Alera (51 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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—¡Pero son mis padres!—grite, angustiada. La garganta me ardía, como si me sangrara— ¡London, por favor!

Miré al hombre que había sido mi guarda espaldas durante tantos años y que podía comprender el amor que sentía por esas personas cuyas vidas estaban en peligro, y le suplique.

—La ira del Gran Señor no debería caer sobre ellos. ¡Ya no son los reyes de Hytanica! Tenemos que salvarlos Ésta es la manera que tiene el Gran Señor de castigarme por haberlo desafiado. ¡Te lo suplico, no permitas que eso suceda!

—Podemos salvarlos —afirmó London en tono resignado.

El enorme alivio que sentí al oír esas palabras me impidió darme cuenta de la dureza de su expresión hasta que Halias pronunció su nombre. London miró a su compañero como si se hubiera olvidado de nuestra presencia, y yo, que iba a darle las gracias, me mordí la lengua. Pregunté, repentinamente desconfiada;

—¿Cómo?

—Podemos hacer un intercambio, pero no con la Alta Sacerdotisa —explicó London, lívido como la nieve.

La cabeza me daba vueltas.

—Entonces, ¿qué le ofreceremos?

Él cruzó los brazos sobre el peche, y tardo un poco en responder. Cuando lo hizo, su tono fue decidido:

—Años atrás, el Gran Señor y yo creamos un vínculo nacido del odio. Tenerme en sus manos le proporcionara un gran placer.

—No —dije de inmediato, y todos repitieron mi negativa.

—No puedes hacer eso —afirmó Halias con pasión —has conseguido que hayamos llegado tan lejos. No puedo permitir que te sacrifiques.

—Mi hermano aceptaría el intercambio —dijo la Alta sacerdotisa inesperadamente. Miraba a London; sus ojos delataban admiración y un profundo respeto—. No tengáis ninguna duda.

London asintió con la cabeza, agradeciéndole su apoyo pero sus ojos no mostraban ninguna calidez. Luego miró a Halias y dijo:

—Dejarás que haga esto. Es una vida a cambio de dos.

—Pero... te matará. —Lo que dije era evidente, pues él ya lo había dejado claro—. Morirás.

—Al final.

—No —gemí, acercándome a él—. No, no quiero que mueras, por favor. Debe de haber otra forma.

—No os estoy dando opción, Alera. He protegido a la familia real durante toda mi vida, y hace mucho tiempo que estoy dispuesto a hacer este sacrificio.

Se trataba de la vida de London a cambio de la de mis padres, pero no quería aceptarlo. ¿Cómo podía decirle adiós? Con el rostro bañado en lágrimas, me acerqué y lo abracé, apoyando la cabeza en su hombro y luchando por aceptar el hecho de que ésa sería una de las últimas veces que sentiría su calor que respiraría su familiar olor y que me sentiría reconfortada por su fuerza. Lo quería, lo quería intensamente. Él nunca había sido una persona que mostrara fácilmente su afecto, pero al final me devolvió el abrazo y me dejó llorar como una niña.

Cuando mis sollozos cesaron, London me llevó al lado de Miranna para que fuera ella quien, por una vez, me consolara a mí. Mi hermana y yo fuimos a sentarnos en nuestro lecho y él regresó al lado de Annan mientras Halias iba a vigilar el guiso.

Al final, cenamos. Luego Galen Salió a montar guardia y Temerson entró, también para cenar. Cuando terminó, nos dispersamos: Halias se fue a vigilar a la Alta Sacerdotisa ; Cannan se instaló al lado de Steldor; y los demás buscamos el descanso del sueño. Pero por segunda noche consecutiva no tuve ocasión de disfrutar de ese respiro, pues tenía miedo de cerrar los ojos y de que, cuando los abriera, me diera cuenta de que las últimas horas al lado de London ya habían terminado.

