Agentes del caos II: Eclipse Jedi (41 page)

Read Agentes del caos II: Eclipse Jedi Online

Authors: James Luceno

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos II: Eclipse Jedi
12.35Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Lo tienen en la cubierta inferior —susurró débilmente—. En el módulo contiguo a la popa. Pero ten cuidado, Jedi, puede que ya no sea el Wurth Skidder que recuerdas.

Algunos de los refugiados de Ruan técnicamente más hábiles consiguieron manipular los sistemas de recepción de imágenes de la instalación orbital, por lo que todo el que quisiera podía ver la caída de Fondor en directo y a todo color.

La mayoría de la flota yuuzhan vong seguía dispersa en un amplio arco más allá de la órbita de las lunas más alejadas de Fondor, pero más de una docena de transportes fuertemente reforzados por naves escolta se había adelantado al cerco y estaba sobre el planeta. Los transportes habían lanzado sus coralitas contra todos los objetivos posibles a su alcance, como si fueran viejas armas de asedio, destruyendo buques de guerra de la Nueva República, plataformas y astilleros. Una vez dispersada la Primera Flota, empezaron a ser sistemáticos con las instalaciones orbitales, lanzando proyectiles llameantes y chorros de plasma contra el distante Fondor.

Melisma contemplaba aquel caos a través de una portilla de observación y decidió que probablemente los yuuzhan vong no perdonarían ni a un astillero vacío como aquel en el que se encontraban. Además, al actual ritmo de destrucción, al grupo de Ruan le quedaba menos de una hora de vida. La mayoría de los refugiados ya se había hecho a la idea y lloraba calladamente u oraba a cualesquiera que fueran los dioses a los que rindieran culto. Otros chillaban de miedo y rabia, insistiendo en que tenían que esforzarse por alertar de su situación al alto mando de Fondor o, si no lo conseguían, rendirse a los yuuzhan vong, aunque eso significase el sacrificio o la cautividad.

Los ryn cantaban, fieles al fatalismo que abrazaban como credo. El hecho de que pudieran enfrentarse a la muerte con gracia y dignidad los había imbuido con una sensación de calma y tranquilidad en medio de aquel pandemonio.

Melisma se volvió hacia la ventanilla para escuchar mejor el melodioso lamento que entonaba R’vanna.

—Si esta gente supiera que fueron nuestras falsificaciones lo que los trajo hasta aquí y los metió en esta situación, ya estaríamos muertos —dijo a Gaph. Su tío se encogió de hombros.

—Los piratas habrían encontrado alguna otra forma de transportarlos, hasta sin los documentos que les proporcionamos. Recuerda, niña, que estas personas pagaron para salir de Ruan.

—¿Ésa es tu manera de absolvernos de toda culpa?

—Sólo somos culpables de meternos a nosotros mismos en este lío. Pero ése es el estilo ryn. Si nadie intenta aprovecharse de nosotros, nos aprovechamos de nosotros mismos.

—Entonces, ¿nos merecemos esto por no aceptar la oferta de trabajar en los campos de Ruan? —suspiró Melisma.

—No. Nadie merece morir así, haya hecho lo que haya hecho. Pero mira, chica, todavía no estamos muertos. Y hasta entonces, debemos disfrutar del momento.

—Creo que ya no me quedan canciones, tío —confesó, mirando por la ventanilla.

Él se rió.

—Claro que sí. Siempre hay una canción…, incluso en el último aliento.

—Empieza tú —aceptó, forzando una sonrisa.

Gaph acarició su bigote, pensativo. Su pie derecho empezó a marcar el ritmo, y ya había abierto la boca para cantar cuando un sullustano situado frente a una de las consolas gritó reclamando la atención de todo el mundo.

—¡El
Trevee
está volviendo!

Los cánticos y los gemidos cesaron, y todos empezaron a apiñarse alrededor de las consolas y la ventanilla de observación. Alguien situado a la izquierda de Melisma señaló una forma lisa, ahusada, que se acercaba a la abandonada instalación navegando entre proyectiles y descargas de plasma.

—¡Es el
Trevee,
definitivamente! —confirmó el sullustano.

Gritos de esperanza surgieron de todos los presentes.

—Igual han cambiado de idea.

—Imposible. Seguro que se han visto atrapados en medio de la batalla y buscan un lugar donde esconderse.

—O alguien se ha enterado de lo que nos hicieron.

—Ésa es la explicación más probable —dijo Gaph con voz autoritaria. Gesticuló en dirección al transporte—. Porque no imagino el motivo por el cual ese YT-1300 se ha podido unir al
Trevee,
pero estoy seguro de que las otras dos naves que los acompañan son cazas estelares de la Nueva República.

