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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Un puñado de centeno (16 page)

BOOK: Un puñado de centeno
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Pat asintió en silencio.

—¿Por tu culpa?

—No —replicó Pat—. No fue culpa mía.

—Se dedicaba a las carreras de caballos, ¿verdad?

—Sí.

—En mi vida estuve en las carreras —dijo la señorita Ramsbatton—. Apuestas y juegos de cartas... son vicios del demonio.

Pat no chistó.

—Yo no me metería ni en broma en un teatro o cine —dijo la señorita Ramsbatton—. ¡Ah, vivimos en un mundo pervertido! En esta casa se vivía mal, pero Dios les ha castigado.

Pat seguía sin saber qué decir. Se preguntaba si la tía de Lance no estaría algo perturbada. Sin embargo, le desconcertaba su mirada astuta.

—¿Qué es lo que sabes de la familia en la que acabas de ingresar? —le preguntó la anciana.

—Supongo que lo que se sabe siempre en estos casos —dijo Pat.

—¡Hum...! Tienes algo de razón. Bueno, voy a contarte algo. Mi hermana era una tonta, mi cuñado un bribón. Percival rastrero y solapado y tu Lance fue siempre la oveja negra de la familia.

—Creo que eso es una tontería —dijo Pat con firmeza.

—Puede que tengas razón —replicó inesperadamente la anciana—. No es posible colgarle una etiqueta a cada persona. Pero no desprecies a Percival. Existe cierta tendencia a creer que aquellos que ostentan la etiqueta de «buenos» son también estúpidos. Percival no lo es ni un ápice. Es muy listo, pero lo disimula con su mojigatería. Nunca me he preocupado de él. Permíteme que te diga que no
confío
en Lance ni le
apruebo
, pero no puedo evitar el tenerle cariño... Es muy atolondrado... siempre lo ha sido. Tendrás que vigilarle para que no vaya demasiado lejos. Dile que no crea todo lo que él le diga. En esta casa son todos mentirosos. —Tía Effie concluyó, satisfecha—: Fuego y azufre serán su merecido.

2

El inspector Neele terminaba una conversación telefónica con Scotland Yard.

El subcomisario le decía desde el otro extremo del hilo:

—Podremos obtener esa información que nos pide... recorriendo los sanatorios particulares. Claro que
puede
haber muerto.

—Es probable. Ha pasado mucho tiempo.

Viejas culpas dejan larga huella. Había dicho la señorita Ramsbatton... con tono insinuante, como si quisiera indicarle una pista.

—Es una teoría fantástica —dijo el subcomisario.

—No, lo sé, señor, pero no creo que debamos pasarla por alto. Demasiadas cosas concuerdan con...

—Sí... sí... centeno... mirlos... el nombre de pila...

—También me estoy concentrando en las otras pistas —explico Neele—. Dubois es una posibilidad.. Wright otra... esa chica Gladys pudo haber visto cualquiera de los dos cerca de la puerta lateral... y dejar la bandeja en el recibidor para salir a ver quien era y que estaba haciendo.. quienquiera que fuese pudo estrangularla entonces y llevar el cuerpo hasta el lugar donde se hallan los alambres de tender la ropa y ponerle la pinza en la nariz...

—¡Una locura! Y además desagradable.

—Sí, señor. Eso es lo que preocupó a esa anciana... me refiero a la señorita Marple. Es una señora muy agradable... y muy lista. Se ha trasladado a la casa... para estar cerca de la señorita Ramsbatton... y no tengo la menor duda de que se enterará de todo lo que ocurre.

—¿Qué va a hacer ahora, Neele?

—Tengo una cita con los abogados de Londres. Quiero averiguar alguna cosilla más sobre los asuntos de Rex Fortescue Y a pesar de que es una vieja historia, quisiera oír algo más acerca de la mina del Mirlo.

