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Authors: Lindsey Davis

Tags: #Aventuras, Histórico

Una virgen de más (18 page)

BOOK: Una virgen de más
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—No permitas que esos hijos de mala madre se salgan con la suya —nos aconsejó mi padre. No era suya la cabeza que el tipo había amenazado con arrancar…

Opté por ofrecer a Eliano la ocasión de retirarnos en aquel momento como buenos chicos y le recordé que su padre quería que obtuviese más pruebas de influencia política; él decidió hacer caso omiso de su padre, algo que, en presencia del mío, no pude sino aplaudir. A Eliano lo había enviado a verme Décimo, pero a aquellas alturas el joven ya se sentía liberado de obligaciones hacia él y volvió con todas sus contusiones a casa de la familia, donde su madre, sin duda, me echaría a mí la culpa de su desgraciado estado.

A veces, tratar con los Camilos era aún más complicado que maniobrar con mis propios parientes.

Mi padre se acercó a la mesa donde comíamos normalmente como quien espera que le den de cenar gratis. Sus ojos de mirada furtiva me interrogaron antes que sus palabras:

—Me ha llegado un mensaje de que querías hablar conmigo. ¿Tiene algo que ver con el proyecto de Helena?

Su pregunta me irritó. Si alguien me hubiera puesto en antecedentes desde el principio, lo habría usado como arma para descubrir lo que Helena tenía en mente. Mi padre era detestable.

—Entonces —insistió—, ¿Helena siguió mi consejo de utilizar a Glauco y a Cota? —¿Su consejo? El corazón me dio un vuelco. Mi padre, inquieto, añadió una confesión—: Aunque de un tiempo a esta parte, quizás estén un poco venidos a menos…

Este último comentario quedaba fuera de lugar.

—Estoy seguro —repliqué pomposamente— de que Helena Justina puede quitarse de encima a cualquiera que le cree problemas.

—Cierto —asintió mi padre—. Probablemente, deberíamos sentir lástima de ellos.

Se incorporó de un brinco. Tenía que sentirse aún más culpable de lo habitual, para marcharse sin intentar gorronearme una cena.

Apoyé la mano en su hombro y lo obligué a sentarse otra vez. Cuando le dije que quería hablar de cómo ayudar a Maya, recordó que tenía una cita urgentísima. Dejé muy claro que tendría que hablar de ello o le hundiría la cabeza en el marco de la puerta.

—Escucha, tenemos una crisis familiar y debemos resolverla nosotros, los hombres. Esta vez, mamá no puede hacer nada; ya se ocupa económicamente de los crios de Gala…

—¿Y por qué ha de hacerlo? El jodido Lolio no se ha peleado con un león…

Una vez muerto Famia, Lolio pasaba a ocupar su lugar como el más desagradable de mis cuñados. Era un barquero del Tíber, una burbuja asquerosa de escoria fluvial. El único rasgo que lo redimía era su habilidad para no entrometerse en nada, habilidad que me había ahorrado imaginar nuevas maneras de ser desagradable con él.

—Por desgracia, no. Pero ya sabes que el jodido Lolio es un completo inútil e incluso cuando le da algo de dinero a Gala, tampoco podemos considerar que ella sea una administradora demasiado hábil. Los pequeños no tienen la culpa de haber tenido unos padres tan terribles, pero mi madre ayuda en todo lo que puede para que todo ese grupo de incompetentes pueda sobrevivir. Escucha, padre: ahora, Maya tiene que pagar el alquiler, la alimentación y las matrículas escolares de Mario, por lo menos; el chico quiere cursar estudios de retórica… Y, además, mi hermana acaba de descubrir que Famia había dejado de pagar las cuotas de enterramiento, de modo que incluso tiene que pagarle el funeral a esa sabandija.

Mi padre, grueso y canoso, ligeramente patizambo, se irguió. Eran cuarenta años de engañar a compradores de arte los que le ayudaban a ser convincente, aunque yo sabía que todo él era un fraude.

—No soy insensible a la situación de tu hermana.

—La conocemos todos, padre. Maya, sobre todo. Dice que tendrá que trabajar otra vez para ese sastre estúpido —le comenté en tono sombrío—. Y siempre me ha parecido que ese gilipollas baboso le tiene echado el ojo…

—Es hora de que se jubile. No hace gran cosa ya, aunque nunca hizo mucho. Tiene a todas esas muchachas que hilan para él y la mitad del tiempo se ocupan también de la tienda. —Tras un breve momento de distracción, mientras se sentía celoso de que el sastre atrajera a aquellas jóvenes tejedoras, mi padre volvió a ponerse pensativo—. Maya sería perfecta para llevar un negocio.

Tenía razón y me molestó no haber sido yo el primero en verlo. Y a Maya, que detestaba a nuestro padre incluso más que yo, había que conducirla con una gran habilidad hacia cualquier idea que procediese de él. Pero en aquel momento teníamos la respuesta y, para asombro mío, mi padre se ofreció voluntariamente a convencer al viejo sastre de que deseaba comprarle el negocio. Y lo mejor de todo: mi padre se ofreció a adelantar el dinero necesario.

