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Authors: Carlo M. Cipolla

Tags: #Ensayo

Allegro ma non troppo (5 page)

BOOK: Allegro ma non troppo
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Es preciso subrayar a este respecto que este ensayo no es ni producto del cinismo ni un ejercicio de derrotismo social —no más de cuanto pueda serlo un libro de microbiología. Las páginas que siguen son, de hecho, el resultado de un esfuerzo constructivo por investigar, conocer y, por lo tanto, posiblemente neutralizar, una de las más poderosas y oscuras fuerzas que impiden el crecimiento del bienestar y de la felicidad humana.

1. La Primera Ley Fundamental

La
Primera Ley Fundamental
de la estupidez humana afirma sin ambigüedad que:

Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
[6]

A primera vista la afirmación puede parecer trivial, o más bien obvia, o poco generosa, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, un examen más atento revela de lleno la auténtica veracidad de esta afirmación. Considérese lo que sigue. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos, de un modo repetido y recurrente, debido a que:

a) personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas;

b) día tras día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos, que aparecen de improviso e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.

La
Primera Ley Fundamental
impide la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población: Cualquier estimación numérica resultaría ser una subestimación. Por ello en las páginas que siguen se designará la cuota de personas estúpidas en el seno de una población con el símbolo ε.

2. La Segunda Ley Fundamental

Las tendencias culturales que prevalecen hoy en día en los países Occidentales favorecen una visión igualitaria de la humanidad. Se prefiere pensar en el hombre como el producto de masa de una cadena de montaje perfectamente organizada. La genética y la sociología, sobre todo, se esfuerzan por probar, con una cantidad impresionante de datos científicos y formulaciones, que todos los hombres son iguales por naturaleza, y que si algunos son más iguales que otros, esto ha de ser atribuido a la educación y al ambiente social, y no a la Madre Naturaleza.

Se trata de una opinión extendida que personalmente no comparto. Tengo la firme convicción, avalada por años de observación y experimentación, de que los hombres no son iguales, de que algunos son estúpidos y otros no lo son, y de que la diferencia no la determinan fuerzas o factores culturales sino los manejos biogenéticos de una inescrutable Madre Naturaleza. Uno es estúpido del mismo modo que otro tiene el cabello rubio; uno pertenece al grupo de los estúpidos como otro pertenece a un grupo sanguíneo. En definitiva, uno nace estúpido por designio inescrutable e irreprochable de la Divina Providencia.

Aunque estoy convencido de que una fracción de seres humanos es estúpida, y de que lo es por designio de la Providencia, no soy un reaccionario que pretende introducir de nuevo furtivamente discriminaciones de clase o de raza. Creo firmemente que la estupidez es una prerrogativa indiscriminada de todos y de cualquier grupo humano, y que tal prerrogativa está uniformemente distribuida según una proporción constante. Este hecho está expresado científicamente en la
Segunda Ley Fundamental
, que dice que:

La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.

A este propósito, la Naturaleza parece realmente haberse superado a sí misma. Es archisabido que la Naturaleza, de un modo más bien misterioso, actúa de tal manera que mantiene constante la frecuencia relativa de ciertos fenómenos naturales. Por ejemplo, tanto si los hombres se reproducen en el polo norte como en el ecuador, si las parejas que se unen son desarrolladas o subdesarrolladas, si son negras, rubias, blancas o amarillas, la proporción varón—mujer entre los recién nacidos es constante, con un ligero predominio de los varones. No sabemos de qué manera la Naturaleza obtiene este extraordinario resultado, pero sabemos que para obtenerlo debe operar con grandes números. El hecho extraordinario acerca de la frecuencia de la estupidez es que la Naturaleza consigue actuar de tal modo que esta frecuencia sea siempre y dondequiera igual a la probabilidad e, independientemente de la dimensión del grupo, y que se dé el mismo porcentaje de personas estúpidas, tanto si se someten a examen grupos muy amplios como grupos reducidos. Ningún otro tipo de fenómenos objeto de observación ofrece una prueba tan singular del poder de la Naturaleza.

La prueba de que la educación y el ambiente social no tienen nada que ver con la probabilidad ε nos la han proporcionado una serie de experimentos llevados a cabo en muchas universidades del mundo. Podemos clasificar la población de una universidad en cuatro grandes grupos: bedeles, empleados, estudiantes y cuerpo docente.

