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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (10 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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Gnut no les prestó atención, como tampoco se la prestaba a su carga, que podría haber sido una mosca posada sobre su cuello. Su superficie metálica era para Cliff un asiento tan duro como el acero, pero con la diferencia de que los músculos que había bajo ella se flexionaban con cada movimiento, tal como sucedería con un ser humano. El periodista se asombró mucho ante esa musculatura metálica.

Gnut caminó tan recto como vuela una abeja, atravesando senderos, cruzando parterres y yendo por entre las hileras de los árboles, con el joven sobre sus hombros, seguido por el rugido de millares de personas. Por encima zumbaban los helicópteros y silbaban los aviones, contándose entre ellos vehículos de la policía con sus sirenas que le destrozaban los nervios. Por delante se veían las tranquilas aguas del Tidal Basin, y en su centro la simple tumba de mármol de Klaatu, el embajador asesinado, que brillaba negra y fría a la luz de la docena de proyectores que siempre la iluminaban de noche. ¿Era aquélla una visita al muerto?

Sin un instante de duda, Gnut llegó hasta la orilla y entró en el agua. Se hundió en ella hasta las rodillas, y luego hasta la cintura, de modo que los pies de Cliff se mojaron. Y el robot prosiguió su inexorable avance a través de las oscuras aguas, en dirección a la tumba de Klaatu.

La oscura y cuadrada masa de brillante mármol se fue alzando sobre ellos a medida que se acercaban, y el cuerpo de Gnut comenzó a emerger del agua cuando fue subiendo el fondo del estanque, hasta que sus gigantes pies pisaron el primero de los escalones de la pirámide. En un momento estuvieron en la parte superior de la misma, en la estrecha plataforma en cuyo centro descansaba la simple tumba oblonga.

Desnudo bajo los brillantes reflectores, el gigantesco robot la rodeó, y luego, inclinándose, asentó los pies en tierra y dio un tremendo tirón a la tapa. El mármol se resquebrajó; la gruesa tapa se deslizó hacia un lado y se rompió con estruendo por su extremo opuesto. Gnut se puso de rodillas y miró al interior, haciendo que Cliff quedase bastante más allá del borde.

En el interior, en un contraste de sombras formado por las convergentes luces de los reflectores, yacía un ataúd de plástico transparente, de gruesas paredes y sellado para resistir el paso de los siglos, que contenía los restos mortales de Klaatu, el visitante de lo Ignoto, y la pequeña bobina de película sonora en la que estaba grabada para toda la eternidad la secuencia de sus pocos movimientos y palabras.

Cliff permaneció muy quieto, deseando haber podido ver el rostro del robot. Tampoco Gnut se movió de su posición de reverente contemplación… Allí, en la brillantemente iluminada pirámide, ante los ojos de una multitud temerosa y arremolinada, Gnut hizo las honras fúnebres a su apuesto y venerado maestro.

Entonces, de repente, todo hubo terminado. Gnut tendió la mano y tomó la pequeña caja de la grabación, se puso de pie y comenzó a bajar los escalones.

Cruzando el agua, volviendo hacia el edificio a través de senderos y campos de césped como antes, Gnut avanzó irresistible. Frente a él se dispersó la caótica masa de gente, que le seguía tan de cerca como se atrevía, pisoteándose unos a otros en su esfuerzo de no perderlo de vista. No hubo ninguna grabación televisiva de su regreso. Todas las cámaras habían sido dañadas en su camino hacia la tumba.

Mientras se aproximaba al edificio, Cliff vio que el proyectil del tanque había hecho un agujero de seis metros de ancho que iba desde el techo al suelo. La puerta aún estaba abierta, y Gnut, sin apenas una variación en el ritmo de su paso, cruzó por encima de los cascotes y fue en línea recta hacia la parte trasera de la nave. Cliff se preguntó si iba a ser liberado.

Así fue. El robot lo puso en el suelo y señaló hacia la puerta del edificio; luego, volviéndose, emitió los sonidos que abrían la nave. La rampa se deslizó hasta el suelo y subió por ella.

Y entonces Cliff llevó a cabo la acción, loca y arriesgada, que le iba a hacer famoso durante aquella generación. Cuando la rampa comenzaba a deslizarse de nuevo hacia arriba, saltó sobre ella y entró también en el vehículo. La compuerta se cerró tras él.

7

La oscuridad era total y el silencio absoluto. Cliff no se movió. Notaba que Gnut estaba cerca, justo delante de él, y así era.

Su dura mano metálica lo tomó por la cintura, lo llevó contra su costado y lo trasladó a algún lugar. De repente, unas lámparas bañaron el recinto con una luz azulada.

Dejó a Cliff en el suelo, y se quedó mirándolo. El joven ya estaba arrepentido de su alocada acción, pero el robot no parecía irritado, y su rostro era inexpresivo, a excepción de sus siempre insondables ojos. Indicó un taburete que había en un rincón de la habitación. Esta vez Cliff obedeció con rapidez y se sentó sumiso, sin atreverse, por un instante, ni a mirar a su alrededor.

