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Authors: Mariano Sánchez Soler

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Anatomía del crimen. Guía de la novela y el cine negros (7 page)

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Otras adaptaciones cinematográficas
:

Además de las películas citadas, en 1942 se realizaron dos filmes basados en relatos de Chandler:
The Falcon Takes Over
, de Irving Reis, y
Time to Kill
, de Herbert I. Leeds, en las que el detective protagonista no es Marlowe.

Televisión
:

  • The Long Goodbye
    . 7 de octubre de 1954. CBS, un episodio dentro de la serie
    Climax
    (CBS, 1954-1958), con Dick Powell como Marlowe.
  • Philip Marlowe
    . ABC, 1959-60. 26 episodios de 30 minutos cada uno. Guionistas: Gene Wang, Berne Giler, Robert Bloomfield, James E. Moser, Charles Beaumont. Directores: Irvin Kirshner, Boris Sagal, Robert Ellis Miller. Protagonistas: Philip Carey como Marlowe.
  • Philip Marlowe, Private Eye
    . London Weekend Television, 1984. Cinco episodios de 60 minutos. Guiones: Jo Eisinger, David Wickes. Directores: Peter Hunt, David Wickes. Filmados en Londres y Los Ángeles. Con Powers Boothe como Marlowe.
  • Marlowe, Private Eye
    . Canadá, 1986. Seis episodios de 60 minutos. Guiones: Jeremy Hole, Jesse Lasky Jr., Pat Silver. Dirigidos por Allan King. Filmados en Toronto para la Paragon Motion Pictures. Con Powers Boothe como Marlowe.
  • Fallen Angels: Red Wind
    . 1995. Episodio dentro del show Fallen Angels, con Danny Glover como Marlowe. Glover fue nominado al Emmy en 1996 por su interpretación de Marlowe, como actor invitado en la categoría de drama.
  • Poodle Springs
    . HBO, 1998. Realizada como una
    tv-movie
    , emitida el 25 de julio de 1998, se explotó comercialmente en las pantallas españolas. Guión de Tom Stoppard. Dirigida por Bob Rafelson. Protagonistas: James Caan (Marlowe), Joe Don Baker.
4
El infierno existencial de Jim Thompson

T
odos nosotros, que debutamos en la vida con una tara irremediable, que deseábamos tanto y habíamos obtenido tan poco, que con tan buenas intenciones, tan mal acabamos… Todos nosotros: Yo y Joyce Lakeland, Johnnie Pappas y Bob Maples, el bueno de Elmer Conway y la pequeña Amy Stanton. Nosotros. Todos nosotros".

Son palabras de Jim Thompson en
El asesino dentro de mí
. Hay que saber responder cuando se recibe una descarga eléctrica. Especialmente cuando la sufres en el lugar y el momento menos adecuado, por sorpresa, en un marco insólito. La sacudida la recibí en la mañana del 27 de agosto de 1989. Durante un mes había estado en la Italia del Renacimiento, Florencia, los Medici, Miguel Ángel, la Capilla Sixtina, Botticcelli, Bernini… y regresábamos en coche hacia Madrid. La invitación de mi amiga Rosa Mora nos hizo detenernos en Cadaqués durante dos días. Frente al Mediterráneo más hermoso, mientras el mar, a lo largo del día, cambiaba de azules con una belleza arrebatadora, descubrí a Jim Thompson. Yo acababa de publicar mi primera novela policíaca,
Carne fresca
, y me preguntaba —sigo haciéndolo— si valía la pena cultivar un subgénero literario despreciado por la intolerancia de los «inteligentes».

Sobre una mesa, Rosa Mora tenía un ejemplar de la primera edición en España de
El asesino dentro de mí
, en Círculo Negro —ella, en su labor periodística, siempre ha demostrado ser una gran thompsoniana—. Comencé a hojear la novela con curiosidad, me dejé llevar por el primer capítulo y, sin remedio, recibí inmediatamente un primer impacto que me obligó a no salir de la casa hasta que terminé su lectura total. No consiguieron impedirlo ni el paisaje maravilloso de Cadaqués, ni la hospitalidad de nuestra anfitriona, ni mis amigos con sus amables tentativas náuticas y culinarias.

