo a su patrona, la Andaluza: «Me despido, abuelita. Me voy con Murillo al frente de Aragón».

Como fuere, era preciso reconocer que el general, al definir a los milicianos como meros «asesinos de gente indefensa», pecó de superficial. He aquí que muchos de ellos estaban dispuestos a dar la propia vida por la causa que defendían, como la habían ya dado, en otros lugares, muchos de sus camaradas. ¡Sí, ahí estaban, alineados en la Dehesa, el Cojo, Ideal, y Teo, y Murillo, y tantos y tantos…! Y no cabía ironizar, como hacían los compañeros de trabajo de Ignacio, que la mayor parte «se iban al frente como quien se echa al ruedo en una novillada». Existía, ¡cómo no!, un punto de alegría inconsciente y contagiosa; pero en el fondo cada cual sabía que las culatas de los fusiles suelen ser, incluso bajo el sol, misteriosamente frías, y el propio Porvenir, por encima de su alucinante aspecto —en taparrabos en lo alto de un camión y dando órdenes con un micrófono en la mano— sabía perfectamente, por sus escaramuzas en Barcelona, lo que es el miedo y cómo retumba el mundo, sobre todo el mundo interior, cuando alguien que está enfrente de uno dispara con un fusil.

Quien más convencido estaba de la gloriosa legitimidad de todo esto era el Responsable. Sin la menor duda, el Responsable Vivía su momento estelar. No tenía remordimientos. ¿Para qué? Una imagen sepultaba a la otra. Al recibir el encargo de Durruti: «Organízame esto», su gorra se confundió con su cerebro. Quiso ser el primero en alistarse, pero todos cuantos le querían, empezando por sus hijas, procuraron disuadirlo y lo consiguieron. No era sensato dejar la ciudad en manos de Cosme Vila. Irían al frente sus colaboradores más próximos, los jefes de los comités de los pueblos, etcétera. ¡Oh, sí, qué triunfo para la organización! Era hermoso ser anarquista. El Responsable evocaba su infancia, las pomadas que vendió. Ahora mandaba a sus hombres a la línea da fuego y él permanecería en la retaguardia empujando cada vez más la revolución.

Acaso el instante en que paladeaba más rotundamente su triunfo era a última hora de la noche, cuando se retiraba a pie por las calles solitarias, al lado de Porvenir. Su meta era la céntrica casa de don Jorge, en la que, de momento, se había instalado. En cada esquina, en cada metro de la ciudad veía muestras de la labor que CNT-FAI llevaba a cabo.

—¡Y pensar —decía el Responsable—, que dudabas en venirte a Gerona!

—Lo hice a cara o cruz —admitía Porvenir—. No tengo perdón.

—Ahora, ya ves… Se ha trabajado.

—Cosme Vila está que arde.

—Y lo que arderá.

Marcaban una pausa y miraban a las estrellas.

—Es un verano de aúpa…

—¡Qué importa! Sería invierno y tendríamos el mismo calor.

Seguían andando.

—Y en Zaragoza, treinta mil camaradas esperando…

—Poco esperarán.

Se detenían para frotar las suelas de sus alpargatas contra el bordillo de la acera o para proyectar con el índice la colilla en la pared. A veces, el Responsable volvía la cabeza y veía a Porvenir haciendo gimnasia: «Uno, dos, uno, dos».

—No seas mameluco.

—Me parieron así.

—¿Hacemos pis?

—Bueno…

—¡No! Aquí no. A lo mejor hay monjas en estas cloacas.

Si descubrían una patrulla de milicianos, se hacían los encontradizos para conocer la consigna de turno.

—«El Papa es un cabrón.»

—«Arriba Carlos Gardel.»

—¡Salud!

—¡Salud!

El piso de don Jorge atraía al Responsable. Éste llegó a la conclusión de que los burgueses sabían vivir. Cada noche, al acostarse, decía lo mismo: «Don Jorge se conocía a fondo la anatomía». Le gustaba bromear. Con los damascos rojos abrillantaban las pistolas y Porvenir se las ingenió para que, tirando de un cordel, las dos armaduras del vestíbulo levantaran el brazo de tal suerte que daban la impresión de saludar puño en alto.

Llegados frente a la casa, miraban a los balcones y bostezaban.

—No me acostaría. Me quedaría aquí.

—Hale, que mañana hay faena.

El Responsable decía esto precisamente en el momento en que se sentaba en la acera y estiraba las piernas.

—Que me zurzan si te entiendo —argüía Porvenir, empezando a doblar las rodillas para sentarse también.

Las estrellas los miraban.

* * *

Cosme Vila vivía un momento más confuso… Seguía siendo el miembro del Comité que más tarde se acostaba. Cada noche, al oírlo entrar, su esposa le preguntaba: «¿Qué hora es?» y Cosme Vila, mientras se quitaba el ancho cinturón y echaba una mirada al pequeño, le contestaba: «Las tres…», «Las tres y media…», «Las cuatro…»

Cosme Vila hubiera deseado que quien organizase la columna para Aragón fuese el Partido Comunista; pero Durruti se le anticipó, lo cual significaba, ¡a qué negarlo!, un prestigio inmenso para el Responsable. Ahora los militantes del Partido que se habían alistado, así como los socialistas y los muy escasos de Izquierda Republicana y Estat Català, tendrían que montar en camiones anarquistas. Él hubiera querido contrarrestar el golpe, dando personalmente ejemplo, alistándose el primero, pero las instrucciones de su jefe inmediato, Axelrod, fueron terminantes: «No hay prisa».

«No hay prisa.» Era la consigna habitual, que le recordaba a Cosme Vila la tortuga que tenía Julio García. Ya Vasiliev se lo dijo una vez: «En España hay tanta impaciencia, que el que consiga dominar sus nervios y hacer las cosas con serenidad acabará adueñándose del cotarro». Sin embargo, si era la FAI la que conquistaba a Zaragoza… Cosme Vila consideraba muy doloroso que al cabo de tantos esfuerzos la autoridad moral pasara a manos de anarquistas y el símbolo del heroísmo fuese la bandera de la CNT.

Other books

Sharpe 18 - Sharpe's Siege by Bernard Cornwell
Christmas Moon by Sadie Hart
Out of Order by Charles Benoit
Toast Mortem by Bishop, Claudia
The Vagabonds by Nicholas DelBanco
Present Darkness by Malla Nunn
Her Texas Family by Jill Lynn
Casca 2: God of Death by Barry Sadler