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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

Universo de locos (13 page)

BOOK: Universo de locos
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La muchacha, observó él, estaba ya metiendo las cosas en el cajón del escritorio, preparándose para marchar. Volvió a mirarlo, como preguntándose por qué seguía aún allí.

—¿No se llama usted Blake? ¿Marion Blake? —dijo Keith.

Los ojos de ella se abrieron sorprendidos.

—Sí, claro, pero no.

—Creí que la recordaba, pero no estaba seguro de momento —dijo Keith. Pensaba furiosamente, tratando de recordar las cosas que había oído a Marion sobre sí misma, las amigas que había mencionado, dónde vivía, qué hacía.

—Una muchacha llamada Estelle —dijo él—, he olvidado el apellido, nos presentó en un baile en... ¿no fue en Queens? —Keith lanzó una risita—: Yo estaba con Estelle aquella noche. ¿No es gracioso que no pueda recordar el apellido de ella y sin embargo recuerde el de usted, aunque sólo bailamos una vez?

Marion sonrió agradecida por el cumplido, y dijo:

—Debe tener razón, aunque ahora no lo recuerdo. Yo vivo en Queens y voy a bailar allí. Y tengo una amiga que se llama Estelle Rainbow. De modo que no creo que pueda haber inventado todo esto.

—No esperaba que se acordara de mi nombre —dijo Keith—. Fue hace meses. Me llamo Karl Winston. Estoy seguro que usted me impresionó, porque aún recuerdo que me dijo que trabajaba en una editorial de revistas. Sólo que había olvidado en cuál, de modo que no creía encontrarla aquí cuando entré. Y me acuerdo que me dijo que escribía poesía, ¿no es eso?

—Yo no lo llamaría poesía, señor Winston. Sólo son versos.

—Llámeme Karl —dijo Keith—, ya somos antiguos amigos, aunque no me recuerde. ¿Se va a marchar ahora?

—Sí, desde luego. Tenía que terminar dos cartas después de la una y el señor Borden me dijo que si las terminaba podría entrar media hora más tarde mañana por la mañana. —Ella miró el reloj y sonrió, algo triste—. Creo que he salido perdiendo en el cambio. Las cartas eran muy largas y me han llevado casi una hora.

—De todos modos yo me alegro de haberla encontrado aquí —dijo Keith—. ¿Me permite que la invite a beber algo conmigo?

Ella vaciló.

—Bueno, pero sólo un rato. Tengo que estar en Queens a las dos y media. Tengo un compromiso a esa hora.

—Muy bien —dijo Keith.

Estaba satisfecho de que ella tuviera una cita, porque en pocos minutos podría enterarse de lo que quería saber y no deseaba verse obligado a pasar la tarde entera con Marion.

Tomaron el ascensor para bajar y él dejó que Marion escogiera el lugar que resultó ser un pequeño bar en la esquina de la calle Madison, uno donde él no había estado nunca.

Pidieron un par de cócteles Calisto. (Keith lo pidió después de que Marion hubiera encargado el suyo. Lo encontró demasiado dulce, pero agradable al paladar.) Keith inició la conversación:

—Creo que le expliqué aquella noche que soy un escritor, hasta ahora he hecho reportajes, pero he decidido dedicarme a las novelas. Ya he escrito algo.

—¡Oh! ¿Es por eso que vino a la oficina?

—Si —dijo Keith—. Quería hablar con Winton o con el señor Borden o la señorita Hadley para saber qué clase de material es el que necesitan en este momento. Sobre qué temas, extensión y todo lo demás.

—Bien, creo que yo puedo decirle algo sobre eso. Entiendo que están bien surtidos de novelas del Oeste y de detectives. La señorita Hadley anda buscando cuentos cortos para su revista femenina y creo que pueden usar material corto y largo para las revistas de aventuras.

—¿Y qué hay respecto a la fantasía científica? Me parece que estos son los asuntos que puedo escribir mejor.

Marion Blake lo miró con sorpresa

—¡Oh! ¿Entonces ya ha oído hablar de ese asunto?

—¿Sobre qué?

—Que Borden va a editar una revista nueva de fantasía científica.

Keith abrió la boca y la volvió a cerrar rápidamente, antes de que pudiera decir alguna estupidez. No debía mostrarse sorprendido por nada. De manera que bebió lentamente su cóctel Calisto y pensó con rapidez. Tenía que haber un error en alguna parte.

¿Por qué había dicho Marion que Borden iba a editar una revista de fantasía científica? Borden ya publicaba
Historias sorprendentes
. Él tenía un ejemplar en el bolsillo que lo demostraba y había visto que llevaba el pie de imprenta de Borden. ¿Por qué no habría dicho Marion que Borden iba a editar otra revista de fantasía científica?

Y como no sabía el porqué, contestó con precaución.

—He oído algunos rumores. ¿Son ciertos?

—Son, desde luego —dijo—. Ya tienen preparado un número de prueba, listo para imprimir. Van a empezar con números trimestrales, el primero el próximo otoño, y si tiene éxito luego la van a hacer mensual. Y necesitan material. Todo lo que tienen después del primer número es una novela larga y uno o dos cuentos

Keith asintió y bebió otro sorbo.

