Y punto (80 page)

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Authors: Mercedes Castro

Tags: #Relato

BOOK: Y punto
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—Chico listo. ¿Y tus dos compañeros? —Cara de Gato reprime un gesto de fastidio, en su mirada vislumbro el brillo de su desdén.

—Esos cobardes se han rajado, se negaron a continuar al ver que el plan fracasaba. Uno ya estará aterrizando con su avión privado en algún país lleno de mulatas gracias a que su última llamadita le puso en alerta, muy amable por su parte —me recrimina con un deje de rencor—. Y León, ese traidor, cuando supo que habías entrado en su guarida empezó a lloriquear como un niño: que si sabía lo que le hacen a los policías que van a prisión, que preferiría estar muerto a acabar violado en un calabozo… Lo último que dijo antes de colgar fue que no podía arriesgarme más. Seguro que ahora estará haciendo cola para comprar un billete de autocar, ése es roñoso hasta para escapar.

—Cuánto lo siento —me recochineo—, te han abandonado.

—Todo iba a salir perfecto, pero desde que te entrometiste han entendido que el negocio se ha jodido y ahora no me queda más remedio que rematar yo solo el trabajo. En el fondo son unos indisciplinados, Olegar lo dejaría todo por dinero, por el poder, por mandar, y León sólo tiene ojos para dar con nenitas con las que jugar, como Reme, y por su culpa se ha destapado todo. Tanto valor y tanto cuento y al final ya ves, Clara, solos tú y yo, como Hannibal y Clarice.

—Estás un poquito pesado con
El silencio de los corderos
. Además, en su argumento hay dos psicópatas que colaboran, vosotros sois tres.

—En realidad uno —y sin asomo de modestia ríe complacido porque le sigo en el juego de adivinar películas—. Te habrás dado cuenta de que mis ayudantes no son más que unos imitadores de pacotilla. Lo mío es distinto. Una vez te conté que en este país también teníamos psicópatas, pero que había que buscar bien. Tantos asesinatos en serie no los organiza un retrasado cualquiera.

—Ya entiendo: tus amigos sólo mataban por razones de utilidad, querían eliminar a Santi y a Julio Olegar para ocupar sus puestos, lo único que les movía era el beneficio económico. Lo tuyo, en cambio, es amor al arte —le halago, esperando que sea tan tonto como para no darse cuenta de que le estoy tirando de la lengua—. Si no fuera así, ¿por qué venir a por Vito cuando sabes que se está muriendo? ¿Por qué no limitarse a esperar?

—¿Y dejar que el viejo cambie el testamento a última hora? De eso nada. Anda que no le costó a mi madre convencerle de que yo era el único heredero posible como para que le dé un arrebato, llame a tu amiguito el abogado y se joda el invento. Tú no le conoces, no sabes de lo que es capaz. Imagínate si se encapricha de ti, que bien que le sonríes y le doras la píldora. Si no fuera por nosotros lo mismo hasta te dejaba toda su fortuna. Sería lo nunca visto, ya me imagino los titulares: «Una agente de Policía hereda el imperio de un mafioso». ¿Y cómo me quedo yo, eh, que he hecho tanto por él, que día tras día me he sacrificado? Nooo, hazme caso, de los temas de uno es mejor encargarse en persona. Además, es un acto de caridad darte matarile ahora antes de que lo tuyo duela y la cosa se ponga fea, ¿a que sí, tío? —bromea—. Venga, si es por tu bien.

Me aterran sus palabras, esa naturalidad con la que se explaya, esa frialdad en reconocer que se le ha ido la mano. Pero también, fascinada y atraída, soy incapaz de dejar de escuchar su historia y por qué los mataron, cómo los sacaron a empellones del tablero y, sobre todo, cómo lo planearon.

