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Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (14 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
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—¡Infiernos, no! Se las deben haber llevado todas. Pero lo único que tiene que hacer es husmear un poco en las oficinas de algún periódico. Si sabe usted leer, podrá descubrir lo que ha ocurrido.

A Frank le pareció extraño no haber pensado en ello. Luego se dio cuenta de que no había intentado pensar en nada concreto. Se sintió sorprendido también por su falta de miedo. Había pasado por la vida tomando las cosas tal como venían —tan crédulo como cualquier otro hombre—, cometiendo más errores y desatinos de los que le correspondían. Descubriéndose por primera vez en su vida totalmente solo en una ciudad abandonada, se había sentido presa de un repentino terror. Pero esto había ido pasando gradualmente, y ahora era capaz de aceptar la nueva realidad de una forma absolutamente pasiva. Se preguntó si eso mismo le ocurriría a todo el mundo. Las nuevas situaciones producían una oleada de emociones a la gente que se enfrentaba a ellas. Luego la nueva situación se convertía en normal.

Decidió que así sobrevivía la humanidad. La humanidad tomaba las cosas tal como venían. Junta la suficiente cantidad de cualquier cosa, y se convierte en normalidad.

Jim Wilson había tomado un cubo de basura y lo arrojó contra el escaparate de una tienda de electrodomésticos. El cristal se hizo añicos con un ruido que estremeció la vacía calle cada vez más oscura, y luego el silencio volvió a reinar de nuevo. Jim Wilson se metió por la abertura.

—Veré lo que puedo encontrar. Ustedes quédense aquí y vigilen por si viene algún policía.

Su risa resonó a través del roto cristal mientras desaparecía.

Minna aguardó inmóvil y silenciosa, y de algún modo le recordó a Frank un animal estúpido; una criatura irracional sin mente propia, aguardando una señal de su dueño. Extrañamente, sintió un claro resentimiento hacia aquella situación, pero no pudo encontrar razón alguna para ello, excepto la sensación de que nadie parecía tanto un esclavo como Minna.

Jim Wilson reapareció en el escaparate. Hizo una seña a Minna.

—Ven, muñeca. Tú y yo vamos a tener una pequeña conferencia. —Su exagerado guiño fue apenas perceptible en la semioscuridad, mientras Minna penetraba en la oscura boca de la tienda—. No tardaremos mucho, amigos —dijo Wilson de muy buen humor, y los dos se desvanecieron en la negrura.

Frank Brooks miró a Nora, pero el rostro de ella estaba vuelto hacia otro lado. Maldijo en voz baja para sí mismo.

—Espere un momento —dijo.

Y penetró en la tienda por la enorme abertura.

Una vez dentro le costó localizar los mostradores. El lugar era más grande de lo que parecía desde fuera. No había rastro ni de Wilson ni de Minna.

Frank encontró la sección que estaba buscando y tanteó varias linternas. Eran únicamente tubos vacíos, pero encontró una caja de pilas en la estantería acristalada junto a la pared.

—¿Quién anda ahí?

—Soy yo. He entrado a buscar algunas linternas.

—¿No puede esperar?

—Se está haciendo oscuro.

—No debería ser usted tan malditamente impaciente.

La voz de Jim Wilson era hostil y arisca. Frank se tragó su repentina irritación.

—Estaremos fuera —dijo.

Encontró a Nora aguardándole allá donde la había dejado. Metió pilas en cuatro linternas antes de que Jim Wilson y Minna reaparecieran.

El buen humor de Wilson había vuelto.

—¿Qué les parecen el Morrison o el Sherman? —dijo—. ¿O prefieren el auténtico lujo y caminar hasta el Drake?

—Me duelen los pies —dijo Minna.

La mujer hablaba tan raramente que Frank Brooks se sintió sorprendido por las palabras.

—El Morrison es el que está más cerca —dijo Jim Wilson—. Vamos allá.

Cogió a Minna del brazo y tiró de ella calle arriba. Frank y Nora les siguieron.

Nora se estremeció. Frank, sujetando su brazo, preguntó:

—¿Tienes frío?

—No. Pero todo vuelve a parecer tan… irreal. Nunca esperé ver la ciudad tan a oscuras. No puedo habituarme a ello.

Un vago y susurrante viento alzó un trozo de papel y lo hizo girar a lo largo de la calle. Se pegó al tobillo de Nora. Ésta se estremeció imperceptiblemente y lo desprendió. El viento volvió a apoderarse del trozo de papel y lo arrastró a la oscuridad.

—Querría decirle algo —murmuró.

—Adelante —dijo él.

—Antes le hablé de que estaba dormida cuando lo de la evacuación o lo que fuera. Eso no es totalmente cierto. Estaba dormida, pero fui yo quien me obligué a dormir. Intente matarme tomando pastillas para dormir. Tomé siete, pero parece que no fueron suficientes.

Frank no dijo nada mientras seguían caminando por el oscuro cañón que era la calle Madison. Nora se preguntó si habría oído.

—Intenté suicidarme —recalcó.

—¿Por qué?

—Estaba hastiada de la vida, supongo.

—¿Qué es lo que desea? ¿Simpatía?

