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Authors: Nancy Mitford

Tags: #Humor, Biografía

A la caza del amor (17 page)

BOOK: A la caza del amor
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Le dije que Linda se acababa de marchar y que su matrimonio con Tony había sido un fracaso o algo por el estilo. Lord Merlin hizo un ademán desdeñoso al oír mi comentario; su gestó me desconcertó y me sentí idiota.

—Pues claro que no iba a pasar el resto de su vida con Tony, eso lo sabía todo el mundo. El caso es que ha salido de la sartén para caer en las brasas. ¿Cuánto lleva con él?

Le contesté que, en parte, creía que se había sentido atraída por el comunismo:

—Linda siempre ha sentido la necesidad de unirse a una causa.

—¡A una causa! —exclamó, burlándose—. Mi querida Fanny, creo que confundes causa y efecto. No; Christian es un muchacho atractivo y entiendo que sea la antítesis perfecta de Tony, pero es un desastre. Si está enamorada de él, la hará muy desgraciada, y si no, significa que piensa seguir la misma trayectoria que tu madre, y eso para Linda sería muy, pero que muy malo. No le veo el lado positivo por ninguna parte. Tampoco tiene dinero, por supuesto, y ella necesita dinero, tiene que tener dinero.

Se acercó a la ventana y miró al otro lado de la calle, a la iglesia de Christ Church iluminada por el sol de poniente.

—Conozco a Christian —prosiguió— desde que era niño; su padre es un gran amigo mío. Christian es un hombre que va por el mundo sin aferrarse a nadie; las personas no significan nada en su vida. Las mujeres que se han enamorado de él han sufrido muchísimo, porque él ni siquiera se da cuenta de que están ahí, delante de sus narices. Estoy seguro de que ni siquiera se habrá dado cuenta de que Linda se ha ido a vivir con él. Siempre tiene la cabeza en las nubes, tratando de encontrar nuevas ideas.

—Eso se parece mucho a lo que Linda me ha estado diciendo.

—Ah, ¿ya se ha dado cuenta, entonces? Bueno, no es tonta y, por supuesto, al principio es una cualidad más, porque cuando baja de las nubes es un hombre irresistible, ya lo entiendo. Pero ¿cómo van a poder sentar la cabeza juntos? Christian nunca ha tenido un hogar ni ha sentido la necesidad de tenerlo; no sabría qué hacer con él, no sería más que un obstáculo. Nunca se sentará a charlar con Linda ni se concentrará en ella de ningún modo, y es una mujer que requiere, sobre todo, muchísima atención. La verdad es que me saca de quicio que haya tenido que pasar esto precisamente cuando yo estaba fuera; estoy seguro de que habría podido impedirlo. Ahora, claro, ya no tiene remedio.

Volvió de la ventana y me lanzó una mirada tan furibunda que me sentí como si todo hubiese sido culpa mía, aunque en realidad creo que ni siquiera se percataba de mi presencia.

—¿Y de qué viven? —me preguntó.

—Tienen muy poco dinero. Linda recibe una pequeña asignación de tío Matthew, creo, y supongo que Christian saca algo con sus artículos. He oído que los Kroesig van diciendo por ahí que al menos saldrá algo positivo de todo esto: que seguro que se muere de hambre.

—Conque ésas tenemos, ¿eh? —exclamó lord Merlin, sacando su libreta—. ¿Me das la dirección de Linda, por favor? Me voy a Londres.

En aquel momento entró Alfred, ajeno como siempre a los acontecimientos externos y enfrascado en un escrito que estaba redactando.

—¿No sabrá usted, por casualidad —le dijo a lord Merlin—, cuál es el consumo diario de leche en la Ciudad del Vaticano?

—No, por supuesto que no —repuso lord Merlin en tono enfadado—. Pregúnteselo a Tony Kroesig; seguro que lo sabe. Bueno, adiós, Fanny, ya veré qué hago.

