Agentes del caos II: Eclipse Jedi (42 page)

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Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
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Movió el
Halcón
hasta situarlo junto al astillero vacío donde habían abandonado a los refugiados de Ruan. Abajo, Droma, su segundo piloto, y algunos de los piratas estaban organizando el embarque, con el
Trevee
precariamente amarrado en un lugar que, de estar operativa la instalación, estaría ocupado por una barcaza o un transporte de mercancías. Con la flota yuuzhan vong presionando Fondor, la tripulación de Tholatin, reclutada muy a su pesar como rescatadores improvisados, estaba desesperada por terminar con su misión y volar a un espacio seguro.

Un ruido a fritura escapó de los altavoces de la cabina y una imagen de vídeo muy granulosa de Droma apareció en la pantalla de comunicaciones.

—Han, el
Trevee
está cargando a los refugiados, pero todavía nos faltan unos cincuenta más o menos. Creyeron que podrían pasar desapercibidos escondiéndose.

Tras Droma, sonriendo ampliamente, podía verse un grupo de otros diez ryn, incluidos los dos que le habían presentado poco antes como Gaph y Melisma. Ahora, ella acunaba un bebé ryn en los brazos.

—No puedes esconderte del plasma —ladró Han por su micrófono. Droma asintió.

—Los buscaremos.

—Sí, bueno, no pierdas tiempo. Parece que a un escolta yuuzhan vong se le ha despertado un repentino interés por esta instalación.

Droma volvió a asentir y cortó la llamada.

El
Halcón
apenas completaba un círculo alrededor del astillero cuando el
Trevee
apareció una vez más en su ventanal delantero. Su motor hiperespacial estaba destrozado, pero los sublumínicos eran capaces de llevar la nave más allá de la flota enemiga…, siempre y cuando escapara a tiempo.

Mientras Han pensaba en todo aquello, el escolta yuuzhan vong disparó contra el astillero rociándolo desde estribor con proyectiles de plasma.

Han lanzó el
Halcón
hacia el intruso disparando los láseres sin cesar, pero el escolta estaba demasiado decidido a destruir el astillero para molestarse por un solo atacante. Sólo entonces apareció en escena el Ala-X, que logró atraer la atención de la nave yuuzhan vong con dos torpedos de protones que impactaron contra su proa achatada.

El
Halcón
viró a babor, atravesando una tormenta de proyectiles llameantes para ayudar al caza, pero no llegó a tiempo. El plasma brotó del escolta y atrapó al Ala-X cuando remontaba su temeraria zambullida. Los láseres y los estabilizadores de las alas se fundieron como la cera, y el piloto perdió el control. El caza entró en barrena desprendiendo fragmentos de metal solidificado y deshaciéndose en pedazos, antes de desaparecer en medio de una feroz explosión.

Los ojos de Han se estrecharon de odio.

—Nadie se carga a mi compañero de combate.

Hizo que el Halcón diera media vuelta y se lanzó contra el escolta yuuzhan vong disparando sus láseres cuádruples. Pedazos de coral yorik se desprendieron de la nave, y una espesa llamarada se dispersó por el espacio. La nave se inclinó hacia un lado como una bestia herida. La pantalla de comunicaciones cobró vida en ese momento.

—Estamos fuera —informó Droma—. Directos al espacio seguro.

Han aceleró al
Halcón
en una maniobra ascendente y viró a estribor, a tiempo de ver cómo el
Trevee y
el caza superviviente aceleraban alejándose de la instalación amenazada. Pero el agonizante escolta también los descubrió. Varios misiles buscaron las naves que huían, pero los yuuzhan vong reservaron el grueso de su armamento para el propio astillero. La instalación, pulverizada por los proyectiles, empezó a desintegrarse escupiendo llamas que chamuscaron la popa del transporte. Entonces, el escolta también desapareció en una deslumbrante llamarada de luz.

—Tienen mi palabra de honor de que consagraré el resto de mis días a pagar la deuda que hoy he contraído con ustedes —bramó Randa en Básico, mientras seguía a Kyp y a Ganner por la nave-racimo, con su musculosa cola restallando ruidosamente en el pasillo.

—Agradézcaselo a Skidder, Randa —dijo Kyp por encima de su hombro—. Si hubiera dependido de mí, lo hubiera dejado con sus amiguitos muertos.

—Entonces pagaré mi deuda en honor de Skidder —rectificó Randa imperturbable—. Ya lo verán.

Los dos Jedi no tuvieran que esperar mucho. Al doblar una esquina del pasillo, se encontraron con una falange de guerreros yuuzhan vong contra la que cargó Randa antes de que pudieran reaccionar, derribando a media docena antes de que los que quedaban en pie pudieran disparar contra la piel casi impenetrable del hutt. Kyp y Ganner lo siguieron, tumbando a sus antagonistas con precisas estocadas en los puntos débiles de la armadura de los guerreros.