Casey Affleck y Jessica Alba comparten cartel en la versión de
The Killer Inside me
que en 2010 dirigió Michael Winterbottom y que en España se tituló
El demonio bajo la piel
.

Hasta ese momento, yo no había leído nada de Jim Thompson, solo tenía referencias bibliográficas; pero el golpe fue tal que, aquel mismo día, diseñé el argumento de mi segunda novela —
Festín de tiburones
—, empujado por el convencimiento de que, si la serie negra había parido una obra maestra de semejante calibre, valía la pena seguir escribiendo literatura policíaca.

Aunque mi temática no tenía demasiada relación con el universo de Jim Thompson, desde aquel día de agosto iba a ser para mí un orgullo como escritor principiante pertenecer a su familia literaria y estar incluido en una colección como
Cosecha roja
, de Ediciones B, junto a dos de sus mejores novelas —la autobiográfica
Texas
y el thriller antiderechista
Libertad condicional
—, escritas antes de que yo naciera.

Cubierta americana de
El asesino dentro de mi
.

Leer a Thompson me empujó a la creación literaria con más fuerza incluso que cuando leí al Dostoievski de
Crimen y castigo
. Y pronto descubrí que aquella no era una comparación casual debida a la precipitación de mi entusiasmo juvenil. No en vano, Jim Thompson había recibido del estudioso Geoffrey O'Brien el calificativo del «Dostoievski de las novelas de diez centavos», porque, como argumenta O'Brien, Thompson «no dramatiza la lucha entre el bien y el mal, la vive, y el autor la vive con él y a través de él. Nos encontramos más cerca de una mentalidad como la de Dostoievki: la obligación de exponer úlceras morales, de reconocer los impulsos del mal, de buscar alguna clase de redención. Pero, mientras Dostoievski podía encontrar reposo en una imagen ortodoxa, aunque fuera un autoengaño, Jim Thompson permanece en el limbo. No hay salvación. Lo que prevalece en sus trabajos es esa incesante pregunta, esa intensidad moral incapaz de entregarse a una respuesta sencilla. Nos encontramos siempre en el límite».

Tras la última página, el sheriff Lou Ford me había dejado sobre un abismo, sin red y en la cuerda floja, donde sigo balanceándome tras aquel encuentro veraniego de 1989. Desde entonces, he devorado todos los Thompson que han caído en mis manos. Con emoción. Sobre todo las obras menores, algunas escritas con rapidez y publicadas siempre como libros populares. Dejó veintinueve novelas (y una póstuma) que prácticamente pasaron inadvertidas al ser editadas. El maldito silencio. Tuvieron que ser los expertos franceses de la
Série Noire
de Gallimard quienes le colocaron entre los grandes novelistas: el lugar que le corresponde a un narrador capaz de construir sus historias con la potencia descompensada de un técnico en electroshocks.

Pero ¿alguien conoció realmente a James Myers Thompson? Ni siquiera la mujer que compartió cuarenta años de su vida supo realmente quién era. «No puedo explicarme por qué la obra de Jim es tan pesimista y desesperada —declaró su viuda Alberta a la revista francesa
Polar
, en 1980—. Jim era precisamente lo contrario».

Alberta jamás sospechó la vida interior de su marido, a quien había conocido en una cita a ciegas en 1930, cuando Jim, a los veinticinco años, creía que su primera novia, Lucile Boomer, era la única mujer ante la que podía mostrarse tal como era. Pero Lucile le abandonó para casarse con un dentista.

¿Cómo se forja un espíritu tan turbulento bajo una apariencia tan afable? ¿Qué guerra sin cuartel se desataba encarnizadamente en el cerebro de aquel hombre? A pesar de sus fracasos personales y las explicaciones freudianas al uso, como ocurre con los grandes creadores, quizás nadie consiga nunca acercarse a los recodos del alma tortuosa de Jim Thompson.

