Paradójicamente, era esa misma paranoia institucionalizada la que había llevado a un hombre como Solkowni a dudar del mismo Consejo Hegemónico, y a depositar su única lealtad en la Liga Democrática, al menos por un tiempo. No demanda mucho esfuerzo el transformar a un «perro de un solo amo» en un «perro de nadie».
De todos modos, pensó Johnson, ningún Custodio podía asesinar a Khustov. El resto de los guardias lo acribillarían ni bien hiciera un movimiento sospechoso.
A menos que…
Johnson estudió los rostros vacíos de los Protegidos que estaban alrededor. El miedo, la prosperidad y un control férreo estaban logrando que la Hegemonía redujera a esos seres a la condición de ganado, bien alimentados, bien alojados y bien entretenidos. Lo único que les faltaba era la libertad, y hasta el significado de dicha palabra se estaba tornando oscuro con rapidez.
Cuatro mil Protegidos de la Hegemonía equivalían a otras tantas cabezas de ganado humano, totalmente inofensivos en sí mismos. Pero diseminados entre ese rebaño apático se encontraban diez agentes de la Liga, armados y dispuestos a matar.
Los diez agentes solos no podían eliminar a Khustov. Entre otras cosas, los Custodios eran hombres excepcionalmente altos y fornidos —de más de dos metros de estatura—, y Khustov estaría rodeado por ellos. De modo que, al menor indicio de problemas, lo escudarían con sus propios cuerpos.
Los agentes diseminados en la multitud no podían asesinar a Khustov. Solkowni no podía hacerlo. Los Protegidos ni siquiera soñaban con la idea.
Pero los tres juntos…
Hubo una conmoción cerca de la entrada que daba a la escalinata del Ministerio. Ocho Custodios enormes, con sus uniformes de gala, salieron del edificio: era la guardia personal de Khustov. El rubio de la derecha debía de ser Solkowni.
Boris Johnson miró su reloj. En esos momentos estaría comenzando la transmisión de televisión, y Khustov aparecería en cualquier momento.
Hubo una fanfarria de trompetas grabadas y Vladimir Khustov, El Coordinador Hegemónico, apareció en lo alto de la escalinata, casi invisible detrás de la pantalla de Custodios.
Khustov marchó lentamente por los escalones, mientras los acordes de
Nueve planetas por siempre
, el himno de la Hegemonía, llenaban el aire.
Johnson nunca había visto a Khustov antes, aunque su imagen televisada era conocida por todos en la Hegemonía. A pesar de que Johnson jamás lo hubiera admitido, el Coordinador Hegemónico tenía un extraño parecido con él, desdibujado por los cincuenta años que los separaban, cierto, pero parecido al fin. Ambos tenían cabello negro, largo y lacio, y si el de Khustov raleaba a causa de sus ochenta años, había sabido ocultarlo con maestría. El cuerpo de Johnson era macizo y atlético; Khustov parecía ser un boxeador retirado, con sus fuertes músculos transformados hace tiempo en masa adiposa. Ambos tenían ojos grises, y si bien los de Johnson eran húmedos mientras que los de Khustov eran fríos como el acero, ambos reflejaban una vivacidad poco común en el grueso de los Protegidos de la Hegemonía.
Khustov y sus guardaespaldas llegaron a la tribuna al pie de la escalinata. El Coordinador se instaló directamente detrás de aquélla y escuchó los últimos acordes del Himno. Cuatro Custodios se agazaparon sobre una pequeña plataforma que sobresalía delante de la tribuna, en posición de escudar a Khustov de la multitud al ponerse de pie. Los restantes cuatro se habían dividido en dos parejas, una de cada lado y atrás de Khustov, sobre la escalinata, un escalón más arriba que la tribuna.
Solkowni se encontraba al costado derecho de la tribuna en la ubicación más cercana a Khustov. Mejor suerte aún.
La música dejó de sonar.
—Protegidos de la Hegemonía… —comenzó Khustov en inglés. A pesar de su nombre ruso, se sabía que su ascendencia era al menos en parte norteamericana, y manejaba con fluidez ambos idiomas oficiales. Como la mayor parte de la población de Marte era de origen norteamericano, había optado por hablar en inglés, tal como Johnson lo había previsto.
Era importante para su plan que los once agentes de la Liga abrieran fuego con pocos segundos de diferencia. Como estaban distribuidos entre la multitud, no había forma de que Johnson pudiera dar una señal precisa. Por esa razón, se había decidido arbitrariamente que abrirían fuego en el momento en que Khustov pronunciara la palabra «Custodia» por primera vez. Como el objeto de la ceremonia era un nuevo edificio para el Ministerio de Custodia, y Khustov estaba hablando en inglés, era previsible que dijera esa palabra en algún momento.
