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Authors: Brian Lumley

Vampiros (26 page)

BOOK: Vampiros
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Kyle empezó con estas palabras:

—Harry Keogh fue nuestro mejor hombre. Tenía facultades que nadie había tenido jamás. Y muchas. Él me dijo todo lo que voy a contarle. Si cree lo que le diré, podremos ayudarlos a resolver algunos graves problemas que tienen en Rusia y en Rumania. Y al ayudarlos, nos ayudaremos nosotros mismos, pues aprenderemos con la experiencia. Y ahora, ¿quiere que le hable de Borowitz y de cómo murió? ¿Y de Max Batu y cómo murió
éste?
¿Y de… los hombres fósiles que destrozaron el
château
Bronnitsy aquella noche? Puedo decirle todas esas cosas. Más importante aún, puedo hablarle de Dragosani…

Y casi tres horas más tarde, terminó con éstas:

—Sí, Dragosani era un vampiro. Y no era el único. Ustedes los tienen y nosotros los tenemos. Sabemos al menos dónde está uno de los suyos. O si no es un vampiro, algo que un vampiro dejó tras él. Lo cual podría ser igualmente malo. Sea lo que fuera, tiene que ser destruido. Podemos ayudarlos, si ustedes nos dejan. Llámelo como quiera. ¿Tal vez
detente
, mientras combatimos algo que nos amenaza a todos? Si no quieren nuestra ayuda, tendrán que hacer ustedes solos el trabajo. Pero nos gustaría ayudarlos, porque de esta manera podríamos aprender algo. Compréndalo, Félix, esto es mucho más grave que las peleas políticas entre el Este y el Oeste. Si hubiese una plaga, la combatiríamos juntos, ¿no? O el tráfico de drogas. O ayudaríamos a un buque que estuviese naufragando. Claro que lo haríamos. Y confieso llanamente que nuestro problema, en Inglaterra, puede ser también más grave de lo que nos imaginamos. Cuanto más aprendamos de ustedes, tanto mejor será para nosotros. Tanto mayores serán nuestras probabilidades…

Krakovitch había guardado silencio durante largo rato. Al fin dijo:

—¿Quiere usted ir conmigo a la URSS y… acabar con ello?

—No a la URSS —dijo Quint—. A Rumania. Todavía es territorio de ustedes.

—¿Los dos? El jefe y un miembro de alto rango de su servicio secreto? ¿No es arriesgarse mucho?

Kyle sacudió la cabeza.

—No, tratándose de usted. Al menos, no lo creo. De todos modos, tenemos que empezar a confiar en alguien en alguna parte. Y ya que hemos empezado, ¿por qué no seguir hasta el fin?

Krakovitch asintió con la cabeza.

—Y después, ¿podré ir con ustedes? ¿Para ver de qué clase es su problema?

—Si lo desea…

Krakovitch reflexionó.

—Me ha contado muchas cosas —dijo—. Y tal vez me habrá resuelto algún problema grave. Pero no me ha dicho dónde está
exactamente
esa cosa en Rumania.

—Si quiere ir usted solo —dijo Kyle—, se lo diré. No
exactamente
, pues no lo sé, pero sí lo bastante aproximadamente para que pueda encontrarla. Si trabajamos juntos, podríamos ir mucho más deprisa; eso es todo.

—Tampoco me ha dicho cómo se ha enterado de todo esto —dijo Krakovitch— es difícil aceptarlo todo sin saber cómo lo sabe.

—Me lo dijo Harry Keogh —respondió Kyle.

—Keogh murió hace mucho tiempo —dijo Krakovitch.

—Sí —terció Quint—, pero nos lo contó todo, hasta el día en que murió.

—¡Oh! —Krakovitch respiró hondo—.
¿Tan
bueno era? Esta facultad en un telépata debe de ser… muy rara.

—¡Única! —dijo Kyle.

—¡Y ustedes lo mataron! —acusó Quint.

Krakovitch se volvió deprisa a él.

—Lo mató Dragosani. Y él… casi mató a Dragosani.

Ahora fue Kyle el sorprendido.

