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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Antes bruja que muerta (35 page)

BOOK: Antes bruja que muerta
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—¡
Moecha putida
! —gritó aporreando la fuerza que se interponía entre los dos—. ¡Ceri, te volveré a arrancar el alma, te lo juro!


Et de
—dijo Ceri con la estrecha barbilla bien levantada y un brillo acerado en los ojos
— acervus excerementum
. Puedes saltar a una línea desde aquí. Déjanos ahora antes de que salga el sol para que todos podamos volver a la cama.

Algaliarept respiró hondo, despacio, y yo me estremecí ante la cólera contenida en aquel único movimiento.

—No —dijo—. Voy a ampliar los horizontes de Rachel y vosotros escucharéis sus gritos mientras aprende a aceptar en toda su capacidad lo que le exijo.

¿Podía sacar más a través de mí? pensé y sentí que se me encogían los pulmones, por un momento perdí la capacidad de respirar. ¿Había algo peor que eso?

La confianza de Ceri vaciló un instante.

—No —dijo—. Ella no sabe cómo se almacena como es debido. Un poco más y su mente terminará cediendo. Se volverá loca antes de que le enseñes cómo te gusta el té.

—No hay que estar cuerda para hacer té o para tostarme el pan solo por un lado —se burló él. Me levantó el brazo de un tirón y me puso en pie sin que yo me resistiera.

Ceri sacudió la cabeza y siguió en la nieve como si estuviéramos en verano.

—Estás siendo muy mezquino. La has perdido. Ha sido más lista que tú. Tienes muy mal perder.

Al me pellizcó el hombro y yo apreté los dientes, me negaba a gritar. Solo era dolor. Nada comparado al fuego constante de siempre jamás que me obligaba a contener por él.

—¡Mal perder! —gritó. Yo oí los gritos de miedo de las personas que se ocultaban en las sombras—. No puede ocultarse en terreno sagrado para siempre. Si lo intenta, encontraré el modo de usarla a través de las líneas.

Ceri miró a David y yo cerré los ojos, desesperada. Ceri pensaba que podía hacerlo. Que Dios me ayudase. Solo era cuestión de tiempo antes de que encontrase un modo. Iba a perder la apuesta que había hecho para salvar mi alma.

—Vete —dijo Ceri tras apartar los ojos de David—. Vuelve a siempre jamás y deja a Rachel Mariana Morgan en paz. Aquí no te ha llamado nadie.

—¡No puedes desterrarme, Ceri! —bramó mientras me alzaba con un tirón hasta que caí contra él—. Mi familiar invocó una línea y abrió un sendero de invocación para que yo lo siguiera. ¡Rompe el círculo y déjame llevarla como es mi derecho!

Ceri cogió aire, exultante.

—¡Rachel! Ha reconocido que lo llamaste tú. ¡Destiérralo!

Abrí mucho los ojos.

—¡No! —gritó Algaliarept y me lanzó una oleada de siempre jamás. Estuve a punto de desmayarme, las olas de dolor que me atravesaron se fueron acumulando hasta que ya no quedaba nada más que agonía. Pero respiré hondo y olí el hedor de mi alma quemada.

—Algaliarept —dije con la voz estrangulada en un jadeo ronco—. Regresa a siempre jamás.

—¡Pequeña puta! —gruñó dándome un revés. La fuerza del golpe me levantó y me lanzó contra la pared de Ceri. Aterricé en un montón encogido, incapaz de pensar. Me dolía la cabeza y tenía la garganta en carne viva. Bajo mi cuerpo, la nieve estaba fría. Me acurruqué en ella, ardía.

—Vete. Vete de una vez —susurré.

La abrumadora energía de siempre jamás que me atravesaba el cerebro con un zumbido se desvaneció en apenas un instante. Gemí al notar su ausencia. Oí que me latía el corazón, se detenía y volvía a latir. Apenas era capaz de seguir respirando, vacía, a solas con mis pensamientos. Se había ido. El fuego había desaparecido.

