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Authors: David Mamet

Tags: #Ensayo, Referencia

Una profesión de putas (30 page)

BOOK: Una profesión de putas
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Al fin y al cabo, los problemas del mundo —el sida, el cáncer, la guerra nuclear, la contaminación— tienen tanta solución como los problemas de un árbol que ya ha dado fruto: las manzanas están ya muy maduras y van cayendo. ¿Qué se puede hacer? Al mismo tiempo, empiezan a caerse también las hojas, justo en el momento en que más necesarias eran; y el árbol, ya debilitado, se carga de escarcha, y la savia misma que podría mantener la gallarda lucha por la vida del árbol se está agotando. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué se puede hacer con los problemas que nos acosan? No se puede hacer
nada
, y tampoco es preciso hacer nada. Ya se está haciendo algo: el organismo se prepara para el reposo.

Como cultura, como civilización, nos encontramos en un punto en el que lo más apropiado para el organismo, lo más conveniente para la vida, es decaer. Nada detendrá el proceso, nada puede detenerlo, porque se trata de la fuerza de la vida, y las pruebas nos rodean por todas partes. Escuchad la música que ponen en las estaciones de tren, y en los teléfonos, cuando te hacen aguardar. El problema no es que una persona o un grupo de personas decidan unilateralmente fastidiarte con mala música; el problema consiste en que existe un esfuerzo universal, combinado y cada vez más amplio, por reducir el tiempo que cada uno de nosotros pasa a solas con sus pensamientos; es el inconsciente colectivo, que propone un acto de misericordia. Ahora bien: ¿Cuánto durará esta tendencia al reposo definitivo, esta disolución de la civilización? Un día, una hora, un año, tal vez cien años, seguro que más no. Y nuestra civilización podría disolverse, como ha sabido siempre la gente de mi edad; podría suceder en cualquier momento, y en un instante.

¿Dónde está la paz que se deduce de este conocimiento? Tal vez en esto: como decían los estoicos, o existen los dioses o no existen. Si existen, no cabe duda de que las cosas se desarrollan como es debido; si no existen, ¿por qué habríamos de resistirnos a dejar un mundo en el que no hay dioses?

¿Qué se puede decir a corto plazo? La mayoría de los jóvenes tienen cosas más interesantes y más adecuadas que hacer que cargar con un exceso de filosofía.

A corto plazo, la vida sigue, y existe una razón para estar aquí; existió una razón para que nuestra civilización creciera y existe una razón para que vaya a morir. Y esas razones nos resultan tan inaccesibles como las razones por las que nosotros mismos nacimos y vamos a morir.

No es preciso que caigamos víctimas de la falacia liberal de suponer que, porque nos damos cuenta de un problema, ya no formamos parte del problema. Nosotros somos el problema, como ese tipo que vuelve a casa después del partido del domingo y maldice a los idiotas que han provocado el atasco de tráfico. Formamos parte del proceso, el mundo está decayendo con bastante rapidez y no podemos hacer
nada
al respecto.

Afrontémoslo cara a cara: ¿Cómo está decayendo nuestro estrecho mundo? En el teatro hay pocas obras nuevas, y casi todas son malas. Los críticos parecen empeñados en acabar con la originalidad y la expresión del amor; la televisión compra talentos y los anula; el arte de la actuación degenera espantosamente año tras año.

Es posible que la gente de teatro más joven se pregunte: ¿Dónde están los productores amables y generosos? ¿Y los agentes con vista? ¿Y los críticos inteligentes? Más vale que dejen de buscarlos y se hagan a la idea de que no existen. En la actualidad, la tarea del agente, del crítico, del productor, consiste en
acelerar la decadencia
, y están haciendo bien su trabajo. La tarea que les ha encomendado la sociedad consiste en
difundir el terror
y la consiguiente apatía que se produce cuando un individuo tiene demasiado miedo de mirar el mundo que le rodea. Ellos son la música de la estación de ferrocarril, y representan nuestro deseo de reposo.

