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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Ciencia ficción

Una canción para Lya (26 page)

BOOK: Una canción para Lya
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Kinery hizo una mueca.

—Oh, vamos, Schechter. Eche un vistazo a mis papeles. Deme la financiación y le devolveré una máquina para hiperviajar antes de los dos años.

Schechter dio la vuelta y lo miró.

—Estoy seguro que lo haría —dijo, con una voz infinitamente cansada—. Sabe usted, Canferelli dijo una vez que no había motivo para suponer que la barrera de la velocidad de la luz se aplicase en el hiperespacio. Tenía razón. No se aplica. Lo siento, Kinery. De verdad lo siento. López nos entregó una máquina para hiperviajar hace treinta años. Fue entonces que descubrimos que la velocidad límite en el hiperespacio no era la velocidad de la luz. Era más lenta, Kinery. Es más lenta.

CARRERA HACIA LA LUZ ESTELAR

Hill miraba fija y obstinadamente los últimos resultados del fútbol con caída libre de la Zona mientras danzaban a través de la superficie de la consola de control, pero su atención estaba en otra parte. Por la decimoséptima vez en aquella semana, maldecía silenciosamente la estupidez y miopía de los miembros del Concejo Municipal de Starport.

Los malditos concejales persistían en cortar la asignación, colocándola fuera del presupuesto del departamento, para una red de gravedad artificial cada vez que Hill lo proponía. Tuvieron el coraje de decirle que se ciñera a los deportes «tradicionales» al planificar su programa de recreación para este año.

Los viejos tontos no tenían idea de la manera en que el fútbol con caída libre se abría paso en el sistema, a pesar de que había intentado explicárselo Dios sabe cuántas veces.

Los deportes zonales deben ser parte integrante de todo programa recreativo que se respete. Y en la Tierra, esto significa que hay que disponer de una red gravitacional. Hill había planeado instalarla debajo del estadio, pero ahora…

La puerta del despacho se abrió deslizándose con un suave murmullo. Hill levantó la vista y frunció el ceño, apagando la consola. Un agitado Jack de Angelis entró, al despacho.

—Y ahora, ¿qué ocurre? —se quejó Hill.

—Uh, Rog, hay un tipo aquí fuera, creo que es mejor que le hables —contestó De Angelis—. Quiere inscribir un equipo en la liga de fútbol de la ciudad.

—La inscripción cerró el martes —dijo Hill—. Ya tenemos doce equipos. No hay sitio para ningún otro. ¿Y por qué demonios no puedes tú hacerte cargo de esto? Estás a cargo del programa de fútbol.

—Éste es un caso especial… —insistió De Angelis.

—Haz entonces una excepción e inscribe al equipo si así lo deseas —interrumpió Hill—. O no los dejes entrar. Es tu programa. Tuya es la decisión. ¿Acaso debo ser molestado por cada trivialidad en este condenado departamento?

—¡Eh!, tranquilízate, Rog —protestó De Angelis—. No sé porqué te altera tanto el asunto. Mira, yo… demonios, te mostraré el problema. Se volvió y se encaminó hacia la puerta—. Señor, ¿podría entrar un minuto? —le dijo a alguien que se encontraba fuera.

Hill comenzó a levantarse de su asiento, pero se dejó caer lentamente otra vez en la silla cuando el visitante hizo su aparición por la puerta.

De Angelis sonreía.

—Éste es Roger Hill, director del Departamento Recreativo de Starport —dijo, afable—.

Rog, déjame presentarte a Remjhard, responsable de la misión comercial Brish'diri en la Tierra.

Hill se levantó otra vez, y ofreció su mano fríamente al visitante. El Brish'diri era rechoncho y grotescamente ancho. Medía unos treinta centímetros menos que Hill, quien tenía más de un metro ochenta de estatura, pero aun así daba la impresión de empequeñecer de alguna manera al director. Una cabeza calva, como una bala lustrosa, estaba colocada en ángulo recto encima de los macizos hombros de alienígena. Sus ojos eran como brillantes canicas verdes hundidas en la extensa y correosa piel gris. No tenía orejas exteriores, tan solo dos incisiones en cada parte del cráneo. La boca era un tajo sin labios.

