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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (33 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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18.

El anuncio interrumpió la película con un volumen que me hizo dar un bote en el sofá. Suspiré, subí las rodillas hasta apoyar la barbilla en ellas y me rodeé las piernas con los brazos. Era temprano, solo eran las dos de la mañana y yo estaba intentando encontrar la motivación necesaria para levantarme y hacerme algo de comer. Ivy seguía ocupada con un asunto e incluso después de la incómoda conversación del coche, yo esperaba que llegara a casa lo bastante temprano como para poder salir por ahí. Calentar un guiso y comérmelo yo sola tenía el mismo atractivo que arrancarme la piel de las espinillas.

Cogí el mando de la tele y la silencié. Aquello era deprimente. Estaba sentada en el sofá un viernes por la noche viendo
La jungla de cristal
yo sola. Nick debería estar allí conmigo. Lo echaba de menos. Por lo menos creo que lo echaba de menos. Desde luego, echaba de menos algo. Quizá solo echaba de menos que me abrazaran. ¿Tan superficial era?

Tiré el mando de la tele y de repente me di cuenta de que se oía a alguien en la parte delantera de la iglesia. Me erguí de un salto, era una voz de hombre. Alarmada, invoqué la línea de la parte de atrás. Entre un aliento y otro, se llenó todo mi centro. Con la fuerza de la línea atravesándome, me incorporé y solo para agacharme otra vez cuando Jenks entró volando en la habitación a la altura de mi cabeza. El suave batir de sus alas me dijo en un instante que, fuera lo que fuera lo que me esperaba, no iba a matarme ni a hacerme rica.

El pixie aterrizó en la lámpara con los ojos muy abiertos. El polvo que levantaba flotó hacia el techo con el calor de la bombilla. A esas horas, Jenks por lo general estaba metido en mi escritorio, durmiendo, que era por lo que me estaba dedicando a darme todo un festín de autocompasión, para poder enfurruñarme sin interferencias.

—Eh, Jenks —dije, solté la línea y me abandonó la magia al no tener un foco al que dirigirse—. ¿Quién anda ahí?

En su rostro se dibujó una expresión preocupada.

—Rachel, puede que tengamos un problema.

Lo miré con gesto hosco. Estaba sentada, sola, viendo
La jungla de cristal
. Eso si que era un problema, no lo que hubiera entrado tan fresco por nuestra puerta.

—¿Quién es? —dije sin más—. Porque ya he espantado a los testigos de Jehová. Se diría que si vives en una iglesia, podrían coger la indirecta, pero nooo.

Jenks frunció el ceño.

—Un hombre lobo con sombrero vaquero. Quiere que firme un papel diciendo que me comí ese pez que robamos para los Howlers.

—¿David? —me levanté de un salto del sillón y me dirigí al santuario. Las alas de Jenks emitían un zumbido seco mientras volaba a mi lado.

—¿Quién es David?

—Un investigador de seguros. —Fruncí el ceño—. Lo conocí hace poco.

Pues sí, señor, allí tenía a David, en medio de la habitación vacía y con aspecto incómodo con el abrigo largo y el sombrero calado hasta los ojos. Los pequeños pixies se asomaban por la ranura de la tapa corrediza del escritorio, con sus bonitos rostros en hilera. David estaba hablando por el móvil y al verme, murmuró unas cuantas palabras, lo cerró y se lo metió en el bolsillo.

—Hola, Rachel —dijo con un estremecimiento al oír el eco de su propia voz. Recorrió con los ojos mis vaqueros informales y el jersey rojo y después los alzó al techo y cambió de postura. Era obvio que no se sentía muy cómodo en la iglesia, les pasaba a la mayoría de los hombres lobo, pero era algo psicológico, no biológico.

—Perdona que te moleste —dijo mientras se quitaba el sombrero y lo aplastaba con las manos—. Pero en este caso no me valen los rumores. Necesito que tu compañero certifique que se comió ese pez de los deseos.