Se podría decir: ¿y qué pinta en todo esto el libre albedrío, qué pasa con la libertad del individuo? Pero es que yo no creo que exista.

Yo creo que todas las sociedades funcionan según las reglas de la selección natural, y que los que sobreviven son los que sirven a las tendencias de la sociedad, como sucede con la gente que se queda tirada cuando su autobús se estropea. Sus personalidades individuales carecen de importancia; la necesidad del momento creará al experto, al hombre razonable, al matón pendenciero, al payaso, y así sucesivamente.

Y ahora, ¿qué me decís de
vuestro
trabajo?

Casi todos los que decidáis permanecer en el teatro acabaréis formando parte del torbellino de anuncios, televisión, búsqueda de fama y reconocimiento. En esta época de decadencia, las cosas que la sociedad recompensa con fama y reconocimiento son la mala actuación, la mala escritura, las decisiones que inhiben el pensamiento, la reflexión y la liberación; y a estas cosas las llaman arte.

Es posible que algunos de vosotros hayáis nacido para representar la postura contraria: la opinión minoritaria de alguien que, por la razón que sea, no tiene miedo de examinar su situación. Algunos de vosotros, a pesar de todo, se sentirán impulsados por el destino a intentar poner orden en la escena, a intentar poner en escena, como decía Stanislavsky, la vida del alma humana.

Como Laocoonte, sufriréis toda clase de adversidades en vuestro intento de realizar una tarea que os dirán que no existe. Por favor, tened siempre presente que la gente que os dice eso, que os dice que sois aburridos y no tenéis talento ni sois comerciales, está haciendo
su
trabajo; y tened presente también que vosotros, con vuestra obstinación y dedicación, estáis haciendo
vuestro
trabajo.

Si os esforzáis por poner orden en el teatro, si os esforzáis por recrear en vuestras personas el arte perdido de la actuación, el arte perdido de la escenificación, ese arte de diez mil años de antigüedad que ha desaparecido en gran parte durante mi vida, si os esforzáis por aprender el arte perdido de la narración de historias, vais a sufrir. Y es posible que después de mucho tiempo y trabajo miréis en tomo vuestro y digáis «¿Para qué molestarse?».

Y la respuesta es que tenéis que molestaros si habéis nacido para tomaros la molestia; y si no, pues no.

El mundo es muy confuso. Y como decían los estoicos, más vale procurar que nuestros principios sean pocos y simples, para poder invocarlos con rapidez. Si sois capaces de manteneros en contacto con los procesos naturales, con vosotros mismos y con Dios, con los rudimentos esenciales de vuestra profesión —la necesidad humana de contar y escuchar historias—, con los procesos naturales del crecimiento y la descomposición, entonces creo que podréis encontrar la paz, incluso en el teatro.

Nuestra civilización está trastornada y moribunda, y aún no ha captado el mensaje. Se está hundiendo, pero aún no se ha hundido en la completa barbarie, y a menudo pienso que la única razón de que exista la guerra nuclear es para libramos de tal indignidad.

Podemos desear que las cosas no fueran así, pero son así; y para vosotros, los jóvenes, voy a citar otra vez a Marco Aurelio: recibes un mal augurio antes de la batalla,
¿y qué?
Tu tarea sigue siendo combatir.

A aquellos de vosotros que estáis llamados a esforzaros por poner en escena un nuevo teatro, el teatro de vuestra generación, os espera una vida muy apasionante.

Vais a tener que luchar contra una corriente cada vez más fuerte, y al hacerlo obtendréis la importante e inapreciable recompensa de saber que sois hombres y mujeres verdaderamente maduros… siempre que, en medio del pánico que os rodea y que se hace llamar sentido común o viabilidad comercial, hagáis vuestro trabajo bien y de manera sencilla.

