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Authors: Anne Holt

Tags: #Intriga, policíaco

Una mañana de mayo (38 page)

BOOK: Una mañana de mayo
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—En realidad, lo más impresionante de todo es que hayan sido capaces de inventarse una historia así en tan poco tiempo —dijo Inger Johanne—. Sobre todo eso de que no habían secuestrado a la presidenta, sino que se había escondido ella misma para contribuir a descubrir a unos criminales que planeaban un atentado.
¿
Crees que tienen ese tipo de historias preparadas, o qué?

—Tal vez. No creo. Durante los próximos días vamos a ver cómo extienden magistralmente una bruma por encima de todo el asunto. Si no tienen este tipo de historias preparadas, al menos tienen expertos en cosas así. Lijan, martillean y lo montan todo en un momento. Al final sacan una historia con la que se conformará la gran mayoría de la gente. Y luego vendrán las teorías de la conspiración, que alimentarán a los paranoicos, pero a ellos nadie los escucha. Y así el mundo sigue su curso torcido, hasta que resulta imposible saber lo que es verdad y lo que es mentira y, estrictamente, nadie se molesta en averiguarlo. Es más cómodo así. Para todos. ¡Joder, qué dolor!

Se encogió.

«… se espera que la presidenta Bentley, que aterrizará en su país dentro de pocas horas, presente sus disculpas ante Arabia Saudí e Irán. Se ha anunciado un discurso para el pueblo norteamericano para mañana a las…»

—Apágala —dijo Yngvar rodeando a Inger Johanne con el brazo, la besó en la sien—. Ya hemos oído suficiente. Son todo invenciones y mentiras. No quiero oírlo.

Ella cogió el mando a distancia y se hizo el silencio, luego se acurrucó junto a él y acarició con suavidad su velludo antebrazo. Así permanecieron largo rato; sintió el olor de Yngvar y se alegró de que el verano por fin hubiera llegado.

—Oye —dijo Yngvar, ella casi se había quedado dormida.

—Sí.

—Quiero saber lo que te hizo Warren.

Inger Johanne no respondió, pero tampoco se apartó de él, como hacía siempre que surgía la menor insinuación sobre aquel asunto que los separaba desde que se conocieron un cálido día de primavera, casi cinco años antes. No dejó de respirar y no le dio la espalda. La postura no le permitía verle la cara, pero no daba la impresión de que estuviera cerrando y apretando las mandíbulas como siempre había hecho hasta ese momento.

—Creo que ya es hora —dijo, y puso la boca junto a su oreja—. Creo que ya es hora, Inger Johanne.

—Sí —dijo ella—. Ya es hora.

Tomó aire profundamente.

—Yo sólo tenía veintitrés años y estábamos en DC para…

Cuando se acostaron, ya eran las tres de la mañana.

Un nuevo día apenas había comenzado a asomar por el este, por encima de las copas de los árboles. Yngvar nunca iba a saber que no había sido el primero en escuchar el doloroso secreto de Inger Johanne.

«Da igual», pensó ella.

La primera persona fue la presidenta de Estados Unidos, y nunca volverían a verla.

Viernes, 20 de Mayo de 2005
Epílogo

Cuando la noticia de que la presidenta Bentley seguía con vida recorrió el mundo el jueves por la tarde, horario europeo, Abdallah ya había interrumpido todas sus actividades cotidianas y se había encerrado en su despacho del ala este del palacio.

Eran ya las seis de la mañana del día siguiente. No estaba especialmente cansado, a pesar de llevar toda la noche despierto. Varias veces había intentado pegar una cabezadita en el diván ante la pantalla de plasma, pero una creciente inquietud lo mantenía despierto.

La presidenta estaba a punto de aterrizar en una base militar no identificada, dentro de Estados Unidos. Los reporteros de la CNN hablaban unos en boca de otros para adivinar dónde estaba. Los cámaras de las US Air Forces, que proporcionaron las imágenes en directo a todos los canales de televisión del mundo, pusieron mucho cuidado en no mostrar edificios u otras cosas que pudieran dar alguna pista sobre el lugar en que la presidenta volvía a pisar tierra norteamericana.

Aún no había pasado todo.

Sin apagar el sonido del televisor, Abdallah se sentó ante su ordenador.

Tecleó una serie de palabras en el buscador, por sexta vez en las últimas seis horas. Aparecían varios miles de resultados, así que delimitó la búsqueda. Con ciertas dudas, añadió una palabra más en la sección del buscador.

Cinco artículos.

Pasó deprisa por encima de cuatro de ellos. No contenían nada de interés.

El quinto le informó de que el ataque troyano nunca tendría lugar.

