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Authors: James Luceno

Tags: #ciencia ficción

Velo de traiciones (8 page)

BOOK: Velo de traiciones
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Pero en el Templo había algo reconfortante a la vez que prohibido. Pues pese a ser un recordatorio constante de un mundo antiguo y menos complicado, también era algo austero e inalcanzable, al que no podían acceder ni turistas ni cualquiera cuyo deseo de visitarlo estuviera motivado por la simple curiosidad.

Se decía que el trazado del Templo simbolizaba el camino a la iluminación que recorría el padawan, la unión con la Fuerza mediante la lealtad a los códigos Jedi. Pero su diseño ocultaba un objetivo secundario y mucho más práctico, ya que la disposición quincuncial de las torres, cuatro orientadas a los puntos cardinales, alzándose la más alta desde el centro, estaba erizada de antenas y transmisores que mantenían a los Jedi al tanto de todas las circunstancias y problemas que afligían a la galaxia a la que servían.

De este modo, se concedía tanta importancia a la contemplación como a la responsabilidad social.

Y en ningún lugar del Templo era esa unión de objetivos más evidente que en la sala elevada del Consejo de Reconciliación. Era una sala circular, como la Cámara del Sumo Consejo que se hallaba en lo más alto de otra torre, y también tenía el techo abovedado y altos ventanales a lo largo de todo su perímetro. Pero era menos formal, careciendo del anillo de asientos que sólo ocupaban los doce miembros del Sumo Consejo, que decidía sobre asuntos urgentes.

Habían pasado tres días estándar desde que Qui-Gon Jinn volviera a Coruscant cuando el Consejo de Reconciliación lo convocó a su presencia. Durante ese tiempo había hecho poca cosa aparte de meditar, examinar viejos escritos, recorrer los salones en penumbra del Templo o librar sesiones de entrenamiento de sables láser con otros Caballeros Jedi y padawan.

Algunos conocidos que trabajaban para el Senado Galáctico le habían informado ya que se habían rechazado sucesivas peticiones de la Federación de Comercio en las que se solicitaba la intervención de la República para acabar con los actos terroristas que les asolaban, así como permiso para aumentar el número de sus defensas androides. Aunque esas peticiones no eran cosa nueva, Qui-Gon se sorprendió al oír la noticia de que el capitán Cohl, además de destruir el
Ganancias
, se había apoderado de una carga secreta de lingotes de aurodium valorada en miles de millones de créditos.

Algo que aún rondaba por su mente cuando se presentó antes los miembros del Consejo de Reconciliación, sin saber que a ellos también les interesaba discutir el incidente de Dorvalla.

Muchos sostenían que Qui-Gon debería ser ya un miembro más del Consejo de no mediar su tendencia a saltarse las normas y seguir sus propios instintos, aunque éstos estuvieran enfrentados con la sabiduría combinada de los miembros del Consejo. Esto era algo que no le beneficiaba a ojos de sus iguales de mayor rango. De hecho, en vez de tratarlo como a un igual, consideraban que su negativa a enmendarse y a aceptar un puesto en el Consejo sólo era un signo más de que era incorregible.

El consejo de Reconciliación estaba compuesto por cinco miembros, pero rara vez coincidían los mismos cinco, y en aquel día sólo había cuatro disponibles: los Maestros Jedi Plo Koon, Oppo Rancisis, Adi Gallia y Yoda.

Qui-Gon respondía las preguntas desde el centro de la sala, donde se le había permitido sentarse, prefiriendo él no hacerlo.

—¿Cómo los planes del capitán Cohl conocías, Qui-Gon? —preguntó Yoda, mientras se desplazaba por el pulido suelo de piedra apoyándose en su bastón.

—Tengo un contacto en el Frente de la Nebulosa.

Yoda se detuvo para mirarlo.

—¿Un contacto, dices?

—Un bith. Me buscó en Malastare, y después me informó de los planes de Cohl para atacar el
Ganancias
a su paso por Dorvalla. Una vez en Dorvalla, averigüé que habían modificado una vaina de carga para esa operación. Obi-Wan y yo hicimos lo mismo.

Yoda agitó la cabeza adelante y atrás en lo que parecía asombro.

—Noticia esto es. Otra de las muchas sorpresas de Qui-Gon es.

Yoda era un alienígena anciano y diminuto, casi un patriarca, con un rostro casi humano, de grandes y sabios ojos, nariz pequeña y boca de finos labios. Pero ahí acababan sus semejanzas con la especie humana, pues era verde desde los pies de tres dedos a la coronilla sin pelo, y tenía orejas largas y puntiagudas que brotaban de los lados de su sabia cabeza como si fueran pequeñas alas.

Miembro veterano del Sumo Consejo, prefería enseñar mediante acertijos y rompecabezas a hacerlo con discursos y recitales.

Yoda y Qui-Gon se conocían desde hacía mucho, siendo Yoda de los que a veces se ponía del lado de Qui-Gon cuando éste insistía en anteponer la Fuerza viva a la Fuerza Unificadora. Como solía decir el testarudo Jedi, sencillamente él era así. Ni siquiera cuando se ejercitaba con el sable láser iniciaba los combates con un plan preconcebido. Prefería abandonarse a la improvisación y alterar su técnica según las exigencias del momento, incluso en aquellas ocasiones en que podría beneficiarle planear las cosas a largo plazo.

