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Authors: Fredric Brown

Tags: #Ciencia ficción

Universo de locos (19 page)

BOOK: Universo de locos
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Winton dijo:

—Este hombre tiene algo de razón en eso, Slade. Es lo que más me confunde de todo el asunto. Y no me gusta la idea de matarlo antes de que estemos completamente seguros. Déjeme hacerle una o dos preguntas antes de disparar. —Luego se volvió hacia Keith—: Mire, Winston, esta no es la ocasión para tratar de engañarnos. No va a conseguir nada más que una bala en el estómago. Si es un art sólo Dios sabe por qué me trajo esos cuentos a mí. Quizá esperaba que yo iba a reaccionar de un modo diferente, no llamar a un agente del W.B.I. Pero si no es un art entonces tiene que haber una explicación. Y si la hay, más vale que nos la dé y aprisa.

Keith volvió a humedecerse los labios. Por un desesperado instante (aunque ahora ya tenía una idea) no pudo acordarse de ninguno de los sitios donde había presentado aquellos trabajos, hacía ya cinco años. Entonces se acordó de uno, y dijo:

—Sólo se me ocurre una posibilidad. ¿No ha presentado nunca esos cuentos a la cadena de revistas Gebhart en Garden City?

—Hum… Uno de ellos, por lo menos. Posiblemente los dos. Lo tengo anotado —dijo Winton.

—¿Hará unos cinco años?

—Sí, aproximadamente.

Keith respiró con alivio y dijo:

—Hace cinco años yo trabajaba para Gebhart. Debo haber leído sus relatos cuando llegaron. Me deben haber gustado, y probablemente los recomendé. Pero el gerente de publicaciones que hacía lecturas finales no los habrá comprado. Pero en mi subconsciente debo haber recordado los detalles, inclusive las pequeñas cosas que dice que son iguales.

Meneó la cabeza como si se sintiera confuso.

—Si es así, lo mejor será que deje de escribir. Cuentos, por lo menos. Cuando escribí estas historias, hace poco, creía que eran originales. Si era mi recuerdo subconsciente de historias que había leído hace ya mucho tiempo…

Keith vio con alivio que Slade ya no sujetaba la pistola tan fuertemente.

Slade dijo:

—O bien podría haber tomado notas de esos cuentos con la intención de plagiarlos más tarde.

Keith meneó la cabeza.

—Si hubiera hecho un plagio deliberado, ¿no cree que al menos habría cambiado los nombres de los protagonistas?

—Me parece razonable, Slade —contestó Winton—. La mente subconsciente puede hacer cometer cosas extrañas. Me inclino a creer en lo que nos dice. Tal como ha dicho, si hubiera hecho un plagio deliberado al menos habría cambiado los nombres de los principales personajes. Y no habría puesto el mismo nombre a uno de los relatos. Habría cambiado mucho más de lo que ha hecho en todo el escrito.

Keith suspiró. Lo peor ya había pasado, si es que podía convencerlos de su historia.

—Más vale que rompa esos cuentos, señor Winton —dijo—. Yo romperé mis copias. Si mi cerebro puede hacerme malas pasadas como esta, lo mejor será que siga con notas y reportajes.

Su anfitrión lo miraba ahora con curiosidad y dijo:

—El caso es que estos relatos, tal como Winston los ha escrito, son lo suficientemente buenos como para que los publiquemos. Y, dado que los argumentos son míos y la nueva versión es suya, estoy tentado de comprarlos y publicarlos, en colaboración. En otras palabras, ir a medias con usted, Winston. Tendré que explicárselo a Borden, sin embargo.

—Un momento, por favor —interrumpió Slade—. Antes de que ustedes dos puedan empezar a hacer negocios juntos, primero tienen que convencerme a mí. Y aún no estoy convencido. O por lo menos sólo estoy convencido en un noventa por ciento y eso no es bastante. Con un diez por ciento de duda se supone que tengo que disparar, y ustedes lo saben.

Winton contestó:

—Podemos comprobar su historia. O por lo menos una parte.

—A eso me refiero. Y no voy a dejar de apuntarle hasta que la hayamos comprobado de todas las maneras posibles. Para empezar, tenemos que llamar a Garden City para comprobar… No, ya habrán cerrado hace rato; están en el área que sigue el horario de Nueva York, aunque están fuera de la Niebla Negra.

Winton dijo.

—Tengo una idea, Slade. Cuando lo registré hace unos minutos, yo buscaba una pistola. No encontré ninguna, pero sentí el bulto de una cartera.

La mirada de Slade de pronto se hizo más dura que antes.

Su índice se puso blanco en el gatillo.

—¿Una cartera? —dijo fríamente—. ¿Y no lleva documentación?

Había, pensó Keith, suficiente documentación en la cartera, pero no como Karl Winston. ¿Dudaría Slade ni siquiera un segundo en matarlo, cuando viera que los documentos en su cartera parecían indicar que suplantaba o trataba de suplantar a Keith Winton?