—Sácala de la nieve —oí que decía Ceri con tono urgente, su voz penetraba con suavidad en mi interior como agua helada. Intenté abrir los ojos pero no pude. Alguien me levantó del suelo y sentí la calidez del calor humano. Era Keasley, decidió una pequeña parte de mí, cuando reconocí el olor a secuoya y café barato. Mi cabeza chocó contra él y dejé caer la barbilla sobre el pecho. Sentí unas manos pequeñas y frías en la frente y oí cantar a Ceri, después sentí que me movía.

19.

—Oh, Dios —susurré; mis palabras sonaban ásperas, tanto como irritada tenía la garganta. Fue una expresión ronca, más parecida a la grava en un cubo de latón que a una voz. Me dolía la cabeza y tenía sobre los ojos una toalla pequeña y húmeda que olía a jabón Ivory—. No me encuentro muy bien. La mano fría de Ceri me tocó la mejilla.

—No me extraña —dijo con ironía—. No abras los ojos. Voy a cambiarte la compresa.

A mi alrededor percibía la respiración suave de dos personas y un perro muy grande. Recordé de forma vaga que me habían llevado al interior, a punto de desmayarme pero sin llegar a lograrlo del todo por mucho que lo intentara. Me di cuenta por el olor de mis perfumes que Keasley me había puesto en mi habitación y era mi almohada, cómoda y conocida, lo que tenía debajo de la cabeza. Me envolvía el peso sólido de la manta afgana que siempre tenía a los pies de la cama. Estaba viva.
Lo que son las cosas
.

Ceri me quitó la toalla húmeda y a pesar de su advertencia, abrí un poco los ojos.


Ay
… —gemí cuando la luz de una vela que había en el tocador pareció perforarme los ojos, llegar hasta el fondo del cráneo y rebotar por allí. El dolor de cabeza se me triplicó.

—Te dijo que no abrieras los ojos —dijo Jenks con tono sardónico, pero el alivio de su voz era obvio. Se entrometió el tintineo de las uñas de David, seguido poco después por un resoplido cálido junto a mi oreja.

—Está bien —dijo Ceri en voz baja y el lobo se retiró.

¿
Bien
? pensé mientras me concentraba en respirar hasta que la luz que rebotaba por mi cabeza perdió fuerza y murió. ¿
Esto es estar bien
?

Las palpitaciones que sentía en la cabeza se retiraron hasta convertirse en una agonía más suave y cuando oí un pequeño soplido y me llegó el aroma acre de una vida apagada volví a abrir los ojos.

Bajo la luz de la farola que se filtraba por mis cortinas, vi a Ceri sentada en una silla de la cocina junto a mi cama. Tenía una palangana de agua en el regazo y me encogí cuando la puso sobre la guía para salir con vampiros de Ivy, que tenía que estar allí, vaya por Dios, donde todo el mundo pudiera verla. Al otro lado de mi cama estaba Keasley, una sombra encorvada. Encaramado al poste de la cama, Jenks resplandecía con una luz ámbar apagada; en el fondo, como escondido, estaba David ocupando la mitad del espacio con su tamaño lobuno.

—Creo que hemos vuelto a Kansas, Toto —murmuré y Keasley carraspeó.

Tenía la cara húmeda y fría y una corriente de la puerta abierta se mezcló con el olor a cerrado de la calefacción que salía por el respiradero.

—¡Jenks! —gemí cuando recordé la oleada de aire invernal que lo había golpeado—. ¿Están bien tus críos?

—Sí, están bien —dijo y volví a derrumbarme sobre la almohada. Me llevé la mano a la garganta como pude. Tenía la sensación de estar sangrando por dentro.

—¿David? —pregunté en voz más baja—. ¿Qué hay de ti?

Sus jadeos se incrementaron y apartó a Keasley para lanzarme un resoplido cálido y húmedo en la oreja. Abrió las mandíbulas y Ceri ahogó un grito cuando David me sujetó la cara entera con la boca.

La adrenalina superó al dolor.

