Agentes del caos (10 page)

Read Agentes del caos Online

Authors: Norman Spinrad

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Agentes del caos
13.87Mb size Format: txt, pdf, ePub

—La Hermandad no debe ser destruida hasta que la Liga sea eliminada —dijo Khustov en forma terminante.

—¿Supongo que nos puedes dar alguna razón lógica…? —dijo Torrence dubitativamente.

—Si pensaras en otra cosa que no fuera en el logro de tus propios objetivos personales, podrías ver la razón —dijo Khustov—. Es evidente que mientras exista la Liga, la Hermandad nos es útil. Todo lo que hace la Liga puede ser atribuido a la Hermandad. Los Protegidos pueden entender por qué la Liga hace lo que hace: quieren derrocar a la Hegemonía nada más. Pero los objetivos de la Hermandad, si es que existen, son totalmente incomprensibles. Para los Protegidos, la Hermandad no es más que una banda de fanáticos religiosos. Es mucho más seguro adjudicar los atentados de la Liga a estos dementes que admitir que existe una conspiración revolucionaria coherente y peligrosa. Mientras la Liga subsista, la Hermandad nos sirve como un chivo expiatorio inocuo y convincente: todo atentado en contra de la Hegemonía puede ser calificado como obra de locos. Una vez eliminada la Liga, te prometo que daremos máxima prioridad a la destrucción de la Hermandad. Pero no antes de ese momento.

—¿Y cuándo llegará ese momento glorioso? —preguntó Torrence—. Podemos controlar a la Liga, pero ¿cómo podemos eliminarla sin gastar billones? Los jefes siempre pueden ocultarse en los túneles subterráneos. Los miembros son solamente unos miles, y hay unos doscientos hombres claves, pero están desparramados por toda la Hegemonía. ¿Lo que dices no implica de algún modo que nunca vamos a atacar a la Hermandad?

Khustov sonrió con complacencia.

—Todo lo contrario —dijo—. Pronto eliminaremos a la Liga. Lograremos que la Liga comprometa a toda su conducción en una sola misión, una misión que atraerá la atención del mismo Boris Johnson. Una vez capturada o destruida la conducción, el resto de la Liga se desbandará rápidamente.

Gorov estaba perplejo ante la aparente seguridad de Khustov.

—¿Cómo piensas lograr eso? —preguntó.

—El Ministerio de Custodia y el mismo Custodio del Sistema se están ocupando del problema —dijo Khustov—. Hemos descubierto a un agente de la Liga en un puesto clave del Ministerio de Custodia de Mercurio.

—¿Se lo ha capturado vivo? —preguntó el Consejero Cordona.

—No se lo ha capturado —respondió Khustov—. Nos es mucho más útil donde está. Estamos tras una presa mayor. El Consejo Hegemónico se reunirá en Mercurio dentro de dos meses.

—¿Qué? —gritó Torrence—. ¿Mercurio? Nunca nos hemos reunido en Mercurio. Existe solamente una pequeña bóveda, la más pequeña y reciente de la Hegemonía… ¡Pero si la colonia no es factible como tal! A los Protegidos no les gusta estar tan cerca del Sol… y a mí tampoco, a decir verdad.

—Esa será la razón aparente de nuestra visita —dijo Khustov—. Anunciaremos que la reunión del Consejo en Mercurio es para demostrar nuestra confianza en la seguridad de la bóveda.

—No me gusta —dijo Torrence—. Es un espacio demasiado reducido, demasiado precario. Si la Liga logra concentrar todas sus fuerzas allí, es posible incluso que logre matarnos a todos.

—Justamente —dijo Khustov—. Esto es lo que pensará Boris Johnson, y más aún teniendo un hombre en el edificio del Ministerio donde lo estaremos esperando. Dejaremos que haga el intento, y entonces será el final de la Liga Democrática de una vez por todas.

—¡Estás proponiendo usarnos a nosotros como señuelo! —exclamó Torrence.

El recinto del Consejo se llenó de murmullos de sorpresa. Sin embargo, Constantin Gorov estaba intrigado. ¿Qué mejor señuelo que el Consejo Hegemónico?, pensó. Seguramente la Liga se sentirá atraída. Tenía que admitir que era una idea excelente, siempre y cuando la trampa fuera segura.

