Vencer al Dragón (21 page)

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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Fantasía, Aventuras

BOOK: Vencer al Dragón
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Gareth asintió con dolor.

—La mitad de las veces que yo preguntaba algo, era ella la que contestaba. Jenny, ¿podría tenerlo bajo algún tipo de hechizo?

Jenny empezó a decir:

—Posiblemente…

—Claro que sí —dijo John, que bajó de su banquito alto para reclinar la parte inferior de la espalda contra el escritorio—. Y si no hubieras estado tan decidida a hacerle justicia a esa bruja traicionera, Jen, lo habrías notado hace una semana. ¡Adelante! —agregó cuando se oyó un suave golpe en la puerta.

Ésta se abrió lo suficiente para que Trey Clerlock pasara la cabeza junto al marco. Dudó un momento; luego, cuando John hizo un gesto, entró. Llevaba una gaita de madera de peral con estrellas de marfil esparcidas sobre el cuerpo y el cuello regordetes y sobre las clavijas. John resplandecía de placer cuando la tomó entre las manos. Jenny gruñó.

—¿No vas a tocar esa cosa, no? Vas a ahuyentar al ganado en kilómetros a la redonda, ¿sabes?

—Claro que no —replicó John—. Y además, hay un truco para que suene más alto o más bajo…

—¿Lo sabes?

—Puedo aprenderlo. Gracias, Trey, cielo…, algunas personas no aprecian el sonido de la buena música.

—Algunas personas no aprecian el sonido que hace un gato cuando lo descuartizan con una caña —replicó Jenny. Se volvió hacia Gareth—. Zyerne puede haberlo hechizado, sí…, pero por lo que me cuentas sobre la fortaleza de la voluntad de tu padre y su tozudez, me sorprendería que la influencia de una amante pudiera ser tan grande.

Gareth meneó la cabeza.

—No es sólo eso —dijo—. No…, no sé cómo expresarlo y no estoy seguro, no puedo estar seguro porque no llevaba los anteojos en la audiencia, pero me pareció que estaba más transparente que cuando me fui. Es una idea tonta. —Retrocedió enseguida, viendo el gesto extrañado de Jenny.

—No —dijo Trey, inesperadamente. Los otros tres la miraron y ella se sonrojó un poco, como una muñeca pintada de carmín—. No creo que sea una idea tonta. Creo que es verdad y
transparente
es una buena palabra porque creo…, creo que a Servio le está pasando lo mismo.

—¿A Servio? —dijo Jenny y el recuerdo de la cara del rey pasó en un relámpago por su mente; lo vacío y frágil que le había parecido y la forma en que, como Servio, la pintura de su cara destacaba aun más la blancura de cera que había debajo.

Trey se concentró un momento en enderezar con cuidado la puntilla de su puño izquierdo. Un ópalo brilló suavemente en los rizos de colores de su cabello cuando levantó la vista.

—Pensé que era yo —dijo en voz baja—. Sé que tiene la mano más pesada y que está menos cómico en sus bromas, como cuando tiene la mente en otra cosa. Pero su mente no parece estar en otra cosa; simplemente no está en lo que hace en estos días. Está tan distraído como tu padre… —Miró a Jenny, implorante—. ¿Pero para qué querría Zyerne hechizar a mi hermano? Nunca le ha hecho falta: él siempre le ha ido detrás. Fue uno de los primeros amigos que tuvo en la corte. Él…, él la amaba. Solía soñar con ella.

—¿Soñar con ella cómo? —preguntó Gareth casi con violencia.

Trey meneó la cabeza.

—No quería decírmelo.

—¿Caminaba en sueños?

La sorpresa en los ojos de la muchacha contestó la pregunta antes de que ella hablara.

—¿Cómo lo sabías?

Afuera había cesado el viento y la lluvia; en el largo silencio, podían oírse claramente las voces de los guardias del palacio en la corte debajo de las ventanas: contaban una historia sobre un gnomo y una prostituta de la ciudad. Hasta la luz castaña de la tarde fallaba un poco y la habitación estaba fría y gris pizarra.