Ignorando diplomáticamente la mirada asombrada de Hill, Remjhard mostró sus dientes en una rápida sonrisa y estrechó la mano del director con la suya.

—Estoy sumamente contento de conocerle, señor —dijo, en un inglés fluido, con una voz que parecía un grave y profundo gruñido—. He venido para inscribir un equipo de fútbol en la excelente Liga que su ciudad lleva adelante tan graciosamente.

Hill hizo un gesto al alienígena para tomar asiento, y él mismo se sentó. De Angelis, todavía sonriendo frente a la mirada desafiante de su jefe, acercó otra silla al escritorio.

—Bueno, yo… —comenzó Hill, inseguro—. Este equipo, ¿es un… un equipo Brish'diri?

Remjhard sonrió nuevamente.

—Sí —contestó—. Su fútbol es un juego excelente. Nosotros en la misión lo hemos observado muchas veces jugar a través de las pantallas 3V que su gente ha tenido la amabilidad de instalarnos. Nos ha fascinado. Y ahora algunos de los semihombres de nuestra misión, desean intentar jugarlo —buscó lentamente dentro del bolsillo del uniforme negro y plateado que vestía, y sacó una hoja plegada.

—Ésta es una lista de nuestros jugadores —dijo, extendiéndola a Hill—. Entiendo que el boletín decía que una lista de este tipo era necesaria para entrar en su Liga.

Hill cogió el papel y lo observó inseguro. Era una lista de unos quince nombres Brish'diri mecanografiados claramente. Todo parecía estar en orden, pero aún…

—Tendrá que disculparme —dijo Hill—, pero el caso es que estoy algo falto de familiaridad con las expresiones de su pueblo. ¿Usted dice, semihombres? ¿Querrá decir niños?

Remjhard sacudió la cabeza parecida a una bala, con una rápida inclinación.

—Sí. Niños, los hijos del personal de la misión. Todos ellos de ocho o nueve años terrestres.

Hill suspiró de alivio silenciosamente.

—Me temo entonces que está fuera de discusión —dijo—. Mr. De Angelis dijo que usted estaba interesado en la Liga de la ciudad, pero dicha Liga es para muchachos de dieciocho años como mínimo. Ocasionalmente podemos admitir un muchacho más joven con talento excepcional y experiencia, pero jamás alguien de tanta juventud como los suyos —hizo una breve pausa—. Disponemos de varias ligas para muchachos más jóvenes, pero ya han comenzado. Tal como están las cosas, es ya demasiado tarde para agregar un nuevo equipo.

—Perdón, Director Hill, pero pienso que hay un malentendido de su parte —dijo Remjhard—. Un Brish'dir macho se considera totalmente maduro a la edad de catorce años terrestres. En nuestra cultura, es considerado como un adulto completo. Un Brish'dir de nueve años de edad es equivalente a un macho terrestre de dieciocho años en términos de desarrollo físico e intelectual. Es por ello es que nuestros semihombres desean registrarse para esta Liga y no para ninguna de las otras, ¿comprende?.

—Está en lo cierto, Rog —dijo De Angelis—. He leído un poco acerca de los Brish'diri, y estoy seguro de ello. En términos de madurez estos jóvenes son aptos para la Liga de la ciudad.

Hill arrojó sobre De Angelis una mirada fulminante. Si había una sola cosa que no necesitaba en ese momento, ello era un equipo Brish'diri de fútbol en una de sus ligas, y Remjhard estaba argumentando de una manera lo bastante convincente sin la ayuda de Jack.