—¿Qué opina de la fantasía científica? —preguntó.

—Creo que deberíamos haber editado una revista de fantasía científica hace ya mucho tiempo —dijo Marion—. Es el único tema importante sobre el que aún no tenemos una revista.

Keith metió la mano en el bolsillo y sacó el ejemplar de
Historias sorprendentes
, el número que había comprado en Greeneville y que aún no había tenido tiempo de leer, ya que había dado la preferencia al
New York Times
, al libro sobre la Niebla Negra y a H. G Wells.

Sin darle importancia puso la revista sobre la mesa para ver qué comentarios haría Marion después de decir que Borden no tenía una revista de fantasía científica.

La observó atentamente y vio cómo miraba hacia la portada de la revista.

—¡Oh! —dijo ella—. Veo que ha estado leyendo nuestra revista de aventuras.

Naturalmente, pensó Keith. Y de nuevo se sorprendió de su falta de sentido común para ver aquello. Era muy sencillo. En un mundo donde los viajes interplanetarios y la guerra interestelar y los monstruos rojos de la Luna eran realidades, parte de la vida corriente, las novelas sobre tales asuntos serían novelas de aventuras y no fantasía científica.

Pero si aquellas novelas eran simplemente aventuras, entonces ¿cómo sería la fantasía científica? Hizo una nota mental para comprar algunas revistas de fantasía científica en la primera oportunidad que encontrase. Tendrían que ser algo digno de leerse.

Volvió a mirar el número de
Historias sorprendentes
.

—Es una buena revista —dijo Keith—. Me gustaría escribir para ella.

—Creo que el señor Winton necesita material —dijo Marion—. No pondrá inconvenientes en concederle una entrevista mañana por la mañana. ¿Tiene ya algún cuento preparado?

—No exactamente —dijo Keith—. Tengo muchos argumentos sin terminar, y por eso me gustaría hablar con Winton antes de seguir adelante con ninguno. No quisiera perder el tiempo con los que no interesen.

—¿Ya conoce al señor Winton, señor Winston? Oiga, sus nombres son muy parecidos, ¿no cree? Keith Winton, Karl Winston. Quizá no sea una buena cosa.

Keith contestó a la pregunta primero:

—No, no he visto nunca al señor Winton. Desde luego, nuestros nombres son muy parecidos, con las mismas iniciales, porque Karl se escribe con K, pero ¿por qué no puede ser una buena cosa?

—Suena mucho como un seudónimo. Quiero decir que si empiezan a publicarse cuentos de un Karl Winston en una revista donde el director se llama Keith Winton, entonces muchos pensarán que se trata de sus propios trabajos, bajo un seudónimo fácilmente reconocible. Y quizá al señor Winton no le guste.

Keith asintió.

—Me doy perfecta cuenta, ahora que me lo ha explicado. Pero no creo que importe mucho, porque probablemente escribiré bajo un nombre diferente. Los reportajes que he publicado los he firmado con mi nombre real, excepto, desde luego, los que he escrito por cuenta de otros. Pero ya había decidido usar un seudónimo para los cuentos.

Keith bebió otro sorbo de aquel cóctel tan dulce que casi lo ponía enfermo y decidió que nunca iba a pedir otro cóctel Calisto.

—¿Podría decirme algo sobre Keith Winton? —preguntó.

—Claro, pero ¿que es lo que quiere saber? —dijo Marion.

Keith hizo un gesto vago.

—¡Oh!, cualquier cosa que me permita hacerme una idea de su personalidad. Cuál es su aspecto, Qué come al desayuno. Qué clase de director es.

—Pues —Marion Blake frunció el ceño pensativa— es alto, un poco más alto que usted, y delgado. Tiene pelo negro. Lleva gafas con montura de carey. Tiene alrededor de treinta años, creo. Una persona seria. —De pronto Marion lanzó una risita—. Me parece que últimamente está más serio que de costumbre, pero no puedo criticarlo.

—¿Y por qué no?

Marion dijo, sonriendo:

—Está enamorado, me parece. —Keith logró sonreír a su vez.

—¿De usted?

—¿De mí? Ni siquiera me mira. No, de nuestra nueva directora de la revista femenina, la super-hermosura señorita Betty Hadley. No creo que vaya a conseguir nada, desde luego.

Keith hubiera deseado saber por qué, pero aquel «desde luego» le previno para que no lo hiciera. Cuando una persona dice «desde luego», es porque supone que uno ya sabe de qué se trata. ¿Pero cómo (ya que él había dicho que no conocía a Keith Winton y no había dicho nada de que conociera a Betty) podía suponerse que él supiera que estar enamorado de Betty Hadley no podía llevar a Keith Winton a ninguna parte?

Sin embargo, si podía conseguir que Marion siguiera hablando, a lo mejor podría enterarse de la razón, sin tener que preguntar directamente.

—Bastante duro para él, ¿eh? —dijo Keith.