La repentina dureza de su voz hizo que los ojos de ella lo miraran, pero su rostro seguía siendo una blanca mancha imprecisa.

—No…, no. No pretendía eso.

—El suicidio es una actitud estúpida. Puede tener usted problemas y todo eso…, todo el mundo los tiene…, pero el suicidio… ¿Por qué lo intentó?

Un alto y agudo lamento —una vibración sin palabras— atravesó la oscuridad hasta sus oídos. La impresión fue como una repentina rociada de agua helada cayendo sobre sus cuerpos. Los dedos de Nora se clavaron en el brazo de Frank, pero éste no notó las afiladas uñas.

—¿Qué demonios…? ¡Hay alguien ahí delante en la calle!

A ocho metros de distancia de donde Frank y Nora se habían inmovilizado brotó la retumbante voz de Jim Wilson.

—¿Qué infiernos es eso?

Y la impresión se disipó. El círculo blanco de la linterna de Wilson hendió la oscuridad para siluetear un movimiento en el extremo más lejano de la calle. Luego las linternas de Frank Brooks y Nora se le unieron en su exploración.

—Hay alguien ahí delante —gruño Wilson—. ¡Hey, ustedes! ¡Muéstrense! ¡Dejen de merodear por ahí!

La luz de Frank trazó un arco que silueteó claramente los edificios del otro lado de la calle y luego se debilitó a medida que avanzaba hacia el este. Había algo o alguien ahí delante, aunque oscurecido por las tinieblas. Se sintió presa de nuevo de una sensación de irrealidad.

—¿Ha visto usted algo?

La luz de Nora había caído a sus pies, como si temiera enfocarla a la oscuridad.

—Creo que sí.

Jim Wilson estaba maldiciendo.

—Había un tipo ahí delante. Se escondió en la esquina. Algún maldito estúpido jugando al gato y al ratón. Me gustaría tener una pistola.

Frank y Nora avanzaron, y los cuatro se reunieron en un solo grupo.

—Apaguen las luces —dijo Wilson—. Somos un buen blanco si el tipo ese tiene alguna arma.

Se inmovilizaron en la oscuridad. Nora aferrando apretadamente el brazo de Frank. Frank dijo:

—Es el más condenado ruido que haya oído nunca.

—¿Como una sirena?

Frank creyó que Jim Wilson hablaba esperanzadamente, como si deseara que alguien estuviera de acuerdo con él.

—Nunca había oído una sirena así. Tampoco era como un silbido. Era más bien como un lamento.

—Metámonos en ese maldito hotel y…

Las palabras de Jim Wilson fueron cortadas en seco por un nuevo y melancólico ulular. Esta vez era distinto. Sonaba desde varios lugares, pero extendiéndose arriba y abajo y debilitándose hasta morir arrastrado por el viento.

Nora estaba temblando, aferrándose a Frank sin ninguna reserva.

Jim Wilson dijo:

—Que me condene si no suena como una señal de algún tipo.

—Quizá sea un lenguaje…, una forma de comunicación.

—¿Pero quién demonios está comunicándose?

—¿Cómo quiere que lo sepa?

—Lo mejor que podemos hacer es ir a ese hotel y poner barricadas a unas cuantas puertas. Un hombre no puede luchar en la oscuridad… y sin nada contra lo que luchar.

Se apresuraron calle arriba, pero ahora todo era distinto. La ilusión de estar solos había desaparecido; la sensación de soledad no existía. A su alrededor, la ciudad fantasma había cobrado repentinamente vida. Siniestras fuerzas más aterradoras que la anterior soledad debían ser tenidas en cuenta ahora.

—Ha ocurrido algo… en los últimos minutos —susurró Nora.

Frank la atrajo más hacia sí mientras cruzaban la calle hacia la oscura y silenciosa masa que era el hotel Morrison.

—Creo que entiendo lo que quiere decir.

—Es como si no hubiera nadie por los alrededores y luego, de pronto, aparecieran todos.

—Espero que aparezcan y vuelvan a irse de nuevo.

—¿Realmente
vio
algo cuando enfocó la luz?

—No…, no puedo decir positivamente que viera nada. Pero tuve la impresión de que había formas ahí delante…, al menos una docena de ellas…, y que retrocedían ante la luz. Siempre al límite de ella.

—Tengo miedo, Frank.

—Yo también.

—¿Crees que todo puede haber sido imaginación?

—¿Esos lamentos? Quizás el primero… Sé de gente imaginando sonidos. Pero no los últimos. Y además, todos los oímos.

Jim Wilson, olvidando totalmente las sutiles emanaciones en el aire, radió satisfacción:

—No tenemos que forzar la entrada. Las puertas giratorias funcionan.

—Entonces quizá deberíamos ir con cuidado —dijo Frank—. Es posible que haya alguien más por ahí.

—Es posible. Ya lo descubriremos.

—¿Por qué tenemos miedo? —susurró Nora.

—Es natural, ¿no?

Frank fundió el rayo de su linterna con el de Jim Wilson. El blanco dedo atravesó la oscuridad del interior. Nada se movió.