En algún momento me sumí en un sueño intranquilo y, alcabo de poco, me desperté sobresaltada a causa de las pesadillas. Me incorpore y vi que todos continuaban durmiendo, a excepción de Halias, que estaba sentado con la espalda apoyada en la pared, cerca de Nantilam. No le dije nada, pero me di cuenta de que me miraba. Me levanté, me acerqué al lecho de London: no estaba allí. Había querido que yo durmiera, pero era evidente que él no podía hacerlo. Miré a mí alrededor, pero no lo vi por ninguna parte y se me hizo un nudo en el estómago a causa del miedo. Me había prometido que no me abandonaría hasta la mañana siguiente. Entonces, ¿adónde se había ido?

—Está afuera—me dijo Halias en voz baja, como si me hubiera leído en pensamiento.

Asentí con la cabeza y Salí por la grieta de entrada de la cueva al aire frío de la noche. Pensé que debería haber cogido la capa, pero enseguida vi a London y olvidé toda intención de volver a entrar y cogerla. Estaba sentado sobre una piedra, a mi izquierda, y tenía la cabeza gacha. Su actitud eta de desolación y ni siquiera cuando me senté a su lado, no dijo nada.

—¿London?

Él levantó la cabeza lentamente y me miró un momento.

Al momento aparto su rostro, pero me dio tiempo de ver que tenía lágrimas en él. Me quedé desconcertada al ver que había llorado, pues él, al igual que Cannan., siempre ocultaba sus emociones. Era evidente que la tensión en la que vivíamos podía acabar con la persona más resistente; incluso el mismo Cannan había estado a punto de perder la cordura.

—Lo siento — murmuré, sin saber de qué me disculpaba, aunque era sincera.

—No es lo que pensáis—contestó, su rostro todavía oculto en la sombra y con un extraño tono frío.

—Entonces, ¿qué es?

Quería que me hablara, que por una vez le contara a alguien qué le pasaba, aunque yo creía saber lo que sucedía. No podía enfrentarse a la muerte al día siguiente sin haber expresado todo lo que mantenía oculto dentro. London permaneció en silencio un buen rato, pero yo sabía que no me estaba ignorando.

—Alera, no os lo he contado todo —dijo finalmente.

Escuché sus palabras sin replicar, pero no sabía qué quería decir.

—Quieres contármelo ahora?

—No —repuso él inesperadamente, y tampoco esa vez supe qué quería decir— Es... No..., no podéis...

Fuera lo que fuese lo que tenía en la cabeza, le resultaba muy difícil decirlo.

—Fue culpa mía. Si lo hubiera sabido, habría podido...

—¿De qué estás hablando? —pregunté, pues ya no podía esperar más.

Intentaba hablar con calma, a pesar de que el tono dolido de su voz me provocaba un nudo en el estómago. Deseaba ayudarle, pero no sabía cómo, pues lo que decía no tenía sentido.

—Ya os lo he dicho, he callado cosas..., cosas que han pasado hoy, con vuestros padres.

De alguna forma, de repente no quería escucharlo. A pesar de ello, pregunté:

—¿Qué cosas?

—No hablé con el Gran Señor. Me coloqué en el lugar elevado en que Galen se puso ayer y lo vi llegar con vuestros padres. Pero... no solamente con ellos. Él sabía que yo estaría allí, que estaría vigilando, así que aprovechó la oportunidad para hacer una demostración, para expresar claramente su intención de matar a vuestros padres si no cooperaba.

El dolor que su voz expresaba me estaba asustando. Nunca lo había visto así, y no era capaz de imaginar qué había hecho el Gran Señor para que él estuviera en esas condiciones.

—El… torturó y asesinó a Destari, delante de mí y yo no hice nada para impedirlo. Pensé que Destari ya estaba muerto. Si hubiera sabido que todavía estaba vivo... debería haber hecho algo, cualquier cosa. Debería haberlo salvado, mucho antes de que el Gran Señor tuviera la oportunidad de hacer esto. Él ha estado todo el tiempo sufriendo, y yo sé qué es sufrir a manos de ese hombre.

