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Authors: Mario Benedetti

Tags: #Drama, Poesía

Vivir adrede

BOOK: Vivir adrede
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«Todo es adrede, todo hace trizas el alma.» ¿Nos traicionan nuestras propias huellas? ¿Qué diferencia hay entre un suicida inevitable y uno vocacional? A través de planteamientos como éstos, Vivir adrede reflexiona sobre la vida. La vida de los que aman y los que matan; de los que creen en Dios o le dicen «adiós»; de los que abrazan y de los que oprimen; del condenado a muerte y de aquellos cuya existencia es la condena. Y lo hace con la profundidad que sólo pueden lograr las palabras más sencillas.

Vivir adrede
es un gran descubrimiento para los lectores de Benedetti y para aquellos que quieran conocer la obra del gran autor uruguayo. Una lectura que cautiva, entretiene y sorprende palabra a palabra.

Mario Benedetti

Vivir adrede

ePUB v1.0

Narukei
28.06.12

Título original:
Vivir adrede

Mario Benedetti, 2007

Diseño/retoque portada: Jesús Acevedo, Enric Satué

Editor original: Narukei v1.0

ePub base v2.0

 

A mi hermano Raúl

y a Mercedes, ahijada de Luz,

que me dieron entrañable sostén

en días muy dolorosos.

 

Vivir
1. Color del mundo

Millones y millones. En todas las monedas. Eso es lo que nos cuesta averiguar si hay seres vivientes (Adanes y Evas, serpientes o gorilas, árboles o praderas) en planetas de roca o quién sabe de qué, en tanto que en este planetito con vida miles de niños mueren de hambre civilizada.

Los sentimientos se deslizan, a veces se refugian en guaridas de amor, pero cuando emergen al aire preso o libre, dan el color del mundo, no del universo inalcanzable sino del mundo chico, el contorno privado en que nos revolvemos. Gracias a ellos, a los sentimientos, tomamos conciencia de que no somos otros, sino nosotros mismos. Los sentimientos nos otorgan nombre, y con ese nombre somos lo que somos.

2. El miedo

No se juega con el miedo porque el miedo puede ser un arma de defensa propia, una forma inocente o culpable de coraje. El miedo nos abre los ojos y nos cierra los puños y nos mete en el riesgo desaprensivamente. Andamos por el mundo con el miedo a cuestas como si fuera un pudor obligatorio o en su defecto una variante del fracaso. Tal vez sea el mandamiento o quizás el manda- miedos de alguna desconocida ley, de un dios cualquiera. Por las dudas, una buena fórmula contra el miedo puede ser la que dejó escrita el bueno de Pessoa: «Espera lo mejor y prepárate para lo peor».

3. Escépticos y optimistas

Los escépticos y los optimistas se miran siempre de reojo.

Son desconfiados de nacimiento.

Los escépticos se burlan de los demás y de sí mismos. Se aburren de creer y no echan de menos las ausencias.

Los optimistas vencen al tedio y a la fiebre. Aprenden del ayer y no lo borran. Conocen y reconocen que vendrá algo mejor y desde ya preparan la bienvenida.

Los escépticos van y vienen sin nada. Y lo que es peor, sin nadie. Abrazan al pesimismo como único consuelo. Inventan una tristeza sin lágrimas, dura como una mueca.

Los optimistas se entienden con el río y con el cielo que lleva en su corriente. Saben que allí navega la tutela más leal, más respetable, y asumen el alma como agua.

Los escépticos son apenas mendigos, y el tiempo que transcurre les deja su limosna. No logran escapar del viejo laberinto y reciben mensajes que son indescifrables.

Los optimistas en cambio guardan a menudo algo de gloria, que no es siempre la de hoy ni la de antes. Hacen un nudo con las certidumbres y llenan su bolsillo de poesía.