—Bueno, de acuerdo —dijo Hill—. Su equipo bien podría considerarse apto según la edad, pero aún subsisten algunos problemas. El programa de deportes del Departamento Recreativo es para residentes locales exclusivamente. Sencillamente, no disponemos de sitio para acomodar todo aquel que quiera participar. Y su planeta natal se encuentra, según tengo entendido, bastantes cientos de años luz más allá de los límites de la ciudad de Starport —sonrió.

—Es verdad —dijo Remjhard—. Pero nuestra misión comercial hace ya seis años que reside en Starport. Una ubicación ideal dada la proximidad de su ciudad al Puerto Espacial Interestelar de Grissom, desde el cual muchos de los comerciantes Brish'diri operan mientras se encuentran en la Tierra. Todos los miembros actuales de la misión han permanecido aquí por espacio de dos años terrestres, por lo menos. Somos residentes de Starport, Director Hill. No llego a entender cómo entra la localización de Brishun en el asunto que consideramos.

Hill se retorció incómodo en su asiento, y dirigió una mirada feroz a De Angelis, que sonreía.

—Sí, es probable que esté en lo cierto una vez más —dijo—. Pero sigo temiendo que nos veamos imposibilitados de ayudarle. Nuestras ligas juveniles son de fútbol con toque, pero la Liga Metropolitana, como debería usted saber, es con placaje. Puede desarrollarse con bastante violencia a veces. Regulaciones estatales exigen el uso de equipo especial. Para estar seguro que nadie pueda ser lastimado seriamente. Estoy seguro que usted comprenderá. Y los Brish'diri… —buscó a tientas las palabras, pendiente de no ofender—. La uh… contextura física de los Brish'diri es tan diferente de la terráquea que nuestro equipo difícilmente pueda llegar a adaptarse. Las posibilidades de lastimarse serían entonces muy grandes, y el Departamento sería el responsable. No.

Estoy seguro de que no podrá ser autorizado. Es demasiado riesgo.

—Hemos de proveernos de un equipo de protección especial —dijo Remjhard con tranquilidad—. Nunca arriesgaríamos nuestra propia descendencia sí no supiéramos que se encuentran seguros.

Hill comenzó a decir algo, se frenó, y miro a De Angelis en busca de ayuda. Se le habían agotado ya las razones por las cuales los Brish'diri no podrían entrar en la Liga.

—Hay un problema que de todas maneras subsiste —dijo Jack, sonriente, viniendo en rescate del director—. Un obstáculo burocrático, pero difícil. La inscripción para la Liga se cerró el martes. Hemos tenido que rechazar varios equipos, y si hacemos una excepción en su caso, bueno… —De Angelis se encogió de hombros—. Problemas. Quejas. Lo lamento, pero debemos aplicar el mismo reglamento para todos.

Remjhard se levantó lentamente de su asiento, y recogió la lista de sobre el escritorio.

—Por supuesto —dijo gravemente—. Todos han de respetar las reglas. Puede que el año próximo podamos inscribirnos a tiempo. —Hizo una reverencia formal, se dio vuelta, y salió de la oficina.

Cuando estuvo seguro que el Brish'dir estaba fuera del radio de escucha, Hill dio un sincero suspiro y giró quedando de cara a De Angelis.

—Asunto terminado —dijo—. Cristo, un equipo de fútbol de los Calvos. La mitad de los habitantes de la ciudad perdieron hijos en la guerra contra los Brish'diri, y aún los odian.

No puedo imaginarme las quejas.

Hill frunció el ceño.

—¡Y tú! ¿Por qué no pudiste deshacerte de él directamente sin ponerme a mí de por medio?

De Angelis sonrió.

—Demasiada diversión para dejarla pasar —dijo—. Me preguntaba si encontrarías la manera de desalentarlo. Los Brish'diri tienen un respeto casi religioso por las leyes, reglas y regulaciones. No podrían pensar en hacer nada que forzara a alguien a quebrantar una regla. En su cultura, ello es tan malo como quebrar una regla uno mismo.

Hill sacudió la cabeza.

