Un recate costoso
Cuando dejó de hablar, se volvió para abandonar el departamento por la puerta detrás de la cual estaba yo. No tuve que esperar. Había escuchado lo suficiente para que mi alma se llenara de espanto. Escabulléndome silenciosamente, volví al patio por el camino que había llegado y entonces concebí mi plan de acción al instante. Crucé la manzana, y bordeando las avenidas del lado opuesto pronto estuve en el patio de Tal Hajus.
Las habitaciones brillantemente iluminadas del primer piso me indicaron dónde debía buscar primero, de modo que avancé hacia las ventanas y espié dentro, No tardé en descubrir que no iba a ser tan fácil acercarme como lo esperaba, ya que los cuartos traseros que bordeaban el patio estaban llenos de guerreros y mujeres. Entonces eché un vistazo a los pisos superiores y advertí que el tercero estaba aparentemente a oscuras. Decidí, pues, entrar por ese lugar. No me llevó más de un minuto alcanzar las ventanas superiores, y en un instante me había arrojado, al amparo de las sombras, dentro del tercer piso.
Por fortuna, el cuarto que había elegido estaba vacío, de modo que me arrastré silenciosamente hacia el corredor que se extendía más allá y descubrí una luz en el cuarto que había delante de mí. Llegué a lo que parecía ser una puerta y descubrí que no era más que un acceso que daba a un inmenso recinto interno que se elevaba desde el primer piso, dos pisos debajo de mí, hasta el techo, en forma de cúpula y muy por encima de mí. Esta gran sala circular estaba atestada de caudillos, guerreros y mujeres. En uno de los extremos había una alta plataforma sobre la cual se hallaba en cuclillas la bestia más horrible que jamás haya visto. Sus rasgos eran fríos, duros, crueles y espantosos, como los de todos los guerreros verdes, pero acentuados y envilecidos por las pasiones animales a las que se había abandonado hacía muchos años. No había ningún rastro de dignidad ni de orgullo en su conducta bestial. Al tiempo que su enorme masa desbordaba la plataforma donde estaba sentado como un insecto diabólico, sus seis miembros acentuaban la similitud en forma horrible y espantosa. Pero lo que me congeló de aprensión fue el ver a Sola y Dejah Thoris de pie delante de él, y la diabólica mirada con la que se estaba deleitando al dejar que sus grandes ojos saltones cayeran sobre la bella figura de ésta. Ella estaba hablando, pero no podía escuchar lo que decía, ni podía discernir el bajo gruñido de lo que él respondía. Ella estaba allí, erguida ante él, con la cabeza en alto. Aun a la distancia que estaba de ellos podía leer el desprecio y disgusto en el rostro de ella cuando dejó que su arrogante mirada se posara sobre él sin la más mínima señal de miedo. Ciertamente era la orgullosa hija de mil Jeddaks. Lo era cada centímetro de su querido y precioso cuerpo pequeño, tan pequeño, tan delicado al lado de los imponentes guerreros que la rodeaban, pero en su majestuosidad los superaba hasta hacerlos insignificantes. Era la figura más poderosa entre ellos y realmente creo que lo sentían así.
En ese momento Tal Hajus hizo una seña para que el recinto quedara libre y los prisioneros quedaran solos ante él Lentamente, los jefes y las mujeres se desvanecieron en las sombras de los recintos linderos y Dejah Thoris y Sola quedaron solas ante el Jeddak de los Tharkianos.
Un solo jefe había dudado antes de partir. Lo vi parado a la sombra de una imponente columna, sus dedos jugando nerviosamente con la empuñadura de su gran espada y sus crueles ojos inclinados con implacable odio hacia Tal Hajus.
Era Tars Tarkas. Podía leer sus pensamientos como si fuera un libro abierto, por la aversión que se reflejaba en su rostro. Estaba pensando en aquella otra mujer que, cuarenta años atrás, había estado ante esa bestia. Si pudiera haberle dicho una palabra al oído, en aquel momento el imperio de Tal Hajus se habría terminado. Finalmente él también abandonó a zancadas el cuarto, sin saber que estaba dejando a su propia hija a merced de la criatura que más despreciaba.
Tal Hajus se puso de pie. Yo, asustado, previendo a medias sus intenciones, me dirigí hacia el camino sinuoso que conducía a los pisos inferiores. Como no había nadie que me interceptara el paso, llegué al piso principal del recinto sin que me vieran, y entonces me coloqué al amparo de la misma columna que Tars Tarkas acababa de dejar. Cuando llegué allí, Tal Hajus estaba hablando.
—Princesa de Helium: Podría arrancarle a tu gente un grandioso rescate, si quisiera, por devolverte sin daño alguno, pero prefiero mil veces mirar ese hermoso rostro retorcerse en la agonía de la tortura. Será un largo proceso, te lo prometo, diez días de placer serían muy poco para demostrar el amor que siento por tu raza. Los horrores de tu muerte obsesionarán los sueños de los hombres rojos para siempre. Se estremecerán en las sombras de la noche cuando sus padres les hablen de la horrible venganza de los hombres verdes, de la fuerza, del poder, del odio y de la crueldad de Tal Hajus. Pero antes de la tortura serás mía por una hora escasa. También le llegarán noticias de esto a Tardos Mors, Jeddak de Helium, tu abuelo, que se arrastrará por el suelo en el paroxismo del dolor. Mañana comenzará la tortura. Esta noche serás de Tal Hajus. Ven.