Lo que hizo fue regalarle a Linda una casita diminuta en Cheyne Walk. Era la casa de muñecas más bonita imaginable, en aquel maravilloso recodo del río donde había vivido Whistler. Los reflejos del agua y la luz del sol del sur y de poniente inundaban las habitaciones, y tenía un emparrado y un balcón de hierro. A Linda le encantó. La casa de Bryanston Square, orientada al este, era al principio oscura, fría y pomposa. Cuando Linda la había reformado con ayuda de algún amigo decorador se había transformado en una casa blanca, fría y sepulcral. El único objeto hermoso que había entrado en aquella casa era un cuadro de una bañista regordeta y roja como un tomate que le había regalado lord Merlin para molestar a los Kroesig. Y los había molestado mucho, muchísimo. Aquel cuadro quedaba estupendamente en la casa de Cheyne Walk; casi no se sabía dónde terminaban los verdaderos reflejos del agua y dónde empezaba el Renoir. Linda atribuía a Christian el placer que obtenía de su nuevo entorno y el alivio que sentía por haberse librado de los Kroesig de una vez por todas; él parecía haber sido, a sus ojos, el artífice de todo, así que Linda aún tardó bastante tiempo en descubrir que el amor verdadero y la felicidad habían vuelto a darle esquinazo.

Capítulo 14

Los Alconleigh estaban escandalizados y horrorizados por todo el asunto de Linda, pero tenían otros hijos en que pensar y estaban, justo entonces, haciendo planes para la puesta de largo de Jassy, que se había convertido en una guapísima mujer. Esperaban que ella los compensase por la decepción que había supuesto Linda. Era muy injusto, aunque muy típico de ellos, que Louisa, quien se había casado según sus deseos y había sido una amante esposa y una madre más que prolífica, con casi cinco hijos, apenas contase para ellos. En realidad, estaban un poco cansados de ella.

Jassy fue con tía Sadie a unos cuantos bailes en Londres al final de la temporada, justo después de que Linda dejase a Tony. La consideraban una chica muy delicada, y tía Sadie pensó que sería mejor para ella presentarse en sociedad como es debido en otoño, la época menos agotadora. En consecuencia, en octubre alquiló una casita en Londres a la que tenía intención de trasladarse con unos cuantos criados, dejando a tío Matthew en el campo para que se entretuviese matando distintos animales. Jassy se quejó muchísimo de que los chicos a los que había conocido hasta entonces eran todos unos muermos y muy feos, pero tía Sadie no le hizo ni caso. Dijo que todas las chicas pensaban lo mismo al principio, hasta que se enamoraban.

Unos días antes de la fecha prevista para el traslado a Londres, Jassy se escapó. Se suponía que iba a pasar quince días con Louisa en Escocia, pero había hablado con ésta para aplazar su visita sin decírselo a tía Sadie, había sacado del banco todos sus ahorros y, antes de que alguien pudiese echarla en falta, ya había llegado a América. La pobre tía Sadie recibió, de repente, un telegrama que decía: «De camino a Hollywood. No os preocupéis. Jassy».

Al principio, los Alconleigh se quedaron de piedra; Jassy no había mostrado nunca el menor interés por el teatro o el cine; estaban seguros de que no tenía ningún ansia de convertirse en actriz y, sin embargo, ¿por qué Hollywood? Entonces se les ocurrió que tal vez Matt supiese algo, teniendo en cuenta que Jassy y él eran inseparables, así que tía Sadie se subió al Daimler y condujo hasta Eton. Matt se lo explicó todo: le dijo a tía Sadie que Jassy se había enamorado de un galán de cine llamado Gary Coon (o Gary Goon, no se acordaba muy bien) y que le había escrito a Hollywood para preguntarle si estaba casado. Le había dicho a Matt que si resultaba que estaba soltero, se iría derechita allí para casarse con él. Matt le contó todo aquello, con su voz que vacilaba entre la de un adulto y la de un niño, como si fuese lo más normal del mundo.

—Así que supongo —terminó diciendo— que ha recibido una carta en la que le decía que no estaba casado y se ha ido. Por suerte, había ahorrado un montón de dinero para irse de casa. ¿Quieres un poco de té, mamá?