—¡No me jodas! ¡Era un pez de los deseos! —Se oyó todo un coro de chillidos agudos en el escritorio. Jenks emitió un duro sonido y las caritas que flanqueaban la ranura se perdieron entre las sombras.

David se sacó un papel doblado en tres de un bolsillo del abrigo y lo desplegó encima del piano de Ivy.

—¿Si pudieras firmar aquí? —Después se irguió con mirada suspicaz—. Porque os lo comisteis de verdad, ¿no?

Jenks parecía asustado, con las alas de un color azul tan oscuro que eran casi moradas.

—Pues sí. Nos lo comimos. ¿Nos va a pasar algo?

Intenté no reírme pero David esbozó una gran sonrisa, sus dientes parecían blancos bajo la luz tenue del santuario.

—Creo que todo irá bien, señor Jenks —dijo mientras bajaba el émbolo de un bolígrafo y se lo tendía.

Yo alcé las cejas y David dudó un momento, miró el bolígrafo y después al pixie. El bolígrafo era más grande.


Ummm
. —El hombre lobo volvió a cambiar de postura.

—Ya lo tengo. —Jenks se precipitó sobre el escritorio y volvió con la mina de un lápiz. Observé cómo escribía su nombre con todo cuidado, la cháchara ultrasónica del escritorio hacía que me dolieran los ojos. Jenks se alzó soltando polvo de pixie por todas partes.

—Eh, esto, no estaremos metidos en ningún lío, ¿verdad?

El olor acre de la tinta del sello notarial me bombardeó y David levantó la cabeza después de dar fe pública.

—No en lo que a nosotros respecta. Gracias, señor Jenks. —Después me miró—. Rachel.

Hubo un cambio en la presión del aire y un tamborileo suave en las ventanas nos hizo levantar a los dos la cabeza. Alguien había abierto la puerta de atrás de la iglesia.

—¿Rachel? —dijo una voz aguda y yo parpadeé. ¿
Mi madre
? Desconcertada, miré a David.

—Eh, es mi madre. Quizá deberías irte. A menos que quieras que te apabulle para que me pidas una cita.

Una expresión sobresaltada se dibujó en el rostro de David mientras se guardaba el papel.

—No, ya está todo. Gracias. Quizá debería haber llamado antes, pero como son horas de oficina…

Me puse colorada. Acababa de añadir diez mil a mi cuenta corriente, cortesía de Quen y su «pequeño problema». Podía tocarme la barriga y enfurruñarme una noche entera si quería. Y no iba a ponerme a preparar los amuletos que iba a utilizar en el susodicho encargo. Ponerse a hacer hechizos después de medianoche con luna menguante solo servía para meterse en problemas. Además, cómo organizara yo mi día no era asunto suyo.

Un poco molesta, miré hacia la parte de atrás de la iglesia. No quería ser grosera pero tampoco quería que mi madre se dedicara a jugar a las veinte preguntas con David.

—¡Ahora mismo voy, mamá! —grité y después me volví hacia Jenks—. ¿Quieres acompañarlo a la salida por mí?

—Claro, Rache. —Jenks se elevó hasta la altura de la cabeza par acompañar a David al vestíbulo.

—Adiós, David —dije, el hombre lobo se despidió de mí con la mano y se puso el sombrero.

¿
Por qué tiene que pasar todo a la vez
? pensé antes de irme a la cocina a buen paso. Que mi madre me hiciera una visita de improviso solo podía ponerle la guinda a un día ya perfecto. Cansada, entré en la cocina y me la encontré con la cabeza metida en la nevera. En el santuario se oyó el estampido de la puerta principal al cerrarse.

—Mamá —dije con lo que intentaba ser un tono agradable—. Me alegro mucho de verte. Pero son horas de oficina. —Mis pensamientos se encaminaron al baño y me pregunté si todavía tenía las bragas encima de la secadora.