E
L DEMONIO BAJO LA MÁSCARA

Los datos biográficos de Thompson reseñan que, aunque de joven estuvo fugazmente afiliado al Partido Comunista, fue durante toda su vida un pacífico padre de familia católica practicante —aunque él no era creyente— con tres hijos, unido maritalmente a una única mujer, Alberta Hesse. Oficialmente bondadoso, amante de los animales, gentil con los vecinos y sensible con su familia, Thompson se dedicó a escribir, desde los quince años en que publicó su primer relato, mientras se ganaba la vida en trabajos sórdidos que ya son leyenda: portero de noche en un hotel, mozo en unas pompas fúnebres, proyectista de películas, carnicero, danzarín de music hall, obrero en la construcción de oleoductos… En los campos de petróleo del sur de Texas, el joven Thompson fue testigo del capitalismo en toda su crueldad e injusticia, se identificó con las víctimas del sistema, los que se dejaban la piel, la esperanza y el orgullo para seguir vivos cuando, como dice su personaje William Willis, «las razones de vivir se pierden en medio de la batalla por la supervivencia».

Durante toda su vida, Thompson personalizó en las víctimas de la sociedad americana su propio fracaso. Porque Jim Thompson nació maldito casi por decisión propia, marcado por la fatalidad de su personalidad. «Con diecisiete años —escribió sobre sí mismo en la autobiográfica
Bad Boy
—, era ya un fracasado, siempre me preguntaba por qué alguien como yo, que me esforzaba en hacer las cosas lo mejor posible, acaba siempre por obtener un resultado opuesto».

Un año más tarde, ya se consideraba un muchacho frustrado y aprendió a disimular su inteligencia para vivir en paz con su entorno tejano y sucumbir. El exceso de bebida y los trabajos sórdidos le condujeron a la enfermedad: una fibrosis pulmonar estuvo a punto de costarle cara. También, como los álter ego de sus novelas, vivió en el espacio comprendido entre Texas, Oklahoma y Nebraska; pasó gran parte de su existencia en Fort Worth y Big Spring —literariamente rebautizada Big Sands—, donde mantuvo permanentemente su máscara.

Cubierta de la primera edición de
Wild Town
, editada en 1957.

Su ficha dice que nació el 27 de septiembre de 1906 en el segundo piso de la prisión de Anadarko, condado de Caddo, Oklahoma, y no en una reserva india, como aseguran algunos listillos. Su padre, James Sherman Thompson, a quien todos llamaban Pop, era por aquel entonces sheriff en aquella pequeña población, aunque posteriormente se dedicó a la búsqueda de petróleo. Su familia conoció la fortuna, pero rondó la pobreza absoluta entre 1910 y 1920. Pop era un hombre extrovertido, aficionado al deporte y a la vida social, un hombre fuerte al que, además de dos chicas, le nació un hijo débil, Jimmy, siempre bajo la sombra de su padre. Como su atracador Carter Doc McCoy, como Mitch Corley.

«Siempre se me aseguró, casi desde mi nacimiento —escribe Jim en una de sus novelas inacabadas, incluida en
Fireworks. The Lost Writings of Jim Thompson
—, que nunca igualaría a Pop, que nunca a su misma edad lo había hecho igual de bien que él; ni igualaría su éxito, con su facilidad y su buen humor, sin apenas esforzarme. Que yo era, y sería siempre, incapaz; que me faltaban condiciones para ello».

Como afirma Michael McCauley en su biografía
Jim Thompson. Sleep with the Devil
(publicada por la editorial neoyorkina Warner Books, en 1991 y no traducida), no resulta extraño que Jim realizara «un sempiterno sabotaje de sus logros». Había pasado parte de su juventud intentando probar su valía ante un padre del que no consiguió nunca la aprobación. Jim estaba convencido de que su padre era un gran hombre y que jamás llegaría a su altura. Por eso, cuando su padre murió por enfermedad en un asilo en 1941 mientras él se encontraba en Nueva York, Jim, que pensaba sacarlo de allí cuando tuviera dinero, vivió su muerte como un suicidio. «¿Por qué no me esperó?», lloraba borracho. Acababa de perder su última oportunidad para probar su valía a Pop.

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