El desencadenante, como no podría ser de otra manera, fue Cara de Gato y una serie de catastróficas casualidades. Éste decidió a principios de enero, cumpliendo tal vez con la costumbre de fijarse propósitos de Año Nuevo, como el que resuelve dejar de fumar o apuntarse al gimnasio, establecerse por su cuenta. Parecía que el Culebra estaba desenganchándose y sabía que, si lo lograba, nunca llegaría a ganarse un puesto al lado de Vito. Cara de Gato siempre fue el sobrino tonto y violento, nadie daba un duro por él. Tenía que montárselo solo para demostrar su valía, pero para independizarse necesitaba pasta y un par de meses después dio con un sistema para conseguir dinero fácil y rápido: chantajear a Olvido. Estaba convencido de que pagaría, había un turbio asunto del pasado que seguro que querría mantener tapado.

—No sé si mi tío te habrá contado que mis primitos y yo crecimos juntos bajo su techo. Eran unos niños buenos, los perfectos estudiantes de colegio de pago, educados, responsables y callados. Y yo, claro, era el calavera. Pero el destino estaba de mi lado, nadie más que yo podía ser el futuro heredero: mi nombre empieza por uve, como el de Vito y el de mi madre, Virtudes. Por eso, porque sabía que la suerte me iba a respaldar, porque nací marcado con la uve del Vencedor, de la Victoria, empecé a mover ficha y me llevé a tu amigo el Culebra de juerga, hace ya muchos años, y le provoqué hasta hacerle probar su primer chute. Ahí empezó a cavar su fosa —recuerda orgulloso—, porque, reconozcámoslo, no volvió a levantar cabeza.

»Pero con la nena la cosa no fue tan fácil. Tan formal, tan estirada… Hasta se apuntó a la universidad y todo. No tendría más de dieciocho tacos la mocosa y ya me miraba por encima del hombro y me decía riéndose de mí: “Eres un ignorante y un reprimido, Valentín”. No podía tolerarlo, ¿entiendes?, estaba harto de aguantarme las ganas. Una tarde se me hincharon los cojones porque no paraba de pavonearse y le di su merecido. La esperé bien decidido, la pillé por banda cuando regresó de la biblioteca y sobre el suelo de su habitación le hice todo lo que me apeteció, to-do. Para mí fue un desahogo, para ella… Bueno, ahora algunas histéricas se empeñan en llamarlo violación, que también empieza por V. Cuando Vito se enteró me expulsó de casa, me mandó una temporada lejos, a un pueblo de la costa, a empaparme bien de cómo funcionaban nuestras “importaciones”. Olvido quiso denunciarme, pero el tío repetía sin cesar: “En nuestra familia los trapos sucios se lavan en casa”. A mí, francamente, me dio igual pirarme, conseguí con ella lo que quería, sacarla también de la partida. Enloqueció y creo incluso que intentó suicidarse, dejó los estudios y se dedicó a salir todas las noches de caza y a tirarse todo lo que se moviese, y mi madre, siempre tan práctica, propuso meterla en su negocio. Total, ya estaba perdida. Y aunque su padrino aquí presente se negaba en redondo, lo cierto es que a la niña, que buena estaba un rato, había que darle salida, que sirviera para algo. La sorpresa fue general cuando mi primita dijo que de acuerdo, lo que demuestra que desde que le paré los pies se quedó tocada de la azotea, ¿quién querría hacerse puta teniendo todo el dinero del mundo? Aunque no voy a negar que me escamó, lo reconozco, con el tiempo lo comprendí: quería vengarse de Vito por haber enterrado el tema de su humillación, quería que, siendo puta, dejándose humillar por todo el mundo, a quien le dolieran esas ofensas fuera a él. Pero qué otra cosa iba a hacer Vito, en una familia como la nuestra no nos denunciamos. Imagínate, los jueces y la Policía habrían alucinado.