—¿Casi? ¿Está usted diciendo que…?

Krakovitch levantó una mano.

—Yo terminé el trabajo que empezó Keogh —dijo—. Se lo aseguro. Pero primero, ¿dice usted que Keogh estuvo en contacto hasta el final?

Kyle quería decir:
¡Todavía lo está!
Pero era mejor guardar este secreto.

—Sí —respondió.

—Entonces, ¿puede describir lo que ocurrió aquella noche?

—Con todo detalle —dijo Kyle—. ¿Le convencería esto de que todo lo que he dicho es verdad?

Krakovitch asintió.

—Salieron de la noche y de la nieve que caía —empezó a decir Kyle—. Eran
zombies
, hombres muertos desde hacía cuatrocientos años; y Harry era su jefe. Las balas nos los detenían porque ya estaban muertos. Se los podía segar con ráfagas de ametralladora, y los pedazos seguían avanzando. Se metieron en sus posiciones defensivas, en sus fortines. Tiraban de las horquillas de las granadas, luchaban con sus viejas armas herrumbrosas, espadas y hachas. Eran tártaros y no conocían el miedo, ya que no podían morir dos veces. Keogh no era sólo un telépata; entre otras facultades, poseía la de teletransportarse. Así se introdujo en el cuarto de control de Dragosani, llevando consigo a un par de sus tártaros. Allí se enfrentó a él, mientras que el resto del
château

—… en el resto del
château
—continuó Krakovitch—, aquello era… ¡un
infierno!
. Yo estaba allí. Lo he vivido todo. En compañía de otros pocos. Los demás murieron… de un modo horrible. Keogh era… una especie de monstruo. ¡Podía convocar a los muertos!

—No tan monstruoso como Dragosani —dijo Kyle—. Pero iba usted a decirme lo que ocurrió después de la muerte de Keogh. Cómo terminó el trabajo que él había empezado. ¿Qué quiso decir con eso?

—Dragosani era un vampiro —dijo Krakovitch, asintiendo con la cabeza como si hablase consigo mismo—. Sí, tenía usted razón. —Procuró recobrar su aplomo—. Mire, Sergei estaba conmigo cuando quitamos de allí lo que quedaba de Dragosani. Permítame que le muestre qué le pasa cuando se lo recuerdo… y cuando le digo que hay más de ellos.

Se volvió a su callado compañero y le habló rápidamente en ruso.

Estaban sentados en el desordenado bar, iluminado por una vacilante lámpara de neón, en el salón casi vacío de llegadas nocturnas. El
barman
había terminado su servicio hacía dos horas, y sus vasos habían estado vacíos desde entonces. La reacción de Gulhárov a lo que le dijo Krakovitch fue inmediata y vehemente. Palideció y se apartó de su jefe; casi se cayó del taburete. Y cuando Krakovitch acabó de hablar, golpeó el mostrador con el vaso vacío.


Nyet, nyet!
—jadeó, y en su semblante se reflejó una extraña mezcla de rabia y de asco.

Luego levantó poco a poco la voz, cada vez más estridente, e inició una diatriba en ruso que pronto llamaría la atención.

Krakovitch lo cogió de un brazo y lo sacudió. El parloteo de Gulhárov se extinguió.

—Ahora le preguntaré si hemos de aceptar su ayuda —dijo Krakovitch.

Habló de nuevo al joven y, esta vez, Gulhárov asintió dos veces con la cabeza, rápidamente, y empezó a recobrar su color normal.


¡Da! ¡Da!
—dijo enfáticamente.

En un tono gutural, añadió algo más, ininteligible para los dos ingleses.

Krakovitch sonrió, pero sin humor.

—Dice que debemos aceptar toda la ayuda que podamos conseguir —tradujo—. Porque hemos de matar a esas cosas…, ¡
Acabar
con ellas! Y estoy de acuerdo con él…

Y entonces explicó a sus extrañísimos aliados todo lo que había sucedido en el
château
Bronnitsy después de la guerra de Harry Keogh.