—¡Caballeros! —dijo Khustov, y el murmullo se apagó—. Les puedo asegurar que no habrá ningún riesgo. La trampa es perfecta. —Sonrió—. Cuando sepan el plan, estoy seguro de que hasta nuestro Vicecoordinador dará su aprobación.

Los Consejeros, especialmente Torrence, gruñeron con incredulidad. Pero cuando Khustov les esbozó el plan, el voto a favor fue unánime. Hasta Torrence, luego de unas protestas formales, lo apoyó.

Boris Johnson tanteó la pared del túnel de la vieja estación de la calle 4. Sus dedos encontraron una hendidura en la pared casi imperceptiblemente más profunda que los cientos de hendiduras que estriaban los muros. Introdujo los dedos de la mano en la hendidura y tiró. Una sección de cemento giró hacía adentro sobre sus goznes ocultos, y dejó a la vista un pasadizo oscuro y angosto. Johnson entró, cerró el panel y en seguida, iluminando el camino con la linterna, avanzó lentamente por el túnel.

Ese túnel secreto, construido por la Liga dos años atrás, llevaba al lugar de reunión más seguro de toda la red subterránea del Gran Nueva York. Era una gruta pequeña e increíblemente antigua debajo de la que había sido la calle MacDougald en Greenwich Village. La Liga la había descubierto accidentalmente unos tres años atrás, y no aparecía ni siquiera en los mapas más antiguos. Los entendidos en historia de la Liga supusieron que había sido construida como refugio para esclavos prófugos mucho antes de la Guerra Civil norteamericana. Era doblemente seguro, pues nadie fuera de la Liga sabía de su existencia, y aunque los Custodios registraran la estación de la calle 4, era altamente improbable que encontraran el pasadizo hasta la gruta.

«Es difícil llegar hasta aquí», pensó Johnson, «pero vale la pena». «En este momento, todas las precauciones son válidas. Al fin tenemos la oportunidad de destruir todo el Consejo Hegemónico. Tendremos que arriesgar todo, pero nuestra causa ganará años de lucha».

«Quizás… quizás», se atrevió a pensar, «con el Consejo íntegro eliminado de un solo golpe, hasta la Hegemonía pueda desintegrarse».

Finalmente llegó al extremo del pasadizo. Éste daba a un recinto semicilíndrico, de poco más de dos metros de altura en el punto más elevado, y unos cuatro metros de largo. El techo, combado, era de ladrillos rojos cubiertos de moho, y el piso era de tierra. La gruta era algo húmeda, pero en ella hacía calor, ya que los cuerpos de los veinte hombres reunidos aumentaban considerablemente la temperatura ambiente. Eran todos los Jefes de Sección que habían podido ser convocados a tiempo, además de Arkady Duntov, por supuesto, y de Andy Mason, el jefe del Servicio de Falsificaciones de la Liga.

—Espero que nos hayas metido a todos en este pozo por una buena razón, Boris —dijo Mason, un hombre rechoncho de rasgos aguileños—. Hace un calor infernal aquí dentro.

—La mejor razón del mundo —dijo Johnson—. ¡Grandes novedades! ¡Vamos a asesinar a todo el Consejo Hegemónico de una sola vez!

Molestos por el calor y el encierro, los hombres murmuraron con enojo.

—¡Pero eso es una locura! —dijo Manuel Gómez—. ¿Nos trajiste aquí para decirnos eso? ¡Es imposible!

—¿Pero ustedes no miran televisión ni leen los periódicos? El Consejo Hegemónico se reunirá en Mercurio de aquí a dos meses. Va a comprobar que el planeta es seguro o algo así. ¡Ya van a ver lo inseguro que es para ellos!

—Por supuesto que lo sabemos. ¿Y qué hay con eso? —dijo Gómez—· Todos los planetas tienen una sala de reuniones para el Consejo dentro del Ministerio de Custodia, y puedes apostar que afuera del Ministerio estarán rodeados de Custodios a cada instante. Nunca podríamos llegar hasta ellos, afuera.