Mi madre se enderezó con una sonrisa y me miró desde el otro lado de la puerta de la nevera. Llevaba unas gafas de sol y tenían un aspecto francamente raro con el sombrero de paja y el vestido de playa. ¿Vestido de playa? ¿Se había puesto un vestido de playa? Pero si estábamos a bajo cero en la calle.

—¡Rachel! —Cerró la puerta con una sonrisa y abrió los brazos—. ¡Dame un abrazo, cielo!

Con la cabeza hecha un lío le devolví el abrazo con gesto ausente. Quizá debería llamar a su psicólogo para asegurarme de que no faltaba a sus citas. La envolvía un olor extrañ\1.

—¿Qué es lo que llevas? Huele a ámbar quemado —dije al apartarme.

—Porque lo es, amor.

La miré, espeluznada. Su voz había bajado varias octavas. Me invadió la adrenalina. Me aparté de un tirón pero me encontré con una mano enguantada de blanco que me aferraba por los hombros. Me quedé helada, incapaz de moverme, un murmullo de siempre jamás cayó como una cascada sobre ella y reveló a Algaliarept. Ah, mierda. Era bruja muerta.

—Buenas noches, familiar —dijo el demonio con una sonrisa que me mostró unos dientes grandes y planos—. Vamos a buscar una línea luminosa para llevarte a casa, ¿te parece?

—¡Jenks! —chillé, mi voz se había endurecido de puro terror. Me eché hacia atrás, levanté el pie y le di una patada en plenas gónadas.

Al gruñó y abrió todavía más los ojos rojos y achinados de cabra.

—Zorra —dijo mientras estiraba el brazo y me cogía un tobillo.

Cuando el demonio tiró de mí, me caí de culo con un jadeo y choqué contra el suelo con un ruido sordo, aterrorizada. Intenté darle patadas sin mucho éxito pero el demonio me sacó a rastras de la cocina y me metió en el pasillo.

—¡Rachel! —chilló Jenks desperdigando polvo negro de pixie por todas partes.

—¡Tráeme un amuleto! —le grité al tiempo que me agarraba al marco de la puerta y me aferraba con todas mis fuerzas. Oh, Dios. Me tenía. Si me llevaba hasta una línea, podría arrastrarme físicamente a siempre jamás dijera yo lo que dijera.

Con los brazos tensos, luché por seguir agarrada a la pared el tiempo suficiente para que Jenks abriera mi armarito de los amuletos y cogiera uno. No me hacía falta una aguja de punción digital, ya me sangraba el labio por culpa de la caída.

—Toma —exclamó Jenks, flotaba a la altura del tobillo para mirarme justo a los ojos con el cordón de un amuleto del sueño en la mano. Tenía los ojos aterrados y las alas rojas.

—Me parece que no, bruja —dijo Al dándome un tirón.

El dolor me atravesó el hombro entero y tuve que soltar las manos.

—¡Rachel! —exclamó Jenks cuando arañé el suelo de madera con las uñas y después la alfombra del salón.

Al murmuró algo en latín y yo grité cuando una explosión arrancó de los goznes la puerta de atrás.

—¡Jenks! ¡Sal de aquí! ¡Pon a tus hijos a salvo! —grité. El frío se precipitó en el interior y sustituyó al aire que había reventado la explosión. Los perros ladraron cuando me vieron deslizarme escaleras abajo sobre el estómago. La nieve, el hielo y la sal me arañaron la cintura y la barbilla. Me quedé mirando la puerta hecha añicos, la silueta oscura de David destacaba a contraluz. Estiré el brazo para coger el amuleto que se le había caído a Jenks.

—¡El amuleto! —chillé, era obvio que el tipo no tenía ni idea de lo que yo quería—. ¡Tírame el amuleto!

Al se detuvo en seco. Sus botas de montar inglesas dejaban huellas en el camino sin limpiar de la entrada. Se dio la vuelta.


