Alera (47 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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No quería que Steldor muriera; nunca habría podido querer que muriera. Quizás unos meses antes me habría sido más fácil aceptar una muerte inevitable, y habría sufrido menos cuando todo hubiera terminado. Pero en esos momentos me dolía profundamente y deseaba que viviera, tanto como había deseado que Narian regresara a Hytanica antes de la guerra. No era posible que Steldor muriera. Su muerte me era más inconcebible que el hecho de que Baelic ya no estuviera presente en el mundo. Steldor era joven, tenía vitalidad, estaba lleno de energía. A pesar de que tenía una gran habilidad para molestarme y de que lo hacía con una frecuencia insufrible, también era valiente, leal y tenía un corazón bueno. Todavía podía hacer tantas cosas. A mí siempre me había disgustado ser su esposa, pero, aunque nunca podría estar enamorada de él de la manera en que lo estaba de Narnian, en esos momentos creía que esos sentimientos podían cambiar… si sobrevivía.

—Tengo calor… y sed —gruñó Steldor, que tenia la frente empapada de sudor.

Galen me dirigió una significativa mirada y fui a por agua; al cabo de un momento, lo hice por segunda vez, pues Steldor se bebió el primer vaso de un trago. El sargento intentaba que bebiera más despacio —la sobreexcitación podía tener mal efecto—, pero el ansia de steldor por beber se lo hacía difícil.

Se hizo un silencio y dejé un poco de espacio a los dos hombres. Fui a buscar leña para volver a encender el fuego, pero a pesar de ello oí a Steldor que decía:

—No va bien, ¿verdad?

La respuesta de Galen fue despreocupada y convincente:

—Las he visto peores.

—Si…, en un muerto.

Galen apartó la mirada un momento y respondió:

—No hables así.

—Lo siento.

—Tampoco te disculpes.

Steldor soltó una carcajada.

—¿Me puedes decir qué se me permite hacer?

Galen no pudo reprimir una sonrisa, aunque fue una sonrisa triste, pues se dio cuenta de que ya empezaban a enzarzarse en una de sus típicas discusiones.

—Claro que sí. Puedes cerrar la boca.

Steldor también sonrió, pero la sonrisa se transformó inmediatamente en una mueca. Arqueó la espalda ante un inesperado ataque de dolor y la frente se le perló de sudor.

—Steldor… —empezó a decir Gale, serio, alargando la mano hacia él sin saber bien qué hacer.

El Rey se la apartó de un manotazo con toda la fuerza que fue capaz de reunir.

—No —, gruñó, apretando los dientes —. No hagas caso. No quiero pensar en esto.

El sargento de armas asintió con la cabeza, pero parecía incomodo.

—Dime qué quieres que haga —le dijo en voz baja.

—Dime otra vez que cierre la boca.

Gale comprendió que su amigo deseaba que se comportara con normalidad, así que lo hizo. Al final, consiguieron charlar con un humor un tanto nostálgico pero más alegre. Escuché mientras se contaban viejas historias, igual que habíamos hecho Miranna y yo pocos días antes, pero en nuestro caso, nosotras todavía tendríamos oportunidad de vivir historias nuevas. En cuanto la fiebre subiera, Steldor perdería la conciencia, y no era ningún secreto que quizá no la recobrara nunca. Esos dos jóvenes, unidos como hermanos, en esos momentos compartían recuerdos. Asi Galen no los olvidaría cuando se vieran obligados a separarse de forma permanente.

—¿Steldor?

El tono urgente de Galen hizo que mirara de nuevo hacia ellos. El sargento estaba arrodillado y se inclinaba hacia su amigo. Le había cogido del cabello y le sacudía la cabeza con gesto firme. Me acerqué a ellos y vi que Steldor había perdido la conciencia repentinamente. Los esfuerzos de Galen hicieron que el Rey se recuperara un momento, pero solo consiguió farfullar algo incomprensible.