»Pasó el tiempo y, en cuanto aprendió lo que necesitaba del oficio, Olvido se abrió y empezó a atender a sus propios clientes. Le iba de vicio porque era como un lince invirtiendo la pasta que ganaba. Incluso llegué a sospechar que con tanto dinero como amasaba persiguiera hacerse con un buen capital para financiar un asalto al poder, ya sabes, al sillón de Vito. Pero nada de eso. La niña no quería ni oír hablar ni de nosotros ni de lo nuestro. Hay que ver —reflexiona evocador—, quién nos iba a decir que le sacaría tanto partido al poco tiempo que pudo estudiar Económicas en la facultad… Como a mí me gusta seguirle la pista a mis antiguas novias, no dejé de estar pendiente de ella, y hace poco me enteré de que había tenido un niño y que lo escondía en un internado.

Con una sencillez pasmosa reconoce que la llamó para extorsionarla amenazando con hacer daño a su hijo. Ella intentó plantarme cara, por supuesto, pero no quiso pedir ayuda a nuestro tío, evitaba implicarlo para que no se agravara su enfermedad. Pobrecita, ¿te das cuenta adónde lleva la generosidad?, me pregunta con su retórica particular. A ninguna parte. Fíjate si fue ingenua que acudió a sus mejores contactos, a todos sus amigos poderosos, hasta a ese jefe tuyo, el calvo gordinflón, que mira por dónde era uno de sus clientes preferentes. Me amenazó con contárselo a él, con poner a toda la pasma tras mi culo. ¿Y qué crees que pasó? Nada, absolutamente nada, no movió ni un dedo. Qué pensaba, ¿que todo un comisario se iba a pringar por una zorra como ella? Por eso está muerta, por preocuparse por los demás, y el señor Vito, aquí presente y a quien tantos disgustos quería evitar después de cómo la trató, aún sigue vivito y coleando.

Ahora entiendo el porqué del mote de «Poli Malo» a Carahuevo, cómo apreciarlo después de que se negara a proteger a su hijo, y mientras anoto el dato en mi memoria escucho cómo Cara de Gato confiesa que pronto decidió añadir a sus ingresos nuevos objetivos. Si una puta paga, expone con su lógica aplastante, también lo hará el resto, así que busqué en los antiguos catálogos de las chicas de mi madre a ver si alguna se había convertido en famosa y me encontré con el careto de Mónica Olegar. Por supuesto también apoquinó, todas lo hacen, pero luego pensé que el beneficio podría ser mucho mayor si en vez de intimidarla a ella chantajeaba directamente al marido, que no querría sufrir la vergüenza de ver a su mujercita, madre de tres muñecas rubias, arrastrada por el barro en las revistas del corazón, sería fatal para la imagen de sus negocios.

Pero la mala o la buena suerte, según se mire, hizo que en aquella ocasión descolgara el teléfono otro Olegar, Esteban, que sumamente interesado por la revelación del pasado de su madrastra y por la sangre fría que desprendía su interlocutor se avino a entregarle personalmente «el sobre» sin comentar nada a su familia. Fue, si se puede llamar así, un flechazo. Según me revela Malde ufano, el heredero llevaba desde su regreso buscando quitarse a su padre de en medio para dirigir las empresas a su manera, de modo que apenas unos días después de su primer encuentro no lo dudó un instante y le ofreció la posibilidad de aliarse, intercambiar objetivos y conseguir cada cual su propio deseo: tú te cargas a mi padre y yo elimino a tu tío sin que nadie sospeche de nuestro trato perverso.

—Parecía fácil, pero no queríamos dejar cabos sueltos, ¿por qué no buscar a alguien que nos diese cobertura por si algo salía mal? Y, ya puestos, ¿qué mejor que un topo en la Policía? Tendríamos las espaldas cubiertas desde dentro.

»No tardamos demasiado en dar con uno. No es tan complicado como parece, mientras existan polis con hipotecas siempre habrá alguno que se pase al lado oscuro. Preguntando aquí y allá me hablaron de un tipo raro llamado León. El pavo estaba muy tocado del ala, le había metido una paliza tremenda a una de las putillas de mi madre sólo por gusto y a poco más se la carga. Para taparlo tuvo que empezar a hacer la vista gorda con nuestros asuntos, pero como es un pesetero aceptó coger mordidas cada vez mayores y acabó dándonos el aviso de por dónde iban los tiros siempre que la pasma intentaba algún movimiento. ¿A que sí, tío? —y mira a Vito para que confirme sus palabras.

