Read Vinieron del espacio exterior Online

Authors: Jim Wynorski

Tags: #Ciencia ficción

Vinieron del espacio exterior (13 page)

BOOK: Vinieron del espacio exterior
2.13Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Déjeme sola. ¡Por favor!

—¿Qué le ocurre? No voy a hacerle ningún daño. ¡Pero tampoco voy a dejar que me golpee con un ladrillo!

—¿Que quiere? ¿Por qué me persigue?

—Mire… soy un tipo pacífico, pero no dejaré que se me escape. He pasado toda la tarde buscando a alguien. La encuentro a usted, y lo único que hace es echar a correr. Por eso he venido detrás.

—Yo no le he hecho nada.

—Eso es hablar tontamente. Vamos…, ¡sea sensata! Le he dicho que no voy a hacerle ningún daño.

—Déjeme levantarme.

—¿Para que vuelva a echar a correr? No de momento. Quiero hablar con usted.

—Yo… no voy a echar a correr. Estaba asustada. No sé por qué. Me esta haciendo daño.

Él se puso en pie cautelosamente y la ayudó a levantarse. Sonrió, sujetando aún las dos manos de ella.

—Lo siento. Imagino que es natural que esté usted asustada. Mi nombre es Frank Brooks. Lo único que deseo es descubrir qué demonios le ha ocurrido a esta ciudad.

Dejó que ella retirara sus manos, pero siguió bloqueando su camino de escape. Ella retrocedió un paso y se arregló las ropas.

—No sé lo que ocurrió. Yo también estaba buscando a alguien.

Él sonrió de nuevo.

—Para echar a correr.

—No sé por qué lo hice. Creo…

—¿Cuál es su nombre?

—Nora… Nora Spade.

—¿También estaba durmiendo cuando ocurrió todo?

—Sí…, sí. Estaba durmiendo, y cuando desperté ya todos se habían ido.

—Salgamos de este callejón.

La precedió hacia afuera pero aguardo a que ella se situara a su lado cuando hubo espacio suficiente para caminar juntos, y ella no intentó echar a correr de nuevo. Evidentemente aquella fase había sido superada.

—Me dieron algo en una taberna —dijo Frank Brooks—. Luego me desplumaron y me arrojaron por un agujero.

Sus ojos preguntaron. Ella captó su pregunta y dijo:

—Yo estaba… dormida en la habitación de mi hotel.

—¿La olvidaron?

—Supongo que sí.

—¿Entonces no sabe nada de lo que ocurrió?

—Nada. Pero tiene que haber sido algo terrible.

—Vayamos por aquí —dijo Frank, y avanzaron hacia la calle Madison.

Él había cogido su brazo y ella no lo retiró. Antes al contrario, se acercó más a él mientras andaban.

—Es tan extraño… —dijo ella—. Tan… vacío todo. Creo que fue eso lo que me asustó.

—Asustaría a cualquiera. Debe de haber sido una evacuación de algún tipo.

—Quizá los rusos vayan a arrojar alguna bomba.

Frank agito la cabeza.

—Eso no explicaría lo ocurrido. Quiero decir, los rusos no lo anunciarían… Además, el ejército estaría aquí. No todo el mundo se hubiera ido.

—Se ha hablado mucho de guerra bacteriológica. ¿Supone que el agua por ejemplo, ha sido envenenada?

Volvió a agitar la cabeza.

—Lo mismo que antes. Aunque hubieran evacuado a toda la gente, el ejercito estaría aquí.

—No sé. Simplemente parece que no tenga sentido.

—Ha ocurrido, así que tiene que tener sentido. Ha sido algo que ha ocurrido de pronto. No pueden haber tenido mucho más de veinticuatro horas. —Se detuvo de pronto y la miró—. ¡Tendríamos que salir de aquí!

Nora Spade sonrió por primera vez, pero sin humor.

—¿Cómo? No he visto ni un solo coche. No circula ningún autobús.

La mente de él estaba en otro lugar. Caminaron de nuevo.

—Es curioso que no haya pensado en eso antes.

—¿Pensado en qué?