Sin dejar de combatir, el trío se abrió camino hacia una enorme abertura en la pared de la que emanaba un hedor aún más acre que el de Randa. Dentro de la inmensa cámara, rodeado por sirvientes que no parecían nada cómodos con los cuchillos que blandían, se erguía un comandante yuuzhan vong, con la larga capa colgando de sus transformados hombros y un comunicador villip en las manos. Tras ellos había un yammosk, alzado sobre sus propios tentáculos en medio de un tanque circular lleno de un líquido hediondo, con un enorme diente brillando en el rictus de su boca y sus enormes ojos negros clavados en los intrusos.

Randa volvió a cargar contra los yuuzhan vong, aplastando a varios sirvientes y haciendo restallar la cola para arrancar el villip de las manos del comandante. Los sirvientes se aprestaron a una defensa a todas luces infructuosa, pero el comandante les pidió que depusieran las armas.

—Os felicito por llegar tan lejos —admitió Chine-kal cuando dos de los sirvientes lo ayudaron a levantarse.

Kyp movió su sable láser hacia un lado con la hoja extendida ante él.

—Hazte a un lado y llegaremos más lejos todavía. Hasta el final. Chine-kal se volvió ligeramente para mirar al yammosk.

—Claro. La vida de un yammosk por la de un Jedi. Me parece justo.

Desde la izquierda de Kyp, Ganner lanzó su sable láser contra el ojo izquierdo de la criatura. Cuando la hoja de sulfurosa energía amarilla se clavó en el yammosk, éste chilló y agitó sus tentáculos, generando olas que lamieron los muros de coral yorik de la piscina y se desbordaron por la cubierta. El yammosk se tambaleó y empezó a oscilar a un lado y a otro. Poco a poco, los tentáculos dejaron de moverse y la criatura se hundió en el tanque. Estaba muerta cuando Ganner hizo que su sable láser volviera a él.

La tristeza de Chine-kal duró sólo un momento.

—Bien ejecutado, Jedi. Pero nos has condenado a todos.

Un temblor recorrió la nave mientras el comandante yuuzhan vong hablaba.

—El yammosk controlaba la nave —explicó Randa—. El piloto dovin brial agoniza.

—Nadie saldrá vivo de aquí —sentenció Chine-kal sonriendo débilmente.

—No será la primera vez que juzgas mal una situación, comandante —dijo Kip, devolviéndole la sonrisa. Miró a los sirvientes uno por uno, antes de volverse hacia Chine-kal—. Todos sois libres de venir con nosotros. —Se encogió de hombros cuando fue obvio que ninguno se movería—. Vosotros mismos.

Retrocedió hasta el pasillo, con Ganner a un lado y Randa al otro. Otro espasmo agónico los hizo trastabillar y los lanzó contra un mamparo. Tras recuperar el equilibrio, Kyp empezó a recorrer el camino por el que habían llegado allí, pero Randa lo detuvo.

—Conozco una ruta más directa.

Apenas habían entrado en un módulo adyacente cuando el comunicador de Kyp pitó, reclamando su atención.

—¿Cuál es tu situación, Kyp?

El Jedi reconoció la voz de Han Solo.

—Camino de la salida. La nave se está autodestruyendo.

—Un escuadrón de naves de guerra yuuzhan vong se ha escindido del grupo principal y se dirige hacia vosotros. No podremos contenerlas mucho tiempo.

—Entonces, no os arriesguéis.

—Sabía que dirías eso. ¿Dónde están los prisioneros?

—Los están llevando al módulo por el que entramos.

—¿Cuántos son?

—Cien, más o menos.

Solo maldijo en voz baja.

—El
Trevee
ya no puede defenderse. Tendremos que embarcarlos a todos en el
Halcón.

—¿Puedes acercar el
Halcón
lo bastante para extender un túnel de conexión?

—Ése es el menor de nuestros problemas.

—Hay una esclusa en el módulo central, pero igual no puedes identificarla desde el exterior. Busca nuestra señal. De todas formas, haré que Deak o cualquier otro te guíe.

—No te preocupes, la encontraré.

—Sabía que dirías eso —se burló Kyp—. A propósito, ¿crees que cabrá un hutt?

Han lanzó una carcajada.

—¿Un hutt? Claro, cuantos más seamos, más reiremos.

—Entonces, te alegrará saber que uno de los prisioneros me pidió que te diera recuerdos.

—¿Quién?

—Roa.

—¡Dispara! —siseó Sal-Solo a través de sus dientes apretados—. ¡Hazlo!

—Por los mrlssi —añadió una voz más lastimera.

—Por el bien de la Nueva República —dijo el capitán.

—No, muchacho, no lo hagas —contraatacaron Ebrihim y Q-nueve.

Pero otras voces que no eran las de la sala de control resonaban en la mente de Anakin. Oía las palabras amables de su padre y de su madre, la voz áspera de Jacen y la comprensiva de Jaina, los consejos de su tío Luke… Anakin las ignoró todas y miró a Jacen.

—¿Qué hago? —preguntó.

Jacen respondió tranquila y serenamente, casi como si subvocalizara la respuesta.