Cuando hubo terminado, se hizo un largo silencio, roto al fin por Quint:

—Entonces, ¿estamos de acuerdo? ¿Actuaremos juntos en esto?

Krakovitch asintió con la cabeza. Se encogió de hombros y dijo simplemente:

—No hay alternativa. Y no tenemos tiempo que perder.

Quint se volvió a Kyle.

—Pero ¿cómo lo haremos?

—En la medida de lo posible —respondió Kyle—, iremos por el camino más recto. Iremos directo al grano, sin ninguno de los acostumbrados…

Lo interrumpió el altavoz del aeropuerto, que resonó estridentemente cuando un soñoliento e invisible locutor pidió en inglés a Mr.A.Kyle que acudiese al teléfono, en el mostrador de recepción.

Krakovitch puso cara seria. ¿Quién sabía que Kyle estaba allí?

Kyle se levantó y encogió los hombros en ademán de disculpa. Era muy enojoso. Sólo podía ser «Brown», ¿y cómo explicárselo a Krakovitch? Quint, por su parte, estaba como siempre dispuesto para el quite. Dijo tranquilamente a Krakovitch:

—Bueno, ustedes tenían un pequeño sabueso que los seguía. Y ahora parece que nosotros también tenemos uno.

Krakovitch asintió breve y agriamente con la cabeza. Y con un poco de sarcasmo, imitando a Kyle, dijo:

—Sin ninguno de los acostumbrados… ¿eh? ¿Sabía algo de esto?

—No es obra nuestra —respondió con sinceridad Quint—. Estamos en el mismo barco que ustedes.

Por orden de Krakovitch, Gulhárov acompañó a Kyle al mostrador de recepción e información. Quint y Krakovitch se quedaron solos.

—Tal vez esto sea conveniente —dijo Quint.

—¿Eh? —La voz de Krakovitch volvía a ser agria—. Nos siguen, nos espían, nos escuchan, quizá, con micrófonos ocultos, ¿y usted dice que esto es conveniente?

—He querido decir que tanto usted como Kyle están siendo seguidos —le explicó Quint—. Esto iguala las cosas. Tal vez podamos compensarlas.

Krakovitch estaba alarmado.

—¡Yo no soy partidario de la violencia! Si le ocurriese algo a ese sabueso de la KGB, posiblemente me la cargaría.

—Pero ¿y si pudiésemos conseguir que fuese… entretenido durante un día o dos? Quiero decir, sin que le ocurriese nada malo, ya comprende… Completamente ileso…, sólo entretenido.

—No lo sé…

—Sólo para darle a usted tiempo de preparar nuestra entrada en Rumania. Ya sabe, visado y todo lo demás. Con un poco de suerte, terminaríamos allí nuestro trabajo en sólo un par de días.

Krakovitch asintió con la cabeza.

—Tal vez; pero quiero garantías positivas, nada de jugadas sucias. Él es un hombre de la KGB, dicen
ustedes;
pero, si es verdad, es también ruso. Y yo soy ruso. Si él desaparece…

Quint sacudió la cabeza y agarró el codo delgado del otro.

—¡
Ambos
desaparecerán! —dijo—. Pero sólo por unos pocos días. Entonces estaremos ya fuera de aquí y realizando nuestro trabajo.

—Tal vez… —admitió Krakovitch—, si puede realizarse sin peligro.

Kyle y Gulhárov volvieron. Kyle se mostró cauto.

—Era alguien llamado Brown —dijo—. Por lo visto, nos ha estado observando. —Miró a Krakovitch—. Dice que su hombre de la KGB nos ha seguido la pista y se encamina hacia aquí. A propósito, ese amigo de la KGB es muy conocido: se llama Theo Dolgikh.

Krakovitch sacudió la cabeza, se encogió de hombros, pareció confuso.

—Nunca había oído hablar de él.

—¿Tienes el número de Brown? —preguntó ansiosamente Quint—. Quiero decir si podemos ponernos de nuevo al habla con él.

Kyle arqueó las cejas.

—Realmente, sí. Dijo que si las cosas se complicaban, podría ayudar. ¿Por qué lo preguntas?