—No veo por qué deberíamos tenerlo. Si hay gente ahí dentro, tiene que estar tan asustada como nosotros.

Nora estaba muy pegada a él cuando entraron.

El vestíbulo parecía desierto. Los rayos de luz de las linternas registraron los vacíos sillones y sofás. El cristal de los abandonados casilleros les devolvió sus reflejos.

—Las llaves están ahí —dijo Frank.

Saltó por encima del mostrador y comprobó los números en sus casillas.

—Será mejor que nos quedemos en los pisos bajos —dijo Jim Wilson—. Malditas las ganas que tengo de subir.

—¿Qué le parece el cuarto piso?

—Sigue siendo alto.

Frank volvió con un puñado de llaves.

—Buenas habitaciones —dijo—. Cuatro contiguas.

Subieron las escaleras en silencio. Pasaron los silenciosos comedores, salas de banquete, y cuando llegaron al cuarto piso las puertas que se alineaban en los pasillos adquirieron uniformidad.

—Ya estamos.—Frank tendió una llave a Wilson—. Es la última.

No dijo nada cuando entregó la llave a Minna.

—¡Por los clavos de Cristo! —gruñó Wilson con voz disgustada. Tomó la llave de Minna y la arrojó al suelo.

Frank y Nora se quedaron mirando mientras Wilson abría su puerta. Wilson se volvió.

—Bien, buenas noches a todos. Gritad cuando aparezca algún fantasma.

Minna le siguió sin una palabra, y la puerta se cerró.

Frank le tendió a Nora su llave.

—Cierra bien la puerta y estarás a salvo. Yo registraré la habitación primero. —Abrió la puerta y enfocó la luz de la linterna. Nora estaba detrás de él, muy cerca. Registró el cuarto de baño—. Todo está bien. Cierra la puerta y estarás a salvo.

—Frank.

—¿Sí?

—Tengo miedo de estar sola.

—¿Quieres que… ?

—Aquí hay dos camas… —Luego su voz alcanzó el borde de la histeria—. No seas tan malditamente conservador. ¡Las cosas han cambiado! ¿No te das cuenta? ¿Qué importa dónde o cómo dormimos? ¿A quién le preocupa? ¿Qué diferencia representa para el mundo si yo me desnudo delante de ti? —Un sollozo ahogó sus palabras—. ¿O acaso esto hiere tu moralidad?

Él avanzó hacia ella, se detuvo a un metro de distancia.

—No es eso. ¡Por Dios! No soy un santo. Sólo que pensé que…

—Estoy aterrada y no deseo quedarme sola. Para mí eso es lo único que importa.

Su rostro estaba contra el pecho de él, y Frank la rodeó con sus brazos. Pero las manos de ella eran puños apretados contra su pecho, y él podía sentir sus nudillos clavándose en su carne. Estaba llorando.

—Por supuesto —dijo Frank—. Me quedaré contigo. Ahora tranquilízate. Todo irá bien.

Nora sorbió sus lágrimas, sin preocuparse de acudir a su pañuelo.

—Deja de mentir. Sabes que no será así.

Frank no supo qué hacer. Las reacciones de Nora eran del todo inesperadas. Se dirigió hacia el lugar donde la linterna le había mostrado que había una cama. Se sentó en ella.

—¿Quieres que yo duerma en la otra? —preguntó.

—Por supuesto —replicó Nora con marcada amargura—. Me temo que no vas a estar muy cómodo en la misma cama conmigo.

Hubo un lapso de silencio. Frank se sacó la chaqueta, la camisa y los pantalones. Era curioso, pensó. Había gastado su dinero, había sido drogado, golpeado y robado, como resultado de un único objetivo: estar a solas en una habitación con una chica. Y una chica mucho menos atractiva que Nora. Y ahora estaba a solas en una habitación con un auténtico sueño, y su lengua estaba trabada. Aquello no tenía sentido. Se alzó de hombros. A veces la vida era una completa locura.

Oyó el roce de ropas y se preguntó cuántas prendas se estaría quitando Nora. Luego dejó caer sus pantalones al suelo, repentinamente, olvidando todo.

—¿Has oído eso?

—Sí. ¿Es…?

Frank se dirigió a la ventana, alzó la persiana. El lamento se hizo más fuerte, pero venía de lejos.

—Creo que suena por la calle Evanston.

Frank sintió un calor junto a su mejilla, y se dio cuenta de que Nora estaba a su lado, inclinada hacia adelante. La rodeó con un brazo y permanecieron allí, sin moverse, en silencio. Aunque sus oídos estaban atentos hacia el distante sonido que llegaba del norte, Frank no podía dejar de ser consciente del cálido tacto de la piel bajo su mano.

La respiración de Nora producía un cálido aliento contra su mejilla. Dijo:

—Escucha como sube y baja. Es casi como si lo utilizaran para hablar. Las inflexiones cambian.

—Creo que es eso precisamente. Viene de un montón de sitios distintos. Se interrumpe en algunos lugares y empieza en otros.

—Es tan… extraño.

—Fantasmal —dijo Frank—. Pero en cierto sentido hace que me sienta mejor.

—No entiendo cómo lo consigues.

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