—¡Eh! —exclamé resistiéndome mientras él me daba una suave sacudida y me soltaba. Con el corazón a mil, me quedé helada al sentir el gruñido suave que se despertaba y la nariz húmeda que me acariciaba la frente. Con un resoplido perruno, David volvió a salir al pasillo sin ruido.

—¿Qué diablos significa eso? —dije con el corazón taladrándome un agujero en el pecho.

Jenks se alzó entre una llovizna de polvo de pixie que me hizo guiñar los ojos. No brillaba tanto, pero me dolían mucho los ojos.

—Se alegra de que estés bien —dijo con sus diminutos rasgos muy serios.

—¿Esto es estar bien? —pregunté. Desde el santuario llegó un extraño ladrido de risa, como un canto tirolés.

Me dolía la garganta y me llevé la mano a ella al incorporarme. Tenía saliva de hombre lobo en la cara y me la limpié con la toalla húmeda antes de dejarla al borde de la palangana. Me dolían los músculos. Joder, me dolía todo. Y no me había hecho ninguna gracia tener la cabeza dentro de la boca de David.

El sonido de unas uñas bien cuidadas que resonaban en la madera del suelo me llamó la atención desde el pasillo oscuro por el que pasó trotando el lobo, rumbo a la parte posterior de la iglesia. Llevaba la mochila y la ropa en la boca e iba arrastrando el abrigo como una presa recién cazada.

—Jenks —dijo Ceri en voz baja—. Mira a ver si va a transformarse aquí o necesita ayuda para meter las cosas en la bolsa.

Jenks se alzó en el aire y volvió a caer cuando se oyó un corto ladrido negativo en el salón.

Con las mandíbulas apretadas para contener un dolor de cabeza del tamaño de Tejas, decidí que era muy probable que volviera a transformarse antes de irse. Era ilegal convertirse en lobo en público, salvo los tres días de luna llena. En la antigüedad, ese tipo de reservas no eran más que una tradición, pero se habían convertido en ley para que los humanos no se sintieran incómodos. Lo que los hombres lobo hicieran en su casa era asunto suyo. Yo estaba segura de que nadie diría nada por que se hubiera transformado para ayudar a salvarme de un demonio, pero no podía conducir con la forma que tenía y, desde luego, no iba a coger el autobús así.

—Bueno —dijo Keasley al sentarse al borde de mi cama—, vamos a echarte un vistazo.

—Ahh… —exclamé cuando me tocó el hombro y el músculo magullado me envió una punzada de dolor. Le quité la mano y él se acercó más todavía.

—Me había olvidado de lo pesada que eres como paciente —dijo volviendo a estirar la mano—. Quiero saber dónde te duele.

—Para —gruñí mientras intentaba apartar aquellas manos nudosas y artríticas—. Me duele el hombro donde me lo pellizcó Al. Me duelen las manos donde me las arañé, me duele la barbilla y el estómago por donde me arrastró escaleras abajo. Me duelen las rodillas de… —dudé un momento— …caerme en la carretera. Y me duele la cara donde me dio el bofetón Al. —Miré a Ceri—. ¿Tengo un ojo a la funerala?

—Lo tendrás por la mañana —dijo ella en voz baja y con una mueca de comprensión.

—Y tengo un corte en el labio —terminé mientras me lo tocaba. Un leve tufillo a árnica montana se unió al olor de la nieve. David iba recuperando su forma habitual, poco a poco y sin prisas. No le quedaba más remedio, después del dolor que debía de haber soportado para transformarse antes tan rápido. Me alegré de que tuviera un poco de árnica montana. Esa hierba era un analgésico suave además de un sedante que hacía las cosas más fáciles. Una pena que solo funcionara con hombres lobo.

Keasley se levantó con un gruñido.

—Te traeré un amuleto para el dolor —dijo mientras salía al pasillo arrastrando los pies—. ¿Te importa si hago un poco de café? Me voy a quedar hasta que vuelva tu compañera de piso.

