Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online
Authors: James Luceno
Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción
—Un cañón de iones —reconoció Droma—. Nos tienen en su punto de mira. Y están preparando el motor hiperespacial.
Más rayos de energía surgieron de la torreta de popa del transporte. Droma inclinó el
Halcón
hacia un lado y después hacia el otro, lo hizo rodar sobre sí mismo, virando a estribor, y mantuvo la nave invertida mientras Han apuntaba.
Una luz violenta surgió pulsando de los cuatro láseres del
Halcón,
volando en pedazos la aleta del
Trevee y
abriendo un surco quemado a todo lo largo de su popa. Gotas de metal fundido brotaron del transporte mientras se ladeaba desesperadamente sin dejar de disparar a su perseguidor. Droma obligó al
Halcón
a realizar un rizo, proporcionando a Han un blanco fácil: el recalentado cañón del transporte. Éste lo destrozó instantáneamente. Después centró sus esfuerzos en el generador del escudo.
—Abre una frecuencia a la nave —dijo.
—No contestan —Droma estudió la pantalla de sensores—. Están intentando alejarse del sistema a toda velocidad.
Han apretó los labios.
—¿En qué están pensando? No pueden saltar al hiperespacio y no pueden dejarnos atrás —se giró hacia Droma, que seguía estudiando los escáneres—. ¿Qué pretenden? ¿Qué?
—Seis cazas estelares de la Nueva República. Ala-X. Se acercan muy deprisa por popa.
Han maldijo en voz baja.
—Un grupo de cazas del mando de la flota. —Se colocó los auriculares y ajustó los controles.
Una nueva voz surgió de los altavoces.
—… al
Halcón.
No nos obligue a disparar.
—Intentadlo si os atrevéis —susurró para sí mismo. Abrió el canal de comunicaciones—. Aquí el capitán Han Solo, del
Halcón Milenario.
No buscamos pelea, líder de escuadrón. Póngame con el comandante de operaciones de vuelo —tapó el micrófono con la mano—. Ha llegado el momento de recurrir a lo más alto.
—Lo estoy escuchando, capitán Solo —dijo una voz grave claramente irritada—. Está violando las regulaciones de seguridad. Una infracción más y acabará entre rejas antes de que termine el día… a pesar de su historial o de su esposa. ¿Queda claro?
Aquel comentario sólo sirvió para incitar más a Han.
—Tiene cosas más importantes que hacer que arrestarme, comandante.
—No fuerce su suerte, capitán Solo. Siga a sus escoltas hasta el cuartel general de la flota y podremos entretenemos discutiendo su opinión de cuáles deben ser mis prioridades.
—Escuche, comandante. Los yuuzhan vong van a atacar Fondor. No sé exactamente cuándo, pero será pronto. Sugiero que ponga a la flota en alerta.
—Eso es absurdo, Solo. No tenemos ninguna información al respecto.
—Y yo no tengo tiempo para entrar en detalles, pero…
—El escuadrón que nos persigue se dispersa —le interrumpió Droma, con los ojos fijos en la pantalla del escáner.
Han soltó una risotada.
—No me gusta aprovecharme de mi nombre y mi posición, pero…
Dejó la frase sin terminar. Droma tenía la boca abierta, con la mandíbula inferior colgando floja sobre su pecho, y señalaba con una mano temblorosa las ventanas que tenía frente a él. Simultáneamente a la estridente sirena de alarma del indicador de hiperondas, Han se giró para ver que estaban volando directamente hacia lo que cualquiera hubiera tomado por una tormenta de meteoritos, pero que él sabía que eran naves enemigas entrando a centenares en el espacio real.
Casi por instinto, Han hizo que el
Halcón
virase, y vio pasar por su lado un enjambre de transportes, destructores y cruceros; aunque ninguno demostró el menor interés por su nave, ni siquiera por el
Trevee,
a pesar de ser mucho más grande.
—¡Acción evasiva! —gritó Droma, recuperando por fin la voz—. ¡Contramedidas!
—¿Qué te crees que estoy haciendo? —respondió Han, luchando con los mandos.
Las naves de guerra seguían materializándose por todas partes, más de las que Han habría creído posible…, y más que suficientes para combatir las defensas de Fondor y destrozarlas. La vanguardia ya estaba disparando, lanzando proyectiles fundidos y deslumbrantes chorros de plasma contra naves civiles y bélicas, sin hacer distinciones. Han desvió el
Halcón
del curso que llevaba el grupo de combate principal y aceleró en dirección a las coordenadas del punto más alejado de la órbita de Fondor, tal como había hecho el
Trevee,
aunque sólo fuera para distanciarse de la batalla.
—Por eso tenían prisa —comentó Han—. Sabían que los yuuzhan vong estaban en camino —su rostro se retorció de rabia y lanzó una corta ráfaga de láseres, más para aterrorizar a la tripulación del
Trevee
que para dañar a la nave.
