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Authors: Carlo M. Cipolla

Tags: #Ensayo

Allegro ma non troppo (3 page)

BOOK: Allegro ma non troppo
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En esta increíble aventura en que se vieron extrañamente envueltos el Señor Dios Padre, la pimienta, las monedas de oro, los eremitas, los señorones feudales y las mujeres sarracenas, los únicos que no perdieron la cabeza fueron los italianos. Entre éstos, los venecianos, en los tiempos tristes de las invasiones germánicas se habían refugiado en algunas islítas en medio de los pantanos, y en ;aquellas islas, como anotó un observador del siglo X, «illa gens non arat, non seminat, non vindemiat» (‘aquella gente no ara, no siembra ni vendimia’). Para vivir tenían, pues, que dedicarse al comercio.

Un historiador norteamericano escribió hace algunos años que

La avidez veneciana por los beneficios derivados del comercio y obtenidos por cualquier medio sólo podía compararse a la falta de escrúpulos que caracterizaba a los genoveses.

Un economista anglosajón igualmente crítico escribió:

Los ingenuos cruzados se encontraron envueltos en una red de intereses comerciales que poco o nada entendían. Durante las tres primeras cruzadas los venecianos, que les habían proporcionado las naves, les engañaron descaradamente, igual que un mercader sin escrúpulos engaña en el mercado al tonto del pueblo.

El caso es que los italianos habían intuido el enorme potencial comercial que proporcionaba la ocupación cristiana de la Tierra Santa. Pedro no era el único europeo que deseaba intensamente la pimienta. Como Pedro, había en Occidente decenas de millares, y los italianos —aun sin haber seguido cursos de prospección de mercado—se adueñaron del comercio y obtuvieron beneficios monopolísticos notables. Si lo hubieran hecho los holandeses, los alemanes o los ingleses, habrían sido citados en los manuales de historia como ejemplos admirables de ética protestante y encomiables campeones del procapitalismo. Tratándose tan sólo de italianos, fueron definidos como ejemplos deplorables de «avidez» y de «falta de escrúpulos comerciales». En cualquier caso, tanto se afanaron los mercaderes italianos que el comercio de la pimienta entró en una fase secular de excepcional expansión. En Alejandría una calle entera, casi un barrio entero, fue destinado al comercio de la pimienta, y en Occidente, tras unos siglos de ausencia casi total, la pimienta reapareció en cantidades cada vez mayores en los mercados y en las mesas.

8

Europa Occidental se transformó como por encanto. Del lugar lóbrego y triste que era, pasó a ser una tierra desbordante de vitalidad, energía y optimismo. El aumento del consumo de pimienta incrementó el vigor en los hombres que, al verse rodeados de tantas hermosas mujeres guardadas por sus cinturones de castidad, experimentaron un repentino y enorme interés por la elaboración del hierro; muchos se hicieron herreros y casi todos Se dedicaron a la producción de llaves. Este hecho tuvo dos importantes consecuencias:

1. La creciente frecuencia del apellido Smith (‘herrero’) en Inglaterra, Schmidt en Alemania, Ferrari, Ferrario, Ferrero o Fabbri en Italia, Favre, Febvre, Lefevre en Francia.

2. El desarrollo de la metalurgia europea que entró definitivamente en fase de expansión y de
self-sustained growth
(‘crecimiento autosostenido’).

La pimienta tenía una importante cualidad: que no se deterioraba. Era, además, un bien extremadamente líquido, ya que nadie con la cabeza sobre los hombros lo hubiera rechazado. Podía, pues, utilizarse no sólo como fuente de energía sino también como elemento de intercambio. Puesto que la pimienta era usada a menudo como moneda, los mercaderes se convirtieron también en banqueros y practicaron la usura tanto con los pobres como con los señorones manirrotos. En el fondo de su corazón sabían muy bien que vendiendo armas a Saladino, pimienta afrodisíaca a los europeos y practicando la usura en gran escala se volvían extremadamente sospechosos a los ojos de Dios. Ocurrió entonces que, con objeto de tranquilizar su conciencia, destinaron notables sumas a actos de caridad y a donaciones a la Iglesia. Los mercaderes italianos tenían a gala ser los más competentes en contabilidad y en administración y, por consiguiente, anotaron con precisión y meticulosidad estas sumas en cuentas especiales, que figuraban en los libros mayores como «cuenta de Nuestro Señor Dios».

