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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (24 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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—Siento haber correspondido tan mal a su hospitalidad —dijo la señorita Marple—. Espero que algún día pueda perdonarme.

—¡Ah! —replicó la señorita Ramsbatton que, como de costumbre, estaba haciendo solitarios—. Reina roja, valet negro —dijo mientras dirigía una mirada de soslayo a la señorita Marple—. Supongo que habrá descubierto lo que quería.

—Sí.

—E imagino que se lo habrá contado todo al inspector de policía. ¿Conseguirá probarlo?

—Estoy casi segura de ello —repuso la solterona—. Aunque puede que necesite algún tiempo.

—No voy a hacerle ninguna pregunta —continuó la señorita Ramsbatton—. Es usted una mujer inteligente. Lo comprendí en seguida. No la culpo por lo que ha hecho. La maldad, es siempre maldad y merece ser castigada. En esta familia hay una rama mala. Me alegro de poder decir que no es por nuestra parte. Elvira, mi hermana, era una tonta, pero nada más. Valet negro —repitió la señorita Ramsbatton acariciando la carta—. Hermoso, pero con el corazón negro. Sí, lo temía. Ah, bueno, no siempre se puede dejar de querer a un pecador. Ese chico siempre se ha salido con la suya, incluso conmigo... Mintió al decir la hora en que salió de aquí aquel día. Yo no le contradije, pero me estuve preguntando... me he estado preguntando desde entonces... Pero era el hijo de Elvira... Yo no podía decir nada. Ah, bueno, usted es una mujer justa, Juana Marple, y debe prevalecer la verdad. Lo siento por su esposa.

—Y yo también —dijo la señorita Marple.

En el vestíbulo la aguardaba Pat Fortescue para decirle adiós.

—No quisiera que se marchara —le dijo—. La echaré de menos.

—Ya es hora de que me vaya —le contestó la anciana—. He terminado lo que vine a hacer. No ha sido... agradable. Pero es importante que no triunfe la perfidia.

Pat la miraba extrañada.

—No la comprendo.

—No, querida. Pero tal vez lo entienda algún día. Si yo me atreviera a aconsejarle... si alguna vez le fueran mal las cosas... Creo que lo mejor para usted sería regresar a donde fue feliz cuando niña—. Regrese a Irlanda, querida. Con sus caballos y perros... y todo eso.

Pat asintió.

—Algunas veces desearía haberlo hecho cuando falleció papá. Pero entonces... —su voz se suavizó— no hubiera conocido a Lance.

La señorita Marple suspiró.

—¿Sabe usted? No vamos a quedarnos aquí —dijo Pat—. Regresaremos a África tan pronto se aclare todo. Estoy muy contenta.

—Dios la bendiga, pequeña —dijo la señorita Marple—. En esta vida es necesario mucho valor para salir adelante. Creo que usted lo tiene.

Y tras darle unas palmaditas en la mano, se dirigió hacia la entrada, donde la estaba aguardando un taxi.

2

La señorita Marple llegó a su casa aquella noche bastante tarde.

Kitty, una de las últimas alumnas graduadas en el hospicio de Santa Fe, le abrió la puerta con rostro resplandeciente.

—Le he preparado un arenque para cenar, señorita. Celebro infinito verla otra vez en casa... Todo lo encontrará en su punto. He hecho la limpieza cada día.

—Muy bien, Kitty... es agradable regresar a casa.

La señorita Marple vio seis telarañas en una cornisa. ¡Aquellas chicas nunca levantaban la cabeza! Pero no quiso decirle nada.

—Sus cartas están sobre la mesa del recibidor, señorita. Hay una que la llevaron a Daisymead por error. Siempre hacen lo mismo, ¿no le parece? Dane y Daisy se semejan un poco, y como la letra es tan mala, no me extraña que se equivocaran esta vez. La llevaron allí, pero la casa está cerrada, de modo que la volvieron a traer y ha llegado hoy. Dijeron que esperaban no se trate de nada importante.

La señorita Marple fue a recoger su correspondencia. La caita a que Kitty se refería estaba encima de todas. Aquella escritura confusa trajo algo a su memoria y la abrió.

«Querida señora:

»Espero que me perdonará por escribir esta carta, pero no sé qué hacer y nunca tuve intención de causar daño. Querida, señora, usted habrá leído en los periódicos que se trataba de un crimen, pero no fui yo quien le maté, de verdad, porque yo nunca haría una maldad semejante y sé que él tampoco. Me refiero a Alberto. Se lo estoy explicando muy mal, pero ya sabe que le conocí el pasado verano e iba a casarme con él, pero Bert no tenía dinero, pues se lo había estafado ese señor Fortescue que ha muerto. Y el señor Fortescue lo negaba y, claro, le creían a él y no a Bert, porque él era rico y Bert pobre. Pero Bert tenía un amigo que trabaja en un sitio donde hacen esas drogas nuevas que obligan a decir la verdad... tal vez lo haya leído en los periódicos, y que obligan a decir la verdad a las personas, quieran ellas o no. Bert pensaba ir a ver al señor Fortescue a su oficina el cinco de noviembre con un abogado y yo tenía que hacerle tomar la droga aquella mañana con el desayuno, para que hiciera efecto cuando fueran ellos y confesara que todo lo que Bert decía era cierto Pues bien, señora, yo la puse en la mermelada, pero ahora que ha muerto creo que debía ser demasiado fuerte, pero no ha sido culpa de Bert, porque él nunca haría cosa semejante, pero no puedo decírselo a la Policía, porque tal vez pensarán que lo hizo a propósito, y no lo hizo. Oh, señora, no sé qué hacer ni qué decir y la Policía está aquí en la casa y es horrible. No sé qué hacer, y no he sabido nada más de Bert. Oh, señora. Si usted pudiera venir y ayudarme... ellos la escucharían, y siempre ha sido tan buena conmigo... Yo no tenía intención de hacer nada malo, ni Bert tampoco. ¡Si pudiera venir! 

Suya respetuosamente,

»Gladys Martin»

P. D. —Le incluyo una fotografía que nos hicimos Bert y yo en el pueblecito de veraneo. La hizo uno de los muchachos. Bert no sabe que la tengo... no le gusta que le retraten. Pero así podrá ver, señora, lo guapo que es.

La señorita Marple, con los labios fruncidos, contempló la fotografía. Una joven pareja mirándose a los ojos. Gladys con su carita patética y adorable, los labios entreabiertos... Lance Fortescue, sonriente y tostado por el sol.

Las últimas palabras de la carta resonaron en su mente:

Así podrá ver lo guapo que es
.

Los ojos de la señorita Marple se llenaron de lágrimas. Y luego sintióse invadir de un sentimiento de odio... odio contra un asesino sin corazón.

Después, rechazando ambas emociones, se dibujó en sus labios una sonrisa de triunfo al contemplar la prueba que necesitaba... la sonrisa de triunfo de algunos naturalistas cuando han podido reconstruir un animal de especie ya extinguida, guiándose sólo por un fragmento de quijada y un par de dientes.

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