—London —dije, no sabiendo qué más decir, conmocionada y triste por la muerte de Destari.

¿Cómo era posible que London hubiera guardado esas tristes noticias para sí y la hubiera soportado solo, aunque únicamente hubiera sido por unas horas? Destari había sido el mejor amigo de London desde que se habían graduado en la escuela militar. Además habían ascendido puestos el uno al lado del otro. Y haber presenciado su muerte de esa manera tan horrible…, no lo podía comprender. Sólo imaginarlo me hacía sentir náuseas, y sin pensarlo, alargue la mano para tocarlo, para consolarlo. Pero él me la apartó.

—Yo protejo a todo el mundo —dijo, simplemente—es lo que debo hacer, lo que siempre he hecho. Pero le he fallado.

—Tú no has matado a Destari —dije, en tono de incredulidad. ¿Cómo era posible que se sintiera responsable?—ha sido mejor que no supieras que estaba vivo, porque no hubieras podido regresar por él. Él lo sabía. Destari lo sabía cuando os separasteis, en palacio; y lo sabía cuando se entregó para que el enemigo lo interrogara. Tú no le has fallado ni le has traicionado. Y no te atrevas a sumir la responsabilidad de lo que el Gran Señor ha hecho. Ha sido su mano la que ha terminado con la vida de Destari, no la tuya. Su brutalidad ha sido la causa de todo esto, y tu compasión te empuja a compartir una culpa que es suya. ¿Es eso justo?

¡Deseaba tanto que él reconociera la verdad de mis palabras, que encontrara cierto consuelo ante su tormento! De nuevo, el odio hacia el Gran Señor me invadió: nos estaba desgarrando emocional y físicamente, a todos nosotros. Sabía que pronto vería a London por última vez, y el Gran Señor incluso nos impedía encontrara la paz durante esas ultimas harás que pasábamos juntos.

Al día siguiente, temprano, partimos para ir al encuentro del Gran Señor. Yo acompañaba a London, tanto porque era la reina de Hytanica como porque no quería perder ni un segundo de estar a su lado. Quería que él supiera que yo le quería, y que admiraba y reconocía su valor. Cannan dejó a su hijo en manos de Galen y también vino con nosotros, lo cual era otro gesto de respeto hacia un hombre que ofrecía su vida voluntariamente en nombre de nuestra causa.

Cuando llegamos, después de dar otro gran rodeo, entramos en el claro. Confiábamos en el criterio de London para saber cómo reaccionaría el enemigo. El segundo oficial estaba seguro de que los cokyrianos estaban observando el claro. También creía que nadie intentaría hacernos daño y que el Gran Señor nos permitiría irnos libremente hasta que su hermana estuviera a salvo.

—Decidle a vuestro señor que traiga a los antiguos monarcas —les dijo London en voz alta a los invisibles soldados que nos rodeaban—. Hemos venido a liberarlos.

No hubo ninguna respuesta, pero tampoco esperábamos ninguna, así que aguardamos en silencio casi una hora, desconfiados y aguantando el frío. Al final oímos que nuestro enemigo se acercaba. Le habían acompañado muchos de sus hombres, pero solamente el Gran Señor apareció en el claro, a píe, para hablar con nosotros.

—¿Qué es esto? —preguntó, enojado, al vernos a los tres y darse cuenta de la ausencia de su hermana.

—¿Habéis traído al rey Adrik y a lady Elissia? —preguntó London, ignorando la pregunta del Gran Señor.

El señor de la guerra miró hacia atrás e hizo una señal a alguien que se encontraba entre los árboles. Inmediatamente, dos cokyrianos, un hombre y una mujer, empujaron a mis padres hacia el claro.

—¡Alera! —exclamó mi padre al verme.

