Alera (53 page)

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Authors: Cayla Kluver

BOOK: Alera
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»Diez años después de que naciéramos, mientras mi madre todavía era la emperatriz, un hombre llegó a Cokyria y se presentó como el príncipe Rélorin de Hytanica, enviado en calidad de embajador por su padre, el rey de Hytanica, para proponer un tratado de comercio entre Hytanica y Cokyria. No era más que un niño y un insensato, y cuando se presentó ante la Emperatriz, se dejó llevar por la intolerancia. Se negó a hablar del asunto con una mujer, y esa falta de respeto no dejó otra alternativa a mi madre que acabar con su vida y, por lo tanto, rechazar el tratado.

»Naturalmente, al rey hytanicano no le agradó recibir la noticia de la muerte de su hijo e interpretó el acto de mi madre como un despiadado asesinato. Pero nuestras fuerzas eran mayores y cuando los hytanicanos atacaron, los rechazamos.

»Cuando mi hermano y yo cumplimos los quince años, asumimos nuestros cargos de Gran Señor y Alta Sacerdotisa. A medida que pasaron los años, mi hermano se sintió más frustrado, pues no podíamos vencer a vuestro pueblo. No había explicación lógica en a manera en que la vixtoria nos eludía, pero continuamos luchando en esa violenta guerra durante casi cien años sin conseguir la victoria. Mis poderes para la vida y la sanación nos mantuvieron a ambos jóvenes y capaces, así que, a pesar de que teníamos casi cien años, teníamos el mismo aspecto que a los veinte.

Nantilam prmaneció en silencio un momento, perdida en sus recuerdos; noté que estaba a punto de revelar algo important. Yo ya sabía parte de lo que me acababa de contar, pues Narian me había relatado, un año atrás, cómo había empezado la guerra. Pero lo que no me había dicho era que la Alta Sacerdotisa y el Gran Señor tenían casi cien años, algo que yo nunca habría creído. Nantilam me sacó de mis pensamientos al retomar su narración:

—Muchos años después se produjo una gran batalla en la cual los cokyrianos superaban largamente en número a los hytanicanos. Vuestra gente se retiró y dejó atrás a sus muertos. Mientras nuestros soldados recogían los cuerpos de sus compañeros, mi hermano se dirigió a caballo hacia un lugar en el que había visto a un hytanicano caer, un soldado de alto rango, el que había ordenado la retirada. La manera en que ese hytanicano había esperado valientemente hasta el fin volvió a suscitarle preguntas qu hacía años que no se planteaba. ¿Cuál era el secreto de la fuerza de los hytanicanos? ¿por qué no podíamos derrotarlos cuando todas las probabilidades estaban de nuestra parte?

»Encontró al soldado tumbado en el suelo, de lado, sangrando por una herida que tenía en el abdomen; el cabello plateado le cubría el pálido rostro. Mi hermano vio que el hombre esbozaba una mueca de dolor, y cuando sus guerreros lo informaron de que todos los cuerpos habían sido retirados y de que ya estaban preparados para partir en cuanto él diera la orden, mi hermano levantó del suelo al soldado heriso, decidido a llevarselo a Cokyria.

Nantilam contaba estos hechos como si narrara un cuento, y enfatizaba algunos pasajes para causar una mayor impresión. Pero por su tono de dolor, supe que no era una invención. También adiviné la identidad del soldado y, al mismo tiempo, que ella había pensado muchas veces en esa historia.

—Era un hombre fuerte —continuó la Alta Sacerdotisa—. Lo sané tan pronto como mi hermano me lo trajo, y al día siguiente Trimión empezó a interrogarle. Lo primero que le preguntó fue su nombre.

»El hombre tenía las manos atadas delante del cuerpo y se encontraba arrodillado sobre el suelo de piedra de la sala, ante mi hermano. El joven oficial no respondía, y mi herman alargó el brazo y apuntó con el dedo a su presa, amenazante. El hombre cayó hacia delante y paró el golpe contra el suelo con los antebrazos, pero todo su cuerpo se convulsionó. En medio de los gritos, se le escapó un susurro.«"London", dijo, sin resuello. Me llamo London.»

