Vivir adrede (9 page)

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Authors: Mario Benedetti

Tags: #Drama, Poesía

BOOK: Vivir adrede
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Los viajes en barco marean tanto o más que los brebajes en tierra, pero barco + trago, así juntitos, son el abracadabra de los mares.

Confieso que hasta hace poco yo ignoraba todos estos menjunjes. Curiosamente, me los contó un abstemio.

20. Manos

Las manos sirven para tocar, para rezar, para estrujar y acariciar, para excitar y acogotar, para encender y para apagar. Hay quienes leen las manos (advierto que en ese tipo de lectura soy analfabeto) para anunciar el futuro. Las manos tienen un índice que señala y un meñique especialista en escarbar las orejas; falangetas y huesos meta- carpianos, dedo anular para los anillos y puños para noquear o tirar la toalla.

Las manos tienen uñas para arañar y dedos para el piano, el violín, el arpa y la guitarra. Las manos son especialistas en el prólogo erótico; en los aledaños del ombligo y las masculinas en particular en los pezones. También en los epílogos sexuales para lo cual pueden elegir las zonas más propensas.

Hay manos para todo y manos para nada. Para el gatillo y para el sable. Hay algunas que provocan dolor: digamos las del dentista y las del cirujano. Pero está la mano santa de los curanderos, y los infelices a los que sorprenden con las manos en la masa.

Para los delincuentes las manos pueden ser sus cómplices, pero también su perdición; por algo incluyen las implacables huellas digitales.

Querido lector: cuando a usted le ordenen ¡manos arriba! no sea perezoso, levántelas sin tardanza. Sólo después pregunte para qué.

21. Ascensor

La muchacha y el hombre ingresaron en el ascensor en la Planta Baja. Ella marcó el 5o piso y él marcó el 7o. Pero de pronto sobrevino un apagón y el ascensor se detuvo, naturalmente a oscuras, entre el 2o y el 3o. Él dijo: «Caramba», y ella: «Qué miedo».

Permanecieron un rato en aquel lóbrego silencio, pero al fin el hombre dijo: «Al menos podríamos presentarnos. Mi nombre es Juan Eduardo». Y ella: «Soy Lucía».

Él decidió mover de a poco el brazo izquierdo, y así, a tientas, llegó a tocar algo que le pareció un hombro de la chica. Allí se quedó, esperanzado. Ella levantó Una mano y la posó sobre aquel brazo intruso. «Tenés un lindo hombro —dijo él—, parece el de una estatua». Ella apenas balbuceó: «Tu mano me gusta, al menos es cálida».

Entonces, ya mejor orientado, el brazo masculino bajó hasta la cintura femenina. Ella tembló un poco, pero acabó consintiendo. En realidad, no tuvo tiempo de preguntar nada, porque él le cerró la boca con su boca. Lucía, un poco asombrada, sintió que aquel beso le gustaba y respondió con otro, éste de su cosecha.

Así se quedaron un buen rato en aquella tenebrosa intimidad. Él preguntó: «¿Sos soltera?». «Sí, ¿y vos?» «Viudo.» Inauguraron un abrazo inédito, y así permanecieron, disfrutando.

De pronto se acabó el apagón, pero el ascensor todavía quedó inmóvil. Ambos, ya con luz, se estudiaron los rostros y sobre todo las miradas. Hubo un mutuo visto bueno.

Él dijo: «No estuvo mal, ¿verdad?». Y ella: «Estuvo lindo». Él: «Me parece que el ascensor va a empezar a moverse. En Planta Baja marcaste el 5o. ¿Vas allí?». Y ella: «No, ahora voy al 7o».

Al final el ascensor arrancó y los llevó como lo haría un padrino.

22. Globalización

De un tiempo a esta parte, nuestro enemigo no tiene enemigos, y en consecuencia todo lo ve global, todo absoluto. Sus neuronas son espingardas; sus pensamientos son arcabuces; su corazón, unidad blindada.

Para sus malditos creadores la globalización significa la captura
ad infinitum
del poder omnímodo. Pero es también el sistema adicional de acabar con la humanidad. Tal vez sus gestores no advirtieron que la humanidad no sólo incluye a los seres comunes, a los intelectuales y a los menesterosos, sino también a los dueños del poder, a los fabricantes de misiles y a los empresarios de la muerte.

La globalización desprecia a todo lo no global, desde el desmesurado universo hasta el grillo minúsculo y sonoro. Es la agonía sin fin de la esperanza, el futuro inundado de malogros, el desperdicio de la soledad.

La globalización es un volcán sin nombre y su lava hirviente y derramada acaba con las faunas y las floras.

23. La tristeza

Melancolía más, melancolía menos, la tristeza puede ser un dolor invisible. Por lo general suspende toda esperanza y se instala en el alma con su colección de ausencias repentinas.

La tristeza no arrima soluciones, tampoco las acerca la alegría, pero la tristeza deja siempre más huellas. Lo más penoso es cuando uno ve la propia desdicha reflejada en los ojos del ser amado.

Melancolía más, melancolía menos, la tristeza se alimenta de los años, pero el pasado la confirma, la apuntala. £1 futuro en cambio la elabora, se apronta para recibirla y hacerla inolvidable.