Aquellos documentos le habían salvado la vida en Greeneville; ahora le iban a costar la vida en Nueva York. Debía haberse desprendido de esos papeles en el mismo instante que había dejado de usar el nombre de Keith Winton. Veía claramente la cadena de errores que había cometido desde que había visitado por primera vez las oficinas de Borden.

Era demasiado tarde para corregirlos. Quizá ya sólo le quedaban unos minutos de vida. El agente del W.B.I. no estaba esperando que le explicara si llevaba o no documentos en la cartera. Había sido una pregunta ociosa. Le dijo a Winton sin apartar la mirada de Keith:

—Póngase de nuevo detrás de él y sáquele la cartera. Y vea qué más lleva en los bolsillos. Esta es la última oportunidad que voy a darle y soy demasiado blando para darle ni siquiera ésta.

El otro Keith Winton caminó a su alrededor para acercarse desde atrás.

Keith respiró profundamente. Esto era el final. Además de los documentos en la cartera, aún conservaba las monedas envueltas en los billetes (quizá igualmente acusadores) de manera que no chocaran entre sí. No se había atrevido a dejarlas en su hotel, y aún llevaba el pequeño paquete en el bolsillo del pantalón.

A Slade no le iban a hacer falta las monedas. Con el contenido de la cartera tendría bastante.

Sí, esto era el final. O iba a morir aquí o tendría que quitarle la pistola. Los héroes de las novelas que él había comprado (en aquel otro universo donde él había sido un editor de Borden en vez de un espía arturiano) siempre se las arreglaban para hacerse con la pistola de los enemigos, cuando era necesario.

¿Habría una posibilidad entre mil de que él pudiera hacerlo?

El otro Keith Winton estaba ahora detrás de él. Keith permaneció completamente inmóvil mientras la pistola le apuntaba directamente. Su cerebro funcionaba como una turbina, pero no podía pensar en nada que ofreciera muchas esperanzas de impedir que lo matasen dentro de un minuto o dos. Tan pronto como abrieran la cartera y leyeran los documentos…

Toda la atención de Keith estaba en la automática. Él sabía que una pistola como aquella disparaba balas de acero que podían atravesar a un hombre a poca distancia. Si Slade disparaba ahora, probablemente los mataría a los dos, ambos Keith Winton.

¿Y entonces qué? ¿Volvería a despertarse en aquel jardín de la residencia de Borden en Greeneville, en un mundo normal? No, por lo menos no era eso lo que le había dicho Mekky, el cerebro electrónico: Esto es real… El peligro que corres aquí es real… Si te mataran…

Y, por muy imposible que el mismo Mekky fuese, Keith sabía que Mekky tenía razón. Los dos universos existían, y también existían dos Keith Winton; pero este mundo era tan real como aquel donde él había nacido. El otro Keith Winton era tan real como él mismo.

El hecho de que con un solo disparo probablemente mataría a los dos, ¿podría detener el dedo del agente del W.B.I. por un solo segundo? Podía detenerlo o quizá no.

Una mano hurgaba ahora en su bolsillo. La mano salió y Keith sintió que la cartera salía al mismo tiempo. Keith se dio cuenta de que estaba conteniendo el aliento. La mano se metió en el bolsillo del costado de sus pantalones; aparentemente su anfitrión iba a terminar el registró antes de estudiar ninguno de los objetos que había encontrado.

Keith dejó de pensar y actuó.

Su mano se cerró sobre la muñeca de Winton, tirando hacia adelante, colocándolo entre él y Slade. El bolsillo de sus pantalones se rompió. Por encima del hombro de Winton, vio cómo el agente del W.B.I. se hacía a un lado para poder disparar sin herir al otro hombre. Volvió a moverse, manteniendo a Winton entre los dos.

Por el rabillo del ojo vio uno de los puños de Winton que se dirigía a su rostro y movió la cabeza, dejando que el golpe pasara por encima de su hombro. Entonces (y siempre con Winton entre él y Slade) se encogió y golpeó con la cabeza contra el pecho de Winton. Y, con las dos manos y todo el peso de su cuerpo, y el empuje de su golpe, lanzó a Winton hacia atrás contra Slade, siguiéndolo de cerca.

Slade se cayó contra la estantería y los cristales volaron en todas direcciones. La automática se disparó, haciendo un ruido como un cañonazo en el reducido espacio de la habitación.

Keith agarró con las dos manos las solapas de Winton, mientras a lo largo de las piernas de Winton el pie de Keith golpeaba hacia arriba la automática. No tocó la pistola, pero la punta del zapato alcanzó la muñeca de Slade y la pistola se le escapó de las manos.

La automática cayó con un golpe sordo en la alfombra del piso. Keith dio un empujón final a Winton, lanzándolo a él y a Slade contra la estantería y entonces se tiró hacia la pistola. La agarró.

Dio un paso atrás, levantando la pistola para cubrirlos a los dos. Estaba respirando agitadamente y ahora que la acción había pasado, la mano le temblaba. Lo había conseguido; la pistola podía quitarse de la mano del enemigo, igual que en las historias que él había comprado, cuando el héroe no tenía nada que perder en la prueba.

Entonces llamaron a la puerta.

Keith movió la pistola amenazadoramente y Winton y Slade se quedaron quietos.