—No lo dudo —dijo Johnson—. Esperarán que intentemos algo cuando viajan hasta el Ministerio, y ahí no tendremos ni una posibilidad porque nos van a estar esperando. —Hizo una pausa—. Por eso los vamos a matar cuando estén dentro del Ministerio —concluyó.

—¡Imposible!

—¡Es una locura!

—¡No existe esa posibilidad!

—¿Estás totalmente loco, Boris? —intervino Arkady Duntov—. Cada pasillo, cada habitación, cada rincón del Ministerio tiene su Visor y su Cápsula. Ni siquiera se puede tener una expresión sospechosa en el rostro dentro del Ministerio. Al primer movimiento, empezarían a saltar Cápsulas por todos lados. Aun intentando algún tipo de ataque suicida, dudo que pudiésemos avanzar diez metros. Es totalmente imposible.

—Eso es exactamente lo que piensa el Consejo —convino Johnson—. Por eso mi plan funcionará.

«Bueno», pensó, «me esperaba una reacción así. Es una buena señal. Si hasta mis propios hombres piensan que me volví loco, entonces el Consejo podrá ser tomado totalmente por sorpresa».

—¿Qué plan? —inquirió Gómez—. ¿Cuál es el plan que nos permitirá asesinar al Consejo en un edificio plagado de Visores y Cápsulas en todas las habitaciones?

—Una corrección —dijo Johnson—. Hay dos habitaciones en el Ministerio que no tienen Visores ni Cápsulas.

—¿Eh…? —dijo Arkady Duntov.

—Por supuesto. En primer lugar, la sala de reuniones del Consejo. El Consejo no quiere que el Custodio controle lo que hace. Puedes tener la certeza de que allí ocurren Actos No Permitidos.

—¿Y eso de qué nos sirve? —preguntó Mike Feinberg—. Tendríamos que tener acceso a la sala de reuniones, y eso es imposible. ¿Sabes cuál es el esquema de seguridad de esas salas? Están totalmente rodeadas, por los cuatro costados, arriba y abajo, por pasillos donde no circula nadie. En el instante en que alguien, aunque sea un Custodio, entra en uno de esos pasillos sin autorización, todos los pasillos se llenan de radiación. Si tuviéramos mucho cuidado —y mucha suerte— podríamos infiltrar agentes en el edificio; pero en el momento en que alguien entrase en ese cajón de corredores, saltarían todas las Cápsulas.

—¿Y qué le ocurre al Consejo cuando los pasillos se llenan de radiación? —preguntó Johnson retóricamente.

—¡No seas tonto, Boris! —protestó Feinberg—. La sala de reuniones está forrada con una capa de sesenta centímetros de plomo. Se queda allí hasta que pase el peligro. Son totalmente autosuficientes allí adentro.

—¿Y qué respiran cuando están encerrados? —continuó Johnson—. ¿El vacío?

Sintió que la tensión aumentaba dentro de la gruta húmeda. Los hombres callaron en forma total e instantánea: lo escuchaban.

—Es típico del proceder de la Hegemonía —prosiguió Johnson—. Todo es la quintaesencia de la seguridad, pero hay un punto débil. Un ataque simulado, fuera del edificio, hará que aíslen la Sala del Consejo, ¿no es cierto? Eso ya lo sabemos. Ahora, cuando la sala está herméticamente aislada, ¿de dónde sacan el aire?

Nadie quiso adivinar la respuesta.

—Tenemos un agente dentro del Ministerio de Custodia, en Mercurio, un operario de Mantenimiento —dijo Johnson—. En cuanto supe que el Consejo se reuniría allí le pedí un plano completo del edificio. Cuando la Sala del Consejo está aislada, recibe aire a través de cañerías de plomo de una pequeña sala de bombeo ubicada dos pisos más abajo. No hay necesidad de penetrar en la sala de reuniones del Consejo. Una vez que esté aislada, lo único que hay que hacer es dejar caer una cápsula de gas venenoso concentrado dentro de la cañería de la sala de bombeo.

—Pero ¿cómo podemos hacer eso? —preguntó Feinberg—. En el momento en que entremos en la sala de bombeo saltarán las Cápsulas.