—En que cualquiera que haya quedado en esta ciudad es un pichón muerto. La única razón por la que pueden haber evacuado la ciudad es para salvar a sus habitantes de una muerte segura. Eso quiere decir que la muerte está presente aquí para cualquiera que se haya quedado. Curioso. Estaba tan preocupado buscando a alguien con quien hablar que nunca pensé en eso.

—Yo si lo hice.

—¿Es por eso por lo que estaba tan asustada?

—No especialmente. No tengo miedo a morir. Era otra cosa lo que me asustaba. La soledad, supongo.

—Será mejor que vayamos hacia el este…, fuera de la ciudad. Quizá encontraremos algún coche o algo así.

—No creo que encontremos ningún coche.

Él la hizo detenerse y la miró directamente al rostro.

—Ya no tiene miedo, ¿verdad?

Ella se lo pensó un momento.

—No. Supongo que no. No de morir, al menos. Morir es algo normal. Pero tenía miedo de las calles vacías…, de que no hubiera nadie a mi alrededor. Era algo extraño.

—¿Y ahora no es extraño?

—No…, no tanto.

—Me pregunto cuánto tiempo tendremos.

Nora se alzó de hombros.

—No lo sé, pero tengo hambre.

—Podemos arreglar eso. Hace poco entré en un restaurante y me preparé un bocadillo. Creo que todavía debe de haber comida por ahí. No pueden habérsela llevado toda consigo.

Estaban en la calle Madison, y giraron al este por el lado sur de la calle. Nora dijo:

—Me pregunto si habrá más personas por ahí…, como nosotros.

—Debe de haber más. No muchas, pero alguien habrá quedado. Tuvieron que evacuar a cuatro millones de personas en una sola noche. Es lógico que alguien se quedara olvidado. ¿Ha intentado usted vaciar alguna vez un paquete de azúcar? ¿Vaciarlo realmente? Es imposible. Siempre quedan algunos granos pegados al papel.

Minutos más tarde la sabiduría de su observación quedó probada cuando llegaron a un restaurante con la ventana delantera rota, y vieron a un hombre y a una mujer sentados ante una de las mesas.

El hombre era corpulento, con rizado pelo negro y una boca ligeramente abierta mostrando una hilera de dientes increíblemente blancos. Agitó un brazo y gritó:

—¡Vengan! ¡Vengan, por todos los diablos, y siéntense!! Tenemos cerveza y rosbif, y la cerveza aún está fría. Vengan y conozcan a Minna.

Aquello era diferente, pensó Nora. No fantasmagórico. No extraño como ver a un hombre de pie en medio de una calle desierta. Aquello parecía normal, natural, y ni siquiera la rota ventana desdecía mucho de la naturalidad de la situación.

Entraron. Había más sillas junto a la mesa y se sentaron. El hombre corpulento no se levantó. Hizo un gesto con la mano hacia su compañera y dijo:

—Esta es Minna. ¿No es estupenda? La encontré sentada en un bar vacío, mortalmente asustada. Llegamos a un entendimiento y me la traje conmigo. —Sonrió a la mujer y le guiñó un ojo—. Llegamos a un auténtico entendimiento, ¿no es así, Minna?

Minna era una mujer completamente incolora de quizá treinta y cinco años. Su piel era lisa y pálida, y no llevaba maquillaje de ninguna clase. Su pelo estaba peinado tenso hacia atrás y atado en un moño. El pelo no tenía ningún color definido. Era algo entre un marrón claro y un rubio.

Sonrió un poco tristemente, pero la sonrisa no cubrió su cansada y opaca mirada. Parecía más un gesto de obediencia que cualquier otra cosa.

—Sí. Llegamos a un entendimiento.

—Me llamo Jim Wilson —retumbó el corpulento hombre—. Estaba en la comisaria de la avenida Chicago por zurrarle a un tipo en una partida de cartas. Intentaron encerrarme, pero me escabullí. —Guiñó de nuevo un ojo—. Les di por el morro. Luego encontré a Minna. —Parecía saborear tremendamente sus palabras.