—Desde luego —Marion suspiró profundamente—. Vaya, creo que cualquier muchacha daría un ojo y su brazo derecho para poder estar en el sitio de Betty Hadley.

Él no podía preguntar por qué, pero quiso continuar sonsacándola.

—¿A usted le gustaría estar en el sitio de ella? —preguntó.

—¿Qué si me gustaría? ¿Está bromeando señor Winston? ¿Ser la prometida del hombre más grande del mundo? El más inteligente, más buen mozo, más valiente, más romántico, más... ¡Dios mío!

—¡Oh! —dijo Keith, un poco molesto.

Se bebió el resto del cóctel y casi se ahogó. Levantó una mano para llamar a la camarera y cuando esta se acercó a la mesa preguntó a Marion:

—¿Quiere tomar otro cóctel?

—Me temo que no tengo tiempo —dijo ella mirando el reloj—. No, no puedo. De todos modos aún me queda la mitad de éste. Usted beba otro, pero yo no.

Keith miró a la camarera.

—Un Manhattan, por favor.

—Lo siento. No creo haber oído nunca ese nombre. ¿Es un cóctel nuevo?

—¿Martini?

—Sí, desde luego. ¿Lo quiere azul o rosa?

Keith reprimió un estremecimiento.

—¿No hay whisky solo?

—Desde luego. ¿Alguna marca especial?

Keith meneó la cabeza; no quería seguir tentando al destino. Esperaba que el whisky no fuera ni azul ni rosa.

Miró de nuevo a Marion, buscando la forma de hacer que siguiera hablando y de que le contara quién era el prometido de Betty Hadley. Por lo visto ella creía que él ya lo sabía, y quizás era posible que efectivamente él conociese al afortunado mortal; por lo menos acababa de tener una horrible sospecha.

Marion se la confirmó sin necesidad de hacer más preguntas. En los ojos de la muchacha había ahora una mirada soñadora.

¡Oh, ah! —murmuró ella—. ¡Dopelle!

En los labios de Marion la palabra tenía un sonido reverente, casi de oración.

VIII. Mekky

Bien, pensó Keith, ahora ya sabía lo que le esperaba. Y, de todas formas, ella estaba sólo prometida pero no casada aún. Tenía todavía una posibilidad, aunque muy pequeña, pero una posibilidad.

Marion volvió a suspirar y dijo:

—Sin embargo, creo que ella comete una tontería. Está conforme en esperar a casarse hasta que la guerra se termine. ¿Y quién sabe lo que la guerra va a durar? Insiste en seguir trabajando en su empleo de directora de nuestra revista femenina, cuando Dopelle tiene todo el dinero que quiere, y… bien, yo también creo que me volvería loca esperando, si no tuviese nada que hacer. Vamos, me volvería loca esperando a Dopelle aunque tuviese mucho que hacer.

—Usted tiene su empleo —dijo Keith.

—Pero no tengo a Dopelle.

Marion llevó el vaso a los labios y suspiró tan profundamente que Keith temió que iba a llamar la atención de los demás clientes.

Por fin llegó el whisky para Keith y afortunadamente era de un color ámbar normal, en vez de azul o rosa. Y además el primer sorbo lo convenció de que no sólo parecía whisky sino de que era whisky de primera clase. Se lo bebió solo, mientras Marion terminaba el resto de su cóctel Calisto, y se sintió mejor. Aunque no mucho mejor.

Marion se puso de pie.

—Tengo que marcharme —dijo—. Gracias por la invitación, señor Winston. ¿Vendrá a la oficina mañana?

—Mañana o pasado —dijo Keith. Había decidido no ir a hablar con el otro Keith Winton hasta que tuviera un cuento para presentarle cuando lo fuera a visitar. Dos o tres cuentos si es que podía escribirlos con tanta rapidez, y pensaba que ya había encontrado la forma de escribirlos con la velocidad necesaria.

Acompañó a Marion hasta la boca del subterráneo y luego se dirigió hacia la Biblioteca Publica.

Que no era precisamente a donde deseaba ir. A donde quería ir de verdad era al bar de donde acababa de salir, o a otro bar cualquiera, para beber un par de tragos. Pero el sentido común le decía que eso podía serle fatal. Literalmente fatal. Ya había demostrado que le era posible meterse en líos suficientes cuando no estaba borracho.

Pero acababa de recibir dos golpes muy fuertes. Primero, había perdido su empleo en este mundo; el Keith Winton que trabajaba para Borden aquí no sólo no era él sino que ni siquiera se le parecía. Y en segundo lugar, Betty Hadley no sólo estaba prometida sino que era la novia de alguien tan increíblemente gallardo y atrayente para las mujeres que… bien, era increíble.

En la biblioteca subió las escaleras y fue hacia la sala de lectura, donde se sentó en una de las grandes mesas. No llenó ninguna ficha de pedido para libros; había traído consigo más de los que podría leer en toda la tarde. Y además de leer, debía formar sus planes.

Sacó del bolsillo las tres publicaciones que aún no había podido leer. Los números de
Historias sorprendentes
y de
Perfectas historias de amor
y
La historia de Dopelle
, por Stephan Sweig.

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