Si vais a trabajar en el auténtico teatro haréis una gran tarea en estos tiempos de decadencia definitiva; una tarea consistente en proporcionar a vuestros semejantes, por medio de vuestros conocimientos y habilidad, la posibilidad de entrar en comunión con lo más esencial de la vida humana: que todos nacemos para morir, que nos esforzamos y fracasamos, que vivimos ignorando por qué estamos aquí, y que, en medio de todo esto, tenemos necesidad de amar y ser amados, pero también tenemos miedo.

Si se os ha concedido la bendición de la inteligencia, os encontraréis en constante conflicto entre la voluntad y el miedo. Por favor, daos cuenta de que este conflicto os expone al aspecto fundamental del arte dramático: la batalla entre lo que uno está destinado a hacer y lo que
querría
hacer. La exposición a esta batalla os hará aprender mucho sobre la tragedia.

Vuestros intentos por responder a la pregunta «¿Qué debo hacer?» pueden conduciros a adoptar y estudiar filosofías y técnicas; a aprender a meditar y aprender a actuar, para que vuestra personalidad y vuestro trabajo se conviertan en una misma cosa y podáis cumplir vuestro auténtico propósito, vuestro propósito más elevado como miembros del teatro. Y dicho propósito es y siempre ha sido representar la necesidad que tiene la cultura de plantearse la pregunta «¿Cómo puedo vivir en un mundo en el que estoy condenado a morir?».

Comentarios sobre
El jardín de los cerezos

Cuando se juega al póquer es buena idea tratar de averiguar las cartas que pueden tener tus adversarios. Existen dos maneras de hacerlo. Una consiste en observar sus idiosincrasias: la manera en que sujetan las cartas cuando farolean, diferente de la manera de sujetarlas cuando tienen una buena mano; sus reveladores gestos inconscientes; el modo de juguetear con las fichas cuando están inseguros. Este método de reunir información se llama «buscar pistas».

El otro método para obtener información consiste en analizar la mano del oponente, según lo que
apuesta
.

En términos teatrales, estos dos métodos son análogos al interés por la
caracterización
y el interés por la
acción
. Dicho con otras palabras, al interés por
la manera
en que un personaje hace algo, frente al interés por
lo que hace
.

Hace poco trabajé en una adaptación
de El jardín de los cerezos
.

Mi recién adquirida intimidad con la obra me hizo prescindir de las sutilezas de los personajes para centrarme en el examen de lo que realmente hacían. Y observé lo siguiente:

El título es una bandera de conveniencia. A nadie en la obra le importa un pimiento el jardín de cerezos.

En el primer acto, Lyubov regresa. Se nos informa de que su amada propiedad va a ser vendida a menos que alguien actúe con rapidez para evitar la catástrofe.

Esto se lo comunica el rico Lopajin. Inmediatamente, le dice que tiene un plan: talar los cerezos del jardín, derribar la casa y construir alojamientos para los veraneantes.

Esta solución salvaría la propiedad (aunque alterándola).

Lopajin continúa reiterando su oferta durante toda la obra. Lyubov no acepta. Por fin, Lopajin compra la propiedad.

«Bueno», podríamos decir, «no es posible salvar el amado cerezal talándolo.». Sin duda, eso es verdad. Pero en el texto se ofrecen otras alternativas.

Se hacen alusiones a la tía rica de Yaroslavl («que es tan riquísima») y que adora a Anya, la hija de Lyubov. Se plantea el envío de una comisión mendicante, pero nunca se materializa. No digo que esta alternativa pueda considerarse una buena apuesta —no lo es—, pero sí que si los actos de la protagonista (supuestamente, Lyubov) tuvieran como objetivo salvar el cerezal, sin duda buscaría vehementemente y aprovecharía
cualquier
posibilidad de ayuda.