Decirle adiós al buen amigo es una ruptura que lastima, pero decirle adiós al enemigo es todo un festival.

Los cómicos son especialistas en ocultar su tristeza. Los filósofos, en cambio, no pueden ocultarla, ya que es su razón de ser y de pensar. La historia no registra filósofos alegres, salvo los hipócritas, que también los hay en ese refinado gremio.

La sinceridad de la tristeza suele nutrirse del amor; la sinceridad del amor suele nutrirse de la alegría.

Hay osados investigadores que rescatan qué cuando el hoy casi desconocido cosmólogo Belisario Orbigny estaba llegando a su fin, por primera vez sonrió y dijo entre balbuceos: «¡Viva la tristeza!».

24. Los pies

Siempre me atrajeron los pies del universo, quiero decir los pies desnudos que lo pisotean. Desde aquellos de imberbes que pisan como gotas hasta los purohueso de lastimoso ritmo.

No importan los motores y las ruedas: el mundo avanza a pasos, huella a huella. Con pasos del pasado se construyó la historia. Con pasos del exilio se formó la nostalgia.

Los pies más seductores son los de las muchachas, que caminan caminan hasta el mar del amor y entonces se humedecen con olas de ternura.

Los pies son racimos de pasos; las uñas de su pena van arañando el suelo, diciendo puede ser, luchando con el viento. Lo saben todo o casi, porque vienen de lejos y sus plantas moradas llegan verdes de plantas. Descansan en la sombra, se queman bajo el sol. Su fatiga no sabe si aguantarse o cambiar.

A tus pies, dijo el fiel ante el altar vacío. Hay pies que son arpones y otros pies que son alas.

Si los pies conocieran hasta dónde, hasta cuándo, tal vez transformarían la vieja pesadilla en una piesadilla.

25. Paisito

Cuando hablo de mi patria yo prefiero decir paisito. Decir, pensar y sentir. En la inmensidad del universo, la tierra donde nacimos es una menudencia, la expresión cifrada de lo pequeño, algo que se cuela en la geografía, y apenas hace buches con el mar.

En su poquito de presencia terrestre cabe pese a todo la sonrisa, abandonada entre los árboles y vigilada por la Vía Láctea.

Aquí se es feliz sin escándalo y desgraciado sin apuro. El paisito es un bocadillo entre dos gigantes. Nosotros, a lo sumo, somos la primaverita de lo hispano, una comarca casi adolescente. Los pájaros nos atraviesan en un soplo y se van a contar nuestra pequeñez en otros nidos. A veces nos creemos grandes porque tuvimos un Maracaná, pero ahora, de nuevo minúsculos, luchamos por salir de abajo. Pero no hay que quejarse. Parimos a Artigas y tal vez a Gardel, y no es poca cosa. Ni uno ni otro descenderán nunca a segunda división. Y como no nos atrevemos a gritar Hurra, digamos Hurrita.

26. Adiós

Durante los pocos o los muchos años de nuestra vida, nos vamos despidiendo de cosas y de nombres.

Por ejemplo: Adiós a la inocencia, como le ocurre al niño. Adiós al pudor, cavila el ex (o la ex) virgen.

Adiós a las apuestas, o sea chau martingala.

Adiós al hambre con un buen asado.

Adiós a las armas, escribió Hemingway.

Adiós a octubre, declaró noviembre.

Adiós a la palabra, pensó el mudo.

Adiós a los anillos, resolvió el manco.

Adiós a las aduanas, dijo el contrabandista. Adiós a los sueños, cuando canta el gallo.

Adiós a la anestesia, cuando vuelve el dolor. Adiós al viento, saluda la veleta.

Adiós a las amantes, dijo el recién casado.

Adiós a los profetas, si metieron la pata.

Adiós al silencio, cuando arranca la bulla.

Adiós al pobre emporio, cuando llega el imperio. Adiós a la memoria, cuando gana el olvido.

También adiós a Dios, como reza el ateo.

27. Mercado

Señores y señoras aprovechen nuestras ofertas: cosas nuevas y usadas, frescas y podridas, todo al mejor precio.

Aquí se venden frutas y verduras, pollos deshuesados, promesas incumplidas, lágrimas congeladas, espejos convexos, pisos flotantes, sonetos sin rima, dólares falsos, variedades de pánico, catálogos de olvidos, ropas informales, discursos inconclusos, membranas asfálticas, faltas de ortografía, plagas de langostas, dogmas encuadernados, plagios no denunciados, costillas de cerdo, llaves en almíbar, camisones usados, primus sin boquilla, saliva de cantantes, cepillos de colmillos, lujuria educativa, simulacros de incendio, celular estreñido, odas en joda, lentillas de contacto y tetillas sin tacto, motos descangayadas, refranes inventados, florilegios sin flores, astracanada inédita, mendigos campanudos, zapatos sin taco, pastillas para abortos, despertadores estridentes, novelas aburridas, guitarras sin cuerdas, borradores de pésames, guía de cementerios, antología de erratas, versos en esperanto.

