Waylander

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Authors: David Gemmell

Tags: #Novela, Fantasía

BOOK: Waylander
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La forja de un héroe legendario. Primera entrega de la serie de fantasía heroica más popular del momento.

Tras el asesinato del rey, Drenai es devastada por el implacable Imperio Vagriano y los últimos reductos de su ejército resisten al borde de la aniquilación. Sólo si se encontrara la mítica Armadura de Bronce existiría alguna esperanza de victoria, pero la búsqueda es encomendada al hombre que acabó con la vida del rey y que propició el inicio de la guerra: Waylander el Destructor. Waylander es la primera novela del ciclo de Drenai, con el que el británico David Gemmell se ha consagrado como el más destacado sucesor de la tradición encarnada por Robert E. Howard, Fritz Leiber y Michael Moorcock. Con un estilo sobrio y elegante, Gemmell recrea un personaje despiadado, amoral y tan complejo como seductor, y lleva a la fantasía heroica a unas cotas de dramatismo y madurez desconocidas hasta el momento.

David Gemmell

Waylander

Ciclo Drenai / 1

ePUB v1.0

Pumucky
03.01.12

Titulo Original: Waylander

Primera edición: Febrero del 2003

Ediciones Gigamesh

ISBN: 84-932250-5-3

Dedico este libro con todo cariño a Denis y Audrey Ballard, mis suegros, por nuestra amistad durante dos décadas.

Y a su hija Valerie, que me cambió la vida el 22 de diciembre de 1965.

Gracias a mi agente Leslie Flood, cuyo apoyo me ayudó a superar los años de las vacas flacas; a mi editor, Ross Lempriere, sin el que Waylander no habría podido recorrer los bosques oscuros; a Stella Graham, la mejor correctora de pruebas, y a Liza Reeves, Jean Maund, Shane Jarvis, Jonathan Poore, Stewart Dunn, Julia Laidlaw y Tom Taylor.

Y en especial a Robert Breare, por los buenos ratos pasados y por defender la fortaleza contra viento y marea.

PRESENTACIÓN

De las nueve novelas que David Gemmell ha escrito hasta el momento del ciclo de Drenai destacan dos héroes: Druss el Hachero y Waylander el Destructor. Cada uno protagoniza tres novelas del ciclo, y aquí acaba toda similitud entre ellos, pues son personajes completamente diferentes.

Druss tiene una caracterización plana: tiene amigos y enemigos; si alguien se interpone en su camino, o si hay que tomar partido por una causa justa, Druss tomará su hacha, se despedirá de su mujer y partirá. No teme las adversidades por abrumadoras que sean, pues ya ha vencido en muchas batallas desesperadas gracias a su tenacidad, y anima a sus hombres a luchar con un valor desconocido que los conduce a la victoria contra enemigos hasta diez veces superiores.

Se puede establecer un paralelismo entre Druss y algunos héroes clásicos como Ulises, Aquiles o Agamenón: ninguno cesa en su empeño hasta lograr el objetivo marcado. Los personajes que acompañan a Druss son los que imprimen profundidad a la historia; consideremos al poeta Sieben o a algunos de los enemigos de Druss, que no son tan malvados como aparentan, o al menos se comportan como caballeros.

Esto no implica que la intención de Druss fuera convertirse en héroe. Es un joven que se conformaba con ser leñador y vivir feliz con su mujer, pero el destino quiso que la pequeña aldea de montaña donde vivía fuese asaltada por unos esclavistas que secuestraron a todas las mujeres jóvenes (incluyendo a la esposa de Druss) y mataron al resto. Al regresar y ver lo sucedido, Druss busca el hacha de guerra de su abuelo (una pieza maldita de la herencia que su padre se encargó de esconder) y persigue la horda para rescatar a su mujer. Los hechos que vive posteriormente llevan a Druss a descubrir que ya no es aquel granjero y a aceptar su condición de guerrero. En este aspecto difiere de Waylander.