Cada vez que se analizó el grupo de bedeles se halló que una fracción ε eran estúpidos. Teniendo en cuenta que el valor de ε era más elevado de lo que se esperaba (
Primera Ley
), se juzgó, de entrada, pagando el tributo a las modas en curso, que era debido a la pobreza de las familias de las que generalmente proceden los bedeles, y también a su escasa instrucción. Pero al analizar los grupos más elevados se encontró que el mismo porcentaje dominaba también entre los empleados y los estudiantes. Más impresionantes todavía fueron los resultados obtenidos entre el cuerpo docente. Tanto si se analizaba una universidad grande como una pequeña, un instituto famoso o uno desconocido, se encontró que la misma fracción ε de profesores estaba formada por estúpidos. Fue tal la sorpresa ante los resultados obtenidos que se resolvió extender las investigaciones a un grupo especial mente seleccionado, a una auténtica «elite», a los galardonados con el premio Nobel. El resultado confirmó los poderes supremos de la Naturaleza: una fracción ε de los premios Nobel estaba constituida por estúpidos.

Este resultado es difícil de aceptar y de digerir, pero existen demasiadas pruebas experimentales que confirman básicamente su validez. La
Segunda Ley Fundamental
es una ley de hierro, y no admite excepciones. El Movimiento para la Liberación de la Mujer apreciará en todo su valor la
Segunda Ley
, por cuanto esta ley demuestra que los individuos estúpidos son proporcionalmente tan numerosos entre los hombres como entre las mujeres. La población de los países del Tercer Mundo hallará consuelo en esta
Segunda Ley
, en la medida en que demuestra que los pueblos llamados «desarrollados» no son al fin y al cabo tan desarrollados. Guste o no guste esta
Segunda Ley Fundamental
, en cualquier caso sus implicaciones son diabólicamente inevitables. Tanto si uno se dedica a frecuentar los círculos elegantes como si se refugia entre los cortadores de cabezas de la Polinesia, si se encierra en un monasterio o decide pasar el resto de su vida en compañía de mujeres hermosas y lujuriosas, persiste el hecho de que deberá siempre enfrentarse al mismo porcentaje de gente estúpida, porcentaje que (de acuerdo con la
Primera Ley
) superará siempre las previsiones más pesimistas.

3. Un intervalo técnico

Llegados a este punto, es necesario aclarar el concepto de estupidez humana y definir la
dramatis persona
.

Los individuos se caracterizan por diferentes grados de propensión a la socialización. Existen individuos para quienes cualquier contacto con otros individuos es una dolorosa necesidad. Éstos se ven obligados, literalmente, a soportar a las personas, y las personas se ven obligadas a soportarlos a ellos. En el otro extremo del espectro, se hallan los individuos que no pueden soportar de ningún modo vivir solos, y están dispuestos a pasar el tiempo incluso en compañía de personas que desprecian antes que estar solos. Entre estos dos extremos, existe una gran variedad de situaciones, si bien la gran mayoría de personas se halla más próxima al tipo que no puede soportar la soledad que al tipo que no es propenso a las relaciones humanas. Aristóteles reconoció este hecho cuando escribió que «el hombre es un animal social», y la validez de su afirmación está demostrada por el hecho de que nos movemos en grupos sociales, que existen más personas casadas que solteras o célibes, que se malgasta mucho dinero y tiempo en exasperantes y aburridos
cocktail parties
, y que la palabra soledad generalmente tiene connotaciones negativas.

Tanto si uno pertenece al tipo eremita como si pertenece al tipo mundano, en cualquier caso tiene que tratar con la gente, si bien con intensidad diferente. De vez en cuando también los eremitas se encuentran con personas. Además, uno se pone en relación con los seres humanos incluso evitándolos. Lo que podría haber hecho por un individuo o por un grupo, y no lo he hecho, representa un «coste-oportunidad» (es decir, una ganancia frustrada o una pérdida) para aquella persona concreta o grupo concreto. La moraleja es que cada uno de nosotros tiene una especie de cuenta corriente con cada uno de los demás. De cualquier acción, u omisión, cada uno de nosotros obtiene una ganancia o una pérdida, y al mismo tiempo proporciona una ganancia o una pérdida a algún otro. Las ganancias y las pérdidas pueden ser ilustradas oportunamente por una gráfica, y la figura 1 muestra la gráfica base utilizable para este fin.