Luego vio que se hallaba en un pequeño laboratorio. Las paredes estaban cubiertas de complicados aparatos de metal y plástico, que también llenaban varias pequeñas mesas. No podía reconocer ni imaginarse para qué servía ninguno de ellos. Dominando el centro de la sala había una larga mesa de metal en cuya parte superior había una gran caja, muy parecida exteriormente a un ataúd, que estaba conectada por muchos cables a un complicado aparato que había en el extremo opuesto. Encima de ella brillaba un cono de deslumbrante luz que surgí a de una lámpara de muchos tubos.

Un objeto medio cubierto, en una mesa cercana, tenía un aspecto familiar… y resultaba del todo incongruente. Desde donde él se hallaba parecía un maletín, un vulgar maletín. Se preguntó qué sería aquello.

Gnut no le prestó atención alguna; inmediatamente cortó el borde de la caja de grabación, utilizando la hoja de una gruesa herramienta. Alzó la bobina de película sonora y pasó casi media hora ajustándola sobre el aparato que se hallaba al extremo de la gran mesa. Cliff lo contempló, fascinado por la habilidad con que el robot usaba sus duros dedos de metal. Hecho aquello, Gnut trabajó largo rato en algún aparato accesorio que había en una mesa adjunta. Más tarde hizo una momentánea pausa, pensativo, tras de lo cual tiró de una larga palanca.

De la caja parecida a un ataúd surgió una voz: la voz del embajador asesinado.

—Soy Klaatu —dijo—. Y este es Gnut.

«¡Aquello era de la grabación!», pensó al instante Cliff. Eran las primeras y únicas palabras que había dicho el embajador. Pero luego, al siguiente segundo, vio que no era así. ¡Había un hombre en la caja! El hombre se agitó y se sentó, ¡y Cliff vio el rostro de Klaatu vivo!

El embajador parecía algo sorprendido, y habló con rapidez con Gnut, en un idioma desconocido…, y Gnut, por primera vez desde que Cliff lo conocía, habló en respuesta. Las sílabas del robot tenían el tono de la emoción humana, y la expresión del rostro de Klaatu pasó de la sorpresa al asombro. Hablaron durante varios minutos, y al cabo Klaatu, aparentemente fatigado, comenzó a recostarse, pero se detuvo a media acción, pues vio a Cliff. Gnut habló de nuevo, largo rato. Klaatu hizo un gesto a Cliff con la mano, y éste fue hacia él.

—Gnut me lo ha contado todo —dijo con una voz débil y suave, y a continuación miró a Cliff, en silencio, con débil y cansada sonrisa.

Cliff tenía un centenar de preguntas que hacer, pero por el momento no se atrevía a abrir la boca.

—Pero usted —logró decir al fin con mucho respeto, si bien con un estallido de excitación—, usted no es el Klaatu que esta en la tumba, ¿verdad?

Desapareció la sonrisa del hombre y agitó la cabeza negativamente.

—No. —Se volvió hacia el gigantesco Gnut y le dijo algo en su propio idioma y, ante sus palabras, las facciones metálicas del robot se estremecieron de dolor. Después, se volvió de nuevo hacia Cliff—: Me estoy muriendo —se limitó a anunciar, como si repitiese sus palabras para el terrestre. De nuevo su rostro fue iluminado por la débil y cansada sonrisa.

Cliff notaba un nudo en la garganta. Se limitó a mirarle, esperando que se aclarase la situación. Klaatu pareció leer en su mente.

—Veo que no lo comprendes —dijo— A pesar de que es distinto a nosotros, Gnut tiene grandes poderes. Cuando edificaron el pabellón y comenzaron las charlas grabadas, tuvo una maravillosa inspiración. Actuando a partir de la misma, montó este aparato durante las noches… y ahora me ha reconstruido a partir de mi voz, tal como fue grabada por tu gente. Como debes saber, cada voz tiene un sonido característico. Construyó un aparato que revertía el proceso de grabación, y de un sonido determinado reconstruyó el cuerpo característico que lo había emitido.

Cliff se quedó con la boca muy abierta. ¡Así que era aquello!

—¡Pero no tiene por qué morir! —exclamo Cliff, con ansiedad—. ¡La grabación de su voz fue tomada cuando bajaba usted de la nave, mientras se encontraba bien! ¡Debe permitirme que lo lleve a un hospital! ¡Nuestros doctores son muy hábiles!

Con un movimiento apenas perceptible, Klaatu negó con la cabeza.

—Sigues sin comprender —dijo con lentitud y con voz más débil—. Vuestra grabación tenía imperfecciones. Pequeñas pero suficientes para estropear el producto final. Según me dice, todos los productos de los anteriores experimentos de Gnut murieron a los pocos minutos… y también me ocurrirá lo mismo a mí.