—¡Steldor!— gritó Galen.

Yo estaba de pie sin saber qué hacer. Steldor apartó a su amigo con un gesto exasperado, pues la fiebre lo tenía en su poder de nuevo. El grito de Galen había despertado al capitán, que se puso de pie rápidamente. El sargento de armas había bajado la cabeza con gesto de angustiada derrota. En cuanto Cannan se acercó a ellos, Galen se puso de pie inesperadamente. Se dio la vuelta y dio un golpe con la palma de la mano en la roca de la pared mientras soltaba un grito que expresaba tantas emociones que me fue imposible identificarlas todas: rabia, impotencia, desesperación, miedo, dolor.

Galen flaqueó y Cannan lo sujetó. Se arrodilló con el joven entre los brazos y lo apretó con fuerza contra su pecho. Se me hizo un nudo en la garganta, y noté que unas lágrimas calientes me bajaban por más mejillas. Pero vi que, de alguna manera, Cannan conseguía no sucumbir a sus emociones., a la agonía que debía de estar desgarrándolo por dentro. Impávido como siempre, sujetaba a Galen, e incluso cuando ya hacía rato que el llanto del joven había cesado, Cannan continuó allí, sin decir una palabra, consolando a su segundo hijo, a quien todavía tenía entre los brazos. Fui a llenar un cubo con agua para cocinar, con la intención última de dejar un poco de intimidad para Gale y Cannan, puesto que el espacio era muy pequeño. Luego regresé al lado del fuego y Miranna vino a ayudarme a preparar la comida. No tenía muy claro qué estaba haciendo, pero emperecé a preparar un caldo de venado con la idea de que, por lo menos, sería mejor que las gachas. Mientras añadía los ingredientes oí que hablaban. Galen estaba sentado, con el rostro todavía contraído, y los dos hombres hablaban al lado de Steldor. No quise escuchar. Cuando hube terminado de cocinar, ambos se habían puesto en pie y Cannan le daba unas palmadas en la espalda a Galen . Luego este salió para sustituir a London en la guardia y para buscar consuelo en la soledad.

El día avanzó despacio, y con él aumentó la fiebre de Steldor. Me ocupé del fuego y tuve la comida a punto, pues los hombres comían irregularmente según entraban y salían de las guardias. Temerson continuó cuidando de Miranna y ambos parecían contentos de estar juntos.

London y Cannan siguieron mojando a Steldor con el agua de la nieve; le empapaban tanto el cabello como todas las partes del cuerpo que estaban a la vista, pero la fiebre no remitía. Estaba segura de que London se lo hubiera llevado fuera, bajo el frío, si no hubiera temido que el traslado le provocara un mal mayor. Si es que algo así podía preocuparnos en esos momentos.

También se esforzaron porque Steldor bebiera, a pesar de su delirio, pero pocas veces lo consiguieron. Todos esos esfuerzos eran muy necesarios, pues el Rey se estaba deshidratando a causa de la alta temperatura y del sudor. Cuanta más agua pudiera beber, mejor. Al fin, la noche cayó como un pesado telón, y no acepté de buen grado el sueño que empezaba a dominarme.

—¡Alguien viene!

Galen entró corriendo en la cueva, sin resuello, y me desperté sobresaltada por su grito. Todavía estaba muy oscuro y, al mirar a mi alrededor, vi que Temerson, igual que yo, también se había sentado. London se había puesto en pie y se estaba colocando las armas. Cannan se alejó de Steldor para ir hacia el sargento. Miranna se removió en su lecho, pero Temerson le puso una mano en el hombro y ella volvió a dejarse vencer por el sueño.

—¿Cokyrianos? —preguntó Cannan mientras también yo me ponía de pie.

—No lo sabría decir —contestó Galen—. Está demasiado oscuro. Casi no lo he visto moverse.

—¿No te ha visto? —preguntó London.