4. Vaivenes

Cada existencia tiene sus vaivenes, que es como decir sus pormenores. El tiempo es como el viento, empuja y genera cambios. De pronto nos sentimos prisioneros de una circunstancia que no buscamos sino que nos buscó. Y para liberarnos de esa gayola es imprescindible pensar y sentir hacia adentro, con una suerte de taladro llamado meditación. De pormenor en pormenor vamos descubriendo el exterior y la intimidad, digamos el milímetro de universo que nos tocó en suerte. Y sólo entonces, cuando encontramos al muchacho o al vejestorio que lleva nuestro nombre, sólo entonces los pormenores suelen convertirse en pormayores.

5. Artilugios

Hay un modo mecánico de entender la vida, un estilo sin escándalos ni hurras, sin el desabrigo de las tinieblas ni el acompañamiento de las melodías. No sirve ser vagabundo, ni gozar con las primicias de la soledad, tal vez porque el cuerpo se vuelve un artefacto y no importan vergüenzas ni utopías. Cada jornada reclama su accesorio, cada crepúsculo es un artilugio, cada relámpago una chispa suelta. En el modo mecánico de entender la vida, hay que adquirir una garlopa sin perdón, una sierra de angustia, un buril de rabieta. Ah, pero cuidado con desanimarnos si algún tonto nos dice que nos falta un tornillo.

6. Digitales

Llevamos nuestro nombre en la cédula de identidad y otros documentos, pero es bien sabido que todos pueden ser falsificados. La verdad es que el nombre verdadero, insustituible, único, lo llevamos en los dedos, en particular en los pulgares. Cuando cometemos un presunto delito o queremos huir del poder omnímodo o dictatorial, nuestras huellas digitales son las que nos traicionan, las que permiten que nos identifiquen, las que nos llevan al encierro y a veces a la tortura. ¡Cómo quisiéramos tomarles las huellas a los que manejan la picana o nos revientan los huevos! La toma de las huellas (las dactilares, no las de las pisadas) debería ser una clave de ida y vuelta, no sólo un intercambio para la injusticia sino también una fluctuación de la justicia. La historia misma se llenó de esas huellas reveladoras, pero sólo sirvieron hasta que los dedos se volvieron huesos. En las exequias y otros lutos, los muertos se mueren otra vez pero de risa, sólo porque comparan los huesos con los huesos, y con humor proclaman que son todos iguales. Es el socialismo de los esqueletos.

7. Fotografías

Las fotografías del antaño lejano y del antaño cercano nos miran y no se cansan de mirarnos, siempre con la misma pregunta: «¿Y qué pasó después?». A veces les respondemos pero la respuesta no les llega. Están aislados, inmóviles, sordos los pobres. Hay fotos que nos dejan amor, afectos, lealtades, simpatía, y no las podemos olvidar. Otras que nos dejan odios, enconos, fobias, desdenes; tampoco las podemos olvidar. A las primeras las encuadramos; a las segundas, las archivamos con otros desperdicios.

Hay poses de familia que son una síntesis de tiempo, pero también hay instantáneas que son apenas el pellizco de un pasado minúsculo. También nosotros, móviles y vivientes, vamos de a poco metiéndonos en fotos, y en ellas (por ahora) nos miramos a nosotros mismos. Pero los habitantes del 2008 o el 2009 mirarán nuestros rostros fotografiados y desde ellos les preguntaremos: «¿Qué pasó después?». Qué cosa, ¿no?

8. Utopías

Lo imposible es una burla de los dioses. Fue por eso que éstos desaparecieron. No fueron capaces de nadar en ese río, nadar en la nada. Todos venimos al mundo con la obsesión de un imposible. Y cuando tomamos conciencia de que el imposible es eso: un imposible, ya es tarde para refugiarnos en la sensatez.

Todos queremos lo que no se puede, somos fanáticos de lo prohibido. Algunos lo llaman utopía, pero la utopía es más seductora. No tiene puertas cerradas como lo imposible. No nos desprecia como lo prohibido. La utopía tiene la gracia de los mitos, la maravilla de las quimeras. Si tenemos ánimo, paciencia y un poco de ilusión, podemos navegar en la barcaza de la utopía, pero no en el acorazado de lo imposible.