¡Atrévanse, amigos! Por algo este mercado se llama La Pichincha.

28. Limosnas

Todos los seres humanos alguna vez han pedido limosna. En el amor, sin ir más lejos. Pero ya la habían pedido en la infancia, hasta que el abuelo les regalaba una sonrisa.

En las calles céntricas de las grandes ciudades siempre hay mujeres que piden limosna con un nene en sus brazos. La gente se conmueve y suelta unas monedas, pero lo más corriente es que el niño sea alquilado.

También los Imperios (ahora sólo queda uno) dan limosnas: en armas a sus aliados, y en desprecio a sus países esclavos.

Hasta las iglesias suelen sobrevivir gracias a las limosnas, no tanto de los humildes diezmos de la feligresía, sino especialmente de las millonarias donaciones de las grandes empresas y de los gobiernos que cuentan (y descuentan) con la gracia divina.

Recordemos que limosna en inglés es alms, en alemán almosen, en francés aurnóne. Todo parece girar alrededor del alma, ¿no? Y no está mal. En el amor, por ejemplo, las limosnas que dan los que aman de veras son pedacitos de alma, y el corazón limosnero las va coleccionando como un apasionado numismático.

Hace algún tiempo, si uno transitaba por una zona de mendicidad, era corriente oír el ruego: «Una limosnita, por amor de Dios», Pero dentro de poco, si hay alguien que se atreva a transitar por la zona de la especulación y el monopolio, será más probable que escuche otro tipo de ruego: «Una limosnita, por amor del Diablo».

29. Los dioses

Aquí y allá aparecen, nunca en el Más Allá. A veces cabalgan en uno de los palotes de la Cruz del Sur, bien cómodos porque carecen de testículos. Los dioses tienen fama de fantasmas, pero son meras alucinaciones. Siempre parecen estar presentes en el arranque de las guerras y en las cuentas millonarias de los bancos. Por algo reza el sabio refrán: «Dios y tu dinero son los amigos verdaderos».

Dios es invocado por los indígenas, los campesinos, los indigentes y en general por los desdichados, pero nunca acude a la cita. Los poderosos no necesitan invocarlo para someter y matar en nombre de Dios. No cabe duda: el Dios del Más Acá es ateo. Por si acaso los ateos terrestres lo han borrado de su agenda.

Hay dioses cristianos, budistas, islamistas, hinduistas, confucionistas, taoístas, judaístas. Pero cuando algún Dios se desnuda de sus trapos, sólo queda el aire.

30. El espanto

El espanto es un compañero incómodo: nunca se muestra a pleno sol sino en la oscuridad más desolada. Es entonces que sentimos sus manos en la desprevenida nuca y nos hacemos fuertes para no temblar.

El espanto brilla a veces en los ojos de un enemigo que no tiene párpados. Un viejo refrán dice que «el espantajo sólo dos días engaña a los pájaros: a los tres se cagan en él». Por supuesto que el espantajo se dedica a los pájaros, pero el espanto (sin ajo) se dedica a los humanos. Y cuando algún inocente se cree «curado de espanto», éste siempre aparece como, una anticipación de desazones más tangibles.

El espanto toma a veces la forma de un despertador alucinante, que nos. deja sin candor por tres o cuatro horas. Y ya se sabe que vivir sin candor es convertirse en blanco para todas las saetas.

El espanto siempre es un riesgo, pero el más peligroso es el que nace en la conciencia. Y de éste no nos veremos libres ni desmayándonos ni persignándonos.

Así y todo, es probable que el espanto sea el más importante recurso del poder (digamos, el del Imperio) y tal vez por eso ese duro poder es espantoso.

31. Sentencia

El 2 de diciembre del año 2005, fue ejecutado mediante inyección letal en la prisión de Raleigh, Carolina del Norte, Estados Unidos, el condenado a muerte número 1000, pero conviene aclarar que tal cifra sólo corresponde a los ejecutados desde 1976, año en que la Suprema Corte decidió que la pena de muerte no violaba la Constitución. Sin embargo, no se incluyen en semejante cifra los ejecutados antes de esa fecha, porque entonces alcanzarían a 3415. Cifra que incluso supera a China, donde hasta el 2004 habían sido ejecutados sólo 3400.

No sé cómo se arreglarán los chinos con su conciencia colectiva y si su peculiar PC incluirá la pena capital en sus manuales educativos, pero en Occidente el mismo día de la ejecución en Carolina del Norte el muy religioso presidente Bush declaró que «apoyaba firmemente la pena de muerte, porque en última instancia ayudaba a salvar vidas inocentes». Es probable que el implacable mandatario padezca de una hernia en su conciencia, pero ésos son males de nacimiento, quizás el pobre no tiene la culpa.

De todos modos, la cercanía de Dios no parece ser demasiado conveniente para el ser humano, ya que no sé de ningún ateo que defienda la pena de muerte como una panacea universal. Una cosa es llegar a la muerte en medio de luchas revolucionarias o para defenderse de las invasiones del Imperio, y otra muy distinta acabar con una vida humana en un recinto al que sólo tienen acceso periodistas y familiares. Y el verdugo, por supuesto.

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