Galen negó con la cabeza.

—Pero sea quien sea, venia hacia aquí, como si supiera exactamente adónde se dirige.

—Quedaos aquí, los dos. —Dijo London, aceptando la afirmación de Galen sin comentar nada—. Si alguien se está acercando, quiero ofrecerle un buen recibimiento.

London fue a buscar más armas de entre sus cosas y, por una vez, Cannan no se molestó por su tono autoritario. Me di cuenta de que el capitán miraba a su hijo, inerte, y comprendí por qué no había contradicho la decisión del guardia de elite.

—Averiguaré todo lo que pueda —dijo London mientras regresaba al lado de los dos hombres con el arco en la mano y el carcaj colgando de la espalda.

Salió para ir al encuentro de ese posible enemigo con la antorcha que había al lado de la entrada de la caverna. Nos quedamos solamente con el tenue fuego y con una antorcha que estaba encendida cerca de Steldor. Frenética, intenté pensar en cómo podríamos hacerlo si teníamos que huir. Habría que transportar a Steldor, y necesitaríamos dos hombres para ello; Miranna y Temerson precisarían a alguien para que los guiara, probablemente yo. ¿Y si London no regresaba? ¿Quién nos protegería si nos íbamos? ¿Y adónde podríamos ir?

Por la conducta de Cannan y Galen, me di cuenta de que teníamos que huir, tendríamos que dejarlo casi todo. No estaban preparando nada para el viaje, y hablaban en voz baja el uno con el otro, pero varias veces oí que Galen decía que solamente había visto a una persona. Reducir a una única persona no sería difícil, ni tampoco nos pondría en peligro. Pero también cabía la posibilidad de que esa persona fuera el explorador de un grupo más grande.

A pesar de todo, no podía permitirme caer en el pánico. Cannan fue a decirle a Temerson que se levantara y le dio una espada. Mientras, Miranna se despertó, y Cannan me hizo una señal para que me encargara de que mi hermana no hiciera ruido. Luego el capitán fue hasta la entrada de la cueva para vigilar; Galder se quedó con Steldor.

Mientras esperábamos, nadie dijo una palabra. Los únicos sonidos que oíamos era el goteo del agua sobre el estanque, nuestra respiración entrecortada y algún gemido de mi esposo. Sospeché que Galen estaba preparado para ponerle una mano en la boca si era necesario. Miranna se cobijaba bajo mi brazo y de vez en cuando emitía un tenue suspiro; cada vez que lo hacía, Galen me miraba, pero yo podía hacer poca cosa para evitarlo.

Los minutos transcurrieron muy lentamente. Al final, oímos una llamada, como de un pájaro, pero más fuerte. No era un sonido que me resultara familiar. Cannan entró en la cueva y miró a Galen con expresión de desconcierto, y este se encogió de hombros por toda respuesta, lo cual confirmaba que algo extraño estaba sucediendo.

Galen se puso en pie y se acercó a Cannan. Al verlo, me pregunté qué sabrían ellos que yo no supiera. ¿Qué era lo que sospechaban? ¿Algún animal? ¿Una señal de los cokyrianos? ¿Quizás esa llamada la había hecho London y ellos estaban decidiendo si debían o no contestarla? Pero no hicieron nada al respecto. Continuaron escuchando hasta que volvimos a oír la misma llamada, pero esa vez era ligeramente distinta.

—Es London —dijo Cannan con seguridad—. Espera —añadió cortante, al ver que Galen abría la boca para decir algo.

Tuve la impresión de que el capitán contaba los segundos y, al final, volvimos a oír la llamada. Parecía que había sido justo en el momento que él esperaba.

—Es uno de los nuestros—anunció.

—¡No puede ser! —exclamó Galen con incredulidad —. Temerson ha dicho que todos murieron, excepto…

—Es uno de los nuestros. No sé quién, pero sé que es uno de los nuestros.