Johnson empuñó la pistola láser en su bolsillo con más fuerza. Ése era el gran momento, el primer paso real hacía la destrucción de la Hegemonía y la restauración de la Democracia. La muerte de Khustov no era importante en sí misma, Jack Torrence, el Vicecoordinador, aprovecharía la oportunidad para tomar el poder y consolidarlo rápidamente. Pero el hecho de que la Liga Democrática pudiera matar a un Coordinador la transformaría finalmente en una fuerza de tener en cuenta, después de diez largos años de reuniones clandestinas inútiles, propaganda oral limitada y pequeños actos de sabotaje.
—… y así hay se coloca otra piedra del gran edificio del Orden… —decía Khustov monótonamente—… otro baluarte en la lucha contra el caos y el desorden, y contra el hambre, el descontento y la miseria que acarrean esos conflictos sociales. Así es, Protegidos de la Hegemonía. Este nuevo edificio del Ministerio permitirá a la División Marciana del Ministerio de Custodia mejorar aún más…
¡Custodia!
Johnson extrajo su pistola láser. Era un arma compacta, con su cañón de rubí sintético encastrado en una empuñadura de unos doce centímetros, de ebonita negra, que contenía un cargador de cincuenta electrocristales que liberaban uno a uno la energía almacenada en su estructura, en un terrible haz de luz coherente, cada vez que se oprimía el botón disparador. Imposible confundirla con otra cosa. Una mujer gruesa, situada a la derecha de Johnson, lanzó un chillido agudo. El hombre que la acompañaba trató desesperadamente de ganar un lugar seguro pasando a través de la muralla compacta de cuerpos humanos que lo rodeaba. En cuestión de segundos, los Protegidos, alrededor de Johnson, trataban de escapar frenéticamente y arremetían contra sus vecinos para huir de aquel loco que empuñaba un arma.
Pero tuvieron poco éxito, pues había otros diez «locos» entre la multitud que provocaban otras tantas reacciones similares en grupos de Protegidos aterrorizados, quienes, al empujar unos contra otros en sus desesperados intentos por escapar, impedían con asombrosa efectividad la fuga de cualquiera de ellos.
Johnson apuntó con su pistola hacía el cordón de Custodios que rodeaba a la multitud y oprimió el disparador. Un haz de luz coherente relumbró en el cañón y golpeó en el hombro de un Custodio alto de tez oscura, quien, aullando de dolor, disparó de inmediato en la dirección aproximada de Johnson. El disparo alcanzó a un Protegido que comenzó a gritar. Al instante, decenas y luego cientos de Protegidos aullaban, confusos y aterrorizados. Boris Johnson arremetió en dirección de la tribuna y disparó nuevamente, esta vez hacia ella. Los guardaespaldas de Khustov habían formado un circulo estrecho alrededor de ésta, y el Coordinador se agazapaba detrás de ellos, casi invisible. El disparo de Johnson dio contra uno de los escalones de plastomármol, cerca de la tribuna, y derritió una parte del material sintético que empezó a gotear por la escalinata en un hilo de líquido viscoso.
Johnson se detuvo para apuntar de nuevo y pudo ver que su gente estaba cumpliendo bien con su tarea. Uno de ellos había acertado a la bandera, cuyos restos calcinados colgaban del mástil. Mientras contemplaba el panorama, un rayo láser cortó la base del mástil. Este se meció un instante y cayó sobre la tribuna, muy cerca de Khustov.
La multitud estaba ya en un estado de pánico avanzado. Algunos Protegidos corrían en círculos, enloquecidos, empujando ciegamente, gritando y dando puntapiés. Otros se habían agrupado para formar una cuña y trataban de romper el cordón pero los Custodios de la periferia de la concentración estaban disparando y las cuñas eran dispersadas por hordas de Protegidos que intentaban huir del fuego mortal.
Johnson disparó un tiro, calculándolo para que pasara bien: lejos de la barrera de Custodios que rodeaba a Khustov, pues sería un desastre si alguno de los agentes de la Liga derribara a Solkowni por error.
El aire estaba lleno de gritos y aullidos y saturado de un olor acre a carne achicharrada, sintéticos derretidos y metales quemados. Los Custodios que rodeaban a la multitud no podían hacer nada y los agentes de la Liga que actuaban de francotiradores estaban eficazmente escudados por la multitud aterrorizada que corría de un lado a otro. Esto no impedía que los Custodios, reaccionando de acuerdo con su entrenamiento y condicionamiento, vaciaran sus armas en la dirección aproximada en la cual suponían que podían encontrarse los agentes de la Liga, sin reparar en la matanza de indefensos Protegidos que constituía el único resultado visible de sus esfuerzos. Actuaban como perros en un gallinero: perseguían a los zorros y poco les importaba cuántos pollos de los que intentaban proteger perecían en la cacería.
Tres rayos láser, en rápida sucesión, se concentraron sobre un mismo sector del cordón de Custodios. Dos de ellos cayeron fulminados, y los restantes respondieron con un terrible fuego concentrado que arrasó con un sector de la multitud. Los Protegidos lanzaron un gemido al descubrir que los Custodios estaban comenzando a gozar con la posibilidad de una carnicería.