—¿Todavía sueñas con ella, Gareth? —preguntó Jenny.

El muchacho se puso rojo como si lo hubieran quemado. Tartamudeó, meneó la cabeza y dijo finalmente:

—No…, no la amo. Realmente no. Trato…, no quiero estar a solas con ella. Pero… —Hizo un gesto, indefenso, incapaz de dominar los sueños que lo traicionaban.

—Pero ella te llama —dijo Jenny con suavidad—. Te llamó esa primera noche que estábamos en la casa de caza. ¿Lo había hecho antes?

—No…, no sé. —Parecía estremecido y descompuesto y muy asustado como cuando Jenny había escarbado en su mente, como si estuviera mirando cosas que no quería ver.

Trey, que había cogido una rama del fuego y encendía las pequeñas lámparas de marfil en el borde del escritorio de John, sacudió su vela, fue hasta el muchacho y lo hizo sentar junto a ella sobre el borde de la cama y sus cortinas. Finalmente, Gareth dijo:

—Tal vez. Hace unos meses, me pidió que cenara con ella y mi padre en su ala del palacio. No fui. Tenía miedo de que papá se enojara conmigo por despreciarla, pero más tarde él me dijo algo que me hizo dudar de si lo sabía. Entonces, me pregunté, pensé… —Se sonrojó aún más—. Ahí fue cuando pensé si ella no estaría enamorada de mí.

—He visto amores como esos entre lobos y ovejas, pero el romance tiende a ser un poco unilateral —hizo notar John, rascándose la nariz—. ¿Qué te impidió ir?

—Policarpio. —Gareth jugó con los pliegues de sus mantos que se iluminaron suavemente en el lugar en que el ángulo de la lámpara pasó por las cortinas de la cama—. Siempre me estaba diciendo que tuviera cuidado con ella. Descubrió lo de la cena y me convenció de que no fuera.

—Bueno, no sé mucho sobre magia y todo eso, pero así como suena, muchacho, diría que tal vez te salvó la vida.

—John se apoyó contra el borde del escritorio y pasó los dedos en una melodía silenciosa sobre las clavijas de la gaita.

Gareth meneó la cabeza, extrañado.

—¿Pero por qué? No pasó ni una semana antes de que tratara de matarnos…, a mí y a mi padre, a los dos.

—Si es que era él.

El muchacho lo miró, con el horror y la lenta comprensión pintados en el rostro. Murmuró:

—Pero yo lo vi…

—Si ella pudo tomar la forma de un gato o un pájaro, tomar la forma del Señor de Halnath no estaría fuera de sus posibilidades, ¿no es cierto, Jen? —John miró a través de la habitación hacia donde estaba sentada, el brazo sobre una rodilla levantada, el mentón sobre la muñeca.

—No habría tomado su ser verdadero —dijo ella con voz suave—. Una ilusión habría servido. El cambio de forma requiere un poder enorme. Pero claro…, Zyerne tiene un poder enorme. No sé cómo lo hizo, pero tiene lógica. Si Policarpio había empezado a sospechar de sus intenciones hacia Gareth, eso lo desacreditaría y lo destruiría al mismo tiempo. Y al hacerte testigo, Gar, le quitaba toda posibilidad de ayudarte. Ella debe de saber lo amarga que es una traición.

—No —murmuró Gareth, mareado, golpeado por el horror de lo que había hecho.

La voz de Trey era suave en la calma.

—Pero ¿qué quiere Zyerne de Gareth? Entiendo que quiera dominar al rey, porque si él no la apoyara, no es que no sería nada pero no podría vivir como vive, eso es seguro. Pero ¿por qué a Gareth también? ¿Y qué quiere de Servio? Él no puede darle nada… Somos una familia poco importante, ¿sabéis? Quiero decir, no tenemos poder político ni demasiado dinero. —Una sonrisa de desconsuelo pasó por un extremo de sus labios mientras jugueteaba con la puntilla rosada de su puño—. Todo esto… Uno debe cuidar las apariencias, claro, y Servio está tratando de casarme bien. Pero en realidad no tenemos nada que Zyerne pueda querer.