Saltó de la plataforma y la aferró rudamente del brazo. Pero apenas la había tocado cuando salté entre ellos. Mi espada pequeña, filosa y brillante estaba en mi mano derecha. Podía haberla hundido en su corrompido corazón antes que se percatara de quién lo atacaba. Pero cuando levanté el brazo para herirlo, pensé en Tars Tarkas. A pesar de toda mi furia, de todo mi odio, no podía robarle ese feliz momento por el que él había vívido y esperado todos esos largos y tediosos años. En cambio, descargué mi puño derecho de lleno sobre su mandíbula. Sin emitir sonido alguno se derrumbó como si estuviera muerto.
En el mismo silencio mortal tomé a Dejah Thoris de la mano, e indicándole a Sola que nos siguiera, nos dirigimos rápida y silenciosamente hacia el piso superior. Llegamos sin ser vistos a una ventana trasera, y con las correas y cuerdas de mis arneses hice bajar primero a Dejah Thoris y luego a Sola hasta el suelo. Después descendí yo ágilmente y las conduje con premura por el patio, al abrigo de las sombras de los edificios, y así regresamos por el mismo camino que unos minutos antes había tomado para llegar hasta los límites de la ciudad.
Por último encontramos a mis
doats
en el patio donde los había dejado. Los ensillé y cruzamos rápidamente el edificio hacia la avenida que estaba afuera. Montados, Sola en una bestia y Dejah Thoris a mi lado sobre la otra, cabalgamos desde la ciudad de Thark hacia el sur, a través de los cerros.
En vez de rodear la ciudad por atrás, con dirección Noroeste hacia el acueducto más cercano que estaba a tan corta distancia de nosotros, giramos hacia el noreste y nos lanzamos hacia la extensión de musgo a través de la cual, a trescientos peligrosos y cansados kilómetros se encontraba otra arteria principal que conducía a Helium.
No se habló ni una palabra hasta después de mucho tiempo de haber dejado la ciudad, pero podía oír los sollozos ahogados de Dejah Thoris mientras se aferraba a mí y descansaba su cabeza sobre mi hombro.
—Si lo logramos, mi jefe, la deuda de Helium será muy grande, más grande de lo que puedan llegar a pagarte por esto. Si no lo conseguimos, la deuda no será menor, aunque los Heliumitas nunca lo sepan, porque has salvado a la última de nuestra estirpe de algo peor que la muerte.
No contesté, pero acerqué mi mano a mi flanco y oprimí sus pequeños dedos, que me agradaba que se aferraran a mí para sostenerse. Así, en completo silencio, corrimos sobre el musgo amarillento iluminado por la luna, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Por mi parte, no podía sentirme más feliz de lo que estaba. Con el cuerpo cálido de Dejah Thoris que se ceñía contra mí, y con todos los peligros que habíamos pasado, mi corazón rebosaba de felicidad, como si ya hubiéramos entrado por las puertas de Helium.
Nuestros planes primitivos habían sido tan nefastamente desbaratados que ahora nos encontrábamos sin comida y sin bebida, y sólo yo estaba armado. Por lo tanto, apresuramos a nuestras bestias a una velocidad que desgraciadamente los afectaría antes que pudiéramos llegar al final de la primera etapa de nuestro viaje.
Cabalgamos toda la noche y todo el día siguiente, descansando muy poco. A la segunda noche, tanto los animales como nosotros estábamos completamente fatigados, de modo que nos echamos sobre el musgo y dormimos aproximadamente cinco o seis horas. Volvimos a ponernos en camino antes que aclarara. Cabalgamos todo el día siguiente. Cuando ya tarde, al anochecer, no habíamos visto todavía señal alguna de los árboles grandes que indican la ubicación de los enormes acueductos a través de todo Barsoom, nos dimos cuenta de la terrible verdad: estábamos perdidos.
Era evidente que habíamos estado dando vueltas, pero era difícil decir en qué sentido. Parecía imposible que hubiera ocurrido, teniendo el sol para guiamos de día y las lunas y las estrellas de noche. Por el momento no había ningún canal a la vista y el grupo entero estaba a punto de desfallecer de hambre, de sed y de fatiga. Delante de nosotros, a la distancia y apenas hacia la derecha, podíamos distinguir el contorno de unas colinas bajas. Decidimos intentar alcanzarlas con la esperanza de que desde algún cerro pudiéramos distinguir el canal perdido. La noche nos sorprendió antes de llegar a la meta, y entonces, casi desfallecidos de cansancio y debilidad, nos echamos a dormir.
Me desperté temprano, por la mañana, al sentir un inmenso cuerpo que se apretaba contra mí. Al abrir los ojos sobresaltado, vi a mi bendito y viejo Woola arrimado a mí. La leal bestia nos había seguido a través de aquella extensión sin huellas para compartir nuestro destino, cualquiera que fuera.
