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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

Una canción para Lya (24 page)

BOOK: Una canción para Lya
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—Eres tú, Kagen —continuó riendo—. Te has reportado justo a tiempo. Mis sensores estaban comenzando a recoger algo. Un poco más y hubiese disparado contra ti.

—Mi casco está arruinado y los sensores rotos —replicó Kagen—. No hay modo de determinar las distancias: mi comunicador de largo alcance también está descompuesto.

—El mandamás estaba tratando de averiguar qué te había ocurrido —le interrumpió Ragelli—. Le has hecho sudar un poco. Sin embargo, yo suponía que tarde o temprano regresarías.

—Exacto —dijo Kagen—. Una de esas basuras envolvió a mi cohete, y me ha tomado cierto tiempo regresar. Pero ya estoy en camino.

Emergió con lentitud del cráter que le ocultaba y apareció ante la vista del guardia, a la distancia. Se lo tomó con calma.

Protegido por una valla de avanzada, Ragelli levantó una poderosa arma de color gris plata a modo de saludo. Estaba completamente cubierto por un traje de batalla de duralium que lograba que la armadura plastoide de Kagen pareciera de papel de seda. Se sentó sobre el asiento de disparos de una de las baterías de pistolas sonoras. Rodeada por una cantidad de pantallas defensivas, su figura maciza se convirtió en una mancha confusa.

Kagen le saludó con la mano y apresuró el paso. Se detuvo justo enfrente de la barrera, al pie del emplazamiento de Ragelli.

—Pareces totalmente magullado —dijo Ragelli, observándole a través de un visor plastoide y ayudado por sus artefactos sensorios.

—Esa ligera armadura no te garantiza ningún tipo de protección. Cualquier niño puede destruirte disparándote un guisante.

Kagen se rió.

—Al menos, puedo moverme. Tú puedes dirigir un Escuadrón de Asalto vestido con esa armadura de duralium, pero quisiera verte en alguna ofensiva, camarada. Y la defensa no gana la guerra.

—Sí, sí… —dijo Ragelli—. Este puesto de centinela es más aburrido que el diablo.

Accionó un botón de su panel de control y una parte de la valla se alzó. Kagen penetró en el interior del emplazamiento. Un segundo después, la abertura se cerró.

Kagen se apresuró encaminándose a los barracones de su escuadrón. La puerta se abrió de forma automática cuando él se acercó. Entró en el recinto. Era bueno volver a casa y sentir de nuevo su peso normal. Estos agujeros de gravedad ligera le molestaban bastante. Los cuarteles se mantenían en el estado de gravedad normal de Wellington, que era el doble del de la Tierra. Resultaba caro pero el mandamás afirmaba que nada era poco con tal de lograr el bienestar de los soldados.

Kagen se quitó la armadura plastoide en la antesala y la guardó en el arcón que le correspondía. Se dirigió directamente a su cubículo y se tendió en la cama.

Extendió una mano y abrió un cajón que se hallaba en una mesa de metal. De allí extrajo una cápsula verdosa de gran tamaño. La tragó con dificultad y trató de relajarse mientras ésta cumplía su cometido en su sistema. Las reglas prohibían ingerir sintastimas entre las comidas, lo sabía, sin embargo esta regla no era demasiado estricta.

Como muchos de los combatientes, Kagen la tomaba a todas horas para mantener su velocidad y su resistencia en óptimas condiciones.

Dormitaba cómodamente cuando, unos minutos después, el comunicador que se encontraba en la pared, sobre su cama, cobró vida.

—Kagen.

Kagen se sentó inmediatamente, medio despierto.

—A sus órdenes —dijo.

—Repórtese al Mayor Grady de inmediato.

Kagen sonrió con amplitud. Su petición marchaba con rapidez, pensó. Y nada menos que a través de un oficial de alta graduación. Se vistió rápidamente, tratando de ahuyentar su fatiga, y cruzó la base.

Los cuarteles de los altos oficiales se hallaban en el centro de las vallas. Estaban constituidos por tres edificios profusamente iluminados y rodeados por pantallas protectoras y guardias vestidos con blancas armaduras de batalla. Uno de ellos reconoció a Kagen y le facilitó el acceso.

Después de pasar la puerta, se detuvo unos instantes para que los sensores pudieran detectar si portaba armas consigo. Por supuesto, no estaba permitido que los soldados llevaran armas delante de los oficiales. Si hubiera llevado su pistola sonora, las alarmas habrían sonado por todo el edificio mientras los rayos motrices ocultos en las paredes le habrían inmovilizado por completo.

Pasó la inspección y se encaminó hacia las oficinas del Mayor Grady. Una vez recorrido el primer tercio de su camino, un grupo de rayos motrices le sostuvo firmemente por las muñecas. Luchó durante un instante contra el invisible toque que sentía sobre la piel, pero los rayos le sostuvieron con fuerza. Otros, disparados de forma automática a su paso, continuaron la tarea de los anteriores.

Kagen maldijo por lo bajo y ahogó un impulso de resistir. Odiaba verse sujeto por los rayos motrices, pero aquéllas eran las reglas si quería ver a un oficial de alto rango.

