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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (7 page)

BOOK: Velo de traiciones
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El despacho principal de Valorum estaba situado en el nivel inferior de la cúpula del Senado Galáctico, pero normalmente solía verse tan inundado de peticiones y asuntos pendientes que se había reservado ese aposento tan elevado para reuniones de naturaleza más privada.

Aunque ya hacía horas que había salido el sol, él estaba parado ante la fila de ventanas que daban a la parte por donde amanecía, cogiéndose las pálidas manos a la espalda. Vestía una túnica magenta de cuello alto y chaleco cruzado, con pantalones a juego y un ancho fajín. La luz proveniente del sur, polarizada por los paneles de acero transparente, inundaba la sala. Pero el único invitado de Valorum se había sentado fuera del alcance de la luz.

—Me temo, Canciller Supremo, que nos enfrentamos a un gran reto —decía el senador Palpatine desde las sombras—. La República corre peligro de desmoronase. Se deshilacha en sus lejanos bordes, mientras la corrupción la carcome en su mismo corazón. Necesitamos orden, directivas que restauren el equilibrio. Y no deberíamos perder de vista ni las soluciones más desesperadas.

Aunque eran opiniones que reflejaban lo que había acabado siendo el sentir popular, las palabras de Palpatine se clavaron en Valorum como una espada. El saber que eran ciertas le hacía más difícil aún oírlas. Le dio la espalda al paisaje y volvió a su escritorio para sentarse pesadamente en su acolchada silla.

Valorum había envejecido con distinción. Tenía una decreciente mata de cabellos plateados, bolsas bajo los penetrantes ojos azules y unas cejas oscuras y pobladas. Sus severos rasgos y su voz profunda ocultaban un espíritu apasionado y un intelecto inquisitivo. Pero el hecho de ser el último miembro de una dinastía política que se remontaba mil años en el pasado, una dinastía que muchos creían debilitada por su inusual longevidad, siempre le había impedido superar cierta indiferencia aristocrática.

—¿En qué nos hemos equivocado? —preguntó con tono firme pero triste—. ¿Cómo pudimos perder de vista nuestro objetivo a medida que recorríamos el camino?

Palpatine le dedicó una mirada comprensiva.

—El error no ha sido nuestro, Canciller Supremo. El error radica en los sistemas estelares fronterizos, y en la discordia civil que se ha engendrado allí —dijo con voz cuidadosamente modulada, algo cansina, aparentemente inmune a la ira o la alarma—. Como con lo sucedido recientemente en Dorvalla, por ejemplo.

Valorum asintió.

—El Departamento Judicial ha solicitado que me reúna luego con ellos para informarme de las últimas novedades.

—Igual puedo ahorrarle la molestia, Canciller Supremo. Al menos con lo que he oído en el Senado.

—¿Rumores o hechos?

—Sospecho que un poco de ambas cosas. El Senado está lleno de delegados que siempre interpretan la situación a su manera, al margen de cuáles sean los hechos.

Tras esto, Palpatine hizo una pausa, como para ordenar sus ideas.

En su rostro algo redondo destacaban de forma prominente unos acuosos ojos azules de pesados párpados y una nariz semejante a un timón. El pelo rojo que había perdido su lozanía estaba peinado al estilo provinciano de los sistemas fronterizos: hacia atrás desde la amplia frente, y poblado y largo tras las caídas orejas. Su forma de vestir también indicaba cierta fidelidad a su sistema natal, ya que solía usar túnicas con cuello en V y capas de tejido acolchado pasadas de moda.

Era un senador sectorial que representaba al mundo fronterizo de Naboo, al tiempo que a otros treinta y seis planetas habitados, habiéndose ganado una reputación de franqueza e integridad que le habían proporcionado un rincón en el corazón de muchos de sus colegas senadores. Como había dejado claro a Valorum a lo largo de numerosas reuniones, tanto públicas congo privadas, estaba más interesado en hacer lo que había que hacer que en rendir ciega pleitesía a las normas y reglas que habían convertido al Senado en un laberinto burocrático.

—Como seguramente le contará el Departamento Judicial —empezó a decir por fin—, los mercenarios que atacaron y destruyeron el carguero
Ganancias
de la Federación de Comercio estaban contratados por el grupo terrorista del Frente de la Nebulosa. Lo más probable es que ganaron acceso al interior de la nave con la complicidad de los estibadores de Dorvalla. Todavía no está claro cómo supo el Frente de la Nebulosa que había lingotes de aurodium a bordo, pero es evidente que el Frente planeaba emplearlos en financiar nuevos actos terroristas contra la Federación de Comercio, y quizá contra las colonias que tiene la República en el Borde Exterior.

—¿Lo planeaba?

—Todo indica que el capitán Cohl y su equipo de asesinos perecieron en la explosión que destruyó el
Ganancias
. Pero, aun así, el incidente ha tenido amplias repercusiones.