Entonces, cuando parecía que las dos naves habían logrado pasar sanas y salvas a través de la avalancha de atacantes, un último buque enemigo surgió de la nada. Parecía más un racimo de burbujas con la superficie endurecida que un grueso pedazo de coral, y la recién llegada estuvo a punto de chocar con el
Trevee,
pero ésta esquivó la colisión aunque la desesperada maniobra hizo que quedara fuera de control.
Intrigado, Han se inclinó hacia las ventanillas para mirar más de cerca a la extraña nave. Un segundo después, cambió de curso dirigiéndose directamente hacia ella.
—De una en una —gruñó—. Contra ésta podemos arriesgarnos.
Con el
Halcón
ladeado una vez más, Han y Droma lanzaron ráfagas de los láseres dorsales y ventrales contra la nave-racimo. La mayoría fueron tragados por las anomalías gravitatorias antes de alcanzar la nave, pero un número sorprendente de ellos alcanzó su objetivo. Han lo entendió todo en cuanto descubrió que la nave era atacada por un grupo de cazas de la Nueva República. Demasiado acosados y distraídos, los dovin basal que escudaban el bajel yuuzhan vong empezaban a fallar.
Olvidada toda precaución, Han cerró todavía más su ángulo de ataque y aumentó la velocidad para que la nave-racimo tuviera que cruzarse con la trayectoria del
Halcón.
Entonces, tanto Droma como él descargaron sus cañones sobre el enemigo, martilleándolo con masivas emisiones de energía. Gas y llamas emergieron de la nave, y una de las esferas implotó, desinflándose como si fuera un globo pinchado por un alfiler. La nave empezó a virar a babor lentamente y rodó sobre sí misma, como una criatura derrotada mostrando el vientre a su agresor.
—Gracias por la ayuda, YT-1300 —dijo alguien por el canal de comunicaciones.
—Es el piloto líder del escuadrón —explicó Droma.
—Pero no es un escuadrón militar —apuntó Han.
—¿Cuánto hace que ha empezado la batalla, YT?
Han abrió un canal a los cazas.
—El enemigo apareció un minuto antes que vosotros y ya está bombardeando los astilleros. ¿Quiénes sois, chicos?
—La Docena de Kyp —dijo el piloto.
—¡Kyp Durron! ¿Qué diablos haces tú aquí?
Cogido con la guardia baja, Kyp calló un instante.
—Han, ¿eres tú? —preguntó tímidamente.
—El mismo.
—¿Ahora te dedicas a la pintura o has metido el
Halcón
sin querer en una estrella?
—Es una larga historia.
—Como la nuestra. Perseguimos a esa nave burbuja desde Kalarba. Los yuuzhan vong tienen prisioneros a bordo, Wurth Skidder entre ellos. ¿Y tú?
—El transporte que tenéis a estribor abandonó a un grupo de refugiados en alguna parte de este sistema. Creí que podría convencerlos para que nos dijeran dónde los desembarcaron.
—Si das media vuelta y participas en la batalla, serías de mucha ayuda. Te asignaré dos de los míos para que te acompañen.
—Los acepto, pero ¿qué piensas hacer con los prisioneros?
—Subir a bordo y rescatarlos.
A Han se le escapó una carcajada.
—Sólo un Jedi puede hacer lo imposible.
—Es nuestro lema —admitió Kyp.
—Volveremos a ayudaros en cuanto podamos —prometió Han.
—Que la Fuerza te acompañe, Han.
—Y a ti.
En el Astillero Orbital 1321, el destructor estelar
Amerce
estaba casi terminado. Era uno de los treinta enormes buques de guerra que se estaban ultimando en Fondor, junto con centenares de naves menores. Algunos de los astilleros mayores iban con retraso al tener que ajustar mantenedores de inercia hiperlumínica a toda una flotilla, pero en el 1321 estaban seguros de que su trabajo en el
Amerce
terminaría ese mismo mes. La botadura sería el final para decenas de miles de obreros que se habían pasado casi todo un año estándar trabajando en la nave junto a androides y otras máquinas, en turnos rotativos, y muchas veces en gravedad cero durante días interminables.
Creed Mitsun, el capataz humano de un equipo de electricistas formado por miembros de diversas especies, estaba más ansioso que la mayoría por terminar. Los sustanciales créditos que había reunido parecían haber volado de su cuenta bancaria, y su compañera de los dos últimos años, una bailarina exótica que trabajaba en Ciudad Fondor, amenazaba con volverse a Sullust si Mitsun no bajaba al planeta lo antes posible.
Últimamente no pasaba un solo día sin que Mitsun se despertase tan agotado como si hubiera estado trabajando en vez de dormir, y temiendo que el
Amerce
nunca se completaría y que nunca podría marcharse de allí. Para empeorarlo todo, los taladros espaciales no paraban de funcionar las veinticuatro horas del día, y todo el mundo se despertaba mucho antes de que empezase su turno.
Hoy no era una excepción.