Una buena parte de las donaciones que los obispos y abades recibieron de los mercaderes las gastaron en la construcción o reconstrucción de iglesias, catedrales y monasterios. Además, los obispos y abades, que durante siglos habían acumulado inmensos tesoros sometiendo la economía europea a una gravosísima presión deflacionista, ahora que había pimienta disponible en el mercado abrieron sus arcas y pusieron en circulación fortunas enormes que aumentaron la demanda global efectiva. La gran cantidad de dinero que se gastó en la construcción de las catedrales procuró trabajo y dinero a los albañiles quienes, a su vez, emplearon el dinero ganado en adquirir pan y vestidos, con lo cual proporcionaron trabajo a los panaderos y sastres. De este modo, el «multiplicador» sostuvo y multiplicó el desarrollo de la economía europea.

Obviamente la población aumentó, pero a causa de:
a
) la expansión del comercio de la pimienta,
b
) los efectos a la alza y a la baja de dicha expansión y
c
) los efectos del «multiplicador» y del «acelerador», la tasa de crecimiento de la renta superó la tasa de población, la renta per cápita aumentó y hasta finales del siglo XIII Occidente consiguió evitar la caída en la trampa malthusiana.

FIGURA 2

Obispos y abades, que eran obsequiados con donaciones de los comerciantes, invirtieron buena parte de ellas en la construcción o reconstrucción de iglesias, catedrales y monasterios.

En términos cliométricos, la situación puede expresarse de la siguiente manera.

A falta de grandes movimientos migratorios

ΔN = B – D

donde ΔN representa el aumento de la población, B el número de nacimientos y D el de defunciones. D fluctuaba fuertemente en este breve periodo, aunque en torno a un nivel más o menos constante. Por otro lado

B = ∞ Pc

donde B representa los nacimientos, ∞ es la constante afrodisíaca de la pimienta y Pc es el Consumo de pimienta. Al aumentar Pc, B y ΔN asumían valores positivos muy elevados. Podemos identificar Pc = Pt, siendo Pt el comercio de la pimienta. De acuerdo con lo que hemos afirmado poco antes, a propósito de las catedrales, albañiles, panaderos y sastres, está claro que ΔY = β Pc, siendo ΔY el incremento de la renta. De todo esto se deriva que:

ΔN = (∞/β) ΔY – D

Supuesto que ∞/β < 1, tenemos:

ΔN = ∞/β ΔY – D < ΔY – D

ΔN < ΔY – D < ΔY

En otras palabras, la tasa de crecimiento de la renta aumentó más rápidamente que la tasa de población y, como se ha dicho ya antes, se evitó la caída en la trampa malthusiana.

A la revolución económica le siguió una importante revolución social. Un sociólogo norteamericano escribió a este respecto, hace algunos años, que

una versión preprotestante de la Ética protestante de Weber desempeñó un papel fundamental en la decadencia del feudalismo. En poco tiempo, por una razón u otra, las ciudades crecieron como complemento de los propietarios inmobiliarios. Al acumularse el capital en las Ciudades, los propietarios inmobiliarios se vieron obligados a recurrir a ciertas medidas que, en último extremo, determinaron la caída del sistema [feudal].

Veintisiete páginas de anotaciones algebraicas (generosamente subvencionadas por una academia de las ciencias) han sido necesarias para sostener, elaborar y aclarar esta hilarante afirmación.

En Europa occidental los protestantes «preprotestantes» tuvieron un notable éxito. Dentro de las murallas, que poco a poco se iban ampliando al extenderse las ciudades, los protestantes preprotestantes (es decir, la burguesía mercantil urbana) adquirieron una posición social cada vez más importante, y un papel cada vez más dinámico. Mientras que los aristócratas enseñaban a sus hijos a montar a caballo, cazar y batirse en duelo, los protestantes preprotestantes, por su parte, abrían en las ciudades escuelas de contabilidad. Solamente en un punto las dos clases estaban de acuerdo: explotar al máximo a los campesinos, que no eran considerados como hombres sino como animales de carga. De vez en cuando los campesinos se alzaban en rebelión, pero siempre acababan por ser sometidos de nuevo a palos.

Como repetían a coro los juglares de la época:

Rusticani non civiles

semper erunt et sunt viles

Rusticani sunt fallaces

sunt immundi, sunt mendaces.