En su juventud, Waylander, cuyo auténtico nombre es Dakeyras, no deseaba nada más que vivir una vida feliz en su granja con su mujer e hijos. Pero un buen día, al volver a casa, descubre que su familia ha sido asesinada. Desde ese preciso momento se marca un único objetivo: vengar a su familia. De esta forma, el pacífico Dakeyras se convierte en el sangriento Waylander, un mercenario que no descansará hasta haber castigado a los criminales. Según Gemmell, waylander es un término arcaico inglés que significa «vagabundo», nombre que se ajusta a un personaje que, tras cumplir con su venganza, vaga sin descanso.

Aunque las circunstancias mantengan a Druss alejado, tiene un hogar y una esposa que lo esperan a su regreso. Waylander intenta volver a ser Dakeyras, pero los acontecimientos lo obligan a empuñar la ballesta para salvar el mundo, y a abandonar toda idea de formar un hogar. Sus acciones lo definirán como héroe, pero lo será a su pesar; el pasado es una carga y lo único que desea es compensar todo el daño causado.

Esto marca la gran diferencia entre Druss y Waylander. Druss no se arrepiente de nada, y a lo largo de sus novelas, el lector no duda de que es un hombre feliz; aparte de algún contratiempo puntual, sus planes se cumplen. Incluso durante el secuestro de su esposa, no da muestras de aflicción. Druss rara vez aprende de sus experiencias, excepto cuando éstas le enseñan cómo combatir al enemigo. E incluso en estos casos, la máxima que aplica es: si la última vez funcionó, ¿por qué no va a funcionar ahora?

Por el contrario, Waylander carga con el peso de la culpa. En esta primera novela han pasado veinte años desde que su familia fuera asesinada. Ha dado caza a los criminales, pero él se ha convertido en un asesino a sueldo. Waylander es el polo opuesto de Druss: es plenamente consciente de en qué se ha convertido, y que él es el único responsable; por otro lado, no podía evitar las circunstancias que lo han conducido hasta este punto. Detesta el hombre que es, y este hecho hace que vea la vida desde el punto de vista de un cínico: cuando waylander mata a los torturadores del indefenso sacerdote Dardalion, recrimina a éste que no haya levantado ni una mano en defensa propia, a pesar de saber que tiene prohibido cualquier acto violento. O quizás no quiera entenderlo, pues en lo más hondo sabe que, años atrás, antes de perder a su familia, Dakeyras pensaba igual que el sacerdote. Y cuando se encuentra con Orien, el antiguo rey drenai, no entiende (o no quiere entender) por qué no lo odia por ser el asesino de su hijo Niallad.

Aunque se arrepiente de haber matado al rey Niallad, y comprende que este acto violento dio pie a la guerra que asola el territorio, admite que, a veces, el uso de la violencia es inevitable para poder defenderse. Postura que más adelante compartirá el mismo Dardalion.

Al contrario que Druss, Waylander aprende de sus actos y su evolución hace que sea un personaje más rico y trágico que el hombre del hacha. Alguien que se ve obligado a emplear la violencia, que sabe que cualquier cosa que haga no deshará el daño que cometió anteriormente. De aquí su asunción de la culpa, que lo llevará a aceptar el encargo de apoderarse de la Armadura de Bronce y devolvérsela a los drenai.

PRÓLOGO

El monstruo acechaba en las sombras mientras los hombres armados, antorchas en alto, se internaban en la oscuridad de la montaña. Retrocedió manteniendo su enorme mole fuera del resplandor.

Los hombres se dirigieron a un recinto de piedra toscamente desbastada y colocaron las antorchas en unos soportes de hierro oxidado de la pared de granito.

En el centro de la veintena de personas agrupadas había una figura enfundada en una armadura de bronce que capturaba la luz de las antorchas y parecía lanzar llamas. Se quitó el yelmo alado y dos sirvientes levantaron un armazón de madera. El guerrero puso el yelmo sobre la estructura y se desabrochó el peto. Aunque superaba la mediana edad, todavía era fuerte; pero le quedaba poco pelo y tenía que forzar la vista en la luz vacilante. Le pasó el peto a un sirviente que lo colocó sobre la estructura y volvió a abrochar las correas.