Galen aceptó con resignación, como si esperara una respuesta mejor. Pero no tuvo que aguardar mucho tiempo. No habían pasado ni diez minutos cuando oímos ruidos fuera que anunciaban el regreso de London. Inmediatamente, dos hombres penetraron en la sombra de la cueva. La tenue luz que se filtraba en el interior iluminó a London; les otorgaba un aspecto fantasmal, e inmediatamente después distinguí a Halias, que parecía salido directamente del infierno. Todos nos quedamos boquiabiertos, tanto por su inesperada llegada como por su aspecto; estaba demacrado y sus ojos tenían una expresión extrañamente vacía. Su cabello rubio, que siempre había llevado largo y recogido en la nuca, ahora era corto y le caía en mechones irregulares a la altura de la mandíbula. Me pregunté si se lo habría cortado él por el mismo motivo que yo, o si habían sido los cokyrianos quienes lo habían hecho. Pero la verdad era que eso no tenía importancia. Lo importante era comprobar que pasar apenas unos días en manos del Gran Señor podía tener un efecto tan atroz en una persona. Miranna temblaba, pero no levantó la cabeza. Me alegré, pues pensé que no hubiera sido capaz de reconocer a su antiguo guardaespaldas tal como se encontraba. Intenté no moverme para que no tuviera la impresión de que había pasado el peligro y de que ya podía levantar la cabeza. Temerson me mió y vino a arrodillarse a mi lado para abrazarla él en mi lugar.

—Estoy bien —dijo Halias, como respuesta a nuestras miradas de asombro —.¿Todos los demás llegaron aquí a salvo?

—Davan ha caído —respondió Cannan directamente para evitar una mayor incertidumbre, pero el tono de su voz revelaba el respeto debido a un muerto —. Steldor está herido, pero los demás estamos bien.

Me había colocado delante del fuego, lo bastante cerca de Halias para ver que fruncía el ceño con expresión de preocupación al ver al Rey. Tenía experiencia de sobra, así que un solo vistazo fue suficiente para que se diera cuenta de que la herida de Steldor era grave.

—¿Se recuperará?

Cannan tardó un momento en contestar. Había apartado la mirada y apretaba la mandíbula.

—No lo creo —dijo por fin, con sinceridad, pero con la voz ronca por la emoción.

Halias asintió con la cabeza y miró al capitán a los ojos. Entonces los hombres se reunieron alrededor del fuego y se sentaron en las rocas que utilizábamos a modo de taburetes. Me dirigí a remover el guisado de venado que mantenía caliente, pues nuestro recién llegado necesitaba muchas cosas, entre ellas comida. Halias miró a London y señaló su hombro; al apartarse la camisa, monstro un terrible corte. London fue a buscar lo necesario para curarle la herida. Se la limpió con alcohol para después coserla. Yo, que hacía todo lo posible por no mirar lo que London estaba haciendo, puse un poco de guiso en un cuenco y se lo llevé a Halias, que se lo comió con avidez. Luego empezaron las inevitables preguntas.

—Encontramos a Temerson en el bosque —El tono de la voz de London tenía la frialdad y la dureza del acero—. Nos contó lo que ha sucedido en Hytanica, nos dijo que el Gran Señor te capturó a ti, a Destari y a Casimir, y que mató al resto de los oficiales. ¿Cómo escapaste?

—Lo explicaré —dijo Halias, tenso, bajando la mirada al suelo.

Me senté al lado de London. Necesitaba saber, pero tenía miedo de lo que iba a oír.

—Primero nos torturó individualmente —dijo Halias secamente, levantando la cabeza y rompiendo el inquietante silencio que se había hecho—. No sé durante cuánto tiempo. Oí a los otros cuando…—se aclaró la garganta —. El quería saber dónde estaba la familia real, pero su método no funcionaba, así que nos juntó a los tres. Decidió torturar a Casimir delante de Destari y de mí.

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