Abracé su cuello y apreté mi mejilla contra la de él. No me avergonzaba hacerlo, como tampoco me avergoncé de las lágrimas que llenaron mis ojos cuando pensé en el cariño que me tenía. Poco después Dejah Thoris y Sola se despertaron y decidimos aunar nuestras fuerzas una vez más para llegar a las colinas.
Habíamos hecho apenas un kilómetro cuando noté que mi
doat
estaba empezando a tambalearse y a tropezar de una forma muy penosa, aunque no habíamos intentado forzarlos a caminar desde la noche anterior. De pronto se inclinó sin control hacia un lado y cayó pesadamente al suelo. Dejah Thoris y yo salimos despedidos lejos de él y caímos sobre el suave musgo. La pobre bestia, sin embargo, estaba en un estado penoso. Ni siquiera era capaz de levantarse, aun sin nuestro peso. Sola le dijo que el frío de la noche, junto con el descanso, podría reanimarlo sin lugar a dudas. Por lo tanto decidimos no matarlo, como fue nuestra primera intención, ya que pensaba que hubiera sido cruel abandonarlo para que muriera de hambre y sed. Le quité los arneses, los dejé en el suelo a su lado, y abandonamos a ese pobre ser a su destino. Así pues, proseguimos con un
doat.
Sola y yo caminamos, y dejamos que Dejah Thoris montara a pesar de su oposición De este modo habíamos avanzado hasta una distancia aproximada de un kilómetro de las colinas que intentábamos alcanzar, cuando Dejah Thoris, desde su ubicación privilegiada sobre el
doat
exclamó que veía un gran grupo de hombres montados que venían bajando desde un paso de las colinas a varios kilómetros de distancia. Tanto Sola como yo miramos en la dirección que Dejah Thoris indicaba, y allí pudimos distinguir claramente que había varios cientos de guerreros montados. Parecían dirigirse hacia el Sudoeste, lo que los alejaría de nosotros.
Indudablemente eran guerreros Tharkianos que habían sido enviados a capturarnos. Suspiré aliviado al ver que iban en dirección opuesta, pero apeé rápidamente a Dejah Thoris de su animal y le ordené que se echara al suelo, cosa que hicimos todos para pasar inadvertidos.
Los pudimos ver mientras cruzaban el paso, sólo por un instante, antes que se perdieran de vista detrás del cerro. Para nosotros fue el cerro más providencial que podíamos haber encontrado, ya que si hubieran estado a la vista durante un lapso prolongado, por cierto que nos habrían descubierto. En ese momento, el que parecía ser el último guerrero que quedaba a la vista se detuvo, se llevó un pequeño pero potente catalejo a los ojos y examinó el lecho del mar en todas las direcciones. Evidentemente era un jefe, ya que en ciertas formaciones, entre los marcianos verdes, es el que cierra la marcha de la columna. Cuando dirigió su catalejo hacia nosotros, nuestros corazones se paralizaron y pude sentir que una transpiración fría comenzaba a brotar de cada poro de mi piel.
En ese momento enfocó de pleno sobre nosotros y fijó la mirada. La tensión de nuestros nervios estaba en su punto máximo y dudo que alguno de nosotros haya respirado siquiera durante el corto tiempo que nos tuvo dentro del campo de su lente. Bajó luego el catalejo y pude ver que gritaba una orden a sus guerreros, que habían desaparecido detrás del cerro. Sin embargo, no esperó a que se le unieran, sino que giró su
doat
y se dirigió precipitada y vehementemente hacia nosotros.
No había más que una posibilidad y la teníamos que aprovechar rápidamente. Levanté, pues, mi extraño rifle marciano hasta mi hombro, apunté y toqué el botón del percutor. Hubo una explosión fuerte cuando el proyectil alcanzó el objetivo, y el jefe que se aproximaba a la carga cayó de espaldas desde su veloz montura.
Me puse de pie de un salto, apresuré a mi
doat
para que se levantara e indiqué a Sola que lo montara junto con Dejah Thoris e hicieran un poderoso esfuerzo por llegar a las colinas antes que los guerreros verdes se echaran sobre nosotros. Sabía que en las cañadas y barrancas podrían encontrar un escondite temporario, y aunque murieran allí de hambre y de sed, eso sería mejor que caer en manos de los Tharkianos. Les ordené que llevaran mis dos revólveres con ellas a fin de protegerse y, en última instancia, como elementos de salvación para evitar la horrible muerte que podría significar que las volvieran a capturar. Levanté a Dejah Thoris en mis brazos y la puse sobre el
doat,
detrás de Sola, que ya había montado cuando impartí la orden.
—Adiós, mi princesa —susurré—, ya nos encontraremos en Helium. He escapado de aprietos peores que éste. —Traté de sonreír mientras mentía.
—¿Qué? —exclamó—. ¿No vienes con nosotras?
—No es posible, Dejah Thoris. Alguien tiene que entretener a esa gente por un rato. Puedo escapar mejor solo que estando los tres juntos.