Lo prohibido es un desafío que casi siempre nos derrota. La única posibilidad de vencerlo es llevarle la contra a los pontífices, que siempre han sido los jefes de lo prohibido. También lo son los dictadores, pero los pontífices al menos no torturan.

A veces lo imposible lo llevamos en el ánimo, y éste no es capaz de dar el salto sobre lo prohibido. Y si como excepción alguien se anima a dar el salto, se encontrará con que lo prohibido es un abismo. Y entonces chau

9. Sobre sencillez

La sencillez es una de las virtudes más complicadas de este viejo mundo. Cuando uno es sencillo (en su habla, en sus actos, incluso en su poesía) corre el incómodo riesgo de ser tomado por tonto, por babieca. Hay críticos, por ejemplo, que son propensos a elogiar solamente a aquellos poetas misteriosos, cuyas obras son comprendidas por muy pocos. Esos mismos críticos tampoco los entienden, claro, pero tienen cierta habilidad para cabalgar por fuera del misterio, haciendo de su ignorancia una forma inédita de discreción.

Si uno lee a Baldomero Fernández Moreno o a Antonio Machado, y capta la sabiduría de su sencillez, quisiera salir a abrazarlos, como si aún estuvieran ahí, con su pluma en ristre. Cómo enseñan, cómo abren sin prejuicios las puertas de su vida y nos regalan las llaves para que abramos la nuestra.

Todo mandante, ya sea el mandamás como el mandamenos, se afana (sobre todo cuando afana) en no ser sencillo. La dificultad es su muro de contención, su bastión, su blindaje. En la sencillez, los hombres y mujeres se amparan, se comprenden, se alivian. En la complejidad, en cambio, se ven con desconfianza y con rencores. Cómo no tener en cuenta que la muerte es la cumbre de la sencillez

10. Pérdidas

El pasado es una colección de silencios, pero hay partículas calladas, irrecuperables provincias de mutismo, albas y crepúsculos que quedaron ocultos, más allá de ese horizonte tan poco hospitalario; tallos que nunca más se expandirán en rosas, oscuras golondrinas que se aclararán en uno que otro vuelo.

Lo perdido tuvo color pero ahora es incoloro. Los latidos del gastado corazón invaden nuestra noche, pero el insomnio actual tiene otra partitura. Lo perdido es también un par o dos de labios que probaron el sabor de los míos, y que ahora tan sólo puedo besar en mi memoria.

Lo perdido es la luna redonda que yo hacía ovalada en mi retina y el firmamento con estrellas que ahora es apenas un cielo raso azul.

Todo se va borrando, todo pasa a ser sombra y vacío. Y el obligado acabose no nos ayuda a hallarlo.

11. Antorchas

Los años corren, simulan que se detienen y vuelven a correr, pero siempre hay alguien que en medio de la oscura perspectiva alza una antorcha que nos obliga a ver el lado íntimo de las horas. Esa tea reveladora sabe apreciar la belleza de lo feo, el pudor de lo impúdico, la ausencia de algún dios, el edén de los lagos.

La antorcha puede ser una idea, pero también una primicia. Una palabra, pero también una tregua, una quietud. Su llama nos llama sin poner condiciones. Con ella nos acercamos a los árboles desnudos, iluminamos a los pelícanos acuáticos, con su lomo bermejo y sus patas palmeadas, y también a las palomas mensajeras, que hacen un alto en lo más alto de las abadías.

La antorcha alumbra sin remordimientos, porque es pura, está sola y es la disculpa del invierno. También es el estupor de los niños: los fascina y persuade más que la chispa eléctrica. Todos tenemos una antorcha propia, y cada una es distinta de las otras. Con ella se puede llegar al río, aun después del crepúsculo.

La antorcha sólo tiene un enemigo, y es la lluvia del cielo.

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