Todo marchaba de acuerdo con el plan, pensó Johnson, extasiado. Dentro de poco, hasta la guardia de Khustov dejaría de pensar y comenzaría a matar por placer, y ninguno de ellos se daría cuenta cuando Solkowni…
¡Ahora!
—¡Salgamos! ¡Salgamos! —comenzó a gritar Johnson rítmicamente—. ¡A la calle! ¡A la calle!
Tal como habían convenido, los demás agentes de la Liga empezaron a repetir la consigna, y en pocos instantes los Protegidos tomaban el canto, con su ritmo urgente y sincopado.
—¡Para ese lado! —gritó Johnson, empujando al hombre que tenía delante—. ¡Miren, el cordón está roto! ¡Salgamos!
De repente, como una enorme ala que rompía, la multitud de aterrorizados Protegidos se lanzó en una estampida frenética y cargó contra la hilera de Custodios que la separaba de la calle y de la salvación. El terror había transformado a los plácidos y apáticos Protegidos de la Hegemonía en una turba salvaje.
Los ojos de los Custodios brillaron, no de miedo, sino con sed de sangre. Se prepararon para resistir el asalto. Era una contienda entre salvajes; pero como los salvajes con vistosos uniformes de gala estaban armados, comenzaron a disparar contra la multitud a bocajarro. Los concentrados haces de las armas chocaron contra el frente de la masa de gente como un muro de llamas. Decenas de Protegidos aullaron, carbonizados.
Inmediatamente, la multitud se detuvo en su avance y el pánico volvió a cundir. Los Protegidos volvieron sobre sus pasos y se dirigieron en una carrera ciega hacia las escalinatas del Ministerio, donde los aguardaban los guardias de Khustov.
¡Este es el momento!
, pensó Johnson.
Los guardias comenzaron a disparar contra la turba, con la mirada salvaje clavada en sus víctimas. Khustov estaba protegido detrás de sus cuerpos, seguro de que ninguno de los indefensos Protegidos podría traspasar la muralla humana que lo rodeaba.
Siete de los Custodios disparaban sin misericordia contra los Protegidos, cuyo avance empezaba a flaquear frente al fuego graneado que los calcinaba uno tras otro…
Pero el octavo Custodio giró de repente sobre sí mismo y apuntó su pistola láser directamente a la cabeza del Coordinador Khustov. Los demás Custodios estaban demasiado ocupados en la matanza para ver qué ocurría a sus espaldas.
¡El plan funcionaba! Dentro de un segundo…
Pero mientras Johnson observaba la escena con asombro, por lo menos cinco haces de rayos láser dieron contra el cuerpo de Solkowni en forma casi simultánea, antes que él pudiera disparar. Su rostro tomó una expresión estúpida en el momento en que su cuerpo era incinerado en menos de un segundo El cascarón carbonizado se mantuvo de pie un instante, y luego se desplomó en un montón de cenizas.
¿Qué diablos había ocurrido?, pensó Johnson, todavía demasiado aturdido para sentirse decepcionado. Ese no había sido un error… Entonces miró hacía arriba, hacía la calle, sobre el nivel dos, y alcanzó a ver a seis hombres que corrían hacía la calzada móvil de ese nivel bajo la mirada atónita de los operarios de televisión.
Khustov había gritado, y los Custodios hablan girado para mirar fijamente el montón de cenizas sobre la escalinata.
—¡Suban las escalinatas, imbéciles! —rugió Khustov con el rostro convulsionado de rabia y de miedo. Rodeado por sus guardaespaldas vigilantes, el Coordinador Hegemónico se batió en retirada por la escalinata.
Los seis hombres que corrían llegaron a la calzada móvil del nivel dos en el momento justo en que Khustov franqueaba la puerta del Ministerio. Antes de poner los pies en la calzada que lo llevaría a un lugar seguro, el último hombre lanzó al aire un objeto redondo y plateado.
¿Una bomba?, pensó Johnson, confuso.
Entonces vio las pequeñas hélices que sostenían a la bomba mientras ésta volaba a baja altura sobre la multitud. Era una bomba anunciadora. Pero ¡si las bombas anunciadoras eran usadas solamente por la Liga Democrática! Por la Liga y por…
—La vida del Coordinador Khustov acaba de ser salvada —tronó la voz amplificada y hueca de la bomba— por cortesía de la Hermandad de los Asesinos.
«En un lugar sin pasado no hay dónde ocultar el futuro del presente».
GREGOR MARKOWITZ,
Caos y cultura.
Boris Johnson arrojó la pistola láser lejos de sí, un poco por la frustración, un poco por precaución. Khustov estaba a salvo, y la pistola sólo serviría para identificarlo como uno de sus posibles asesinos. Parecía ser que los demás agentes de la Liga estaban haciendo lo mismo, pues los únicos disparos que se oían provenían del cordón de Custodios, quienes en pocos instantes también se percataron de que la función había terminado y cesaron el fuego.
Los Custodios estrecharon filas y empujaron a la multitud, ahora más tranquila, hacia la escalinata del Ministerio. Parecían estar esperando algo…