La Alta Sacerdotisa me miró a los ojos, que estaban llenos de dolor y rabia. Me sentía aterrorizada ante la idea de por que oscuros pasajes me continuaría conduciendo su historia. Todo aquello que London nunca le había revelado a nadie, ni siquiera a Destari, todas sus experiencias en Cokyria, existían en la mente de esa mujer y se abría paso a sus labios. ¿Podrái soportar conocer los horrores de mi amigo y guardaespaldas había tenido que soportar? «Lo vais a necesitar más que nadie», me había dicho Nantilam. Así que me dispuse a escucharla, dispuesta a no arriesgarme a que tuviera razón.

—Esto fue lo primero que supe de él —me dijo—. Mi hermano se rio ante su rápida respuesta, y le dijo que estaba claro que no sabía mantener en secreto su identidad. Entonces London juró que nunca traicionaría a su reino. Trimión estaba encantado. Para él era un juego, y cuanto más desafiante se mostraba el prisionero, más disfrutaría él con su derrota. Y mi hermano había derrotado a muchos.

»Sin embargo, a pesar de las semanas de tortura continua, London deostró ser muy resistente. Lo único que nos dijo fue lo que ya nos había dicho el primer día del interrogatorio: su nombre. Cada noche iba a su celda de las mazmorras y lo curaba para que al día siguiente pudiera continuar aguantando el castigo. Pero a medida que el tiempo pasaba, ni siquiera yo podía sanarlo del todo. El poder del Gran Señor había penetrado dentro de su cuerpo, y yo no podía expulsarlo, pues cada día entraba más en él. Su cuerpo se convirtió en el campo de batalla de nuestra magia: mi poder de curación luchaba contra los poderes de destrucción de Trimion.

»Ciero día mi hermano anunció: «Ya no sirve»; habían pasado casi cinco meses. «Entonces, déjalo morir», le aconsejó, con la esperanza de qu accediera, pues London había aguantado muchísimo más que ningún otro prisionero. Pero Trimion sin el mínimo rastro de compasión, juró:«No hasta que lo derrote». La terrible rutina continuó durante dos meses más. Mi hermano lo torturaba durante hoas, y yo lo sanaba para que la muerte no pudiera rescatarlo. Cada día, me apartaba a un lado y observaba. Trimion gruñía: «Suplica tu muerte, London, y te la concederé. Suplícame que te mate, y todo habrá terminado». A pesar del calvario, Lonodn conseguía reunir el coraje necesario una y otra vez.«Parece que sois vos el que suplicáis», le replicaba.«¡Loco!», rugía mi hermano, y lo hacía chillar cada vez más fuerte, más fuerte de los que yo nunca había oído gritar a ningún ser humano o animal.

»Después de seis semanas, Trimión tomó una decisión que me asombró. «Nunca antes nadie había resistido de esta manera —me dijo, hirviendo de ira, aunque me di cuenta de que sentía cierto respeto—». No sé qué hacer con él, excepto acabar con su vida.« »¿Y si vuelvo a sanarlo?«, insinué, pues se me había ocurrido otra forma de utilizar a London. »Un hombre con una voluntad tan fuerte es muy difícil de encontrar, y es una pena derrochar su vida.» Mi hermano se mostró prudente y suspicaz: «Deseas a esa chico», se burló, pero yo lo miré confrialdad y le dije: «Tiene un espíritu impresionante. Solamente lo deseo para que su sangre corra por las venas de mi hijo, para que su fortaleza pase a nuestro heredero».