FIGURA 1

La gráfica se refiere a un individuo, al que llamaremos Ticio. El eje de la X mide la ganancia que Ticio obtiene con su acción. El eje de la Y muestra la ganancia que otra persona, o grupo de personas, obtiene como consecuencia de la acción de Ticio. La ganancia puede ser positiva. nula o ;negativa; una ganancia negativa equivale a una pérdida. El eje de la X mide las ganancias positivas de Ticio ala derecha del punto O, mientras que las pérdidas de Ticio son anotadas a la izquierda del punto O. El eje Y, por encima y por debajo respectivamente del punto O, mide las ganancias y las pérdidas de la persona, o grupos de personas, con quienes Ticio está relacionado.

Para aclarar las cosas, pongamos un ejemplo hipotético refiriéndonos a la figura 1. Ticio realiza una acción en la que implica a Cayo. Si Ticio consigue una ganancia por su acción y a Cayo esta misma acción le reporta una pérdida, la acción ha de ser registrada en la gráfica con un signo que aparecerá en algún punto del área M.

Las ganancias y las pérdidas pueden ser registradas en el eje de las X y de las Y en dólares, francos o liras, como se quiera, pero deben incluirse también las recompensas y las satisfacciones psicológicas y emotivas, y los estrés psicológicos y emotivos. Estos son bienes (o males) inmateriales y, por lo tanto, difíciles de medir con parámetros objetivos. El análisis del tipo costes-beneficios puede ayudar a resolver el problema, aunque no completamente; pero no quiero aburrir al lector con detalles técnicos: un margen de imprecisión puede afectar a la medición, pero no afecta a la esencia del argumento. En todo caso, un punto debe quedar claro. Al considerar la acción de Ticio, y al valorar los beneficios o las pérdidas que Ticio obtiene, se debe tener en cuenta el sistema de valores de Ticio; pero para determinar la ganancia o la pérdida de Cayo es absolutamente indispensable tomar como referencia el sistema de valores de Cayo, y no el de Ticio. Con demasiada frecuencia se olvida esta norma de
fair play
, y muchos problemas surgen precisamente del hecho de que no se respeta este principio conducta cívica. Recurramos una vez más a un ejemplo trivial. Ticio da un golpe en la cabeza a Cayo y obtiene por ello una satisfacción. Tal vez Ticio sostenga que Cayo es feliz por haber recibido un golpe en la cabeza. Pero es muy probable que Cayo no sea de la misma opinión. Es más, puede que Cayo considere que el golpe en su cabeza ha sido un desagradabilísimo incidente. Si el golpe en la cabeza de Cayo ha sido una ganancia o una pérdida para Cayo, es Cayo quien debe decidirlo, y no Ticio.

4. La Tercera Ley Fundamental (ley de oro)

La
Tercera Ley Fundamental
presupone, aunque no lo enuncie explícitamente, que todos los seres humanos están incluidos en una de estas cuatro categorías fundamentales: los incautos, los inteligentes, los malvados y los estúpidos. El lector perspicaz comprenderá fácilmente que estas cuatro categorías corresponden a las cuatro áreas H, I, M, E de la gráfica base (véase figura 1).

Si Ticio comete una acción y obtiene una pérdida, al mismo tiempo que procura un beneficio a Cayo, el signo de Ticio recaerá en el campo H: Ticio ha actuado como un incauto. Si Ticio realiza una acción de la que obtiene un beneficio, y al mismo tiempo procura un beneficio también para Cayo, el signo de Ticio recaerá en el área I: Ticio ha actuado inteligentemente. Si Ticio realiza una acción de la que obtiene un beneficio causando un perjuicio a Cayo, el punto de Ticio deberá situarse en el área M: Ticio ha actuado como un malvado. La estupidez corresponde al área E, y a todas las posiciones sobre el eje Y, por debajo del punto O. La
Tercera Ley Fundamental
aclara explícitamente que:

Una persona estúpida es una persona que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.

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