Entonces, de repente, Cliff comprendió el origen de los «experimentos». Recordó que el día en que había sido abierto el pabellón, un ejecutivo del Instituto Smithsoniano había perdido un maletín con grabaciones de sonidos emitidos por diversos animales. ¡Y allí, sobre la mesa, había un maletín! ¡Y los Stillwells debían de haber sido construidos a partir de las grabaciones que estaban en el cajón de la mesa!

Pero notaba un peso en su corazón. No deseaba que aquel ser muriese. Poco a poco, se le fue ocurriendo una idea interesante. La explicó con creciente excitación.

—Dice usted que la grabación era imperfecta y, naturalmente, lo era. Pero la causa de esto fue la utilización de un aparato de grabación imperfecto. Así que si Gnut, en su reversión del proceso, hubiera utilizado exactamente los mismos aparatos con los que fue grabada su voz, entonces podrían ser estudiadas las imperfecciones, eliminadas, y así usted no tendría por qué morir.

Mientras las últimas palabras salían de sus labios, Gnut se retorció como un gato y lo agarró con fuerza. En los músculos metálicos de su rostro brillaba una excitación verdaderamente humana.

—¡Consígueme ese aparato! —ordenó en un inglés claro y perfecto. Comenzó a empujar a Cliff hacia la puerta, pero Klaatu alzó la mano.

—No hay prisa —dijo con suavidad.

Las siguientes dos horas siempre permanecieron en la memoria de Cliff como si hubieran sido un sueño. Era como si el misterioso laboratorio con aquel hombre que yacía tan pacíficamente fuese la parte verdadera y central de su vida, y aquella escena con los ruidosos hombres que hablaba un burdo y bárbaro interludio. No estaba muy lejos de la rampa. Sólo contó parte de la historia. Lo creyeron. Esperó en silencio mientras era efectuada toda la presión que las más altas jerarquías del país eran capaces de ejercer para obtener los aparatos que el robot había pedido.

Cuando llegaron, los llevó hasta el suelo del pequeño vestíbulo situado tras la compuerta. Gnut se hallaba allí, como esperándole. Llevaba en sus brazos el cadáver del segundo Klaatu. Se lo pasó con ternura a Cliff, quien lo aceptó sin decir palabra, como si hubiera sido algo establecido previamente. Aquello parecía ser la despedida.

De todas las cosas que Cliff hubiera deseado decir a Klaatu, había una que permanecía nítidamente destacada en su mente. Ahora, mientras el robot de metal verdoso permanecía encuadrado en la gran nave del mismo color, aprovechó su oportunidad.

—Gnut —dijo con ansia, manteniendo cuidadosamente asido el flácido cadáver entre sus brazos—, debes hacer una cosa por mí. Escúchame con mucha atención. Quiero que le digas a tu amo, el amo al que harás revivir, que lo que le sucedió al primer Klaatu fue un accidente que lamenta toda la Tierra. ¿Querrás hacer eso por mí?

—Eso es algo que ya sabía —le contestó con suavidad el robot.

—¿Pero me prometes decirle estas mismas palabras a tu amo… tan pronto como reviva?

—No has comprendido nada —le dijo Gnut con suavidad, y, en voz baja, dijo cuatro palabras más. Mientras Cliff las oía, se le nubló la vista y se le envaró el cuerpo.

Cuando se recuperó y volvió a enfocar la vista, vio cómo desaparecía la gran nave. De pronto, ya no estaba allí. Dio un paso o dos hacía atrás.

En sus oídos resonaban las últimas palabras de Gnut, como si fueran tremendos tañidos de campana. Nunca, nunca las revelaría, hasta que le llegase el instante de la muerte.

—No has comprendido nada —le había dicho el poderoso robot—. Yo soy el amo.

H
ARRY
B
ATES

Ficha técnica: El Amo ha Muerto

THE DAY THE EARTH STOOD STILL (ULTIMÁTUM A LA TIERRA). Twentieh Century¬Fox, 1951.

Duración: 92 minutos. Producida por Julian Blaustein; dirigida por Robert Wise; guión, Edmund H. North; director de fotografía, Leo Tover; directores artísticos, Lyle Wheeler y Addison Hehr; efectos fotográficos especiales, Fred Sersen; música, Bernard Herrmann; decorados, Thomas Little y Claude Carpenter; Montaje, William Reynolds; maquillaje, Ben Nye; dirección de vestuario, Charles LeMaire; traje de Klaatu diseñado por Perkins Lailey: diseño de vestuario, Travilla; sonido, Arthur H. Kirbach y Harry M. Leonard.

Intérpretes: Michael Rennie (Klaatu), Patricia Neal (Helen Benson), Hugla Mariowe (Tom Stevens), Sam Jaife (profesor Barnhardt), Billy Gray (Bobby Benson), Frances Bavier (señora Barley), Lock Martin (Gort), Drew Pearson (él mismo), Harry Lauter (líder de Platoon), Gabriel Heatter, H. V, Kalsenborn y Elmer Davis (periodistas).

Imágenes

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