Lo entendió después de apenas unas líneas, pero se forzó a leer todo el artículo hasta tres veces, antes de desconectarse y apagar el ordenador.

Se dirigió al diván, se acostó y cerró los ojos.

El FBI había aparecido en un pequeño pueblo en Maine, con helicópteros y gran cantidad de personal. Los reporteros locales habían tenido la imaginación suficiente como para vincular el asunto con el caso de Helen Bentley; al cabo de menos de una hora, el lugar estaba rodeado de periodistas de todo el estado. Sin embargo, al poco tiempo la Policía local pudo tranquilizar al público diciendo que se trataba de algo completamente distinto. Llevaban mucho tiempo colaborando con el FBI para seguirle la pista a una banda que cazaba pájaros en peligro de extinción para venderlos en el mercado ilegal. Un veterinario local había sido de gran ayuda en la investigación. Lamentablemente, uno de los cazadores de pájaros había resultado muerto durante el arresto, pero, por lo demás, la Policía lo tenía todo bajo control. La fotografía del veterinario, que ilustraba el artículo, mostraba a un hombre tan parecido a Fayed que sólo los distinguía el bigote.

Fayed había fallado.

Fayed iba a poner en marcha el ataque siguiendo las instrucciones de las cartas codificadas que Abdallah le había mandado con el sacrificio de tres emisarios.

Fayed estaba muerto y
Madame Président
estaba de vuelta a su hogar.

Abdallah al-Rahman abrió los ojos y se levantó del diván. Lentamente empezó a sacar los alfileres del mapa y los fue clasificando por tamaños. Podrían serle de utilidad más adelante.

Llamaron a la puerta.

Se sorprendió por la hora que era, pero abrió. Al otro lado se encontraba su hijo pequeño. Estaba vestido para montar a caballo y parecía desconsolado.

—Padre —lloraba Rashid—. Los demás me iban a dejar que fuera con ellos a dar una vuelta. Pero luego me he caído del caballo y se han ido sin mí. Dicen que soy demasiado pequeño y…

El niño sollozaba y mostró a su padre una fuerte herida en el codo.

—Ya está, ya está —dijo Abdallah, que se puso de cuclillas ante su hijo—. Sólo hay que volver a intentarlo, ¿sabes? Nunca te puede salir nada si no lo intentas una y otra vez. Y ahora nos vamos a dar una vuelta a caballo, juntos tú y yo.

—Pero… ¡Si estoy sangrando, papá!

—Rashid —dijo Abdallah, y le sopló en la herida—, nosotros no nos rendimos ante una pequeña derrota. Duele durante un rato, y luego lo intentamos otra vez. Hasta que lo conseguimos. ¿Lo entiendes?

El niño asintió y se enjugó las lágrimas.

Abdallah cogió la mano de su hijo. En el momento en que iba a cerrar la puerta, sus ojos repararon en el mapa de Estados Unidos. Aquí y allá quedaba algún que otro alfiler suelto, estaban torcidos y dispersos, sin plan ni estructura.

—2010 —dijo para sí mismo, y se quedó de pie considerando la fecha—. Para entonces habré reunido fuerzas para un nuevo intento. Para el año 2010.

—¿Qué has dicho, padre?

—Nada. Vámonos.

Ya se había decidido.

* * *

Nota de la autora

Para escribir este libro me he tomado la libertad de poner palabras en boca de algunos personajes públicos. He procurado hacerlo con el debido respeto y espero haberlo conseguido.

También me he tomado grandes libertades respecto de un edificio de Oslo, el Thon Hotel Opera, que en el libro se llama simplemente hotel Opera. Necesitaba la ubicación del hotel para contar la historia y me he atenido a la realidad en lo que respecta a la arquitectura externa y a la situación del edificio. Sin embargo, el interior del hotel de esta novela es un mero producto de mi imaginación. Lo mismo vale, como es obvio, para los empleados de éste que aparecen en el libro.

Larvik, junio de 2006

A
NNE
H
OLT

* * *

Notas

[1]
El 17 de mayo es el Día Nacional de Noruega en el que se conmemora la fecha de aprobación en 1814 de la Constitución del país, la mas antigua de Europa. Es el gran día de fiesta de la nación y los protagonistas de la celebración son los niños, que desfilan por las calles con bandas de música, y los jóvenes que ese año terminan el bachillerato los cuales, vestidos todos ellos de rojo, celebran con notorio desenfreno su paso a la mayoría de edad.
(N. de la T.)

[2]
El noruego Vidkun Quisling presidió el Gobierno colaboracionista que rigió Noruega durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. Cuando los rusos liberaron el país y acabó la guerra, Quisling fue condenado a muerte y ejecutado por traición a la patria.
(N. de la T.)

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