Read Venganza en Sevilla Online
Authors: Matilde Asensi
Al cabo de un largo tiempo, vimos al indio subir hacia nosotros. El agua era tan clara que se distinguían las sombras del fondo. El indio sacó la cabeza con brío y la sacudió varias veces entretanto tomaba una grande bocanada de aire.
—¡Arriba! —gritó Rodrigo y cuatro o cinco de nosotros sujetamos el cabo y tiramos de él con todas nuestras fuerzas. Entre tantos, no fue costoso izar la redecilla y su contenido. Una pelota que soltaba un agua negra como el hollín cayó pesadamente sobre la cubierta con un golpe seco. Era una esfera de plata de más de cincuenta libras manchada aún en algunas de sus parles por un tinte negro que bien podía ser de bayas de jagua, el mismo que usaban los caribes para pintarse rayas en el cuerpo y en el rostro.
—¡Es de plata! —exclamó madre arrimándose e inclinándose para tocarla.
—¡Es plata! —gritó Rodrigo, mirándome con una grande sonrisa.
—¡Plata, plata! —voceaba el señor Juan a los cuatro vientos.
¡Plata! La palabra cruzó la nao de proa a popa como un rayo cruza el cielo un día de tormenta.
—¡Plata! —dejé escapar desde el fondo de mi corazón.
¡Miles de libras de plata! ¡La plata de los Curvos se hallaba en mi poder!
—No sé cómo te las arreglas —declaró un felicísimo Rodrigo, viniendo hacia mí—, mas siempre terminas encontrando un tesoro.
Yo me eché a reír muy de gana.
—¡Cierto! —exclamé, alzando la mirada de mi único ojo hacia el cielo limpio de la mañana—. Vuelvo a ser muy rica.
—Y, sin embargo —dijo muy cerca la voz de madre—, no has cumplido aún el juramento que, en el momento de su muerte, le hiciste a tu señor padre.
Bajé la mirada y hallé a una tiesa y bravía María Chacón clavada frente a mí con sus dos loros en los hombros.
—No te preocupes, madre —le dije, contenta—. Si he matado a cuatro Curvos puedo matar a cinco. Ahora voy a por Arias. Ha llegado su hora y lo sabe. Quédate tranquila pues no falta mucho para la próxima Natividad. Y no, no diré más, pues ésa ya es otra historia.
[1]
Típico refresco de los siglos XVI y XVII, hecho con agua, especias y miel
[2]
Daniel de Moucheron, aventurero y corsario zelandés, activo en el Caribe durante doce años. Muerto en Punta Araya en noviembre de 1605.
[3]
Fórmula habitual de juramento en los siglos XVI y XVII.
[4]
Medida de rapacidad equivalente a 4,6 litros.
[5]
Equivalía a dos escudos (escudo doble, de ahí el nombre de «doblón») y un escudo equivalía a 400 maravedíes.
[6]
Molusco (
Taredo Navalis
) que carcomía la parte de la madera del casco que estaba sumergida en el agua del mar (la llamada «obra viva»).
[7]
El Compás de la Laguna era la zona de prostitución en la Sevilla del Siglo de Oro.
[8]
Moneda de oro equivalente a 375 maravedíes.
[9]
Barco menor, pequeño y ligero, de dos palos de cruz, originario del Cantábrico.
[10]
Así se conocía el archipiélago portugués de las Azores, que servía de lugar de reabastecimiento tras cruzar el Atlántico en el viaje de regreso a España.
[11]
Se trata del llamado mar de los Sargazos, en pleno océano Atlántico.
[12]
El archipiélago portugués de Madeira.
[13]
La catedral de Sevilla.
[14]
El Guadalquivir, que discurre por la parte occidental de la ciudad.
[15]
Pequeño afluente del Guadalquivir, inexistente en la actualidad por desvío de su cauce hacia el río Tamarguillo, que rodeaba la muralla de Sevilla a modo de foso por la zona sur.
[16]
Ambas torres existen todavía. La de la Plata es menos conocida porque se encuentra en el interior de un aparcamiento de vehículos al aire libre.
[17]
Moneda de cobre cuyo valor era de dos maravedíes.
[18]
Moneda de vellón equivalente a la sexta parte de un maravedí. Era la moneda habitual de la gente humilde. Sancho Panza cuenta en coronados en el Quijote, llamándolos cornados.
[19]
En aquella época era común echar un poco de mercurio en las orejas de las caballerías para que corrieran más.
[20]
Moneda de plata equivalente a ocho reales (treinta y cuatro maravedíes), también conocida como «real de a ocho». Fue la moneda más importante de su época, que sirvió de patrón económico (equivalente al dólar de hoy día) y, por tanto, se aceptaba y utilizaba en todos los países.
[21]
Moneda de vellón equivalente a ocho maravedíes y medio.
[22]
Las damas, en aquella época, solían sentarse en un estrado o tarima, donde también dormían la siesta, puesto al efecto en las salas de recibir.
[23]
Cosmético que se usaba para blanquear la piel, hecho con arsénico y mercurio.
[24]
Fundada por los Reyes Católicos en 1503 para controlar el comercio con las Indias. Dirigía y fiscalizaba todo lo relativo al comercio monopolístico con el Nuevo Mundo.
[25]
El Consulado o Universidad de Mercaderes de Sevilla se fundó en 1543. Era una institución privada que tenía por objeto proteger los intereses de los mercaderes y que, con el tiempo, terminó asumiendo el control absoluto del comercio con las Indias. Gozaba de potestad en los ámbitos jurídico, financiero y mercantil.
[26]
Pedro de León, jesuita (Jerez de la Frontera, 1544 — Sevilla, 1632). Desarrolló su trabajo en la Cárcel Real de Sevilla y en los bajos fondos de la ciudad, atacando especialmente las mancebías del Compás de la Laguna.
[27]
Moneda de vellón, equivalente a medio maravedí. De aquí procede la expresión «estar sin blanca».
[28]
Una libra equivalía a 453 gramos (aproximadamente, medio kilo).
[29]
De hecho, la palabra «banquero» no existía en aquel tiempo. Las funciones de préstamos y créditos las realizaban los «compradores de oro y plata». Véase «Los mercaderes sevillanos y el destino de la plata de Indias» (Boletín de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, Sevilla, 2001), de Enriqueta Vila Villar.
[30]
Sífilis, conocida como «mal de bubas» en los siglos XVI y XVII.
[31]
Once kilos y medio.
[32]
Encargado de un garito de juego.
[33]
Véase Tierra Firme (Planeta, Barcelona, 2007), pp. 154—155.
[34]
Once kilos y medio.
[35]
Sustancia obtenida de la cocción de ciertas plantas, raíces y tallos, utilizada en la caza y en la guerra por los indígenas de América del Sur. Paraliza el sistema nervioso y, en exceso, produce la muerte por asfixia mecánica.
[36]
Capa corta con cuello.
[37]
Las flotas de Tierra Firme y Nueva España hacían una última escala en La Habana para aprovisionarse antes de emprender el largo viaje de regreso por el Atlántico.
[38]
La braza española es equivalente a 1,67 metros.
[39]
Medida de longitud. Una vara equivale a 0,838 metros.