Frank inició las presentaciones, pero Nora Spade lo interrumpió:

—Quizás ustedes sepan lo que ha ocurrido —murmuró.

Wilson negó con la cabeza.

—Estaba en la comisaria, y ellos no dijeron nada. Simplemente empezaron a evacuar a todo el mundo. Oí algo… acerca de una invasión o algo así. Nadie lo sabía seguro. Tomen algo de cerveza y carne.

Nora se volvió hacia la inmóvil Minna.

—¿Oyó usted algo?

—No —dijo Wilson con una especie de afectuoso desdén—. Ella no sabe nada de eso. Vivía en alguna buhardilla y estaba en cama con la garganta mala. Tomó algunas píldoras o algo así, y cuando despertó todo el mundo se había ido.

—Fui a trabajar y… —empezó a hablar Minna pero Wilson la interrumpió:

—Se dedicaba a limpiar en algunos locales de la avenida Chicago para ganarse la vida, y así fue que la encontré sentada en esa taberna. Era el día de cobro, ¡y Minna estaba aguardando a que le dieran su dinero! —Estalló en una risotada y palmeó la mesa con una enorme mano—. ¿Qué les parece eso? ¡Esperando su paga en un momento como éste!

Frank Brooks depositó en la mesa su botella de cerveza. La cerveza estaba fría y sabía bien.

—¿Han encontrado ustedes a alguien más? Tiene que haber más gente por ahí.

—No. No he encontrado a nadie excepto a Minna. —Volvió de nuevo su mirada hacia la mujer, luego se puso en pie—. Vámonos, Minna. Tú y yo tenemos que celebrar una pequeña conferencia. Tenemos cosas de las que hablar.

Sonriendo, se dirigió hacia la parte de atrás del restaurante. Minna se levantó, mucho más lentamente. Lo siguió detrás del mostrador y a las habitaciones de atrás.

A solas con Nora, Frank dijo:

—No está comiendo. ¿Quiere que mire si hay alguna otra cosa?

—No…, no tengo mucha hambre. Sólo me estaba preguntando lo que va a ocurrir. Cuando está a punto de ocurrir algo… Ya sabe a qué me refiero…

—Más bien me gustaría saber
qué
es lo que va a ocurrir. Odio los rompecabezas. Es un infierno saber que algo puede matarte y no saber qué.

—No nos estamos comportando muy consecuentemente, ¿no cree?

—¿Qué quiere decir?

—Al menos deberíamos actuar de una forma normal.

—No la entiendo.

Nora frunció el ceño, ligeramente irritada.

—La gente normal estaría intentando ponerse a salvo. No estaría sentada en un restaurante bebiendo cerveza. Deberíamos intentar escapar, aunque esto signifique echar a andar. La gente normal intentaría salir de la ciudad.

Frank miró por unos instantes su botella.

—Deberíamos estar terriblemente asustados, ¿no?

—No estoy segura. Quizá no. Sé que no estoy luchando contra nada que haya dentro de mí…, contra el miedo, quiero decir. Simplemente parece que no importa lo que pueda ocurrir.

—A mí si me importa —respondió Frank—. Me importa. No quiero morir. Pero estamos enfrentados a una situación en la que cualquier decisión que tomemos es como una apuesta. Puede que estemos muertos antes de que yo termine esta botella de cerveza. Si eso es cierto, ¿por qué no quedarnos sentados aquí y ponernos cómodos? O quizá tengamos el tiempo suficiente como para caminar lo bastante lejos del radio de acción de lo que sea que ha echado de aquí a todo el mundo.

—¿Qué es lo que cree que debemos hacer?

—No creo que tengamos tiempo de salir de la ciudad. La evacuaron demasiado rápidamente. Necesitaríamos al menos cuatro o cinco horas para salir de ella. Si dispusiéramos de tanto tiempo el ejército, o quienquiera que sea, estaría aún por los alrededores.

—Quizás ellos tampoco sepan cuándo va a ocurrir.

Él hizo un gesto de impaciencia.