—Soy muy consciente de algunas de ellas —comentó el Canciller con cierto desagrado—. Debido a sus ataques y a su asedio continuado, la Federación de Comercio piensa solicitar la intervención de la República, o, en su lugar, una autorización del Senado para aumentar aún más su contingente de androides.

Los labios de Palpatine formaron una fina línea mientras asentía.

—Debo confesar, Canciller Supremo, que mi primer instinto fue el de rechazar esa petición nada más oírla. La Federación de Comercio ya es demasiado poderosa, tanto en riqueza como en fuerza militar. Pero, desde entonces, he reconsiderado mi postura.

Valorum le miró con interés.

—Agradecería oír sus reflexiones.

—Bueno, para empezar, la Federación de Comercio está compuesta por empresarios, no por guerreros. Por ejemplo, los neimoidianos son cobardes para todo lo que no sea el comercio. Así que no me preocupa en exceso que se les autorice a aumentar sus defensas androides, si bien procurando que sea en poca cantidad. Y lo que es más importante, puede que haya alguna ventaja en concederles eso.

Valorum entrecruzó los dedos y se inclinó hacia adelante.

—¿Cuál puede ser esa ventaja?

Palpatine respiró hondo.

—A cambio de honrar sus peticiones de intervención y de fuerzas adicionales, el Senado podría exigir que todo trato comercial que tuviera lugar en los sistemas fronterizos esté sujeto a los impuestos de la República.

Valorum se dejó caer en el asiento, claramente decepcionado.

—Ya hemos pasado antes por esto, senador. Los dos sabemos que a la mayoría del Senado no le importa lo que pueda pasar en los sistemas exteriores, y mucho menos en las zonas de libre comercio. Pero, en cambio, sí que le importa lo que le pasa a la Federación de Comercio.

—Sí, porque los bolsillos de seda de más de una toga senatorial están forradas de sobornos neimoidianos.

—La autoindulgencia está a la orden del día.

—Eso es innegable, Canciller Supremo —dijo Palpatine tolerante—. Pero eso, en sí mismo, no es motivo para tolerar dicha práctica.

—Pues claro que no —dijo Valorum—. He intentado acabar con la corrupción que asola al Senado desde que estoy en este cargo, así como deshacer el nudo de políticas y procedimientos que frustran constantemente nuestras intenciones. Promulgamos leyes sólo para descubrir que no podemos hacerlas cumplir. Los comités proliferan como virus sin liderazgo alguno. Se necesita un mínimo de veinte comités sólo para decidir la decoración de los pasillos del Senado.

»La Federación de Comercio ha prosperado aprovechándose de esa misma burocracia que hemos creado entre todos. Las demandas contra la Federación languidecen en los tribunales, mientras las comisiones examinan hasta el último aspecto de cada caso. No es de extrañar que tanto Dorvalla como los demás mundos de la Ruta Comercial de Rimma apoyen a grupos terroristas como el Frente de la Nebulosa.

»Y no es muy probable que un impuesto pueda solventar eso. De hecho, esa medida podría inducir a la Federación de Comercio a abandonar por completo a los sistemas fronterizos y concentrarse en mercados más lucrativos y cercanos al Núcleo.

—Algo que sólo conseguiría privar a Coruscant y a sus vecinos de muchos recursos importantes, así como de varias mercancías de lujo —añadió Palpatine, aparentemente de acuerdo—. Es evidente que los neimoidianos considerarían ese impuesto como una traición, aunque sólo sea porque fue la Federación de Comercio la que abrió muchas de las rutas hiperespaciales que unen el Núcleo con los sistemas fronterizos. Aun así, ésta puede ser la oportunidad que esperábamos para llegar a ejercer algún control senatorial sobre esas rutas comerciales.

Valorum lo meditó brevemente.

—Sería un suicidio político.

—Oh, soy muy consciente de ello. Cualquier propuesta de impuesto sería atacada implacablemente por el Gremio de Comerciantes, la Unión Techno, y los demás conglomerados de transportistas con franquicia para operar en las zonas de libre comercio. Pero es la medida apropiada.

Valorum negó lentamente con la cabeza, levantándose luego para acercarse a las ventanas.

—Nada podría alegrarme más que ganar por la mano a la Federación de Comercio.

—Entonces, éste es el momento de actuar.

Valorum mantuvo la mirada fija en las distantes torres.

—¿Puedo contar con su apoyo?

Palpatine se levantó y se unió en su contemplación del paisaje.

—Permítame ser franco. Mi posición como representante de un sector fronterizo me pone en una situación delicada. No se equivoque. Canciller, estoy con usted en abogar por los impuestos y por el control de la República. Pero Naboo y los demás sistemas que represento se verán forzados a asumir la carga de esos impuestos pagando más a la Federación de Comercio por sus servicios. —Hizo una breve pausa—. Me veré obligado a actuar con la mayor circunspección.

Valorum se limitó a asentir.