Las posibilidades de que Anakin habilitase el campo de contención de la estación
Centralia y
su capacidad para hacer explotar soles quedaron olvidadas momentáneamente tras las devastadoras noticias traídas por el coronel de la Nueva República hasta la sala de control.

—Los yuuzhan vong han lanzado un ataque sorpresa contra Fondor.

Las imágenes en tiempo real de la batalla recibidas por los canales militares y la HoloRed habían propagado el pánico entre los mrlssis, cuyo sistema natal era fronterizo con Fondor en el sector Tapani. Para todos los demás, las imágenes provocaron una curiosa mezcla de alivio y desesperación. Allí estaba
Centralia,
preparada para defenderse, pero sin enemigo contra el que hacerlo.

Thrackan Sal-Solo rompió el hielo.

—Todavía podemos hacer algo —se giró hacia Anakin con una luz salvaje brillando en sus ojos—. Tenemos las coordenadas espacio-temporales de la flota yuuzhan vong. —Corrió hacia una consola y pidió un mapa estelar—. Sus buques de guerra están concentrados entre la quinta y la sexta lunas de Fondor. Si enfocamos el rayo repulsor de
Centralia
podemos acabar con ellas.

—No tenemos autoridad para tomar esa decisión —apuntó uno de los técnicos en voz bastante alta como para ser escuchado por encima de una docena de conversaciones diferentes—. Podríamos fallar y golpear Fondor… o incluso su sol. No podemos correr ese riesgo.

—Debemos asumirlo —protestó un mrlssi—. Si no hacemos nada, Fondor está perdido.

El coronel de la Nueva República vio que Sal-Solo agitaba la cabeza, dudando.

—No puedo prometer que acertaremos en el blanco.

Todos se giraron hacia Anakin.

Y Anakin miró a Jacen y a Ebrihim, que tenían sus manos tapando la rejilla del codificador de voz de Q-nueve.

Jacen quiso decir algo, pero le fallaron las palabras. De repente recordó al Anakin de hacía unos meses, practicando la técnica del sable láser en la bodega del
Halcón Milenario.

—Sigues pensando en el sable láser como en una herramienta, como un arma en tu guerra contra todo lo que te parece malo —le había dicho Jacen en aquel momento.

—Es un instrumento de la ley —mantuvo Anakin.

—La Fuerza no tiene nada que ver con la guerra —insistió Jacen—. Tiene que ver con encontrar la paz y el lugar que ocupas en la galaxia.

Ahora se situó entre Sal-Solo y la consola frente a la que se sentaba Anakin.

—No podemos formar parte de esto.

Thrackan se movió nerviosamente alrededor de Anakin y de él.

—La Primera Flota está siendo diezmada, Anakin. Y la fuerza de choque enviada desde Bothawui no llegará a tiempo.

—El sector Tapan es nuestro sector natal —intervino un mrlssi—. Tienes que arriesgarte por nosotros…, como lo haría cualquier Jedi.

—Es nuestra única oportunidad de conseguir una victoria decisiva —urgió el coronel. Clavó la mirada en la palanca que había conjurado Anakin—. Tiene tu impronta, Anakin, sólo responde ante ti, ante nadie más.

—Anakin, no puedes hacerlo —insistió Jacen con los ojos desorbitados—. Apártate de ahí. Apártate de eso ahora mismo.

Anakin contempló los controles que tenía ante él. Pudo captar los distantes blancos, pero no a través de la Fuerza, sino a través de la misma
Centralia.
Se sintió unido al repulsor como a menudo se sentía unido a su sable láser. Y supo, con la misma convicción, que sabía cuándo y cómo atacar.

Capítulo 27

Con los sables láser firmemente empuñados con ambas manos, Kyp y Ganner se acercaron a la cámara donde se suponía tenían a Wurth Skidder prisionero. La ausencia de guardias en el oscuro y húmedo pasillo hacía pensar lo contrario a Kyp, pero en cuanto el sable láser forzó la puerta de la sala pudo ver a su compañero y entendió de inmediato lo que quiso decirle el viejo prisionero Roa al advertirle que quizá Skidder no sería el mismo.