—¿Y por qué destruirlos? —preguntó Gareth; en su voz había una preocupación desesperada por su padre—. ¿Es que todos los hechizos hacen eso?

—No —dijo Jenny—. Eso es lo que me sorprende de todo el asunto… Nunca había oído hablar de un hechizo de influencia que pueda agotar el cuerpo de la víctima mientras retiene la mente bajo su dominio. Pero tampoco había oído de ninguno que pueda mantener ese dominio de la forma en que ella lo hace con tu padre, Gareth; ni de uno que dure tanto. Pero su magia es la magia de los gnomos y no se parece a los hechizos de los hombres. Tal vez entre los secretos de los gnomos hay uno que permite dominar la esencia misma de otro ser, que se enreda a su alrededor como los zarcillos de una enredadera de campanillas que puede partir en dos los cimientos de una casa de piedra. Pero entonces —siguió, con la voz baja—, es casi seguro que para tener ese tipo de control sobre él, antes tuvo que obtener su consentimiento.

—¿Su consentimiento? —gritó Trey, horrorizada—. ¿Pero cómo puede haberlo aceptado? ¿Él o cualquier otro?

Jenny notó con interés que Gareth no decía nada. El muchacho había visto, aunque fuera brevemente, el espejo de su alma en el camino del norte…, y además conocía a Zyerne.

—Para manipular tan profundamente la esencia de otro —explicó Jenny—, la víctima siempre tiene que dar su consentimiento. Zyerne es capaz de cambiar de forma…, el principio es el mismo.

Trey meneó la cabeza.

—No entiendo.

Jenny suspiró y se puso de pie. Cruzó la habitación hacia donde estaban los dos jóvenes uno junto al otro. Puso una mano sobre el hombro de la muchacha.

—Un mago que cambia de forma puede cambiar la esencia de otro, como la suya propia. Eso requiere un poder enorme…, y primero debe lograr que la víctima esté de acuerdo de alguna forma. La víctima puede resistirse, a menos que el mago encuentre un truco para hacerla consentir, algún tipo de demonio interno…, una parte de la esencia que quiere ser cambiada.

La oscuridad cada vez mayor del exterior hacía más dorada la luz de la lámpara, del color de la miel, sobre la cara de la muchacha. Bajo las sombras de las largas pestañas gruesas, Jenny leía el miedo y la fascinación, esa comprensión a medias que era el primer murmullo del consentimiento.

—Creo que te resistirías si tratara de transformarte en un perrito faldero, en el caso de que tuviera el poder necesario para hacerlo. Hay muy poco de perrito faldero en tu alma, Trey Clerlock. Pero si te transformara en un caballo…, en una potranca de un año, color humo, hermana de los vientos, creo que obtendría tu consentimiento.

Trey desvió la mirada y escondió la cara en el hombro de Gareth, y el joven puso un brazo protector a su alrededor tan bien como pudo, considerando que estaba sentado sobre el borde de sus mangas que se arrastraban por el suelo.

—Ése es el poder del cambio de forma y el peligro —dijo Jenny, la voz baja en el silencio de la habitación—. Si te transformara en una potranca, Trey, tu esencia sería la de un caballo. Tus pensamientos serían los de un caballo; tu cuerpo, el cuerpo de una yegua; tus amores y deseos, los de un animal joven, rápido. Tal vez recordaras durante un tiempo lo que fuiste pero no podrías encontrar el camino de vuelta hacia eso. Creo que serías feliz como una potranca.

—Basta —murmuró Trey y se tapó los oídos. Gareth la abrazó con más fuerza. Jenny estaba callada. Después de un momento, la muchacha levantó la vista, los ojos oscuros con las profundidades revueltas de sus sueños—. Lo lamento —dijo en voz baja—. No es de vos de quien tengo miedo. Es de mí misma.