—Tendrás que hacer creer a ese tipo que la venta es idea suya.

—No me enseñes a hacer negocios, chico.

En efecto, mi padre era un comerciante de gran éxito, eso no podía evitar reconocerlo. Un brillante talento para echarse faroles lo había hecho más rico de lo que merecía.

—Bien, mañana es día festivo oficial, así que puedes cerrar tu tienda y…

—¡No puedo creer que esté oyendo tal blasfemia! ¡Yo nunca cierro por una festividad cualquiera!

—Pues esta vez, hazlo y ve a convencer al sastre.

—¿Y tú? ¿No vienes conmigo?

—Lo siento, tengo una cita pendiente. —Me abstuve de explicar que tenía que ocuparme de los díscolos gansos sagrados—. Y no lo soltará barato, padre.

—Está bien, tengo dinero suficiente, ya que tú rechazaste el que te ofrecía. —En una ocasión, mi padre se ofreció a encontrar el dinero necesario con el que apoyar mi aspiración a ascender al rango de caballero; no había manera de hacerle entender que ganármelo con mi propio esfuerzo era una cuestión personal—. Déjame esto a mí —declaró mi incorregible viejo, lanzándose a una exhibición de magnanimidad con la misma alegría con la que un día había huido del redil familiar—. ¡Tú limítate a jugar a que eres el chico de los gansos!

El muy cabronazo había esperado hasta entonces para divertirse a mi costa con ese insulto.

—No olvides esto —le repliqué—. Mantén todo el negocio a tu nombre para cuando a Maya le caiga bien un nuevo pretendiente. ¡Seguro que no te gustaría despertar un día y descubrir que financias a Anácrites!

Aquello bastó para cortar la conversación en seco.

XVIII

El día siguiente eran las calendas de junio y hubo celebraciones por Marte y las Tempestates (las diosas del tiempo y del aire). También se celebraba el festival de Juno Moneta, el día en que los gansos eran trasladados en procesión para ver crucificar a los perros guardianes.

Yo preferí no entrar en los detalles de este sangriento fiasco. Baste decir que cuando, en mi calidad de procurador de las aves sagradas, presentara mi informe a palacio recomendaría con la máxima insistencia lo siguiente:

Para evitar crueldades innecesarias a los animales y malos tragos a los observadores demasiado sensibles, a los perros guardianes condenados a los que se vaya a crucificar se les tranquilizará con comida drogada antes de que se proceda a clavarlos.

Para evitar que los gansos sagrados escapen de su litera de ceremonias mientras presencian el rito, también se les dará una dosis de algún producto tranquilizante y, a continuación, se les atarán las patas (los lazos quedarían ocultos bajo los almohadones púrpura en los que se aposentan tradicionalmente los gansos).

Para facilitar lo anterior, añádanse a la litera unos barrotes o una jaula.

El día antes de las calendas, será responsabilidad del cuidador de los gansos ocuparse de que las alas de todos los gansos sagrados que tomen parte en la ceremonia estén recortadas convenientemente para que no tengan posibilidad de salir volando.

Se debe permitir que los perros de casa bien (
Nux
, por ejemplo) paseen por el Capitolio bajo el control de personas autorizadas (yo, por ejemplo) sin riesgo de ser capturados y puestos bajo custodia con la amenaza de convertirse en participantes de la ceremonia de la crucifixión.

Los perros inocentes que sean aprehendidos accidentalmente deberán ser devueltos a la custodia de sus responsables autorizados sin que éstos tengan que pasar dos horas discutiendo.

Se tenderá a que todo el ritual de la crucifixión de los perros guardianes «culpables» caiga en el olvido lo antes posible. (Sugerencia: para tranquilizar a los puristas, la supresión de esta antiquísima ceremonia podría excusarse en nuestro Estado moderno como concesión a las tribus celtas, dado que la Galia es parte del Imperio y que ya no es probable que los bárbaros intenten invadir el Capitolio, salvo en forma de turistas.)

Cada vez que el procurador de las aves asista al festival de Juno Moneta, deberá inmediatamente después tener derecho a una considerable cantidad de bebida a costa del Estado.

XIX

Al día siguiente —cuatro antes de las nonas de junio, según marcaba mi calendario—, no se celebraba ninguna fiesta religiosa y, por lo tanto, era un día en el que podían producirse transacciones legales.

Ese día recibí un mensaje urgente de mi padre en el que me comunicaba que había convencido al sastre a vender el negocio, pero la decisión podía ser sólo temporal (o el precio se encarecería) a menos que le presionáramos y consiguiéramos que firmara el contrato aquel mismo día. Sólo me paré un momento a desear que, cuando organizara mi propia sociedad de investigadores privados, no me forzara a hacerlo un empresario como mi padre; inmediatamente supe lo que tenía que hacer, estuve de acuerdo y me dirigí a casa de mi hermana, pues mi padre había decretado que sería tarea mía convencer a Maya de que lo que tenía que hacer era lo que habíamos proyectado para ella.