—Qui-Gon —dijo Adi Gallia—, se nos dio a entender que el Frente de la Nebulosa había contratado al capitán Cohl. ¿Qué se proponía tu contacto al sabotear la operación que había preparado el Frente de la Nebulosa?

Era una humana joven y atractiva de Núcleollia, con ojos exóticos, un cuello largo y esbelto y labios carnosos. Alta y de complexión oscura, llevaba un gorro ajustado del que colgaban ocho colas semejantes a vainas de semillas.

Qui-Gon la miró.

—Ellos no prepararon la operación. Por eso estaba yo allí con mi padawan.

Yoda levantó su bastón para señalar a Qui-Gon.

—Explicar eso, debes.

—El Frente de la Nebulosa representa a muchos mundos de los Bordes Exterior y Medio que se rebelan contra las prácticas prohibitivas y las tácticas extorsionadoras de la Federación de Comercio —repuso Qui-Gon cruzando los brazos sobre el pecho—. Algunos de esos mundos fueron colonizados inicialmente por especies que huían de la represión civilizada del núcleo. Eran muy independientes y no querían ser parte de la República. Pero se ven obligados a tratar con consorcios como la Federación si quieren poder comerciar con el resto de la galaxia. Todos los mundos que han intentado trabajar con empresas independientes se han visto de pronto excluidos de todo comercio.

—Los objetivos del Frente de la Nebulosa podrán ser loables, pero sus métodos son implacables —comentó Oppo Rancisis, rompiendo el breve silencio que se impuso.

Perteneciente a la realeza de Thisspias, tenía los ojos ribeteados de rojo y una boca pequeña en una cabeza grande que solía ir completamente cubierta por un denso cabello blanco, que llevaba recogido en un mono, y que se extendía desde su barbilla en luenga barba.

—Continúa, Qui-Gon —le dijo Plo Koon desde la máscara que se veía obligado a llevar en entornos ricos en oxígeno. Al igual que Rancisis tenía una mente muy dotada para la estrategia militar.

Qui-Gon inclinó la cabeza en gesto de agradecimiento.

—Sin querer justificar los actos del Frente de la Nebulosa, diré que intentaron razonar con la Federación de Comercio antes de recurrir al terrorismo. Si bien financian sus operaciones traficando con especia para los hutt, siempre se han negado a tratar con especies que están a favor de la esclavitud. Y cuando finalmente recurrieron a la violencia, restringieron sus actividades a atacar los envíos de la Federación de Comercio o a retrasarlos en la medida de lo posible.

—Desde luego, destruir un carguero es una forma de retrasarlo —repuso Rancisis.

—El ataque de Cohl es algo nuevo.

—¿Qué ha inducido al Frente de la Nebulosa a aumentar la violencia? —preguntó Gallia.

Qui-Gon sintió que se le preguntaba tanto en nombre del Consejo como en el del canciller supremo Valorum, con quien mantenía estrechos lazos de amistad.

—Mi contacto afirma que ha surgido un ala radical en el Frente, y que fueron estos militantes los que contrataron al capitán Cohl. Tanto el bith como muchos más se oponen a contratar mercenarios, pero esos militantes han asumido el control de la organización.

Yoda se frotó pensativo la barbilla.

—¿Los lingotes de aurodium no buscaban?

—La verdad, Maestro, no sé si dar crédito a esas declaraciones de la Federación.

—¿Tienes motivos para dudar de ellas? —preguntó Koon.

—Sólo por una cuestión de método. La Federación de Comercio siempre se ha preocupado por proteger su carga. ¿Por qué iban a confiar entonces un cargamento de aurodium a un carguero tan poco defendido como el
Ganancias
, estando a apenas un sistema estelar de distancia uno mucho mejor armado como el
Adquisidor
?

—Buen argumento es —comentó Yoda.

—Creo que el motivo es obvio —manifestó Rancisis en desacuerdo—. La Federación supondría erróneamente que nadie sospecharía que el
Ganancias
transportaba esa riqueza.

—Eso importa poco ahora —dijo Gallia—. Que se contrate a mercenarios como Cohl sólo marca el principio de una campaña coordinada para contrarrestar con la fuerza las defensas androides de la Federación de Comercio, y acabar de paso con su influencia en los sistemas fronterizos.

—Por suerte, el capitán Cohl ya no es un problema —remarcó Plo Koon.

Yoda adoptó un aire de pasmo.

—Preocupado por Cohl, Qui-Gon está.

Qui-Gon sintió el escrutinio del Consejo.

—No creo que pereciera con el carguero —dijo al fin.

—Tú estabas allí, ¿no es así? —preguntó Rancisis.

—Con sus propios ojos lo vio —dijo Yoda, con un brillo en los ojos.

Qui-Gon apretó los labios.