—Lo sé —replicó Jenny con suavidad—. ¿Pero lo entiendes ahora? ¿Entiendes lo que puede haber hecho con tu padre, Gareth? A veces es menos doloroso dejar de pelear y permitir que otra mente domine la tuya. Cuando Zyerne llegó a tener ese poder, no pudo contra ti porque no la dejaste acercarse lo suficiente. La odiabas, y eras sólo un niño…, no podía atraerte como hace con los hombres. Pero cuando te volviste hombre…

—Creo que es inmundo. —Esta vez era el turno de Trey de pasar un brazo protector sobre los hombros satinados de Gareth.

—Pero una manera muy buena de mantenerse en el poder —señaló John mientras apoyaba el brazo sobre la gaita que descansaba sobre sus rodillas.

—Todavía no estoy segura de que sea eso lo que haya hecho —dijo Jenny—. Y todavía no explica por qué le ha hecho lo mismo a Servio. No puedo saberlo con seguridad hasta que no vea al rey, o hable con él…

—Pero por la Abuela de Dios, cielo, si ni siquiera quiere hablarle a su hijo…, tanto menos a ti o a mí. —John hizo una pausa, mientras escuchaba sus propias palabras—. Lo cual puede ser una buena razón para no querer hablarme a mí o a ti, si vamos a eso. —Sus ojos miraron a Gareth ahora—. ¿Sabes, Gar?, cuanto más lo pienso, más creo que me gustaría decirle unas palabras a tu papá.

8

En el silencio mortal que flotaba sobre los jardines, el descenso de Gareth desde la pared sonó como dos bueyes que copulan entre arbustos secos. Jenny frunció el ceño cuando el muchacho bajó dando tumbos los últimos metros hasta la maleza; desde las sombras de la hiedra sobre la parte superior de la pared a su lado, vio el brillo leve de los lentes y oyó el susurro de una voz:

—¡Lo único que te faltaba era gritar «las once en punto y sereno», héroe!

Luego, hubo un movimiento leve en la hiedra. Más que oírlo, sintió a John aterrizar en el suelo. Después de controlar una vez más el jardín oscuro, visible a medias entre las ramas entretejidas de los árboles desnudos, Jenny se deslizó para unírseles. En la oscuridad, Gareth era una sombra flaca de terciopelo color óxido y casi no podía ver a John porque el dibujo azaroso de su capa se fundía con los colores de la noche.

—Aquí —murmuró Gareth, haciendo un gesto hacia el extremo del jardín donde ardía una luz en un nicho entre dos arcos de trifolio. El brillo de esa luz titilaba en el pasto húmedo como monedas arrojadas por una mano descuidada.

El muchacho empezó a ponerse al frente para guiar al grupo, pero John le tocó el brazo y suspiró:

—Creo que será mejor que enviemos un explorador, si vamos a hacer un robo. Recorreré el muro; cuando llegue, silbaré una vez como un chotacabras. ¿De acuerdo?

Gareth lo cogió de la manga cuando partía.

—¿Y qué pasa si silba un chotacabras de verdad?

—¿Tú crees? ¿En esta época del año? —dijo John y desapareció como un gato en la oscuridad. Jenny lo vio buscar el camino entre las sombras cuadriculadas de los jardines ornamentales y desnudos que decoraban los tres lados del patio privado del rey; por la forma en que Gareth movía la cabeza, Jenny se dio cuenta de que el muchacho había perdido de vista a John casi inmediatamente.

Cerca de los arcos, de pronto, se escurrió una luz de lámpara rosada sobre el marco de unos anteojos, un brillo de púas y la silueta breve de un reflejo sobre una nariz larga. Gareth, al ver a John a salvo, empezó a moverse, pero Jenny tiró de él sin sonido para ponerlo a resguardo de nuevo: John todavía no había silbado.

Un instante después, apareció Zyerne en el arco de la puerta.

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