»Trimion me observó un momento y al final asintió con la cabeza, incapaz de negar que London lo había impresionado. Ordené que llevaran a nuestro prisionero al templo; allí se le dieron unos aposentos del segundo piso que tenían una gran ventana con vistas a la ciudad. Todavía faltaba mucho tiempo para que pudiera disfrutar de esas vistas, pero albergaba la esperanza de uqe la luz del sol después de la oscuridad de tantos meses en las mazmorras le ayudaran a recuperarse. Empezé a sanarlo. Al principio lo hacía varias veces al día, pues la serenidad que podía proporcionarle pronto se veía eclipsada por la magia negra que fluía por su cuerpo.

»Si hubiera sido otra persona, menos fuerte, habría muerto, pero a pesar de que tardó varias semanas en despertar, se aferraba a la vida con una determinación increíble. Muy a menudo gritaba y lloraba, y el dolor se apoderaba de él incluso durante el sueño. Yo tenía miedo de que, a pesar de que hasta ese momento había conseguido salvar su cuerpo, quizá no hubiera forma de salvar su mente.

»Fue durante ese tiempo cuando la frustración de mi hermano alcanzó su punto álgido, pues él había creído que London le ofrecería respuestas acerca de la misteriosa invulnerabilidad de Hytanica. Puso a sus escribentes a trabajar en busca de cualquier cosa que pudiera darle una pista, y éstos pasaron interminables horas leyendo oscuros textos antiguos. Entonces descubrieron la leyenda...

—La leyenda sobre Narian —la interrumpí, para que supiera que no tenía que explicármela en detalla. Ella asintió con la cabeza.

—Sólo con que hubieran pasado unos días más, la leyenda no hubiera sido de utilidad. Se predecía la luna sangrante para el final de esa estación. Mi hermano se alegró de lo apropiado del momento y actuó en consecuencia: secuestró a todos vuestros recién nacidos en busca del correcto. Y, como siempre, antes de salir al campo de batalla, me confió su anillo, que era idéntico al que yo llevo.

Nantilam levantó levemente la mano para mostrar el anillo real que llevaba en el dedo índice.

—Me lo colgué del cuello y no volví a pensar en él hasta que...—Meneó la cabez, pues se dio cuenta de que se estaba precipitano—. London empezó a mejorar al cabo de poco. Una única dosis de mi fuerza curativa lo sostenía durante períodos de tiempo cada vez mayores. Y con su mejora, recobró la conciencia. Estaba agotado, y todavía deliraba hasta cierto punto, pero había llegado a reconocer mi presencia y a asociarla con el alivio. Cuando llegaba, el dolor cesaba; cuando me iba, sólo era cuestión de tiempo que volviera a apoderarse de él.

»Yo quería que se diera cuenta de lo que había hecho, y quizá que se sintiera en deuda. Me quedaba a su lado más tiempo del necesario, e hice más por él de lo que hacía falta. Mis ayudantes hubieran podido hacerle compañía y darle todo lo que necesitaba en mi lugar si yo hubiera querido estar en otra parte. Pero él me resultaba fascinante, muy distinto a los hombres cokyrianos que conocía.

Su reacción ante London me recordaba extrañamente la fuerza que a mí me había arrastrado hacia Narian. Pero con una salvedad: Narian había correspondido con su afecto. Simplemente por la manera en que London había mirado a la Alta Sacerdotisa en la cueva, yo sabía que en su corazón no había espacio para ella.

—Él había pasado diez meses en Cokyria, y su tiempo llegaba a su fin —continuó la Alta Sacerdotisa—. Un día se despertó por primera vez y habló por primera vez, aunque, que yo supiera, todavía no había recuperado todas sus fuerzas. Al final, me encontré tan cerca de él que no me pude reprimir: lo besé, y él respondió momentáneamente. Ni siquiera me di cuenta de que me quitaba el anillo de mi hermano, que yo llevaba colgado del cuello. Entonces, empezó a adormecerse otra vez y me retiré. Al cabo solamente de unas horas, había desaparecido. La ventana estaba abierta, había robado un caballo y había desaparecido. Había subestimado su agudeza, pues estaba mucho más recuperado de lo que yo y mis ayudantes creíamos. Además, había sido descuidada y le había ofrecido la oportunidad de escapar de forma sencilla. Él sabía exactamente de cuánto tiempo disponía antes de que el dolor lo volviera a incapacitar, y tenía el tiempo justo para cabalgar hasta Hytanica si iba muy deprisa. Escapó con muchos cononimientos que mi hermano y yo nunca habíamos querido revelar a vuestra gente.