—Cohl suele planear las cosas teniendo en cuenta cualquier posible eventualidad. Nunca habría dirigido su nave hacia una explosión sólo para evitar una persecución.

—¿Por qué entonces no lo capturaste como pretendías? —quiso saber Rancisis.

Qui-Gon apoyó las manos en las caderas, los pulgares apuntando hacia atrás.

—Como ha dicho el Maestro Gallia, Cohl es sólo el principio. Mi padawan y yo pusimos un localizador en la nave de Cohl, esperando así poder seguirlo hasta la base actual del Frente de la Nebulosa, que creemos está en uno de los mundos de la Ruta Comercial de Rimma que apoyan a los terroristas. Tras la explosión, el localizador dejó de enviar señales.

Gallia le miró por un momento.

—¿Buscaste a Cohl, Qui-Gon?

—Ni Obi-Wan ni yo encontramos rastro de su nave. Por lo que sabemos, podría haber aprovechado la explosión para llegar hasta el tirón gravitacional de Dorvalla.

—¿Has informado de tus sospechas al Departamento Judicial? —preguntó Rancisis.

—Los escondrijos más conocidos de Cohl están ya bajo vigilancia —respondió Gallia por Qui-Gon.

Koon se levantó de la silla para acercarse a Qui-Gon.

—Puede que el capitán Cohl sea el mejor de su ralea, pero hay muchos más como él, igual de desalmados y ambiciosos. Los militantes del Frente de la Nebulosa no tendrán dificultades para sustituirle adecuadamente.

Rancisis asintió con gravedad.

—Es algo que debemos vigilar de cerca.

Yoda cruzó la sala, negando con la cabeza.

—Conflictos con el Frente de la Nebulosa, evitar debemos. A muchos representan. Por comprometernos acabarán.

—Así es —comentó Rancisis—. No podemos permitirnos tomar partido por nadie.

—Pero debemos decantarnos por un bando —exclamó Qui-Gon—. Yo no estoy a favor de la Federación de Comercio, pero los actos terroristas del Frente de la Nebulosa no se limitarán al ataque de cargueros. Acabarán por poner en peligro a seres inocentes.

Todos guardaron silencio, con excepción de Yoda.

—Un verdadero Caballero Qui-Gon es —dijo, con una nota de suave reproche—. Siempre su propia misión seguirá.

Capítulo 8

N
eimoidia era un mundo pequeño y húmedo desdeñado por un sol en decadencia, uno de esos lugares que todo el mundo procura evitar, neimoidianos incluidos. En vez de aprovechar su relativa cercanía al autosuficiente Núcleollia y al industrializado Kuat, Neimoidia siempre había sido víctima de su localización, siendo ignorado una y otra vez por la hermandad de los mundos del Núcleo. Y todos esos años de marginación habían marcado a la sociedad neimoidiana.

Ese desdén había hecho que la especie del planeta se convenciera de que el progreso sólo llegaba a quienes demostraban ser no sólo capaces, sino depredadores. Que para llegar a la cima de la cadena alimenticia había que trepar sobre los cadáveres de los más débiles. Y que una vez se alcanzaba ese objetivo, sólo se podía mantener uno en la cima apoderándose de todos los recursos disponibles e impidiendo que los demás pudieran acceder a ellos.

Estos dogmas eran lo que se solía ofrecer a modo de explicación del cómo y el porqué los neimoidianos habían llegado tan rápidamente a controlar la Federación de Comercio, empresa conocida por su ausencia de sensibilidad.

Los individuos más capaces de la raza neimoidiana solían abandonar el planeta natal a muy pronta edad para buscarse la vida como comerciantes ambulantes a bordo de las naves de la Federación. Debido a esto, Neimoidia estaba escasamente poblada y sólo por los miembros más débiles de la especie, que se dedicaban a cuidar las vastas colmenas insectoides del planeta, las granjas de hongos y los criaderos de escarabajos.

El virrey Nute Gunray compartía con sus compañeros autoexiliados un peculiar desagrado por su mundo natal. Pero las circunstancias habían requerido que se reuniera con los miembros de su Círculo Interno en un lugar donde pudieran estar a salvo de los ojos inquisitivos de Coruscant. Y en ese aspecto, el mejor santuario posible era Neimoidia.

El problema inherente a regresar al hogar consistía en que uno no podía evitar rememorar, aunque sólo fuera a cierto nivel de memoria celular, los siete años de formación que pasaban todos los neimoidianos siendo una pequeña, pálida y temblorosa larva, compitiendo con las demás larvas por sobrevivir y madurar para convertirse en adultos de ojos rojos y labios de pez, carentes de nariz y decididamente desconfiados.

Los adultos como Gunray, que envolvían su cuerpo en las mejores vestiduras que podían comprar con créditos, rara vez, por no decir nunca, miraban atrás.

El virrey se dejó llevar por una momentánea reflexión sobre estas cuestiones mientras la mecanosilla le llevaba hasta el lugar de reunión, atravesando cavernosos salones de piedra finamente tallada a imagen de las primeras colmenas, pasando junto a una fila tras otra de androides de protocolo situados a ambos lados en posición de firmes.

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