—¿Qué diferencia representa eso? Nos hallamos en una situación que nosotros no hemos buscado. El azar fue lo que nos metió en ella.

Nora iba a responder, pero en aquel momento Jim Wilson apareció dando grandes zancadas. Lucía su amplia sonrisa, y llevaba entre las manos otra media docena de botellas de cerveza.

—Minna saldrá en un momento —dijo—. Las mujeres son más lentas que el infierno.

Se dejó caer en una silla y abrió una botella de cerveza. Alzó la botella y miró a su través, suspirando placenteramente—. ¡Huau! ¡Nunca le había encontrado tanto gusto!

Agitó la botella en un saludo y bebió.

El sol se estaba hundiendo en el oeste entonces, y cuando Minna reapareció pareció materializarse entre las sombras, tan suavemente se movía. Jim Wilson abrió otra botella y la puso ante ella.

—Toma…, echa un trago, muchacha.

Obedientemente, ella tomó la botella y bebió.

—¿Que piensan hacer? —preguntó Frank.

—Pronto estará oscuro —dijo Wilson—. Deberíamos salir y agenciarnos algunas linternas. Apuesto a que las centrales eléctricas no funcionan. Probablemente tampoco encontremos ninguna linterna.

—¿Piensan quedarse?—preguntó Nora—. ¿Aquí en la ciudad?

Pareció sorprendido.

—¿Por qué no? El que piense en andar todo ese trecho para salir de aquí es un estúpido. Aquí dispone de todo lo que desee para comer y beber. Ni un maldito policía por los alrededores. Una vida de rey. ¿Por qué irse?

—¿No teme lo que pueda ocurrir?

—Me importa un pimiento lo que pueda ocurrir. ¡Infiernos! Siempre ocurren cosas.

—Si evacuaron la ciudad fue por algo —dijo Frank.

—¿Quiere decir que todos podemos resultar muertos? —Jim Wilson se echó a reír—. Seguro que podemos. Pudimos resultar muertos la semana pasada. Podemos ser atropellados por un camión cada vez que cruzamos la calle. —Vació su botella, la arrojó certeramente contra un espejo detrás de la caja registradora. El ruido de cristales rotos fue estruendoso—. El problema con ustedes, amigos, es que se preocupan por todo — dijo con una sonrisa expansiva—. Vamos a buscar algunas linternas para poder encontrar nuestro camino a la cama en uno de esos hermosos hoteles.

Se puso en pie y Minna lo imitó, un poco cansada, un poco aprensiva, pero enteramente sometida. Jim Wilson dijo:

—Vamos, muchacha. Te aseguro que no quiero
perderte
. —Sondeó a los otros—. ¿Venís, chicos?

Los ojos de Frank se cruzaron con los de Nora. Se alzó de hombros.

—¿Por qué no? —dijo—. A menos —dirigiéndose a Nora— que desee echar a andar.

—Estoy demasiado cansada —dijo Nora.

Mientras salían por la destrozada ventana, tanto Nora como Frank esperaron a medias ver otras formas moviéndose arriba y abajo por la calle Madison. Pero no había nadie. Sólo la irreal desolación de la solitaria calzada y los edificios de oscuras ventanas.

—La mayor ciudad fantasma de la Tierra —murmuró Frank.

La mano de Nora se deslizó en la de él. Frank la apretó, y ninguno de los dos pareció ser consciente del contacto.

—Me pregunto si ésta no será tan sólo una de ellas —dijo Nora—. Quizá todas las demás grandes ciudades hayan sido evacuadas también.

Jim Wilson y Minna caminaban delante de ellos. El hombre se volvió.

—Si ustedes dos no pueden dormir sin descubrir lo que ha ocurrido, van a tener mucho trabajo.

—¿Cree que podemos encontrar alguna radio a pilas en alguna tienda? —preguntó Frank.

BOOK: Vinieron del espacio exterior
2.13Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Tammy and Ringo by N.C. Reed
Country Plot by Cynthia Harrod-Eagles
Buried Secrets by Joseph Finder
Until You by Bertrice Small
Totally Spellbound by Kristine Grayson