Pese a la honda preocupación que la embargaba, tía Sadie conocía las reglas del decoro y lo que se esperaba de ella, y se quedó con Matt mientras éste engullía unas salchichas, un poco de langosta, huevos, beicon, lenguado a la plancha, batido de plátano y un helado de chocolate. Como hacían siempre en tiempos de crisis, los Alconleigh llamaron a Davey y, como siempre, éste demostró ser el más competente para manejar la situación. Averiguó en un abrir y cerrar de ojos que Cary Goon era un actor de segunda fila a quien Jassy debía de haber visto mientras estaba en Londres para asistir a las últimas fiestas del verano. El actor salía en una película que ponían en los cines de la capital en aquellas fechas y que llevaba por título
Una hora espléndida
. Davey se hizo con la película y lord Merlin la pasó en su cinematógrafo privado para que la viera la familia. Era una historia de piratas, y Cary Goon no era siquiera el protagonista; sólo era un pirata, y no parecía tener nada que lo hiciese especialmente atractivo: no era guapo y no tenía talento ni encanto visible alguno, aunque sí demostraba cierta agilidad subiendo y bajando por los cabos del barco. También mataba a un hombre con un arma muy parecida a la pala de zapador, y pensamos que tal vez aquello podría haber despertado alguna emoción genética en el corazoncito de Jassy. La película en sí era una de ésas que tanto cuestan de entender al espectador de a pie, en contraposición con el cinéfilo, así que cada vez que aparecía Cary Goon había que repetir la escena una y otra vez para que la viese de nuevo tío Matthew, decidido a no dejar escapar ni un solo detalle. Identificó por completo al actor con su papel y no dejaba de decir:

—Pero ¿cómo demonios se le ocurre hacer eso? Maldito idiota, tenía que saber que iban a tenderle una emboscada. No oigo ni una sola palabra de lo que dice; pon ese trozo otra vez, Merlin.

Al final declaró que el joven no le había parecido gran cosa, que no era nada disciplinado y que había sido un impertinente con su oficial al mando.

—¡Necesita un buen corte de pelo! Y no me extrañaría nada que empinase el codo. Tío Matthew saludaba a lord Merlin bastante civilizadamente, y la verdad es que parecía estar ablandándose con los años y las desgracias.

Tras largas deliberaciones se decidió que algún miembro de la familia, aunque ni tía Sadie ni tío Matthew, tendría que ir a Hollywood a traer a Jassy de vuelta a casa, pero ¿quién? Linda, por supuesto, habría sido la persona idónea si no fuese por las escandalosas circunstancias que la rodeaban y porque, además, estaba absorta en su propia vida, y es que era inútil enviar a una desbocada a buscar a otra, así que había que elegir a otra persona. Al final, con un poco de persuasión («Pues la verdad es que me viene fatal, justo ahora que acabo de empezar un curso de
piqûres
»), Davey accedió a acompañar a Louisa, la buena y sensata Louisa.

Cuando se tomó esta decisión, Jassy ya había llegado a Hollywood, había pregonado a los cuatro vientos sus intenciones matrimoniales y todo el asunto había saltado a las páginas de los periódicos, que le dedicaron columnas enteras (era una temporada un poco aburrida sin nada más con que ocupar a los lectores) y lo convirtieron en una especie de folletín por entregas. Alconleigh entró a partir de entonces en estado de sitio: los periodistas se enfrentaban valerosamente al látigo de tío Matthew, a sus sabuesos y a los aterradores fogonazos azules de sus ojos, y se dedicaban a merodear por el pueblo, llegando incluso a entrar en la casa en su búsqueda de la noticia. Sus crónicas eran una delicia diaria, y convertían a tío Matthew en una mezcla de Heathcliff, Drácula y el conde de Dorincourt; a Alconleigh, en una especie de abadía de las pesadillas o casa Usher; y a tía Sadie, en un personaje no demasiado alejado de la madre de David Copperfield. Aquellos corresponsales mostraban tanto coraje, tanto ingenio y tanta resistencia que luego no nos sorprendió que hiciesen tan bien su trabajo en la guerra: «Parte de guerra por Fulanito de Tal…».