3

El señor Billingsley, de Billingsley. Horsethorpe y Walters, era un hombre cortés y de maneras amables. Era la segunda entrevista que el inspector Neele celebraba con él, y en esta ocasión la discreción del señor Billingsley fue menos notable que la primera. La triple tragedia ocurrida en Villa del Tejo había sacado al abogado de su reserva habitual y mostróse dispuesto a exponer todos los hechos ante la Policía.

—Todo esto es extraordinario —dijo—. Muy extraordinario. No recuerdo nada semejante en toda mi carrera.

—Con franqueza, señor Billingsley —repuso el inspector Neele—, necesitamos ayuda.

—Puede contar conmigo, inspector. Les ayudaré muy gustoso en todo lo que me sea posible.

—Primero permítame que le pregunte si conocía bien al finado señor Fortescue, y si tiene conocimiento de los negocios de su firma.

—Le conocía bastante bien Es decir, le he tratado durante unos... digamos, dieciséis años. Permítame decirle que no somos los únicos abogados que trabajamos para él, ni mucho menos.

El inspector asintió. Ya lo sabía. Billingsley, Horsethorpe y Walters, eran lo que pudiera llamarse los abogados intachables de Rex Fortescue. Para sus transacciones menos honradas había recurrido a otros muchos, distintos siempre y menos escrupulosos.

—¿Qué más quiere saber? —continuó el señor Billingsley—. Ya le he explicado las condiciones de su testamento.. Percival Fortescue es su heredero universal.

—Ahora me interesa conocer el testamento de su viuda —dijo Neele—. Tengo entendido que a la muerte del señor Fortescue entró en posesión de la suma de cien mil libras.

Billingsley asintió.

—Una considerable cantidad, y puedo decirle, en confianza, que la sociedad apenas hubiera podido pagarla, inspector.

—Entonces, ¿no prospera la firma?

—Con franqueza y estrictamente entre nosotros —dijo el abogado—. Va a la deriva desde hace cosa de un año y medio.

—¿Por algún motivo especial?

—Pues sí. Yo diría que el motivo era el propio Rex Fortescue. Durante este último año estuvo actuando como un loco. Vendiendo buen género aquí, comprando material especulativo allá, y hablando mucho de todo ello del modo más extraordinario. No quería escuchar consejos de nadie. Percival... su hijo, ya sabe... vino aquí rogándome que empleara mi influencia con su padre. Al parecer
él
ya lo había intentado, pero su padre se lo quitó de en medio. Bueno, hice cuanto pude, pero Fortescue no atendía a razones. La verdad, parecía otro hombre.

—Pero me figuro que no se mostraría abatido —dijo el inspector Neele.

—No, no. Muy al contrario. Extravagante y haciendo locuras.

El inspector asintió en silencio. La idea que se había forjado en su mente se iba fortaleciendo. Empezaba a comprender algunas de las causas que motivaron los rozamientos entre Percival y su padre. El señor Billingsley continuaba:

—Es inútil que me pregunte por el testamento de su esposa.
Yo
no lo hice.

—No. Ya lo sé —repuso Neele—. Sólo estoy comprobando lo que tenía que dejar. En resumen, cien mil libras.

El señor Billingsley meneaba la cabeza enérgicamente.

—No, no, mi querido amigo.
Se
equivoca usted.

—¿Quiere decir que esas cien mil libras sólo podía disfrutarlas mientras viviera?

—No... no...; se las dejó para siempre. Pero existía una cláusula en el contrato poniendo cierta condición... Es decir, la esposa de Fortescue no heredaría esa suma a menos que le sobreviviera durante un mes. Lo cual, puedo decir, es una cláusula bastante corriente hoy en día. Suele hacerse debido a la poca seguridad de los viajes aéreos. Si dos personas mueren en un accidente de aviación, se hace difícil decir cuál es el superviviente y surgen una serie de problemas de lo más curioso.

El inspector Neele le miraba con fijeza.