Quint sonrió, apretando los labios.

—Sería buena idea que escuchase con atención, camarada —dijo a Krakovitch—. Ya que está un poco comprometido en esto, puede empezar a prepararse una coartada. De ahora en adelante, va a ir de la mano con el enemigo. Su único consuelo es que trabajará contra un enemigo más grande. —La sonrisa se extinguió en su semblante, y dijo gravemente—: Muy bien, he aquí lo que sugiero…

El sábado a las ocho y media de la mañana Kyle telefoneó a Krakovitch al hotel donde se alojaba con Gulhárov. Éste se puso al aparato, gruñó y fue a buscar a Krakovitch, que acudió de mala gana al teléfono. Acababa de levantarse; ¿podía Kyle llamarlo más tarde? Mientras se representaba esta pequeña comedia, abajo, en el vestíbulo del Genovese, Quint estaba hablando a Brown. A las nueve y cuarto, Kyle telefoneó de nuevo a Krakovitch y convino en una segunda reunión: se encontrarían delante del Frankie's Franchise dentro de una hora, y partirían de allí.

No había nada nuevo en este arreglo; era parte del plan urdido la noche anterior. Kyle sospechaba que el teléfono de su habitación estaba intervenido y, simplemente, quería avisar a Theo Dolgikh con mucha anticipación. Si el teléfono de Kyle no estaba intervenido, lo estaría con toda seguridad el de Krakovitch, lo cual daría el mismo resultado. En todo caso el sexto sentido de Kyle y el de Quint estaban despiertos, lo que los convenció de que algo se estaba cociendo.

Desde luego, cuando salieron del Genovese justo antes de la diez y se dirigieron al muelle, alguien los siguió. Dolgikh se mantenía a gran distancia, pero sólo podía ser él. Kyle y Quint tuvieron que admirar su tenacidad, pues, a pesar de la mala noche que le habían dado, seguía siendo maestro de espías: ahora se había disfrazado de trabajador del astillero: mono azul oscuro y una pesada caja de herramientas, y una barba negra de veinticuatro horas en el redondo y enérgico semblante.

—Debe de tener un guardarropa muy bien provisto, ese tipo —dijo Kyle, al acercarse con Quint a las estrechas y todavía soñolientas calles del barrio portuario de Genova—. ¡Me fastidiaría tener que llevar su equipaje!

Quint sacudió la cabeza.

—No —repuso—, no lo creo. Tal vez tienen un piso franco aquí y hay sin duda alguno de sus barcos en el muelle. Sea lo que sea, puede utilizarlo cuando necesita cambiarse de ropa.

Kyle lo miró de reojo.

—¿Sabes una cosa? —dijo—. Estoy seguro de que habrías estado mejor en MI5. Tienes condiciones para ello.

—Podría ser un pasatiempo interesante —rió Quint—. Espionaje mundano…, pero me encuentro bien donde estoy. Un verdadero talento PES. Ahora bien, si Dolgikh tuviese percepción extrasensorial, podríamos vernos en graves dificultades.

Kyle dirigió una viva mirada a su compañero y después se relajó.

—Pero no lo es, o lo habríamos descubierto sin la ayuda de Brown. No; es simplemente uno de sus hombres de vigilancia, y muy bueno por cierto. Estuve pensando en él como en un pez gordo, pero ésta es probablemente la misión más importante que le fue encargada jamás.

—La cual —añadió gravemente Quint—, con un poco de suerte, terminará muy pronto con poco éxito por su parte. Pero yo no estaría tan seguro de que fuese un pez pequeño. A fin de cuentas, era lo bastante gordo como para aparecer en el ordenador de Brown.

Carl Quint tenía razón: Theo Dolgikh no era morralla en todos los sentidos de la palabra. En verdad, era una muestra del «respeto» de Yuri Andropov por la Organización E soviética, que hubiese encargado la tarea a Dolgikh. Pues Leónidas Brezhnev le haría pasar un mal rato a Andropov si Krakovitch le informaba de que la KGB se estaba entremetiendo de nuevo.

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