—¿Estáis seguro del plan, mi señor? —preguntó la silueta delgada y vestida de azul de alguien de más edad.

—Como de cualquier otra cosa, Derian. Tengo ese sueño desde hace un año y creo en él.

—Pero la Armadura significa tanto para los drenai…

—Por eso está aquí.

—¿No estáis a tiempo de reconsiderar vuestra decisión? Niallad es joven y podría esperar al menos dos años más. Todavía sois fuerte, mi señor.

—La vista me falla, Derian. Pronto me quedaré ciego. ¿No crees que sería impropio de un rey célebre por sus dotes guerreras?

—No deseo perderos, mi señor—dijo Derian—. Tal vez mi opinión os parezca inoportuna, pero vuestro hijo…

—Sé que es débil —interrumpió el rey bruscamente—, y también sé cuál es su futuro. Nos enfrentamos al fin de todo aquello por lo que hemos luchado. No ahora, ni dentro de cinco años. Pero pronto llegarán los días sangrientos, y cuando eso suceda los drenai han de tener alguna esperanza. La Armadura será esa esperanza.

—Pero, mi señor, no tiene propiedades mágicas. La magia estaba en vos. No es más que un trozo de metal que habéis decidido usar. Podría haber sido de oro, de plata o de cuero. Es Orien el Rey quien ha creado a los drenai. Y vais a dejamos.

—He tenido muchas preocupaciones en los últimos años. —El rey, vestido con una túnica de piel de gamo, puso las manos sobre los hombros del consejero—. Pero siempre me he guiado por tus buenos consejos. Confío en ti, Derian; sé que velarás por Niallad y lo guiarás lo mejor que puedas. Pero en los días sangrientos no podrá contar con tu ayuda. Mi visión es funesta: veo que un ejército terrible cae sobre el pueblo drenai; veo que nuestras fuerzas se dividen y se esconden; y veo que la Armadura brilla como una antorcha, congrega a nuestro pueblo y le da fe.

—¿Y veis la victoria, mi señor?

—Veo la victoria para algunos. Y la muerte para otros.

—¿Y si vuestra visión no fuera cierta? ¿Y si no fuera más que un engaño concebido por el Espíritu del Caos?

—Mira la Armadura, Derian —dijo Orien, acercándose con él—. Alarga el brazo y tócala —ordenó. La Armadura seguía reflejando la luz de las antorchas, pero había adquirido una cualidad etérea que confundía la vista. Derian obedeció. Atravesó la imagen con la mano y la retiró como si hubiera recibido una picadura.

—¿Qué habéis hecho?

—Nada, pero es la primera promesa del sueño. Sólo el Elegido puede apoderarse de la Armadura.

—¿Es posible que alguien rompa el hechizo y la robe?

—Desde luego, Derian. Pero mira más allá de la luz de las antorchas.

—¡Dioses! ¿Qué son? —preguntó el consejero retrocediendo. Al volverse, había visto una multitud de ojos centelleando en la oscuridad.

—Se dice que alguna vez fueron humanos —explicó el rey—. Pero las tribus que pueblan la zona hablan de un arroyo que se vuelve negro en verano. El agua del arroyo es la única que tienen, y cuando las mujeres preñadas la beben, se convierte en un extraño veneno que deforma al niño que llevan en el vientre. Los nadir dejan a los bebés en la montaña para que mueran allí… como es de suponer, algunos han sobrevivido.

»No mires, amigo mío —añadió, al ver que Derian se acercaba a la entrada—; el recuerdo te obsesionaría hasta el día de tu muerte. Pero ten la seguridad de que son extremadamente feroces. Para llegar hasta aquí haría falta todo un ejército, y si alguien que no sea el Elegido intentara llevarse la Armadura, las bestias que pueblan la oscuridad lo harían trizas.

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