—Entonces, Adela Fortescue no tenía cien mil libras que dejar. ¿Qué ha sido de ese dinero?

—Ha vuelto a quedar en la firma comercial. O más bien, ha vuelto a manos de su heredero universal.

—Y ese heredero universal es Percival Fortescue.

—Exacto —dijo Billingsley—. A manos de Percival Fortescue. Y en el estado en que se encontraban los asuntos de la razón social... ¡yo diría que le hacían mucha falta!

4

—Los policías queréis saberlo todo —decía el doctor amigo del inspector Neele.

—Vamos, Bob, suéltalo.

—Bueno, como estamos los dos solos, afortunadamente, no podrás comprometerme. Pero, ¿sabes?, creo que tienes razón La familia lo sospechaba y quiso que le viera un médico. El no lo consintió. Actuaba del modo que has descrito. Pérdida de la razón, megalomanía, ataques violentos de furor... delirio de grandeza... creyéndose un genio de las finanzas. Cualquiera en sus condiciones hubiera llevado a la ruina un negocio solvente... a menos que alguien le contuviera... y eso no es cosa fácil... sobre todo cuando el interesado sabe lo que se persigue. Sí... yo diría que tus amigos han tenido la suerte de que muriera.

—No son amigos míos —replicó Neele, y repitió lo que dijera en otra ocasión.


Son una gente muy desagradable...

Capítulo XIX

En Villa del Tejo la familia Fortescue se hallaba reunida en la biblioteca. Percival Fortescue, apoyada la espalda contra la chimenea, se dirigía a todos los presentes.

—Todo está muy bien —decía—. Pero esta situación es insostenible. La Policía entra y sale y no nos dice nada. Se supone que tiene alguna pista. Entretanto, todo sigue estacionado. Uno no puede hacer planes, ni disponer las cosas para el porvenir.

—¡Son tan poco considerados! —dijo Jennifer—. ¡Y tan estúpidos!

—Siguen sin dejarnos salir de casa —continuó Percival—. No obstante, creo que entre nosotros podríamos trazar y discutir nuestros proyectos para el futuro. ¿Qué vas a hacer tú, Elaine? Supongo que vas a casarte con.. ¿cuál es su nombre?... —¿Gerald Wright? ¿Tienes idea de cuándo será la boda?

—Lo más pronto posible —replicó Elaine.

Percival frunció el ceño.

—Quieres decir... ¿dentro de seis meses?

—No, no. ¿Por qué hemos de esperar seis meses?

—Creo que sería lo más correcto —dijo Percival.

—¡Cállate, calamidad! —dijo Elaine—. Un mes es lo más que esperaremos.

—Bueno, eres tú quien debe decidir. ¿Y cuáles son tus planes una vez casada, si es que los tienes?

—Pensamos instalar una escuela.

Percival meneó la cabeza.

—Es muy arriesgado, en estos tiempos. Con la falta de servicio doméstico, y la dificultad de encontrar profesores adecuados... la verdad, Elaine, me parece muy bien, pero yo de ti lo pensaría dos veces.

—Lo hemos pensado. Gerald opina que todo el futuro del país depende de que la juventud reciba la debida educación.

—Pasado mañana iré a ver al señor Billingsley —dijo Percival—. Tenemos que tratar de varios asuntos económicos. Me sugirió que tal vez te gustara emplear el dinero que te dejó papá en un seguro vitalicio para ti y tus hijos. Hoy en día es una inversión sensata.

—No quiero —dijo Elaine—. Necesitaremos el dinero para montar la escuela. Hay una casa muy a propósito y nos han dicho que se halla en venta. Está en Cornwall. Tiene unos alrededores muy bonitos y es un edificio bastante bueno. Tendremos que añadirle algunas alas...

—¿Quieres decir... quieres decir que vas a emplear todo tu dinero en ese negocio? La verdad, Elaine,
no creo
que obres con sensatez.