Detrudo
—dijo. Estaba claro que era el desencadenante de una maldición que tenía grabada en la memoria.

Ahogué un grito cuando una sombra negra y roja de siempre jamás golpeó a David, lo tiró contra el muro contrario y lo perdí de vista.

—¡David! —exclamé mientras Al empezaba a arrastrarme otra vez. Me contoneé y retorcí hasta que por lo menos me vi arrastrada de culo y no sobre el estómago. Iba dejando un pequeño rastro en la nieve, detrás de Al, que tiraba de mí, y aunque no dejaba de dar patadas, me encontré en la verja de madera del jardín que llevaba a la calle. Al no podía usar la línea luminosa del cementerio para arrastrarme a siempre jamás porque estaba totalmente rodeada por suelo sagrado, suelo que él no podía cruzar. La línea luminosa más cercana estaba a ocho manzanas de distancia.
Tengo una oportunidad
, pensé mientras la nieve fría me empapaba los vaqueros.

—¡Que me sueltes! —le exigí al tiempo que le daba una patada a Al en la parte de atrás de las rodillas con el pie libre.

Le falló una pierna y se detuvo, su expresión colérica era patente bajo la luz de la farola. No podía convertirse en niebla para evitar los golpes porque yo podría soltarme.

—Pero qué terca eres —dijo mientras me cogía los dos tobillos con una mano y seguía.

—¡No quiero ir! —grité y me sujeté a los bordes de la verja al pasar por ella. Nos detuvimos con una sacudida y Al suspiró.

—Suelta la verja —dijo con tono cansado.

—¡No! —Me empezaron a temblar los músculos, luchaba por no moverme pero Al seguía tirando de mí. Solo tenía un hechizo de línea luminosa grabado en el subconsciente pero dejarnos atrapados a Al y a mí en un círculo no me llevaría a ninguna parte. El podía romperlo con tanta facilidad como yo, dado que su aura lo estaría manchando.

Se me escapó un grito cuando Al renunció a intentar arrastrarme por la verja, me levantó y me echó al hombro. Me quedé sin aliento de repente, un hombro duro y musculoso se me había clavado en la cintura. Apestaba a ámbar quemado y luché por liberarme.

—Esto sería mucho más fácil —dijo mientras yo le clavaba los codos entre los omóplatos sin mucho éxito— si aceptases que te tengo. Di solo que estás dispuesta a venir conmigo de buena gana y puedo llevarnos hasta una línea desde aquí, lo que te ahorrará pasar mucha vergüenza.

—¡Me da igual la vergüenza! —Me estiré para alcanzar la rama de un árbol y suspiré de alivio cuando me enganché a una. Al sufrió un tirón y estuvo a punto de perder el equilibrio.

—Eh, mira —dijo, tiró de mí para soltarme y yo terminé con las palmas llenas de arañazos y sangre—. Tu amiguito el lobo quiere jugar.

David
, pensé. Me retorcí para ver por detrás del hombro de Al. Me esforcé por respirar y vi una sombra enorme de pie en medio de la calle nevada e iluminada por las farolas. Me quedé con la boca abierta. Se había convertido en lobo. El tío se había convertido en lobo en menos de tres minutos. Dios, lo que le tenía que haber dolido.

Y era enorme, después de todo había mantenido toda su masa humana. Yo diría que la cabeza me llegaría a mí al hombro. Un pelo sedoso y negro, más parecido al cabello humano, se mecía bajo el viento helado. Tenía las orejas aplastadas contra la cabeza y emitía un gruñido de advertencia bajísimo. Nos obstruyó el camino con unas pezuñas del tamaño de mis manos estiradas y hundidas en la nieve. Lanzó un ladrido de advertencia profundo e indescriptible y Al se echó a reír. Se estaban encendiendo las luces en las casas de al lado y empezaban a apartarse cortinas.

—Legalmente es mía —dijo Al con ligereza—, así que me la llevo a casa. Ni lo intentes siquiera.

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