Una voz llamó:

—¿No le pasa nada, señor Winton?

Keith reconoció la voz. Era la señora Flanders, quien vivía en el departamento de al lado.

Tratando de conseguir que su voz sonara lo más parecida posible a la del otro Keith Winton, y confiado que la acción amortiguadora de la puerta disfrazaría cualquier diferencia en el timbre, Keith contestó:

—No, ha pasado nada, señora Flanders. Se me disparó la pistola mientras la limpiaba. Y el retroceso me hizo caer al suelo.

Se quedó quieto, esperando, sabiendo que ella se estaría preguntando por qué no abría la puerta. Pero tenía que poner toda su atención en los dos hombres que tenía delante y no se atrevía a dejar de observarlos ni por un segundo.

Vio una mirada de sorpresa en los ojos de Winton; se estaría preguntando cómo sabía el nombre de la señora Flanders y cómo habría reconocido su voz.

Hubo unos segundos de silencio y luego la voz de la señora Flanders se volvió a escuchar a través de la puerta cerrada:

—Está bien señor Winton. Pensé que…

Keith dudó si hablar de nuevo, y explicarle que no abría la puerta porque no estaba vestido. Pero decidió no hacerlo. Esta vez ella podía estar escuchando con mayor atención y darse cuenta de que no era la voz del Keith Winton que ella conocía. Y además no era muy lógico que estuviera limpiando una pistola mientras se encontraba sin vestir.

Mejor era dejarla dudando y marcharse lo antes posible. Escuchó cómo ella volvía a su departamento, y por la lentitud de los pasos se dio cuenta de que realmente dudaba. ¿Por qué no habría abierto la puerta y por qué había hecho tanto ruido al caerse por el retroceso de una pistola?

Keith no creyó que fuese a llamar a la policía inmediatamente; primero seguiría pensando durante un rato. Pero algún otro inquilino podía estar llamando a la policía en ese mismo instante, para dar cuenta de que había oído el disparo de una pistola. Tenía que hacer algo pronto con Winton y Slade, para poder huir antes de que llegara la policía.

Era un verdadero problema: no podía matarlos ni tampoco podía dejarlos allí, en la habitación, para que empezaran a perseguirlo inmediatamente. Atarlos llevaría mucho tiempo y sería peligroso.

Pero necesitaba al menos algunos minutos de gracia para huir de aquella trampa mortal. Huir ¿hacia dónde?, se preguntó; luego, con un esfuerzo, reprimió ese pensamiento. En esos instantes no podía permitirse el lujo de hacer planes nada más que para el futuro inmediato.

—Den la vuelta —ordenó, haciendo que su voz sonara fría y mortífera, tan fría y mortífera como había sido la voz de Slade cuando aquél tenía la pistola.

Se acercó cuando los dos habían dado la vuelta, apuntando con el cañón de la automática a la espalda del agente del W.B.I.; tenía mucho más miedo de Slade que de Winton. Su mano izquierda se metió en el bolsillo de Slade. Sí, había un par de esposas allí, tal como había esperado. Las tomó y volvió a dar un paso atrás.

—Bien —dijo Keith—, caminen hacia aquella columna del pasillo. Ahora, Winton, pase el brazo entre la columna y la pared. Luego pónganse las esposas los dos juntos. Y tíreme las llaves, Slade.

Vigiló todos los movimientos hasta que escuchó como las esposas se cerraban con un chasquido metálico.

Entonces retrocedió hasta la puerta y deslizó la pistola en el bolsillo; la mantenía en la mano, y le puso el seguro con el pulgar. Se volvió a mirar a los prisioneros mientras abría la puerta, dudando si ordenarles que no gritaran, pero no se molestó. Iban a gritar igual.

Los dos empezaron tan pronto como hubo cerrado la puerta desde afuera. Las puertas empezaron a abrirse a ambos lados del corredor mientras él iba hacia la salida. Caminaba aprisa, conteniéndose para no correr. Nadie, pensó, iba a detenerlo, aunque en aquellos momentos seguramente estaban haciendo más de una llamada a la policía desde algunos de los departamentos.

Nadie lo detuvo. Logró llegar a la calle y siguió caminando rápido. Estaba a más de una manzana de distancia cuando escuchó las sirenas de la policía. Caminó más despacio en vez de correr, pero salió de la calle Gresham en la primera esquina.

Un coche patrulla pasó por delante de él, camino al departamento, pero él sabía que por ahora no tenía que preocuparse; dentro de cinco o diez minutos todos los coches equipados con radio tendrían su descripción y entonces sería diferente. Para entonces ya podría estar en la Quinta Avenida, caminando hacia el norte desde la Plaza Washington y no podrían encontrarlo entre la multitud, aunque lo buscaran por allí. O mejor aun, si pudiera conseguir un taxi…

Se acercaba uno vacío, y Keith empezó a llamarlo, pero bajó la mano rápidamente y volvió a subir a la acera antes de que el conductor lo viera. Keith se insultó a sí mismo, recordando que había olvidado, en el torbellino de la lucha, recuperar la cartera de manos de Winton.

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