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Authors: Carlo M. Cipolla

Tags: #Ensayo

Allegro ma non troppo (4 page)

BOOK: Allegro ma non troppo
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En el año 1144 el papa Eugenio III, apesadumbrado y deprimido por las pérdidas de hombres y territorios que sufrían los cruzados en el Oriente Medio a causa de la reacción árabe, convenció al rey Luis para que organizara una segunda cruzada con la que detener el avance musulmán. El rey Luis, con la ayuda de Bernardo de Claraval, consiguió convencer a sus nobles para que le siguieran. Leonor no era el tipo de mujer que se queda en casa haciendo ganchillo encerrada en un cinturón de castidad, y decidió ir a la Cruzada con su marido y su séquito de nobles caballeros.

La aventura del Oriente Medio, sin embargo, en vez de estrechar los vínculos entre marido y mujer acabó por romperlos del todo. Leonor se mostraba excitadísima a la vista de las maravillas y los placeres del Oriente, y Se volvió más exuberante que nunca, mientras que el rey Luis —cuando no estaba ocupado en la lucha contra los musulmanes— dedicaba cada vez más su tiempo libre a acompañar a los monjes en sus cantos litúrgicos. Leonor iba diciendo que su marido «era más monje que rey» y según un cronista, desde luego poco benévolo, la reina increpó un día al rey gritándole que «valía menos que una pera podrida».

FIGURA 3

Cuando Guillermo el Conquistador se preparaba para marchar a la conquista de Inglaterra en el año 1066 no olvidó llevar consigo provisiones suficientes de vino francés.

La pareja regresó a París en noviembre del año 1149. A su alrededor había dos abades: el dulce, culto y esteta Suger, y el pelma por antonomasia Bernardo de Claraval. Suger murió en enero de 1151 y con él desapareció un elemento que se preocupaba por Salvar el matrimonio de la real pareja. Quedaba el pelmazo que, por el contrario, siempre había alimentado sentimientos de desconfianza y hostilidad hacia Leonor, igual que albergaba sentimientos de desconfianza y de hostilidad hacia cualquier mujer, especialmente si era atractiva. La nefasta influencia del pelma sobre Luis VII fue decisiva. El rey pidió al papa la anulación del matrimonio alegando motivos de consanguineidad, y en marzo de 1152 el matrimonio entre Luis y Leonor fue anulado.

Una vez obtenida la anulación, Luis ordenó que en todas las iglesias de Francia se entonara el Te Deum, pero aún no había acabado de sonar la última nota del Te Deum cuando el rey Luis recibió la terrible noticia de que la indomable Leonor se había casado, el día 18 de mayo de 1152, con Enrique, duque de Normandía, doce años más joven que ella y heredero del trono de Inglaterra por vía materna. Enrique había heredado de su padre Normandía, Maine, Anjou y Turena. Al casarse con Leonor se aseguró también Aquitania. En 1154 subió al trono de Inglaterra. Así pues, en 1154 el rey de Inglaterra tenía el control no sólo de Inglaterra sino también de más de dos tercios del suelo francés, junto con los magníficos viñedos que en él prosperaban.

Fue entonces cuando el vino francés comenzó a afluir al mercado inglés en cantidades considerables. Tras la pérdida de Poitou y Normandía, el rey Juan hizo de Burdeos el centro del poder inglés en Francia, por eso los consumidores ingleses empezaron a interesarse por el clarete de Burdeos. La primera partida de vino de Gascuña llegó a Southampton en 1213, y a Bristol al año siguiente. Por aquella época, la venta de lana por parte de los monjes ingleses entraba en una fase secular de rápida expansión. A finales del Siglo XIII, Inglaterra exportaba una medía de 30.000 sacos al año de lana en bruto. De modo paralelo creció el comercio del vino gascón, y los historiadores creen que a principios del Siglo XIV Burdeos exportaba a Inglaterra una media de 700.000 hectolitros de vino al año.

Fue entonces cuando el capitalismo medieval alcanzó su momento cumbre. La pimienta, el vino y la lana eran los principales ingredientes de la prosperidad general, manteniendo naturalmente la pimienta el papel de lo que Marx ha llamado el motor de la historia.

10

El longobardo Bertoldo se sentía infeliz en los días de sol porque sabía que la única cosa que cabía esperar eran días de mal tiempo. Y, en cambio, era feliz cuando llovía por la razón opuesta. Había habido demasiados días de sol en la economía de Europa occidental entre el año 1000 y el 1300; según la ley de Bertoldo, había que esperar días de mal tiempo. Y así sucedió.

A los reyes ingleses les gustaba mucho el vino y le rendían auténtico culto, por decirlo de algún modo. Cuando Enrique, el hijito de Eduardo, enfermó la noche de Pentecostés, el rey mandó añadir un galón de vino al agua del baño del muchacho.