Su reacción inmediata fue de suspicacia y de resistencia.

—¡Por el Olimpo, Marco! ¿A qué viene tanta prisa?

—Tu honrado empresario podría consultar con su abogado…

—¿Y por qué…? ¿No estaréis estafándolo papá y tú?

—Claro que no. Somos gente honrada. Todo el mundo que tiene tratos con nosotros lo dice. Lo que no queremos es darle ocasión de cambiar de idea y que intente estafarnos.

—Todo el mundo que tiene tratos con vosotros dice: «¡Nunca más!». Lo que pretendéis organizar, par de sabandijas, es mi vida, Marco.

—No te pongas dramática. Lo que te ofrecemos es un negocio próspero y rentable.

—¿No me puedes dar por lo menos un día para pensármelo?

—Mira, Maya, nosotros, fuertes y bondadosos, por estar al frente de tu familia ya hemos pensado por ti, como se supone que debemos hacer. Además, nuestro padre dice que quedan pocos días para tener la oportunidad de hacer un negocio ventajoso y no debemos desperdiciar esta ocasión. Su consejero legal ha redactado un escrito muy minucioso y, antes de continuar adelante, papá quiere saber que te alegras.

—No quiero tener nada que ver con papá.

—Excelente. Sabía que lo dirías.

Mi padre tenía razón, según comprobé en el calendario. Gracias a la aguda percepción romana de que los abogados son tiburones a los que conviene dar el menor estímulo posible, sólo suele haber cuatro o cinco días al mes en que se les permite embaucar a los clientes. (Otros países deberían reflexionar sobre la conveniencia de adoptar esta ley.) A los abogados también les gusta, los muy holgazanes. Junio ofrece una especial protección al ciudadano nervioso, aunque ello resulte un tanto inconveniente cuando uno está dispuesto a engañar también lo que pueda. Si perdíamos aquella oportunidad, el día hábil más próximo para la firma de contratos sería bastante después de los idus.

Envié a Mario a decirle a mi padre que Maya estaba encantada. Mi hermana dejó que Mario se marchara, pero, más contrariada incluso de lo habitual por su estado de irritación, cambió pronto de idea y salió tras él. Por fortuna, Mario era lo bastante despierto como para darse cuenta de que, si quería asegurarse las matrículas escolares en el futuro, tenía que echar a correr tan pronto como perdiera de vista la casa familiar.

Un oportuno visitante interceptó a Maya. En el instante en que mi hermana salía precipitadamente por la puerta de la casa y yo la seguía pisándole los talones, vimos en la calle la forma ya familiar de la silla de manos con el grabado de la cabeza de la Medusa que identificaba a los Lelios. Si tenía en cuenta que querían evitar el trato con nosotros, aquel vehículo estaba arando profundos surcos en las casas de mi familia.

—¡Saludos, Maya Favonia!

—¡Cecilia Paeta! Mira, Marco, ésta es la madre de la encantadora pequeña Gaya Laelia.

—¡Cielos, Maya querida…! Bien, será mejor que la dama entre enseguida.

(Y yo, tu inquisitivo hermano, debo quedarme aquí para otear el panorama…)

Cecilia Paeta era de constitución delgada, vestía unas ropas blancas bastante gruesas, lucía una gargantilla de metal deslustrado y no llevaba nada tan irreverente como un maquillaje facial para dar vida a su pálida tez. Maya había comentado que Cecilia era bizca; la verdad es que padecía de una miopía severa que le daba el aire de quien no ve tres en un burro y de que nada más allá de su campo de visión puede estar sucediendo de verdad. Tenía una boca de labios finos, una nariz que resultaba mejor de frente que de perfil y una mata de cabellos oscuros resecos sujetos en la nuca con una raya en el centro, según un estilo muy pasado de moda.

No era mi tipo. No esperaba que lo fuese. Por supuesto, eso no significaba que no pudiera despertar el deseo en otros hombres (aunque, probablemente, en ninguno de mis amigos).

Parecía nerviosa. Tan pronto como intercambiamos unos cuantos cumplidos de compromiso, fue al grano:

—Sé que habéis visitado nuestra casa. Ni se os ocurra decirle nunca a Lelio Numentino que he venido aquí…

—¿Por qué? —Mi hermana se hacía la tonta. Maya tenía un ojo en la puerta, impaciente por salir corriendo detrás de Mario para que éste dijera a su abuelo que rechazaba la oferta—. Las niñas tienen que salir a charlar y jugar con sus amiguitas alguna vez. Se debe confiar en que una matrona respetable tenga contactos sociales. ¿Nos estás diciendo que tu suegro te tiene secuestrada?

Que Cecilia hubiera hecho una valerosa apuesta por la libertad era esperar demasiado; prefería estar a salvo escudándose en la opresión teñida de religión:

—Somos una familia normal. Cuando Numentino era flamen dialis, esto era fundamental para los ritos. Ahora desea continuar la vida como siempre la ha conocido. Es un anciano…

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