—Cuando regresó, estaba... enfermo —dije, insegura de si ésa era la mejor manera de describir su estado—. ¿Era a causa de...?

—Nuestras fuerzas en conflicto todavía tenían efecto en él. Vuestros doctores no podían saber qé sucedía, pues los síntomas eran irreconocibles. Pasó mucho tiempo hasta que tuve noticias de que London había sobrevivido. Había temido por él, pero mi magia debió de penetrarle en mayor cantidad que la de mi hermano. Es a causa de lo que queda de mi poder que él está tardando tanto en morir en manos de Trimion. Se cura cuando no debería hacerlo, se enfrenta durante días enteros a fuerzas que lo deberían matar en cuestión de minutos. No parece haber envejecido durante los últimos dieciocho años porque mi magia lo mantiene joven. Vivirá una vida muy larga, si mi hermano no lo mata.

—¿Cuánto tiempo le queda? —pregunté, ahora que parecía que los retazos de información recibidos durante años empezaban a encaar y formaban una imagen coherente. El misterio de London estaba resuelto..., justo en el momento en el que iba a morir.

—Dos días, incluso quizá tres. Entonces mi poder se habrá agotado de tanto enfrentarse a los efectos del poder de mi hermano.

—Y... —Hice una pausa, pues sabía que mi pregunta era irrelevante, pero quería hacerla de todos modos—. Y si os soltamos, ¿lo dejará vivir?

—Mi hermano se vengará de London —me dijo—, sin importar lo que hagáis. Vuestro amigo ya no forma parte del trato.

Me froté el rostro con las manos, como para despejarme de la abundante cantidad de información que me acababa de proporcionar, pero sabía que esa historia, por algún motivo, era importante. Pero, ¿en qué lo podía ser?

—Reina de Hytanica —dijo. Levanté la mirada hacia su hermoso rostro, hacia sus verdes e inteligentes ojos—. Sois distinta a la mayoría de las mujeres de vuestra cultura, pero se os subestima, incluso ahora; todo el mundo lo hace, excepto yo.

Esa afirmación resultaba perturbadora y sorprendente, y no tuve tiempo de responder. Cannan y Halias habían entrado de nuevo en la cueva y hablaban en voz baja. A pesar del tono apagado de su conversación, fue como si sus voces se amplificaran y mi atención abandonó la mujer con quien había estado hablando.

—Temerson, ve a relevar a Galen —ordenó Cannan, haciéndole una señal en dirección a la puerta.

—¿Y qué habéis decidido? —preguntó mi padre, que todavía estaba de pie y continuaba de un lado para otro.

El capitán no respondió con palabras, y la manera en que me miró confirmó mis peores presagios. Me puse en pie. Sentí todo el cuerpo empapado en sudor.

—No ahora —repuso Cannan, sin apartar la mirada de mí, y comprendí que en ese momento no amputarían ninguna extremidad.

Por mucho que me desagradara la idea de cortarle la mano a la Alta Sacerdotisa, no hubiera podido interponerme en el camino de Cannan y de Halias. Quizá, tal como había dicho la Alta Sacerdotisa, yo no era como las demás mujeres de Hytanica, pero eso no significaba que mi opinión se tuviera en cuenta.

XXIX

LOS MUERTOS Y LOS MORIBUNDOS

Natilam había intentado decirme algo que estaba más allá de lo que era obvio, pero ¿Qué? Le di vueltas al tema durante horas. Repetí mentalmente todo lo que me había dicho con todos los detalles que fue capaz de recordar. Esa tarde, mientras Galen afilaba las armas, percibí que ese sonido estaba cargado de significado. Me penetraba los oídos, me distraía.

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