En la Edad Media se producía el vino sin prestar atención especial al proceso de envejecimiento, por lo cual una parte considerable de la enorme reserva real acababa agriándose. Los soberanos ingleses, por regla general, se aseguraban de que el buen vino estuviese reservado para Su mesa y de que a los invitados se les sirviera el que Se había estropeado. Pedro de Blois, escribano en la corte de Enrique II, cuenta que:

He visto servir, incluso a la alta nobleza, un vino tan turbio que se veían obligados a cerrar los ojos, apretar los dientes y, con la boca torcida y gran repugnancia, filtrar y hasta beber aquella porquería.

En definitiva, para los soberanos ingleses el vino era una cosa seria. No debe, pues, sorprendernos que en 1330 surgiera entre el rey de Inglaterra y el rey de Francia una grave disputa por el control de las zonas vinícolas francesas. El infausto resultado de este litigio fue una guerra conocida con el nombre de «Guerra de los Cien Años», aunque la verdad es que duró 116. El verdadero héroe de esta contienda interminable fue una mujer, Juana de Arco, que luchó valerosamente contra el rey de Inglaterra por conseguir que el vino francés permaneciera bajo control francés en su
denominación de origen
. La larga guerra arruinó económicamente a ambos países, y supuso también la ruina de muchos viñedos franceses, que fueron devastados por las compañías de mercenarios. Lo cual demuestra, una vez más, la locura de las guerras.

En aquel triste periodo, Europa sufrió, además, otro flagelo. Entre el año 1000 y el 1300 de nuestra era y gracias a los efectos, entre otros, de toda la pimienta importada, la población europea había aumentado de forma considerable. Las estimaciones más recientes ofrecen las siguientes cifras, expresadas en millones de personas:
[5]

1000
1340
Italia
5
10
España
7
9
Francia
5
15
Islas Británicas
2
5
Alemania y Escandinavia
4
12

Comentando este crecimiento demográfico y además los correspondientes movimientos de colonización, un famoso profesor anglorruso escribía hace algunos años:

Mientras el movimiento de colonización avanzó con la ocupación de nuevas tierras, las cosechas de estas tierras vírgenes alentaron la creación de nuevas familias y la formación de nuevos asentamientos humanos. Con el paso del tiempo, Sin embargo, el carácter marginal de las nuevas tierras no dejó de manifestarse. A las grandes cosechas les sucedieron largos periodos de ajuste de cuentas, en los cuales las tierras depauperadas, y que ya no eran nuevas, parecían querer castigar a quienes las habían puesto en cultivo. No es aventurado interpretar la decadencia de la producción agrícola como un castigo natural por un cultivo anterior excesivo.

Que los europeos merecían una especie de «castigo» por toda la pimienta que habían consumido entre el año 1000 y el 1300 d. C., está fuera de toda discusión.

Puesto que la pimienta se vendía sobre todo en los mercados urbanos, la gente invadía las ciudades y, dado que los tiempos eran aún inseguros, se apiñaba en los espacios bastante reducidos que había dentro de las murallas. Hacia, 1340, París, Córdoba, Venecia y Florencia contaban con unos 100.000 habitantes; Bolonia, Roma, Milán, Londres Colonia, Gante, Brujas y Smolensko probablemente tenían unos 50.000. Muchas otras ciudades contaban entre 10.000 y 20.000 habitantes. Si lo juzgamos con nuestros parámetros modernos, no se trata de grandes cifras. Pero si examinamos las cosas teniendo en cuenta los niveles de higiene, sanidad y conocimientos médicos de la época, nos daremos cuenta enseguida de que alrededor de 1340 la situación se había vuelto explosiva. Y de hecho explotó.

En Asia, la peste es de naturaleza endémica, y la peste que asoló Europa entre 1347 y 1351 fue sin duda de origen asiático. Procedente de Oriente, la peste apareció en Sicilia y en el Sur de Francia hacia finales de 1347. En junio de 1348, había llegado a Venecia, Milán, Lyon, Burdeos, Toulouse y Zaragoza. En diciembre de 1348, había alcanzado Muhldorf, Calais, Southampton y Bristol. A finales de 1349, Escocia, Dinamarca y Noruega. No tenemos desgraciadamente un censo fiable de la población de ratas, y sus correspondientes pulgas, en Europa, entre 1347 y 1351. Sabemos, no obstante, que los acueductos romanos no se habían puesto en servicio desde la caída del Imperio, y que los habitantes de la Europa medieval rara vez tomaban un baño. En las ciudades medievales la mayoría de la gente vivía en condiciones de mugre y de miseria. Aunque no podemos proporcionar cifras exactas al respecto, podemos afirmar que en 1347 había en Europa occidental muchas más ratas y pulgas de lo que generalmente se cree.