La puerta se abrió ante él y Kagen dio un paso hacia delante. Un equipo completo de rayos motrices le inmovilizaron totalmente, ajustaron su mecanismo y le confinaron a un atento estado de rigidez. Sus músculos clamaban por ofrecer resistencia.

El Mayor Cari Grady estaba trabajando sobre un escritorio de madera cubierto por infinidad de papeles, y escribía algo sobre un folio. Una pila de papeles escritos descansaba a su lado sujeta a una antigua pistola de rayos láser que servía de pisapapeles.

Kagen reconoció el arma. Se trataba de una especie de herencia que había pasado a través de los integrantes de la familia Grady durante generaciones. La historia era que algún antecesor la había utilizado en la Tierra, en la Guerra de Fuego que había tenido lugar en el siglo XXI. A pesar de su antigüedad, se suponía que el chisme funcionaba bien.

Después de dos minutos de silencio, Grady abandonó su pluma y miró a Kagen. Era muy joven para ser oficial; sin embargo, su liso cabello gris le hacía parecer de más edad.

Como todos los oficiales de alto rango había nacido en la Tierra, antes del ataque de las tropas de asalto desde la densa, pesada gravedad de los Mundos Guerreros de Wellington y Rommel.

—Repórtese —dijo Grady con voz cortante. Como siempre su rostro delgado y pálido denotaba un inmenso aburrimiento.

—Oficial de Campo John Kagen, Escuadrones de Asalto, Fuerza Expedicionaria de la Tierra.

Grady asintió sin escuchar verdaderamente lo que el otro decía.

Abrió uno de los cajones de su escritorio y extrajo una hoja de papel.

—Kagen —dijo haciendo ondular el papel en el aire—, supongo que sabe por qué está aquí.

Golpeó el papel con un dedo.

—¿Qué significa esto?

—Exactamente lo que dice, Mayor —contestó Kagen. Trató de moverse, pero los rayos motrices le mantuvieron inmóvil.

Grady se dio cuenta e hizo un gesto de impaciencia.

—Basta —dijo. La mayor parte de los rayos dejaron de funcionar y permitieron que Kagen se moviera, al menos a la mitad de su velocidad normal. Flexionó sus músculos aliviado y sonrió.

—Mi período de alistamiento finaliza dentro de dos semanas, Mayor. No pienso volver a alistarme. Por consiguiente, solicito el traslado a la Tierra. Eso es lo que dice el papel.

Las cejas de Grady se arquearon durante una fracción de segundo, pero la expresión de sus ojos no cambió. El aburrimiento seguía reflejándose en ellos.

—¿De verdad? —preguntó—. Usted ha sido soldado durante veinte años, Kagen. ¿Por qué se retira? Me temo que no le entiendo.

Kagen se encogió de hombros.

—No lo sé. Me estoy haciendo viejo. Probablemente, esté cansado de la vida de campamento. Está comenzando a aburrirme. Conquistar un maldito agujero detrás de otro. Quiero algo diferente. Algo excitante.

Grady asintió.

—Ya veo. Pero, creo que no estoy de acuerdo, Kagen. —Su voz sonaba suave y persuasiva—. Me parece que subestima a la F.E.T. Aquí podría hacer cosas interesantes, si nos da una oportunidad.

Se inclinó en su silla, jugando con un lápiz que había cogido de encima del escritorio.

—Le diré algo, Kagen. Usted, ya lo sabe, hemos estado en guerra con el Imperio Hrangan durante casi tres décadas. Los enfrentamientos directos con el enemigo han sido escasos y a distancia hasta el momento. ¿Sabe por qué?

—Seguro —dijo Kagen.

Grady lo ignoró.

—Le diré la razón —continuó—. Cada uno de nosotros ha estado tratando de consolidar su posición sometiendo a estos pequeños mundos que se hallan en las regiones circundantes. Estos agujeros, como usted les llama. No obstante, son agujeros importantes. Los necesitábamos para nuestras bases, por sus materias primas, por su capacidad industrial y por las posibilidades de reclutamiento que nos ofrecen. Es por este motivo que tratamos de no causar demasiados daños en nuestras campañas. Y es por eso que usamos tácticas de guerra psicológica como los aulladores. Para que los nativos se atemoricen. Para preservar nuestra tarea.

—Sé todo esto —interrumpió Kagen con un ímpetu propio de los nacidos en Wellington—. ¿Y qué? No he venido a verle para que me dé una conferencia.

Grady levantó su vista del lápiz.

—No —dijo—. No, por supuesto. Por tanto, le confiaré algo, Kagen. Las preliminares ya han terminado. Ha llegado la hora de la verdad, del gran acontecimiento. Sólo queda un puñado de pequeños planetas sin conquistar. Muy pronto estallará el conflicto con el Imperio Hrangan y con sus Batallones de Conquista. Dentro de un año, atacarán nuestras bases.

El Mayor miró a Kagen con actitud expectante, esperando una respuesta. Al no recibir nada a cambio, una mirada de asombro surcó su rostro. Se inclinó hacia delante.