—Una vez dicho esto —se apresuró a añadir Palpatine—, puede estar seguro que haré todo lo que esté en mi mano para buscar apoyos en el Senado a favor de los impuestos.

Valorum se giró ligeramente hacia Palpatine y sonrió imperceptiblemente.

—Agradezco su consejo, como siempre, senador. Y más ahora, dados los problemas de su mundo natal.

Palpatine suspiró intencionadamente.

—Es una lástima que el rey Veruna esté envuelto en un escándalo. Si bien nunca he estado de acuerdo con él en lo referente a la influencia que debe tener Naboo dentro de la República, me tiene muy preocupado. Su situación es difícil no sólo para Naboo, sino para muchos de los mundos vecinos.

Valorum se llevó las manos a la espalda y caminó hasta el centro de la espaciosa habitación. Cuando se giró para mirar a Palpatine, su expresión dejaba bien claro que sus pensamientos habían vuelto a cuestiones de ámbito más general.

—¿Le parece concebible que la Federación de Comercio aceptase pagar impuestos si se le reducen las restricciones defensivas que se le han impuesto?

Palpatine juntó sus largos dedos y se los llevó a la barbilla.

—Las mercancías, del tipo que sea, son preciosas para los neimoidianos. Los ataques continuados de piratas y terroristas los están desesperando. Se agruparán contra los impuestos, pero acabarán por aceptarlos. Otra opción podría ser atacar de forma directa a los grupos que los asedian, y ya sé que usted está en contra de ello.

Valorum lo confirmó con decisión.

—Hace generaciones que la República carece de un ejército regular, y no seré yo quien lo reponga. Coruscant debe seguir siendo el lugar al que acuden los diferentes grupos para encontrar una solución pacífica a sus conflictos —repuso, haciendo una pausa para respirar hondo—. Otro rumbo de acción podría ser el permitir que la Federación de Comercio obtenga la protección adecuada para defenderse sola ante cualquier acto terrorista. Después de todo, el Departamento Judicial no va a sugerir que ahora los Jedi se dediquen a resolver los problemas de los neimoidianos.

—No —dijo Palpatine—. Los judiciales y los Caballeros Jedi tienen asuntos más importantes que atender que el ocuparse de hacer seguras para el comercio las rutas espaciales.

—Al menos hay constantes que no varían —musitó Valorum—. Piense en dónde estaríamos ahora sin los Jedi.

—Sólo puedo imaginarlo.

Valorum dio unos pocos pasos y posó las manos en los hombros de Palpatine.

—Es usted un buen amigo, senador.

Palpatine le devolvió el gesto.

—Mis intereses son los intereses de la República, Canciller Supremo.

Capítulo 7

C
oruscant estaba enfundado de un polo al otro en duracreto, plastiacero y mil materiales resistentes más, y parecía invulnerable a los caprichos del tiempo o a los ataques de cualquier posible agente de la entropía.

Se decía que una persona podía pasarse la vida entera en Coruscant sin abandonar ni una sola vez el edificio que consideraba su hogar. Y que si alguien dedicaba su vida a explorar todo el Coruscant que pudiera, apenas conseguiría abarcar más allá de unos pocos kilómetros cuadrados, y le sería mucho más sencillo intentar recorrer todos los mundos fronterizos de la República. La superficie original del planeta llevaba tanto tiempo olvidada y se visitaba en tan raras ocasiones que prácticamente se había convenido en un mundo de proporciones míticas, cuyos habitantes se jactaban de que hacía veinticinco mil años estándar que su reino subterráneo no veía el sol.

Pero la riqueza y los privilegios reinaban cuanto más cerca del cielo se estaba, allí donde el aire era filtrado continuamente y gigantescos espejos iluminaban un suelo de estrechos desfiladeros. Allí, a kilómetros de distancia de las oscuras profundidades, residían quienes podían fabricarse su propia atmósfera enrarecida, quienes se desplazaban en aerolimusinas privadas, quienes podían ver al difuso sol ponerse rojizo al tocar el horizonte curvo del planeta, mientras que quienes se aventuraban bajo el nivel de los dos kilómetros lo hacían sólo para llevar a cabo transacciones de carácter dudoso o para visitar las plazas atiborradas de estatuas ante las que se alzaban monumentales edificios cuya sublime arquitectura aún no se había visto demolida, enterrada o vallada por la mediocridad.

Uno de esos edificios monumentales era el Templo Jedi.

Era una pirámide truncada de un kilómetro de alto, coronada por cinco elegantes torres, que sobresalían sobre el resto, intencionadamente aislada del caos de los superpuestos campos electromagnéticos del planeta, resistiéndose aún al azote de la modernización. Por debajo de su nivel se extendía una llanura de tejados, aeropuertos y avenidas aéreas conformando un mosaico de suntuosas geometrías; colosales torres y espirales, cruces y triángulos, mosaicos y diamantes, grandes mandalas que apuntaban a las estrellas, cuando no complementos temporales de las constelaciones que se encontrarían allí.

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