Pero la gente de entonces no sabía que había muchas más ratas y pulgas de lo que generalmente Se cree. No sabía ni siquiera que el proceso de la infección era del tipo rata → pulga → hombre. El caso es que, en el plazo de dos años, aproximadamente un tercio de la población europea desapareció, y de un modo no precisamente agradable. Fue una pesadilla. Además, la pandemia causó estragos que duraron cerca de tres siglos, en el sentido de que fue seguida por una serie de epidemias que de un modo intermitente, pero implacable, continuaron devastando alternativamente distintas partes de Europa. Hasta finales del siglo XV, la población europea se mantuvo sensiblemente por debajo de los niveles que había alcanzado en 1340.

La depresión demográfica hizo que los salarios aumentaran, lo cual supuso que sectores cada vez más amplios pudieran permitirse raciones satisfactorias de pimienta. Esto hubiera producido una enojosa escasez de pimienta en el mercado, de no ser por la oportuna intervención de los portugueses. El infante Enrique de Portugal —que fue llamado el Navegante porque enviaba a los otros a navegar— organizó la exploración sistemática de la costa occidental de África, con la esperanza (coronada finalmente por el éxito) de hallar un paso por mar que pusiera en comunicación marítima directa a Portugal con los países productores de pimienta, en Extremo Oriente. Entretanto, a lo largo de las costas occidentales de África, los exploradores portugueses encontraron pimienta negra en abundancia que, aunque era de calidad muy inferior a la pimienta asiática, no por eso dejaba de ser pimienta, y en sus carabelas la trajeron a Europa en cantidades importantes.

Mientras tanto habían ido sucediendo otras cosas extrañas.

En la primera mitad del siglo XIV, la situación financiera del rey de Inglaterra no era de las más halagüeñas. Entre otras cosas, el rey había pedido prestadas a los comerciantes florentinos sumas tan considerables que sólo pensar en el pago de los intereses bastaba para provocar dolor de cabeza a sus contables. Cuando en 1337 declaró la guerra al rey de Francia por causa de aquellos benditos viñedos franceses, el rey Eduardo creyó —como creen todos los que declaran la guerra— que la suya sería una guerra relámpago y, tal como ocurre con todos los que proyectan una guerra relámpago, se equivocó de medio a medio. Su guerra relámpago duró, como ya se ha visto, 116 años, y él no vivió lo suficiente para saberlo. Lo que sí comprendió, sin embargo, desde el comienzo del berenjenal, fue que sus recursos financieros no podrían sostener el coste de la empresa. Poco después de 1340 se declaró en bancarrota e informó a los banqueros florentinos de que no pagaría sus deudas. Para los florentinos fue una pérdida desastrosa. Más aún. Desde un punto de vista psicológico fue un verdadero
shock
. Si en el mundo de los negocios no puede uno fiarse de un caballero inglés, ¿de quien diablos podrá fiarse? Los florentinos sacaron las consecuencias lógicas: abandonaron el comercio y la banca y se dedicaron a la pintura, la cultura y la poesía. Así se inició el Renacimiento mientras sobre la Edad Media descendía la palabra

FIN

Las leyes fundamentales de la estupidez humana
Introducción

La humanidad se encuentra —y sobre esto el acuerdo es unánime— en un estado deplorable. Ahora bien, no se trata de ninguna novedad. Si uno se atreve a mirar hacia atrás, se da cuenta de que siempre ha estado en una situación deplorable. El pesado fardo de desdichas y miserias que los seres humanos deben soportar, ya sea como individuos o como miembros de la sociedad organizada, es básicamente el resultado del modo extremadamente improbable —y me atrevería a decir estúpido— como fue organizada la vida desde sus comienzos.

Desde Darwin sabemos que compartimos nuestro origen con las otras especies del reino animal, y todas las especies —ya se sabe— desde el gusanillo al elefante tienen que soportar sus dosis cotidianas de tribulaciones, temores, frustraciones, penas y adversidades. Los seres humanos, sin embargo, poseen el privilegio de tener que cargar con un peso añadido, una dosis extra de tribulaciones cotidianas, provocadas por un grupo de personas que pertenecen al propio género humano. Este grupo es mucho más poderoso que la Mafia, o que el complejo industrial-militar o que la Internacional Comunista. Se trata de un grupo no organizado, que no se rige por ninguna ley, que no tiene jefe, ni presidente, ni estatuto, pero que consigue, no obstante, actuar en perfecta sintonía, como si estuviese guiado por una mano invisible, de tal modo que las actividades de cada uno de sus miembros contribuyen poderosamente a reforzar y ampliar la eficacia de la actividad de todos los demás miembros. La naturaleza, el carácter y el comportamiento de los miembros de este grupo constituyen el tema de las páginas que siguen.

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