—Es mucho más sensato sacarlo de la firma que dejarlo, me parece —dijo Elaine—. Tú mismo dijiste, Val, antes de que muriera papá, que las cosas iban bastante mal.

—Siempre se dicen esas cosas —dijo Percival con vaguedad—, pero eso de sacar todo tu capital para enterrarle en la compra, montaje y mantenimiento de una escuela, es una locura, Elaine. Te quedarás sin un céntimo.


Será
un éxito —repuso Elaine, testaruda.

—Opino como tú —dijo Lance, repantigado en su butaca—. Tengo una corazonada, Elaine. En mi opinión será un colegio muy extraño, pero es lo que queréis... tú y Gerald. Si perdieras el dinero siempre tendrías la satisfacción —de haber hecho tu gusto.

—Era de esperar que dijeras eso precisamente, Lance —dijo Percival con acritud.

—Lo sé, lo sé —repuso Lance—. Soy el hijo pródigo. Pero todavía sigo pensando que he disfrutado mucho más de la vida que tú, Percival.

—Eso depende de a lo que llames disfrutar —replicó Percival con frialdad—. Cuéntanos tus planes, Lance. Supongo que regresarás a Kenya... o al Canadá... escalarás el Everest, o proyectarás algo fantástico...

—¿Porqué piensas eso? —dijo Lance.

—Pues porque, nunca te has mostrado inclinado a disfrutar de una vida hogareña en Inglaterra.

—Uno cambia cuando se hace mayor —contestó Lance—. Se sienta la cabeza. ¿Sabes, Percy? Tengo el proyecto de convertirme en un sobrio hombre de negocios.

—¿Quieres decir...?

—Quiero decir que voy a trabajar contigo en el negocio. —Lance sonrió mostrando su dentadura—. ¡Oh, claro, tú eres el socio principal! Tú tienes la parte del león. Yo soy sólo el hermano menor. Pero
tengo
mi parte y ella me da derecho a intervenir ¿no es así?

—Pues... si... claro, si lo miras por ese lado. Pero puedo asegurarte, querido hermanito, que vas a aburrirte mucho, muchísimo.

—¿Tú crees? No pienso aburrirme.

—¿Es que piensas seriamente entrar en el negocio, Lance?

—¿Tener mi parte en el pastel? Sí, eso es lo que voy a hacer.

—Las cosas están bastante —mal ahora —dijo Percival—. Ya lo verás. Voy a hacer todo lo que pueda por pagar a Elaine su parte, si es que insiste en tenerla.

—¿Ves, Elaine? Has sido muy lista al reclamar tu dinero mientras todavía existe —comentó Lance.

—La verdad, Lance, tus bromas son de muy mal gusto —Percival habló con acritud.

—Creo, Lance, que debieras tener más cuidado con lo que dices —intervino Jennifer.

Sentada cerca de la ventana, Pat les iba estudiando uno por uno. Si fue esto lo que quiso decir Lance al hablarle de que iba a retorcerle el rabo a Percival, podía comprobar que cumplía sus propósitos. La impasibilidad dé Percival era completamente fingida. En aquel momento exclamaba, indignado:

—¿Hablas en serio, Lance?

—Y tan en serio.

—Sabes que no durarás mucho. Te cansarás en seguida.

—¿Yo? ¡Qué va! Creo que un cambio me hará mucho bien. Un despacho en la ciudad... mecanógrafas que entran y salen. Tendré una secretaria rubia como la señorita Grosvenor... ¿se llama Grosvenor? Supongo que tú la habrás despedido. Pero yo buscaré una como ella. «Sí, señor Lancelot; no, señor Lancelot.» «Su té, señor Lancelot.»

—¡Oh, no digas tonterías! —estalló Percival.

—¿Por qué estás tan enfadado, mi querido hermano? ¿No me imaginas compartiendo contigo las preocupaciones del negocio?

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