—Eres mi hermano y eres un Jedi, Anakin. No puedes hacerlo.

Anakin aspiró profundamente y soltó el gatillo del disparador. La tensión de la sala se rompió con una exclamación colectiva de desilusión. Los técnicos refunfuñaron y los mrlssi agacharon la cabezas admitiendo la derrota.

Lo siguiente que supo Anakin era que alguien lo empujaba violentamente, tirándolo del asiento.

—Yo dispararé —gritó furioso Thrackan Sal-Solo, mientras su mano se cerraba sobre el gatillo.

La fuerza de asalto de Commenor liderada por el
Yald
apareció cerca de la órbita de la luna más alejada de Fondor. Tras su estela, llegaron los Dragones de Combate y los cruceros de la flota hapana, situándose en abanico para presentar batalla a la armada yuuzhan vong.

El comodoro Brand había permitido que Leia se uniera a él en el puente, y ésta se encontraba ahora tras el sillón de mando, mirando a través de la pantalla frontal cómo aparecían los buques de guerra hapanos. Entre ellos y Fondor, una miríada de explosiones iluminaban la noche mientras naves y astilleros sucumbían ante el asalto enemigo.

—El mando de la flota informa que las bajas superan el cincuenta por ciento —leyó Brand en una pantalla que actualizaba constantemente los datos—. Algunos de los astilleros han conseguido defenderse de los ataques suicidas de los coralitas, pero la flota ha sido incapaz de atenuar el bombardeo de los buques de guerra enemigos.

El comodoro giró su silla para estudiar varias pantallas que analizaban la amenaza y diversos paneles verticales que sugerían opciones.

—Las naves de los hapanos les meterán el miedo en el cuerpo —aseguró en voz lo bastante alta como para que lo oyeran por todo el puente.

Leia escondió su temblorosa mano derecha bajo la capa y estudió los paneles. Intentó llegar con la Fuerza hasta Anakin y Jacen. Las otras veces, el esfuerzo sólo contribuyó a aumentar su desasosiego, pero esta vez experimentó cierto alivio. La envolvió una calma trascendente y la aprensión que había sentido desde Hapes desapareció repentinamente.

Pero la serenidad era volátil. Un instante después, algo feroz e incontrolable fluyó en su conciencia. Volvió a buscar a Anakin y a Jacen y comprendió que su preocupación por ellos había ocultado un temor más profundo pero menos personalizado, y que ahora, repentinamente, la ahogaba.

Volvió a mirar a través de las pantallas delanteras para ver cómo la flota hapana se dividía en grupos de asalto y se acercaba a los buques de guerra enemigos para entablar combates individuales.

—Ataquen en cuanto estén preparados —oyó que le decía Brand al príncipe Isolder, pero como si estuviera muy lejos de ella.

De repente, una llamarada de radiante energía iluminó el espacio local. Un torrente de fuego estelar de mil kilómetros de anchura brotó de Fondor, de su luna exterior, quizá desde el mismo hiperespacio. Convertido en un rayo de salvaje aniquilación, pasó por en medio de la dispersa flota hapana, consumiendo todas y cada una de las naves que encontraba en su camino, atomizando unas en un abrir y cerrar de ojos y agujereando otras con lanzas de luz hirviente. Las armas, las superestructuras y las antenas quedaron vaporizadas por el rayo abrasador; las naves explotaron, desapareciendo entre globos de brillantes conversiones de masa-energía.

Hasta las naves situadas fuera de los límites del rayo fueron desviadas violentamente de su curso con los costados convertidos en escoria, o empujadas hasta colisionar entre sí. Los platillos de los Dragones de Combate se separaron y se desintegraron, y los cruceros se partieron como si fueran ramitas secas. Escuadrones enteros de cazas desaparecieron sin dejar rastro.

Leia estaba muda de asombro. Nada de cuanto había visto del arsenal yuuzhan vong la había preparado para una devastación a tan inmensa escala. Por un instante, estuvo segura de que sólo se trataba de otra terrible visión, pero rápidamente quedó claro que aquella violencia era real.

Su estupefacción aumentó cuando el rayo no disminuyó mientras se abría paso a través de la flota hapana. La saeta de energía pura penetró más profundamente en el espacio de Fondor, rozó la penúltima luna del planeta, evaporando parte del planetoide lleno de cráteres como un láser quirúrgico seccionaría un tumor. Entonces golpeó el corazón de la armada enemiga, aniquilando miles de coralitas y pulverizando la mayor parte de los buques de guerra de mayor tamaño. Terminado su trabajo, o no, el rayó pasó cerca de Fondor, chamuscando el hemisferio norte a su paso, y desapareció en las profundidades del espacio, quizá para destruir algún blanco aún más distante.

En el puente, todos los sistemas habían fallado y, por un largo segundo, mientras las consolas y las pantallas parpadeaban volviendo a la vida gracias al suministro de energía de emergencia, todo el mundo estuvo demasiado aturdido para hablar o gritar, y mucho menos para buscar un sentido a lo presenciado.

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