Sin embargo, tuvo que quedarse quieto, pues un soldado le puso la punta de un cuchillo en el cuello y le hizo un poco de sangre. Mi madre no dijo nada, y yo no estaba segura de si era capaz de hacerlo. Tenía la cabeza gacha, y el cabello, sucio le cubría el rostro. ¡Deseaba tanto correr hasta ellos, apartarlos de los cokyrianos! Pero no podía moverme, pues sabía que si quería mantener mi autoridad, debía controlar mis emociones. Mantuve la mirada clavada en el Gran Señor mientras London avanzaba y lo miraba con una expresión helada en sus ojos de color índigo. Nuestro adversario fue el primero en hablar, y lo hizo en voz baja y amenazadora:

—Ten cuidado con lo que dices, London, porque si tus palabras no son las que quiero oir, los mataré a los dos aquí mismo.

—Entregareis a los anteriores Reyes a mis compañeros, y me tomaréis a mí en su lugar —respondió London, tajante.

Se hizo un silencio largo durante el cual ambos hombres se miraron a los ojos. El Gran Señor buscaba en los de London una señal de debilidad, de indecisión, y London lo desafiaba con la mirada a que la encontrara.

—Tú siempre has sido el mártir, ¿eh?—se burlo el Gran Señor. Cerré los ojos un momento, aliviada y destrozada a la vez por el hecho de que estuviera aceptado el trato— Tan leal, tan valiente, tan sacrificado. Haré que lo lamentes antes de que mueras.

—Fallasteis la otra vez que lo intentasteis—replico London—Estoy ansioso por ver si habéis mejorado.

El Gran Señor esbozó una mueca de resentimiento ante ese desafío y, dirigiéndose a Cannan y a mí, dijo en voz alta:

—¡Y vosotros! ¿Permitiréis que vuestro mejor hombre desaparezca? ¿Cómo podréis vivir con vuestra conciencia, sabiendo el tormento que tendrá que soportar? y el tormento será grande, os lo aseguro. Y lo más importante, ¿Qué haréis sin él? Él, que ha sido el genio que ha creado vuestra estrategia, y la eterna molestia en mi vida.

El Gran Señor había dado unos pasos hacia delante y había cogido a London por la mandíbula, lo cual hacia que su tamaño pareciera mucho más imponente. London tenía una constitución de explorador, musculosa pero esbelta, ideal para moverse deprisa y para pasar inadvertido entre las sombras. Pero el Gran Señor era un autentico guerrero. Era diez centímetros más alto que London, y la mano enguantada con que lo sujetaba se veía más grande de lo normal. A pesar de ello, London no se arredró ni desvió la vista. Miré a Cannan y comprendí que no tenía sentido responder a la provocación del Gran Señor. No cambiaría nada, y nuestro enemigo, simplemente, estaba disfrutando de ese juego, que él veía como una pequeña victoria.

—Entregadlos —ordeno el señor de la guerra a sus soldados, que intercambiaron una mirada antes de obedecer.

Era evidente que eran leales a la Alta Sacerdotisa, y parecían dudar ante esa orden, pero no se atrevieron a cuestionarla. Los cokyrianos empujaron a mis padres hacia delante y los hicieron caminar en nuestra dirección. Mi madre llego tropezando hasta nosotros, y mi padre cayó en mis brazos.

—Alera —volvió a decir, dándome un abrazo—. Gracias Dios que estas bien.

Mientras abrazaba a mi padre vi que los soldados enemigos ataban las manos de London a su espalda. En cuanto lo hubieron hecho, se Io llevaron lejos de nuestra vista sin darnos la oportunidad de despedirnos de él. El Gran Señor, tras dirigirme una desagradable sonrisa, desapareció en la espesura del bosque.

Durante las dos horas que Miranna pasó en palacio después de que London la rescatara, nadie les dijo a mis padres que estaba viva. Mientras regresábamos a la cueva, yo iba ha- blando con ellos en tono tranquilizador. Cuando mencioné que el hecho de volver a verlos sería de gran ayuda para Miranna, mi madre me miró, conmocionada, y por primera vez pude ver su rostro fuertemente magullado.

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