—Que sean dos amuletos —dije sin saber muy bien si iban a servir para el dolor de cabeza. Los amuletos para el dolor funcionaban solo con el dolor físico y yo tenía la sensación de que aquello era más bien un eco que había quedado de la canalización de toda aquella fuerza de una línea luminosa. ¿Era eso lo que le había hecho a Nick? No era de extrañar que se hubiera largado.

Entrecerré los ojos cuando se encendió la luz de la cocina y unos cuantos rayos se colaron en mi habitación. Ceri me observó con atención y yo asentí para decirle que estaba bien. Me dio unos golpecitos en la mano por encima de la colcha.

—Un poco de té te sentará mejor que el café —murmuró. Sus solemnes ojos verdes recayeron sobre Jenks—. ¿Quieres quedarte con ella?

—Sí. —Sus alas se movieron con un destello—. Hacer de niñera de Rachel es una de las tres cosas que mejor se me dan.

Le lancé una mirada de desprecio y Ceri dudó un instante.

—Enseguida vuelvo —dijo mientras se levantaba para irse con el suave sonido de los pies descalzos sobre la madera.

Nos llegaba de la cocina el agradable ritmo de la conversación de Ceri y Keasley y me subí con torpeza la manta hasta los hombros. Me dolían todos los músculos, como si hubiera tenido fiebre. Tenía los pies fríos en los calcetines calados de agua y seguramente estaba dejando una mancha mojada en la cama por culpa de la ropa empapada por la nieve. Deprimida, posé los ojos en Jenks, que seguía apoyado en el poste de la cama, a mis pies.

—Gracias por intentar ayudar —le dije—. ¿Estás seguro de que estás bien? Arrancó la puerta entera.

—Debería haber sido más rápido con ese amuleto. —Sus alas se volvieron de un azul sombrío.

Me encogí de hombros y de inmediato pensé que ojalá no lo hubiera hecho, porque el hombro me empezó a palpitar otra vez. ¿Dónde estaba Keasley con mis amuletos?

—Puede que ni siquiera funcionen con demonios.

Jenks se acercó revoloteando y se posó en el bulto que hacía mi rodilla.

—Maldita sea, Rache. Estás hecha una mierda.

—Hombre, gracias.

Un olor celestial a café empezó a mezclarse con el olor a cerrado de la calefacción. Una sombra eclipsó la luz del pasillo y me giré con un gemido para mirar a Ceri.

—Cómete esto mientras se te hace el té —dijo y dejó un plato con tres de las galletas de Ivy.

Arrugué los labios.

—¿Tengo que comérmelas? —me quejé—. ¿Dónde está mi amuleto?

—«¿Dónde está mi amuleto?» —me imitó Jenks con un tono falsete agudo—. Dios, Rachel. Aguanta un poco.

—Cállate —murmuré—. Prueba tú a canalizar la línea luminosa de un demonio, a ver si sobrevives. Apuesto a que explotas en medio de un destello de polvo de pixie, pequeño imbécil.

Él se echó a reír y Ceri nos miró con el ceño fruncido, como si fuéramos críos.

—Lo tengo aquí —dijo y se inclinó hacia delante para poder pasarme el cordel por la cabeza. Un alivio maravilloso me empapó y me relajó los músculos (Keasley debía de haberlo invocado para mí) pero el dolor de cabeza siguió allí, y mucho peor, al no haber nada que me distrajera de él.

—Lo siento —dijo Ceri—. Va a llevarte todo un día. —Cuando no le contesté, se volvió hacia la puerta y añadió—: Voy a buscarte el té. —Salió y el sonido de unas pisadas me hizo levantar los ojos—. Disculpe —murmuró Ceri con los ojos en el suelo, había estado a punto de chocar con David. El hombre lobo se colocaba el cuello del abrigo, parecía cansado y algo más viejo. Tenía la barba más cerrada y lo envolvía el denso olor del árnica montana—. ¿Le apetece un poco de té? —dijo y yo alcé las cejas, la habitual seguridad en sí misma de Ceri se había transformado en una dulce expresión reverencial.

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