9

Inglaterra ha tenido siempre un clima lluvioso, y no es casual que fuera un inglés quien inventó el paraguas. En la época de la que estamos hablando, Inglaterra, además de ser un país lluvioso, era también un país subdesarrollado (y subdesarrollado no sólo teniendo en cuenta los parámetros de hoy en día, sino tomando como base los mismos parámetros de la época). Dado que era un país lluvioso y, por tanto, melancólico y, además, subdesarrollado, Inglaterra era un país relativamente poco poblado. Este conjunto de circunstancias tuvo una Serie de consecuencias importantes. Las lluvias copiosas y el clima húmedo favorecían la existencia de excelentes y abundantes pastos. La existencia de excelentes y abundantes pastos favorecía la existencia de rebaños de ovejas excepcionales. La existencia de rebaños de ovejas excepcionales significaba abundancia de lana de primerísima calidad. El hecho de que los habitantes fueran pocos y poco desarrollados suponía, a su vez: a) que la producción de lana superaba sus necesidades y b) que en lugar de transformar la lana en producto acabado (es decir, tejidos), los ingleses durante mucho tiempo continuaron ofreciendo su lana a la exportación como materia prima.

Llegados a este punto, y aun a costa de interrumpir el hilo de la narración, se me ocurre de pronto hacer una confrontación entre el destino de Inglaterra y el de Italia. Inglaterra dispuso de excelente lana cuando (en la Edad Media) la lana era la materia prima más buscada; dispuso de excelente y abundante carbón cuando (en tiempos de la Revolución industrial) la materia prima más valiosa era el carbón, y dispuso del petróleo del mar del Norte cuando (en nuestros días) el petróleo se convirtió en la fuente de energía más utilizada en la actividad productiva. En cambio, Italia tuvo lana escasa y birriosa en la Edad Media, escasísimo y miserable carbón en la Revolución industrial, y poquísimo y miserable petróleo en la época actual; en compensación, dispuso siempre de abundante mármol, que utilizó sobre todo para adornar iglesias y erigir monumentos funerarios en los cementerios.

La necesidad agudiza el ingenio, y los italianos de la Edad Media supieron cómo agudizarlo. En el continente, los protestantes preprotestantes de categoría gastaban bastante dinero en vestirse y andaban siempre en busca de telas refinadas. Como dos más dos son cuatro, los comerciantes italianos relacionaron ambos hechos: importaron las lanas inglesas, instalaron eficientes manufacturas de tejidos de lana, mecanizando el proceso productivo mediante unos molinos llamados batanes, y obtuvieron pingües beneficios.

Gran parte de la lana inglesa procedía de las tierras de los monasterios y conventos ingleses. Francesco de Balduccio Pegolotti, un comerciante florentino bien informado de la primera mitad del siglo XIV, incluye en su relación:

67 casas religiosas de la orden del Císter

41 casas religiosas de la orden de los premonstratenses

57 casas religiosas de la orden negra (benedictinos)

20 conventos de monjas

Estas instituciones vendían las mejores lanas de Inglaterra.

El floreciente comercio de la lana hizo muy ricos a los monjes ingleses. Una parte de esta riqueza fue destinada a la reconstrucción y al embellecimiento de los monasterios otra parte se dedicó a la adquisición de nuevas tierras, pero una gran parte fue invertida en combatirla melancolía que se apodera de quienes viven en lugares lluviosos y húmedos. Por mucho que les gustara la pimienta, Siendo monjes no podían consumirla en exceso, dados sus efectos colaterales. No les quedaba, pues, sino el vino.

El vino fue llevado por primera vez a Inglaterra por los romanos, y los cristianos se afanaron mucho por poseerlo. En la Alta Edad Media, cuando el comercio a larga distancia era prácticamente inexistente y el abastecimiento de vino procedente de Francia era bastante inseguro, los ingleses cultivaron extensamente la vid en su propia isla. Pero su vino era pésimo. Guillermo el Conquistador lo sabía y, cuando decidió invadir Inglaterra en 1066, se acordó de llevar consigo una buena provisión de vino francés.

Los acontecimientos de los siglos siguientes complicaron notablemente las cosas. El día de Navidad del año 1137, Leonor de Aquitania Se casaba con Luis VII, rey de Francia, aportándole como dote los extensísimos territorios del ducado de Aquitania junto con sus magníficos viñedos. No obstante, el matrimonio no estaba destinado a tener éxito. «Leonor probablemente no era la mujer más adecuada para un hombre tan sensible como Luis VII.» Con esta frase un historiador inglés se adjudicó el premio mundial del
understatement
. Leonor, según los datos que tenemos de ella, era muy hermosa, inteligentísima, intrigante, indomable y extraordinariamente exuberante. Devoraba la pimienta como si de chocolate se tratara (aunque el chocolate en aquellos tiempos aún no había llegado a Europa). Luis VII, en cambio, era un hombre piadoso, enamorado, eso sí, de su mujer, pero absolutamente incapaz de satisfacerla intelectualmente, psicológicamente y físicamente: su compañía favorita eran los monjes; le gustaba cantar con ellos cantos litúrgicos.

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