—Tendría que haberlo recordado yo mismo, si no hubiera estado tan paralizado por la idea de un equipo Brish'diri de fútbol en nuestras ligas —dijo débilmente—, y ahora que esto está terminado, quisiera hablar contigo acerca de la red de gravedad. ¿No piensas que haya alguna forma de alquilar una en lugar de comprarla? El Concejo podría aceptarlo. Y estaba pensando…

Algo más de tres horas más tarde, Hill estaba firmando unos requerimientos de equipamiento cuando la puerta de la oficina se abrió deslizándose para dejar entrar a un hombre musculoso, de cabello oscuro, vestido con una indescriptible gabardina gris.

—¿Sí? —dijo el director, un poco impaciente—. ¿Puedo ayudarle en algo?

El hombre de cabello oscuro le enseñó rápidamente un DI gubernamental mientras tomaba asiento.

—Puede ser que sí. Pero en verdad no lo ha hecho hasta ahora. Mi nombre es Tomkins, Mac Tomkins. Pertenezco al Ministerio Federal de Relaciones E.T.

Hill refunfuñó.

—Supongo que será por el lío con el Brish'dir esta mañana —dijo, sacudiendo la cabeza a modo de resignación.

—Sí —irrumpió Tomkins inmediatamente—. Entendemos que los Brish'diri han querido registrar a algunos de sus jóvenes para la Liga local de fútbol. Usted se lo ha prohibido apoyándose en una argumentación técnica. Querríamos saber por qué.

—¿Porqué? —dijo Hill incrédulo, mirando fijamente al hombre del gobierno—. ¿Por qué? Por Dios, la guerra contra Brish'diri fue hace tan sólo siete años. La mitad de los muchachos en nuestros equipos de fútbol tenían hermanos que fueron muertos por los Cabeza de Bala. ¿Ahora usted quiere que yo les diga que jueguen al fútbol con los monstruos subhumanos de hace siete años? Me echarían de la ciudad.

Tomkins dibujó una mueca, y miró en derredor del cuarto.

—¿No podría cerrar la puerta? —preguntó, señalando la puerta por la que había entrado.

—Desde luego —respondió Hill, perplejo.

—Ciérrela, entonces —dijo Tomkins. Hill ajustó el control correspondiente en su escritorio.

—Lo que voy a contarle no debería salir más allá de este cuarto —comenzó diciendo Tomkins.

Hill lo interrumpió con un bufido.

—Oh, vamos, Mr. Tomkins. Seré tan sólo un insignificante oficial de deportes, pero no soy estúpido. Usted está a punto de develar algún secreto galáctico a un hombre que ha conocido hace un par de segundos.

Tomkins sonrió.

—Es verdad. La información no es secreta, pero es algo delicada. Preferiríamos que no todo Juan en la calle tuviera conocimiento de ella.

—De acuerdo, aceptaré esto por el momento. Ahora, ¿de qué va este asunto? Le pido disculpas si no tengo paciencia con las sutilezas, pero el problema más difícil que he tenido en el último año fue la protesta en la final de la Liga de Fútbol Clase B. La diplomacia no es precisamente mi fuerte.

—Seré breve —dijo Tomkins—. Nosotros… Relaciones E.T., eso es… queremos que usted admita al equipo Brish'diri en la Liga de Fútbol.

—¿Se da cuenta del furor que causaría? —preguntó Hill.

—Tenemos cierta idea. A pesar de ello, queremos verlos admitidos.

—¿Podría preguntar por qué?

—Por el furor que se generaría si no fueran admitidos. —Tomkins hizo una pausa para mirar fijamente a Hill por un segundo, luego aparentemente llegó a una decisión de algún tipo y continuó—: La guerra entre la Tierra y Brishun fue un espantoso, sangriento punto muerto, a pesar de que nuestros hombres de propaganda insistan en pretender que fue una gran victoria. Ninguna persona en su sano juicio en cualquiera de los dos bandos quisiera que continuara. Pero no todo el mundo está en su sano juicio.

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