Yo, anonadada y aunque sé que no debo, aparto la mirada de su pistola para comprobar que el viejo cabecea en señal afirmativa. León era el soplón, el madero que el Culebra sabía comprado, el que hizo desaparecer el expediente y la manta del coche de Santi que tanto buscamos.

—Pero ¿por qué matar a tus primos y a la farmacéutica? —insisto.

—Ay, Clarita, que pareces tonta, ¿no te das cuenta? El capullo del Culebra debió de oír algo por ahí, estoy seguro de que espiaba mis conversaciones telefónicas y averiguó que yo le sacaba el dinero a Olvido, por lo que no iba a tardar nada en hablar. No me mires así, no soy un monstruo —exclama al captar mi expresión de asombro y horror.

»Para quitárnoslo de en medio, por lo que pudiera largar, empezamos simulando un chute mortal que León y Esteban le obligaron a meterse a punta de pistola, y tras él vinieron los demás. ¿A que no sabes lo mejor, tío? —se jacta sin disimulo—: ¡Que quería limpiarse! ¡Enriquito decía que ahora iba en serio, que quería volver a estar limpio! Pero el muy capullo puso a su hermana sobre aviso antes de palmarla y, claro, a partir de ahí no nos quedó más remedio que ir actuando sobre la marcha. Ésta y la farmacéutica tuvieron que caer en aras del beneficio final, pero tu amigo, el poli de barba, siempre fue un objetivo principal. León lo tenía atravesado, decía que no paraba de vigilarle, que lo tenía en el cogote a todas horas. Para colmo, nos enteramos de que también era amigo de mi prima, y eso ya era demasiado riesgo. Qué te voy a contar, con ella nos lo pasamos «de muerte», fue una juerga. Ya sabes que yo soy muy psicópata.

Con todo, no dejaron de tomar precauciones, se podría decir que conciliaron deber y placer sin perder la cabeza. En el asesinato del Culebra, que era mucho más inteligente de lo que ya de por sí parecía, comprendo de golpe, un auténtico superviviente que nos dio el soplo aquel lunes de la gran operación de Vito para ponernos sobre aviso no ya sobre la droga sino para proteger de Malde a su propio tío, su primo no intervino y, en el caso de Santi y su querida, fue León quien se abstuvo, aunque tanto Cara de Gato como Esteban lo pasaron en grande: los pillaron después de hacerlo y, mientras a él lo encañonaban, amordazado con su propio pañuelo, a ella la violaron por turnos sobre la manta y con preservativo, que siempre hay que ir con cuidado con tanto forense suelto, luego los metieron en el coche, taponaron el tubo de escape y les estuvieron apuntando junto a las ventanillas hasta que perdieron el conocimiento. Para terminar de divertirse, montaron la escena de bajarles la ropa interior y mostrar sus intimidades. No hace falta que me cuente más, conozco el resto.

La escena en casa de Olvido, en cambio, fue multitudinaria. Ninguno de los tres quiso perderse esta fiesta que en un principio no estaba programada. Lo de la lámpara y el corsé fue cosa de León —como había supuesto— que sólo quería mirar, no tocar, con eso se daba por satisfecho, de ahí que no encontráramos sus huellas. Lo de las palomitas corrió a cargo del demente aquí presente, fanático del cine hasta el paroxismo, y la idea de ahorcarla después de hacerle suplicar perdón se le ocurrió a Esteban. Se sentía especialmente rabioso con ella, le reventaba que la relación con su padre durara tanto. Cualquier psicólogo le habría diagnosticado un problema evidente de celos, de complejo de Edipo o de inferioridad. En todo caso, un cuadro mental de espanto.

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