—¿No comprende, Kagen? —preguntó—. ¿Qué otra diversión pretende? Se acabaron las luchas contra estos imberbes civiles con uniforme, con sus estúpidos átomos y sus primitivas pistolas de proyectiles. Los Hrangans constituyen un auténtico enemigo. Al igual que nosotros, sus ejércitos están preparados desde muchas generaciones atrás. Son soldados, hechos y derechos. Muy buenos, también. Tienen pantallas protectoras y armas modernas. Son enemigos que servirán para probar a nuestros escuadrones de asalto.

—Tal vez —dijo Kagen con expresión de duda—. Pero esa clase de diversión no es la que tengo en mente. Estoy envejeciendo. Me he dado cuenta de que mis reflejos no son tan rápidos como antes. Ni la sintastimas logra mantener mi velocidad.

Grady sacudió la cabeza.

—Usted tiene uno de los mejores expedientes de toda la F.E.T., Kagen. He recibido dos veces la Cruz Estelar y tres la Condecoración del Congreso Mundial. Todas las estaciones de comunicación trasmitieron el evento cuando salvó aquel aterrizaje en Torego. ¿Por qué duda ahora de su eficiencia? Necesitaremos hombres como usted para luchar en contra de los Hrangans. Vuelva a alistarse.

—No —dijo Kagen con énfasis—. Los reglamentos dicen que uno puede percibir una pensión después de veinte años de servicio; además, aquellas medallas me reportarán un buen puñado de dinero extra. Ahora, quiero disfrutarlos. —Sonrió ampliamente—. Como usted ha dicho, en la Tierra me conocen mucho. Soy un héroe. Con esa reputación, supongo que tendré un buen recibimiento.

Grady frunció el ceño y golpeó el escritorio con impaciencia.

—Conozco perfectamente lo que dicen los reglamentos, Kagen. Pero, en realidad, nadie se retira, lo sabe. La mayoría de los combatientes prefieren permanecer en el frente. Es su trabajo. Para eso están los Mundos Guerreros.

—Realmente, no me importa, Mayor —afirmó Kagen—. Conozco los reglamentos y sé que tengo derecho a retirarme con una pensión completa, y con la paga extraordinaria. No puedo detenerme.

Grady consideró la situación con calma. Sus ojos se oscurecieron mientras reflexionaba.

—Muy bien —dijo después de una larga pausa—. Sea razonable. Se retirará con la pensión completa y con la paga. Le mandaremos a Wellington, su lugar de origen. O a Rommel si prefiere. Le convertiremos en jefe de los soldados jóvenes, del grupo que usted elija. O en entrenador de campo. Con su prestigio, puede comenzar desde el puesto más alto.

—No, no —dijo Kagen con firmeza—. No a Wellington. No a Rommel. A la Tierra.

—¿Pero, por qué? Usted ha nacido y se ha formado en Wellington, en uno de sus cuarteles, creo. Nunca ha visto la Tierra.

—Es verdad —dijo Kagen—. Pero la he conocido a través de los medios de comunicación. Y me ha gustado lo que he visto. También he leído bastante acerca de ella en los últimos tiempos. Ahora quiero ver qué tal es.

Hizo una pausa y volvió a sonreír.

—Digamos que quiero ver aquello por lo que he estado luchando.

El ceño de Grady se arrugó a causa del disgusto.

—Vengo de la Tierra, Kagen —le dijo—. Le aseguro que no le gustará. No se adaptará.

La gravedad es demasiado baja y no existen barracones de gravedad artificial para cobijarle. La sintastima es ilegal; está estrictamente prohibida. Pero los Mundos Guerreros le necesitan y pagarán precios exorbitantes por sus servicios. Los terráqueos no están preparados para recibir a los extraños. Pertenecen a una clase diferente de personas.

Regrese a Wellington. Estará entre los suyos.

—Tal vez ésa sea una de las razones por las que deseo ir a la Tierra —dijo Kagen con terquedad—. En Wellington, sólo seré un veterano más. Diablos, cada soldado que se retira regresa a sus antiguos barracones. Sin embargo, en la Tierra seré una celebridad.

¿Por qué? Porque seré el tío más fuerte y veloz del condenado planeta. Este hecho me reportará algunas ventajas.

Grady comenzó a mostrarse agitado.

—¿Y qué me dice de la gravedad? —inquirió—. ¿Y de la sintastima?

—Me acostumbraré a la gravedad, no es un problema. Y como no necesitaré ser veloz y resistente, podré prescindir de la droga.

Grady dejó correr los dedos sobre el desordenado escritorio y sacudió la cabeza como si dudara. Se produjo un silencio largo e incómodo. Se inclinó por encima del escritorio.

Y de repente, su mano empuño la pistola de rayos láser. Kagen reaccionó. Se abalanzó hacia Grady al tiempo que los rayos motrices le inmovilizaban. Su mano se congeló en el gesto de alcanzar al Mayor, en un gesto que dibujaba un arco en el aire.

Y de repente, los rayos motrices le arrojaron al suelo.

Grady dejó la pistola y se inclinó sobre su silla. Su rostro estaba pálido y temblaba.

Levantó una mano y los rayos motrices aflojaron la presión. Kagen, lentamente, se puso en pie.

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