Una esperanza de salvación más realista es un buen matrimonio. Gaev, el hermano de Lyubov, enumera las alternativas: heredar dinero, pedírselo a la tía rica, casar a Anya con un hombre rico.

La primera es una mera fantasía y la segunda queda descartada, pero ¿qué hay de la tercera alternativa?

No parece haber muchos candidatos para Anya, pero ¿qué me dicen de su hermanastra Varya?

Varya, la hija adoptiva de Lyubov, no sólo es casadera, sino que
está enamorada
. ¿De quién está enamorada? Está enamorada del riquísimo Lopajin.

Qué demonios. Si yo quisiera salvar
mi
jardín de cerezos y
mi
hija adoptiva estuviera enamorada del hombre más rico del pueblo (y se nos dice que sus sentimientos no son nada mal recibidos por su destinatario), ¿qué haría? ¿Qué harían
ustedes
? Es la solución más fácil, la obra se terminaría en media hora y todo el mundo se iría a casa temprano.

Pero Lyubov tampoco insiste en este aspecto, aunque lo menciona en todos los actos. No hace nada por favorecer un feliz matrimonio entre Varya y Lopajin. Curiosamente, ni siquiera se llega a mencionar la boda como solución al problema del jardín de cerezos. El problema de los chapuceros amores de Varya y Lopajin se presenta sólo como una de las supuestas tramas secundarias (ya volveremos a esto).

En la penúltima escena de la obra, Lyubov, que abandona su ya vendida propiedad para regresar a París, intenta atar los cabos sueltos. Anima a Lopajin a declararse a Varya, y él dice que lo hará. Cuando se queda solo, a Lopajin le falta valor y no se declara. ¿Por qué Lyubov no insiste al enterarse de esto?
¿Y
por qué no lo hizo antes?

Incluso ahora, al final de la obra, si a Lyubov le importara
de verdad
el jardín de cerezos, podría salvarlo del hacha. Le resultaría fácil
obligar
a Lopajin a declararse a Varya, y después proponer la brillante idea de que todos vivan en la propiedad como una familia feliz. Y Lopajin, que siente veneración por ella, no se negaría.

Pero no lo hace. ¿Por falta de inventiva? No. Por falta de interés. El jardín de cerezos la tiene sin cuidado.

¿Y qué hay de Lopajin? ¿Por qué tiene que talar el jardín de cerezos? Desde su juventud ha idolatrado a Lyubov. Para él, ella es una diosa y su propiedad es el país de las hadas, y lo que más desea en toda la obra es complacerla. (De hecho, si nos pusiéramos a hacer un análisis psicológico de la obra, podríamos llegar a la conclusión de que la razón de que Lopajin sea incapaz de declararse a Varya es que está enamorado de Lyubov.)

Lopajin compra la propiedad por noventa mil rublos, que para él no son nada. A continuación, procede a talar los árboles, aun sabiendo que eso le dolerá a su diosa, Lyubov, y a demoler la mansión. Sus padres fueron siervos en esa casa; Lyubov se crió en la casa; Lopajin no necesita el dinero; ¿por qué tala los árboles? (Sí, sí, sí, ya sé que nos ofrecen débiles argumentaciones acerca de las futuras generaciones que vivirán de la tierra. Pero no cuelan. ¿Por qué? Si Lopajin quiere construir una colonia de veraneo, podría hacerlo en cualquier otro sitio. Podría haberla construido sin necesidad de la tierra de Lyubov y sin su permiso. Si su objetivo fuera la construcción de residencias veraniegas y se viera enfrentado a dos alternativas, destruir la casa de su ídolo o no tener que hacerlo, ¿cuál elegiría? La verdad es que tiene infinitas alternativas. Puede construir donde le dé la gana. ¿Por qué talar los árboles y hacer sufrir a su adorada? Aunque comprara la propiedad, podría dejarla como estaba y, si siguiera teniendo ganas, construir su colonia en otra parte.)

BOOK: Una profesión de putas
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