Estaba en el suelo, boca arriba, desnudo, con las piernas dobladas hacia atrás y los brazos extendidos por encima de la cabeza. A su alrededor había más o menos una docena de criaturas parecidas a cangrejos, muy posiblemente responsables de las excrecencias cartilaginosas que lo mantenían inmovilizado uniendo a la cubierta sus rodillas, empeines, hombros, codos y muñecas. Unos cuantos cangrejos consiguieron ponerse a salvo antes de que los sables láser de Kyp y Ganner entrasen en acción. El resto fue desmembrado sin piedad, y sus patas y pinzas, desperdigadas por toda la sala.

Kyp se arrodilló, pasó la mano por debajo del cuello de Wurth y le levantó suavemente la cabeza. Skidder gimió de agonía, pero sus ojos se abrieron.

—Eres la última persona que esperaba ver aquí —susurró.

Kyp se obligó a sonreír.

—¿Crees que íbamos a dejarte esta misión para ti solo?

—¿Cómo me habéis encontrado? —Skidder se relamió los labios para mojarlos.

—Los hutt nos enviaron un mensaje a través de uno de sus contrabandistas.

Las cejas de Skidder se alzaron de perplejidad.

—Creí que se habían unido a la oposición.

—Supongo que han visto la luz.

—Me alegra oír eso —dijo Skidder, genuinamente aliviado. Miró a Ganner y añadió—: Os sentí cuando atacasteis la nave, antes del salto.

—Eso fue en Kalarba —aclaró Ganner.

—¿Dónde estamos ahora?

—En Fondor.

Skidder les dirigió una mirada sobresaltada.

—¿Por qué…?

—El objetivo siempre fue Fondor —respondió Kyp—. Han cogido a la flota por sorpresa.

—Intenté descubrir nuestro punto de destino, el punto de destino del yammosk —rectificó Skidder cerrando los ojos un segundo.

Kyp apretó los labios antes de contestar.

—Conseguimos dañar la nave antes de que se acercase al planeta, pero los yuuzhan vong están ganando la batalla incluso sin su Coordinador Bélico.

—Hay otros prisioneros a bordo —informó Skidder, como sí lo recordase de repente—. El plan era que el yammosk se familiarizase con nuestras pautas mentales antes de…

——Los tenemos —cortó Ganner—. Deak y algunos otros están con ellos. Ya sólo nos queda averiguar cómo liberarte a ti.

Wurth se rió, breve y amargamente.

—Chine-kal prometió quebrantarme… y lo ha conseguido. —¿Chine-kal?

—El comandante de esta nave —el rostro de Skidder se retorció y gimió de dolor.

Kyp ocultó su desesperación y le echó una mirada a las excrecencias coralinas que anclaban a Wurth a la flexible cubierta.

—Nuestros sables láser pueden encargarse de esto —empezó a decir, pero Wurth sacudió la cabeza con violencia.

—No hay tiempo. Tenéis que marcharos.

Kyp miró fijamente a los ojos de su camarada.

—No pienso dejarte aquí, Wurth, encontraremos una manera de ayudarte. La Fuerza…

—Mírame —lo interrumpió Skidder—. Mírame a través de la Fuerza. Me estoy muriendo, Kyp, no puedes ayudarme.

Kyp abrió la boca para contestar, pero sólo pudo emitir un suspiro de resignación.

Skidder sonrió con los ojos.

—Estoy preparado, Kyp, estoy listo para morir. Pero necesito que hagáis dos cosas antes de abandonar la nave.

Kyp asintió con la cabeza y acercó la oreja a la boca de su amigo.

—Randa y Chine-kal —logró balbucear Wurth—. Encontradlos.

Han estaba solo en la cabina del
Halcón,
sujetando con una mano la palanca de mandos y con la otra el servomecanismo que accionaba el cuádruple láser dorsal. Ya había destruido dos coralitas disparando varias ráfagas cortas. De alguna parte por detrás del
Halcón
apareció un tercer enemigo ametrallando el astillero, pero el coralita quedó pulverizado por los disparos de uno de los Ala-X de La Docena de Kyp, antes de que Han pudiera siquiera girar la torreta del arma.

—Buen disparo —felicitó Han por el micrófono acoplado a sus auriculares.

—Gracias,
Halcón
—respondió la voz de la piloto femenina que había disparado—. Usted ablándelos un poco y yo me encargaré del resto.

—Hecho —aceptó Han.

Other books

The Directive by Matthew Quirk
Soarers Choice by L. E. Modesitt
The Midwife's Moon by Leona J. Bushman
The Fall by Christie Meierz
Crown Jewel by Megan Derr
Wheel of Fate by Kate Sedley
Mil días en Venecia by Marlena de Blasi
Evade (The Ever Trilogy) by Russo, Jessa
Maggie's Breakfast by Gabriel Walsh