Mitsun agregó su elaborado gruñido al coro de protestas habituales que llegaban desde todos los rincones del dormitorio, enterró la cabeza bajo una almohada y se negó a moverse, a pesar del tenaz aullido de las sirenas y las insistentes llamadas de la hembra bothana que tenía la litera opuesta a la suya.
—Venga, jefe —rogaba, sacudiéndolo para que se levantase—. Ya sabe lo que pasa si no nos presentamos en nuestro puesto de trabajo.
—Me importa un bledo —dijo Mitsun con la voz ahogada por la almohada—. ¿Cómo esperan que terminemos el
Amerse
si nos dormimos de pie durante los turnos?
—Por favor, jefe. Si lo suspenden, a todos nos irá peor.
Mitsun quiso empujarla para que lo dejase en paz, pero, de repente, se encontró cayendo al duro suelo de la cubierta desde la altura de su tercera litera.
—¿A qué viene esto? —tartamudeó mientras intentaba ponerse en pie, sólo para descubrir que a la hembra bothana y a casi todos los demás les había ocurrido lo mismo.
Sin previo aviso, toda la instalación sufrió un fuerte golpe, lo bastante potente como para volcar varias filas de literas y derribar a todos los que se encontraban en el dormitorio.
—¡Eso no es ningún taladro! —gritó alguien.
Mitsun oyó las palabras, pero se negó a creerlas. Corrió hacia el casco exterior pasando por encima de los cuerpos que yacían en el suelo y golpeó con la palma de la mano el interruptor que levantaba la persiana metálica que cerraban durante la noche.
Cuando la persiana terminó de enrollarse, ya había varios obreros más junto a Mitsun, y al otro lado del panel de transpariacero se encontraban los restos de un
Amerce
lleno de agujeros y que expulsaba sus entrañas al espacio.
Una tormenta de lo que parecían asteroides se dirigía hacia ellos desde la luna más cercana a Fondor, tan decididos a demoler el Astillero 1321 que ni siquiera se molestaban en disparar sus armas, sino que aceleraban hacia el acorazado y la instalación.
—Se acabó el permiso —se dijo Mitsun a sí mismo cuando vio cómo dos coralitas se lanzaban directamente hacia el dormitorio.
Leia pisaba los talones del coronel que la había sacado de su camarote del
Yald
diciéndole que era urgente que se uniera al comodoro Brand en el Centro de Información Táctica. El ayudante de Brand y ella salían del turboascensor que les había llevado al CIT, cuando casi chocó con Isolder, que obviamente llegaba del
Canción de Guerra.
—¿Tienes idea de lo que pasa? —le preguntó.
Lanzó la pregunta en tono mordaz, aunque sin ser consciente de ello. Lo que empezó en Gyndine como un vago presentimiento y se convirtió en aprensión tras la visión en Hapes, era ahora un miedo profundo, tangible como cualquier temor o fobia que jamás hubiera experimentado, aunque su origen y sustancia seguían siendo un misterio para ella.
Horas de meditación habían permitido a Leia determinar qué parte de su aprensión se centraba en Anakin, Jacen y el previsto ataque a Corellia, pero no conseguía saber, ni siquiera suponer, cómo se conectaba esa preocupación por ellos con el presentimiento que se arremolinaba en torno a Isolder como electrones excitados, y concretamente alrededor del comandante Brand y sus planes de batalla. Sólo sabía que su serenidad se estaba viniendo abajo, y que aquellas fuerzas convergían de una forma que nadie había previsto.
—¿Leia? —dijo Isolder.
El arma del Jedi es su mente. Cuando un Jedi está distraído, cuando pierde su foco, se vuelve vulnerable…
—Lo siento, Isolder —respondió por fin—, pero no tengo ni idea.
Él la estudió en silencio mientras apresuraban el paso hacia la sala de guerra. Entraron codo con codo. Brand giró la cabeza hacia ellos desde su alto taburete junto a un amplio panel horizontal. De hecho, todos los reunidos en la enorme sala parecían aturdidos bajo toda aquella actividad frenética.
—En pantalla —ordenó Brand a uno de los técnicos, mientras Leia e Isolder se acercaban.
Leia estudió una cercana batería de hologramas, instantáneamente consciente de que contemplaba su visión haciéndose realidad… o, al menos, parte de ella. Era imposible discernir si las imágenes en tiempo real eran transmitidas vía satélite o desde una instalación orbital, y, en cualquier caso, era irrelevante. Un holo mostraba docenas de naves de guerra yuuzhan vong y de la Nueva República disparándose mutua e implacablemente, mientras escuadrillas enteras de cazas estelares y coralitas se perseguían a través de los restos de hangares orbitales.
Otro holo revelaba ennegrecidas naves casi terminadas, destrozadas, volcadas sobre sus plataformas espaciales de atraque, con las torres de mando y los torreones de armamento en ruinas, en medio de nubes de escombros que hacían casi imposible ver nada con claridad. Más allá, los equivalentes yuuzhan vong a los transportes estelares vomitaban tempestades de coralitas hacia las plataformas armadas y la superficie de un mundo ya castigado por la devastación industrial.