Tío Matthew decía entonces:

—¿No es ése la maldita costurera que encontré debajo de mi cama?

Mi tío disfrutaba como un enano con todo aquello, porque al fin había encontrado adversarios de su talla: no criadas nerviosas y gobernantas lloronas de sentimientos heridos, sino jóvenes duros dispuestos a cualquier cosa con tal de meterse en la casa y contar una historia.

También parecía disfrutar de lo lindo leyendo reportajes sobre sí mismo en los periódicos, y todos empezamos a sospechar que tío Matthew tenía una pasión inconfesada por la notoriedad. A tía Sadie, por el contrario, todo aquello le parecía muy desagradable.

Era imprescindible ocultar a la prensa que Davey y Louisa iban a salir en misión de rescate, pues el factor sorpresa podría resultar un elemento decisivo para influir a Jassy y animarla a regresar, pero por desgracia, Davey no podía embarcarse en un viaje tan largo y agotador sin un botiquín creado especialmente para la ocasión; mientras se lo preparaban, Davey y Louisa perdieron un barco y, cuando estuvo listo, los sabuesos ya estaban sobre su pista, por lo que el dichoso botiquín acabó desempeñando el mismo papel que el neceser de María Antonieta en su huida a Varennes.

Varios periodistas los acompañaron en la travesía, pero su esfuerzo no se vio recompensado, ya que Louisa se pasó la mayor parte del viaje postrada con mareos y vómitos, y Davey estuvo todo el tiempo encerrado con el médico de a bordo, quien le diagnosticó que tenía un intestino muy pequeño, dolencia que podía curarse fácilmente con masajes, rayos, régimen, ejercicios e inyecciones, todo lo cual, así como los intervalos de descanso entre una cosa y otra, le ocupaba todo el día.

Sin embargo, cuando llegaron a Nueva York estaban hechos polvo, y pudimos seguir todos sus movimientos, junto con la totalidad de los dos principales países de habla inglesa; incluso llegaron a aparecer en el noticiario cinematográfico, y pudimos ver su expresión preocupada y cómo escondían la cara detrás de unos libros.

El viaje resultó en vano: dos días después de que llegaran a Hollywood, Jassy se convirtió en la señora de Cary Goon. Louisa envió un telegrama con la noticia a Alconleigh, añadiendo: «Cary es un Ísimo fantástico».

Al menos hubo algo bueno en todo aquello: la boda acabó con la noticia.

—Es un encanto de chico —comentó Davey a su regreso—. Un hombrecillo estupendo. Estoy seguro de que Jassy será muy feliz con él.

Sin embargo, aquello no fue ningún consuelo para tía Sadie ni la tranquilizó, porque ya era mala suerte haber criado a una hija preciosa y encantadora para que acabase casándose con un hombrecillo estupendo y viviendo con él a miles de millas de distancia. Cancelaron el alquiler de la casa de Londres, y los Alconleigh entraron en un estado de depresión y tristeza tan desesperante que recibieron con enorme fatalismo el siguiente golpe: Matt, de dieciséis años, se escapó de Eton, con gran repercusión periodística, para combatir en la guerra civil española. Aquello afectó muchísimo a tía Sadie, pero no creo que a tío Matthew le afectase tanto; el deseo de combatir era para él algo completamente natural, aunque por supuesto, le parecía deplorable que Matt estuviese luchando con extranjeros. No es que tuviese nada en contra de los rojos españoles; al fin y al cabo, eran unos valientes que habían tenido el buen tino de cargarse a un montón de frailes, monjas y curas idólatras, un acto que apoyaba sin reservas, pero desde luego era una lástima que se fuera luchar en una guerra de segunda fila cuando no tardaría en haber disponible una de primera clase. Decidieron que no tomarían medidas para tratar de recuperar a Matt.

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