—¡Piensa, hombre, piensa! —exclamó Johnson con excitación—. ¿Cómo puede haber Cápsulas en la sala de bombeo? Recuerda que, en una emergencia, el Consejo depende de esa bomba para respirar. No se atreverían a poner Cápsulas allí dentro, porque si lo hicieran, cualquier cosa, una palabra equivocada, un gesto, mataría a los operarios, dentro de la sala de bombeo, con radiaciones. Si eso ocurriera cuando la sala de reuniones está aislada, los Consejeros se ahogarían. No. Lo que hay en la sala de bombeo es una media docena de Custodios para vigilar al personal de Mantenimiento. Por supuesto, la pared y las puertas de la sala de bombeo están forradas en plomo por si algo hace saltar las Cápsulas de los pasillos adyacentes Si podemos infiltrar media docena de hombres, podemos reducir a los Custodios, cerrar la puerta de plomo y envenenar a los Consejeros a través de la toma de aire antes que nos descubran.

—Pero ¿cómo entramos en la sala de bombeo? —dijo Gómez—. En el momento en que empecemos a romper la puerta, las Cápsulas del pasillo saltarán.

—Tú eres el experto, Feinberg —dijo Johnson—. ¿Cuánta demora hay entre el momento en que un Visor registra un Acto No Permitido y el momento en que salta la Cápsula?

—Dos o tres segundos como máximo —respondió Feinberg—. ¿Y cuánto tiempo antes que la radiación en el área inmediata alcance un nivel peligroso?

—Pues, calcula otros dos segundos.

—Bueno —dijo Johnson—. Ahí tenemos cinco segundos a partir del momento en que efectuamos nuestro primer movimiento, para entrar y cerrar esa puerta de plomo detrás de nosotros.

—No se puede hacer —dijo Feinberg—. ¿Qué vamos a hacer, golpear la puerta y pedirles a los Custodios que nos dejen pasar? Hasta eso puede ser considerado un Acto No Permitido.

—Eso es lo más fácil de todo —dijo Johnson—. Lo que me preocupa es si podremos falsificar suficientes permisos de viaje para trasladar a unos doscientos agentes a Mercurio, antes de las festividades. ¿Qué te parece, Mason, se puede hacer?

—No va a ser fácil —dijo Mason—, aunque se puede hacer. Pero volviendo a lo anterior, ¿cómo piensas entrar en la sala de bombeo?

Johnson se rió.

—El agente del cual les hablé —dijo—, ¿recuerdan?, el que está en Mantenimiento en el Ministerio, se llama Jeremy Daid y trabaja en la sala de bombeo.

Johnson sonreía abiertamente. El ánimo de los hombres cambió en seguida y sacudieron la cabeza sonriéndole a su vez. Ahora estaban tan confiados como él. Todo parecía muy improbable hasta esa revelación final, pero ahora se tornaba muy fácil.

Sin embargo, era difícil acostumbrarse a la idea de que, después de diez años de fracasos en empresas mucho menos ambiciosas, la Liga Democrática estuviera tan cerca de la destrucción de todo el Consejo Hegemónico. Y Johnson no podía ver ni una sola falla en el plan…

Arkady Duntov hizo una pausa y miró nerviosamente alrededor de la sala cavada en la roca viva, estudiando los rostros calmos e inescrutables de los ocho Agentes Principales de la Hermandad de los Asesinos. Siete de ellos parecían sumidos en sus pensamientos sopesando la nueva información. Pero Robert Ching parecía sonreír con un aire de sabiduría. ¿Era que realmente sabía algo que los demás ignoraban, o simplemente veía relaciones entre las cosas donde los demás sólo veían el desorden? ¿Veía el Caos donde los otros velan el Orden?

Other books

Caught by the Sea by Gary Paulsen
Rudolph! by Mark Teppo
Becoming Josephine by Heather Webb
Bride of Paradise by Katie Crabapple
Making Marriage Simple by Harville Hendrix
Making Monsters by Kassanna
The Order of Odd-Fish by James Kennedy
Run to Me by Christy Reece